Ayer
estaba pensando que los Evangelios y los Ciclos Artúricos son en realidad dos
fantasías, dos parábolas de la mística celta (y por tanto indoeuropea y por
tanto hindú) tratando de expandirse y sobrevivir a través de un Occidente cada
vez más oscurecido por el reino de las apariencias: del Ego y el Apego (el reino
del No-Dios Maya, en la India). Andaba pensando que los Evangelios fueron
escritos en Arameo (el idioma de los Arios) en la tierra de Galilea (colonia
celta en el Mediterraneo y que se traduce como Tierra de los Galos) y que mil
años después, bajo la influencia benedictina (congregación de probables raices o
al menos vinculaciones druídicas) se escriben los Ciclos Bretones de leyendas
del Rey Arturo en la tierra de Bretaña (ultimo reducto galo en Occidente). En
ambos casos un padre y un hijo se aniquilan mutuamente. Dios Padre mata a su
Hijo-Dios en la cruz y éste niega al Padre, justo al borde de la muerte. Por
otro lado, Arturo y Mordrec se matan el uno al otro. En las dos historias un
grupo de elegidos sobrevive al mito (mentira, fantasía) que sirvió como espoleta
para iniciar el camino y más allá de la negación (muerte) del objeto en que se
materializaba su fe (Arturo y Cristo), prosiguen el Camino hasta llegar a la
meta.., la infinitud y eternidad de la Sabiduría Perenne Interior. Perceval,
Lanzarote y Galaaz, como tres bueyes uncidos al mismo carro llegan hasta la
Jerusalén Celestial habiendo superado la muerte del mito y los Doce Apóstoles
reciben la bendición del Pentecostés, 40 días después de morir Jesús y
convertirse en el mito griego del Cristo (y no olvidemos que si bien Grecia
tendía una mano hacia el Mediterráneo...con el reverso se nutria de la filosofía
celta del interior de Centroeuropa).
Es
curioso observar como los distintos pueblos que han tomado contacto con ese
centro geográfico del viejo Continente se han visto contagiados por distintas
versiones del arquetipo del Eterno Retorno. Así, nos encontramos con el mito de
Icaro, que con unas alas de cera (substancia blanca y combustible, como el
alimento del Agni hindú) asciende hasta el sol y cae, toda vez que el calor del
fuego solar derrite sus alas. Desciende como un ángel caído y, automáticamente,
asociamos esta historia con la del Ave Fénix, resurgiendo eternamente de sus
cenizas y aquí nos encontramos con, por los trasteros de la mente, con un Jesús
que muere con los brazos abiertos en cruz, como un ave con las alas desplegadas,
para caer, descender a los infiernos, durante tres días y tres noches. Avanzando
en el tiempo, el mismo ciclo se nos explica a través de la simbología alquímica,
como un proceso de operaciones pseudoquímicas basadas en la acción del calor,
que vaporizan la “materia prima” produciéndose la ascensión de ésta y volviendo
a descender por condensación en una dinámica de expansión y purificación
cognitivo-espiritual que se vino a denominar ciclo del “solve et coagula”, el
cual debe ser efectuado por innumerables veces. Quizás sea la alquimia la que de
modo más preciso, incluso pedagógico, describa las operaciones espirituales
necesarias para obrar la expansión de la conciencia y el descubrimiento del Si
Mismo, la Fuente Eterna (o mejor, las tres fuentes) en la que termina el Juego
de la Oca, pues en el resto de parábolas (Evangelios, Ciclos Artúricos, o
cualquier otra) se nos presenta al héroe, Dios, o mito, su vida y su muerte, de
un modo muy genérico, dando la impresión de que el detalle de los procesos
necesarios para alcanzar el grado espiritual de estos diversos personajes tal
vez queda relegado a un aprendizaje directo y oral. La alquimia, en cambio, en
aquellas pequeñas parcelas en las que se va descubriendo su interpretación, toma
la apariencia de un tratado exhaustivo, detallando los procesos, inclusos los
peligros y sus soluciones, a lo largo del camino iniciático. De este modo,
colegimos que Ícaro no tomó las necesarias precauciones para aproximarse al sol
de un modo lento, constante y parcial, ni regresó al suelo para volver a
ascender un poco más en cada nuevo intento; pero la alquimia sí nos advierte que
el fuego debe ser constante y moderado en los “tres hornos”. Así podemos
interpretar que Perseo utiliza su escudo como un espejo (Daath) para decapitar a
Medusa, evitando la mirada directa, es decir, evitando la aproximación rápida (a
altas temperaturas) que lleva a Ícaro a la ruina y también a Lucifer, a tenor de
algunas representaciones pictóricas de este Ángel Caído. Esto me lleva a pensar
en el Shadai, sustantivo con el que los hebreos denominaban al número Pi, pero
también lo utilizaban como uno de los nombres de YHVH. Y
es que el hombre, al buscar su centro en línea recta, no hace si no dividir su
perímetro por su propio radio, dando como resultado una cifra inconmensurable de
infinitos decimales: un muro infranqueable. Quizás sea por ello que los grandes
maestros nos susurran el consejo de una aproximación lenta, constante y
periódica, de un modo tan sencillo como en el Juego de la Oca, donde la
aproximación directa (y por tanto abocada al fracaso), se sustituye por un
armonioso sendero en espiral, donde el movimiento se convierte en un continuo
fluir no pesable, ni medible, ni cuantificable. La espiral se obra al desplazar
acompasadamente el centro de giro de un circulo para que los extremos de la
línea circunferencial no lleguen a juntarse..., nada mas hermoso que convertir
los círculos viciosos en senderos que avanzan o retroceden, con una forma y una
dinámica capaz de albergar “Sentido”, por contraposición al pertinaz y estéril
círculo. Pero el desplazamiento del centro del giro que transforma al círculo en
espiral, precisa de una polaridad enfrentada en todos los ordenes de la vida.
Incluso en situaciones cotidianas de bloqueo en las que nos parece imposible
salir del mismo pensamiento sin solución, no hay mejor ayuda que otro punto de
vista del problema: el contacto con otro universo que ostenta a su vez otro
centro de gravedad hace que ambos “centros” se estimulen y, en el mejor de los
casos, incluso pueden sintonizar como dos buenos compañeros de juego que al
pasarse la pelota mutuamente corrigen la posición de sus pies una y otra vez, o
como una pareja de baile, girando en un salón a ritmo de vals. Y esta polaridad
debe subsistir necesariamente, por imperativo racional, hasta llegar al centro
inmóvil, pues perderse dicha polaridad implicaría la desaparición del
movimiento, o mejor aún: la desaparición de la fuente de energía que lo
sustenta. Un
último dato para terminar, unos fragmentos extraídos de un articulo de René
Guénon, acerca del “Graal”, que con asombroso sincronismo acabo de leer
publicados en el monográfico de Templespaña, tan solo unos dias después de
escribir este artículo: “...«no sólo de pan -terreno- vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios» [...] y que, bajo cualquier forma
exterior con que se revista, es siempre y en definitiva una expresión o una
manifestación del Verbo divino. Por esto es por lo que, por otra parte, el Grial
no es sólo una copa, sino que aparece también algunas veces como un libro, que
es propiamente el «Libro de Vida», o el prototipo celeste de todas las
Escrituras sagradas [...] en algunas versiones, el libro es reemplazado por una
inscripción trazada sobre la copa por un ángel o por Cristo mismo.”
Me
parece preciso recordar, o informar, para quien no lo sepa, que el cáliz
custodiado en la Catedral de Valencia, que primitivamente se guardó en San Juan
de la Peña y que es “oficialmente” reconocido por Roma como el de la Última
Cena, tiene (según Atienza) un pié de plata añadido en la Edad Media con
inscripciones árabes de origen andalusí. Repitamos el extracto (lee, lee y
relee) “[...]
en algunas versiones, el libro es reemplazado por una inscripción trazada sobre
la copa por un ángel o por Cristo mismo.” Pensemos
que Almanzor arrasó Santiago de Compostela, pero respetó el sepulcro del Apóstol
y que, por otro lado, alguien anónimo, que se expresa en lengua árabe, incorpora
un pié de plata y una inscripción a un objeto de culto de una religión, no solo
ajena, sino enemiga. ¿No da la sensación de un respeto y un reconocimiento a lo
esencial que no es patrimonio de ninguna religión o civilización, sino el fondo
y final del “asunto”, patrimonio de toda la humanidad? Que el pan nuestro de
cada día nos sea dado, ni el de mañana, ni el de ayer, sería una bonita forma de
despedir este articulo, pero desear la Baraka es más sencillo y preciso y por
ello hermoso y verdadero. Baraka,
Derviche.