Monsacro

Homenaje a Rafael Alarcón
Al que nunca agradeceremos lo suficiente el haber sido artífice de nuestra búsqueda personal, iniciada entre las páginas de su obra A la Sombra de los Templarios.



  • Lugar: Monsacro.
  • Provincia o C. Autónoma.: Principado de Asturias
  • Edificaciones atribuidas al Temple:: Capilla de la Magdalena y Capilla de Nuestra Señora del Monsacro.
  • Reliquias: Arca Santa de las Reliquias e imagen románica (Virgen Negra) de Ntra. Sra. de Monsagro.
  • Observaciones: Sin documentación que avale la pertenencia al Temple pero con existencia de indicios inequívocamente templarios. Tradición dolménica en la zona.
  • Bibliografía: ATIENZA, JUAN G., Los enclaves templarios, ed. Martínez Roca, Barcelona, 1995; ALARCÓN, RAFAEL, A la sombra de los Templarios, ed. Martínez Roca, Barcelona, 1998.
  • Hemerografía: DE LUIS, CARLOS Mª, Tras las huellas de los templarios, diario La Voz de Asturias, 17-2-1985, y serie de artículos en el mismo diario de fechas 27/1/85, 3/2/85, 10/2/85, 24/2/85, 3/3/85, 10/3/85, 17/3/85 y 24/3/85.


  • Textos: Fernando Arroyo
  • Fotografías: Jorge L. Fernández Palacios
  • Dibujos: Rafael Alarcón
  • Diseño: Fernando Arroyo



Mapa de situación

Saliendo de Oviedo en dirección sur, en el concejo de Santa Eulalia de Morcín nos encontramos con la mole rocosa del Monsacro, montaña sagrada ancestral. El itinerario para alcanzar el lugar se encuentra en Rutas de Asturias, de Magín Berenguer, una de las mejores guías existente del Principado. Se puede subir en vehículo por la pequeña carretera de San Sebastián de Morcín y luego a pie, de los 150 a los 800 metros de altura, se alcanza la Silla del Obispo, y, a unos trescientos metros, una pequeña meseta cercana a la cumbre llamada la Majada de las Capillas, por las dos capillas medievales que allí se encuentran, denominadas capilla de abajo y capilla de arriba por su situación geográfica relativa a los extremos que ocupan, las cuales se hallan separadas por el Prau del Ermitaño.

Carlos María de Luis, en una serie de artículos publicados en 1985 en el diario La Voz de Asturias, y más concretamente en el que lleva por título Tras la huella de los Templarios, describe los templos del Monsacro y explica la tradición dolménica, basada en el pozo de la ermita octogonal, que es un pozo dolménico. También basa esta tradición en el nombre que recibe dicho pozo: el pozo de Santo Toribio. La convergencia fonetica con una lengua indígena prerromana, Taurus, cuyo equivalente medieval es Turo, significa montículo, y de estas raíces saldría el nombre de Toribio.

En los otros artículos de dicha serie se habla de las leyendas del Monsacro, basadas en el Arca de la catedral de Oviedo, que estuvo en la cima del monte, y de los extraños monjes del Monsacro.

Vista panorámica del Monsacro

La capilla de abajo, datada en el siglo XIII, es de nave rectangular y ábside en cabecera semicircular, orientada al este y cuyo estilo denota un románico tardío. Esta dedicada a la Magdalena y probablemente es lo único que queda de una posible encomienda.

Capilla de abajo o de La Magadalena

Pero nuestro mayor interés se centra en la capilla de arriba o de Nuestra Señora del Monsacro, que confiere al enclave su mayor misterio.

Capilla de arriba o de Nustra Señora del Monsacro Aproximación a la capilla octogonal de arriba o de Nuestra Señora del Monsacro

Es una capilla de planta octogonal que por su estructura corresponde al románico, pero la ausencia de elementos arquitectónicos secundarios hacen imposible saber a que período concreto. Si perteneció al románico primitivo o al románico tardío es cuestión que suscita polémicas actualmente sin solución.

A lo largo del tiempo a sufrido varias reestructuraciones habiéndole sido añadidas cada una de las cuatro partes de las que consta, siendo la nave octogonal de lados desiguales y mampostería irregular la más antigua.

La portada situada al Noroeste con signos de haber sido restaurada en diferentes épocas, es sencilla y sin decoración. Al Oeste tiene una pequeña ventana y unos curiosos huecos, dos por cada lado del octógono, en la parte superior de los muros a unos dos tercios del suelo.

Portada de Nuestra Señora del Monsacro

En el lado Este del octógono tiene un ábside de dos tramos: uno rectangular y otro semicircular con sillares tallados, aunque en su casi totalidad esté levantado con mampostería irregular. Es también de estilo románico y de no mucho tiempo después a la construcción principal. Interiormente estuvo cubierto de pinturas, algunas de las cuales alcanzó a ver y fotografiar J.M. González en 1958 pero que hoy han desaparecido, representando escenas de la Virgen con el Niño y una curiosa vista de la ermita de abajo por su cara sur.

Vista lateral de Nuestra Señora del Monsacro

Junto al ábside, en el lado Sureste, se encuentra un recinto trapezoidal irregular excavado en la propia caliza de la ladera que se denomina la "Cueva del Ermitaño". Su cubierta y arcos son de medio punto, por lo que se deduce su origen igualmente románico.

En el interior de la capilla el empedrado del suelo parece haber sido retocado recientemente, perdiendo su disposición primitiva, mientras que en el lado Sur conserva un curioso altar hueco que cubre un pozo de un metro de profundidad, el "Pozo de Santo Toribio"; donde se cree estuvo el Arca de las Reliquias de la Cámara Santa de Oviedo, después de su desembarco en Luarca procedente de Tierra Santa, tal como recoge Jesús Evaristo Casariego en su obra El arca de las reliquias... Este pozo actualmente no tiene agua, pero la gente extraía tierra milagrosa. Cerca de las dos capillas se descubrió una necrópolis precristiana de tipo tumular, lo que le confiere al lugar su carácter sagrado más ancestral. En Los enclaves templarios, Juan G. Atienza nos dice que “casi sin lugar a dudas, la religiosidad inspirada por aquel espacio fue asimilada también por anacoretas de los primeros tiempos del Cristianismo”.

Altar hueco situado sobre el Pozo de Santo Toribio

Finalmente, la cuarta parte de la construcción son las bóvedas, realizadas en piedra porosa ligera traida de otro sitio, mientras que los muros están elevados utilizando la caliza tan abundante en el Monsacro. Además, la bóveda del octógono se sustenta internamente mediante arcos ojivales cuyos nervios se unen en el centro, solución típicamente gótica y por tanto posterior al resto de la capilla.

Tal como señala Rafael Alarcón, en A la sombra de los templarios, "esto podría carecer de importancia si no fuera por las consecuencias que de ello se derivan para la estructura general del edificio. Efectivamente, M.A. Cadrecha apunta la hipótesis de que primitivamente la cubierta del octógono fuera de madera con un apoyo central en forma de columna, bien de madera o de piedra, que encajaría en el extraño hueco del suelo en el centro del octógono. Volvemos a encontrar pues -dice Alarcón- el esquema de la columna central, el "Axis Mundi" o "Arbor Vitae", en un edificio poligonal. Pero hay algo más: es muy posible que junto con la existencia de un soporte central ligado a él debamos suponer la presencia de un segundo piso interior en la capilla, realizado en madera, que se sustentaría tanto en la supuesta columna central como en los muros laterales, en éstos mediante los curiosos huecos, ya señalados, que cual mechinales aparecen emparejados en cada lado del octógono.

Planta del templo de Nuestra Señora del Monsacro

Con todos los elementos citados obtenemos una composición de conjunto en la que la distribución espacial del edificio en su forma original nos remite al esquema general tantas veces citado en relación con las capillas poligonales del Temple: la cueva, el altar inferior, el árbol central, la estancia superior. Esquema que hemos visto repetido en San Baudelio de Berlanga, la Vera Cruz de Segovia y la Rotonda de Tomar...

Pero los enigmas de la capilla octogonal del Monsacro no terminan en su peculiar estructura y en sus posibles variantes sobre el modelo original, antes bien, comienzan con dicha estructura y su posible funcionalidad sincrética perpetuando cultos "paganos" ancestrales.

C. Cabal, en su obra Alfonso II el Casto, opina que la ermita octogonal del Monsacro debe su traza poligonal al hecho de haber sido construida sobre la planta de un dolmen o túmulo dolménico, cuya cámara funeraria se correspondería con el Pozo de Santo Toribio, antes citado. Y P. Luis Alfonso de Carvallo, en Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, nos informa que el recuerdo de Santo Toribio estaba tan enraizado en los dólmenes que la tradición popular asturiana lo consideraba a efectos devocionales, como patrón de tales monumentos prehistóricos.

En realidad -continúa refiriéndonos Alarcón- no se trata más que de la cristianización sincrética de antiguas piedras sagradas, tras el "anatema sobre los adoradores de piedras" lanzado en los primeros tiempos del cristianismo. Así, sobre los sagrados dólmenes surgen las sagradas iglesias, como es el caso de las asturianas emplazadas en Abamia, Mian y Cangas de Onís, de cuya cripta dolménica los devotos extraían tierra milagrosa y curandera, tal como nos recuerda Atienza en sus obras Guía de la España Mágica y Los supervivientes de la Atlántida.

Sobre la historia de este singular enclave, señala el propio Atienza que “el rey Fernando II de León entregó el Monsacro a un fraile, Rodericus Sebastiánez, sin más especificaciones, pero que pudo ser, seguramente, un frater templario, si recordamos los favores que este rey leonés concedió a la Orden.

Por su parte, Alarcón, nos explica que no existe documentación que atribuya estas capillas a una congregación o comunidad especifica, salvo un documento del Rey Fernando II de León, fechado a 1 de Julio de 1.158, por el cual otorga el territorio comprendido entre la meseta y la cumbre del Monsacro a unos fratres de Monte Sacro, por lo que parecería lógico atribuir a estos fratres la construcción de estas capillas. Pero, ¿quiénes son estos fratres misteriosos? El documento real hace referencia a fratres: hermanos, y no ermitaños o monjes. También dicho documento se refiere a una comunidad ya establecida y no a una que se crea como consecuencia de la donación. ¿Se trata de "fratres milites" o "freyres milites", denominación habitual de los hermanos del Temple durante el medievo?

Otros indicios que afianzan más la teoría de que estas capillas son de origen templario y que nos encontramos ante una encomienda templaria son:

1.- El enclave geográfico de origen mágico-sagrado: el hecho de haber descubierto en el asentamiento de la capilla circular un conjunto tumular de origen megalítico, con elementos considerados talismanes y dólmenes de la misma época, uno de los cuales yace debajo de esta capilla, hace pensar en la convergencia sobre este enclave concreto de fuerzas telúricas, aspecto muy valorado por los Templarios a la hora de situar sus capillas octogonales con fines iniciáticos.

2.- La adoración en esta capilla de una Virgen Negra, Ntra. Sra. del Monsagro, de origen atribuido a varias leyendas y hoy perdida por los avatares de la Guerra Civil, otra característica de los Templarios.




Apuntes históricos y tradicionales

La Virgen del Monsacro: la Dama Negra del dolmen

A la sombra de los templarios, Rafael Alarcón


Cultos precristianos del Monsacro

Existían en el medievo dos ramales del Camino de Santiago que desde las Asturias de Oviedo pasaban al Reino de León, y viceversa, claro. Uno cruzaba el puerto de Pajares hacia León capital, otro se aventuraba por el puerto de Ventana hacia Ponferrada. Ambos partían de Oviedo hacia el sur y, tras cruzar el río Nalón, se bifurcaban camino de sus respectivos puertos de montaña bordenado la maciza mole rocosa del Monsacro.

Tanto los peregrinos que arribaban a Oviedo por los caminos de la costa, haciendo etapas hacia Compostela, como aquellos que subían expresamente desde León para visitar la Cámara Santa y el Arca de las Reliquias, antes de continuar hacia Galicia, observaban con un temor reverente y supersticioso la silueta del Monsacro, elevando su cumbre a 1.057 metros como queriendo escapar al abrazo de los riachuelos Morcín y Riosa, que socavan su base lenta pero inexorablemente.

Sin embargo, tras visitar Oviedo y conocer allí la piadosa leyenda sobre Santo Toribio y el Arca Santa, muchos peregrinos emprendían la sinuosa ascensión de la Cumbre Sagrada para poder recoger los cardos milagrosos que crecen en su cima, tomar un puñado de tierra curativa extraída del pozo interior de la capilla octogonal, que corona la montaña mágica, y orar piadosamente ante Nuestra Señora del Monsacro: la Dama Negra del dolmen, custodiada en aquel entonces por unos "fratres" misteriosos.

A la hora de estudiar esta iglesia poligonal, la más enigmática de todas, a la ya tradicional ausencia de documentación se une en este caso la ausencia de investigaciones y estudios contemporáneos, producto en gran medida de la agreste situación del edificio -las nieves del invierno y los barrizales del deshielo primaveral, unidos a las lluvias otoñales, impiden durante la mayor parte del año el acceso a la capilla, que no ha permitido siquiera el conocimiento de su existencia, fuera del Principado, hasta fechas muy recientes y ello en forma parcial y con escasa difusión (J.M. González, Monsacro y sus tradiciones, en rev. Archivum del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo, núm. VIII págs. 48 a 81, Oviedo, 1958; M.A. Cadrecha, M.R. Piquero y J. Santiago, La Capilla de Santo Toribio en el Monsacro, una tradición asturiana hecha piedra, en rev. Magister de la Escuela Universitaria de Magisterio de Oviedo, núm. 2 págs. 25 a 66, Oviedo, 1984)

En el Monsacro podemos rastrear, en cuatro fases esquemáticas, la continuidad de los cultos religiosos que desembocaron en la construcción de la capilla de Nuestra Señora de Monsagro.

1.- En la cima del monte y más concretamente en los alrededores de la capilla octogonal se ha descubierto un importante conjunto tumular, de origen megalítico, cuyos ajuares funerarios contenían hachas de piedra pulimentada, es decir exvotos rituales conocidos en el medievo como "piedras del rayo" y considerados talismanes. A esta fase cultural pertenecerían también los dólmenes, uno de los cuales yace bajo la capilla, mientras que otro situado en sus cercanías -explanada del Pico de Granda- ha desaparecido sin dejar rastro, como exponen en sus Apuntes el padre Ramón Martínez, que fuera párroco de Santa Eulalia de Morcín desde 1912 a 1936, y también C. Cabal en su obra Alfonso II el Casto. Se trataría de un culto a la Gran Madre efectuado en los santuarios dolménicos, emplazados allí porque el monte era un lugar de poder, y en cuyo contorno eran inhumados los cuerpos porque se esperaba obtener así el poder regenerador de la tierra sagrada.

2.- En un monumento protohistórico o primhistórico, los habitantes preromanos añadirían al culto de la Gran Madre un culto heliolátrico, cuyo rastro ha llegado hasta nosotros en la costumbre de recoger los cardos "mágicos" o "sagrados", símbolo solar por excelencia entre los pueblos norteños. Esta asmilación, símbolo solar-Gran Madre, se detectará posteriormente en la Virgen Madre del medievo.

3.- Con la llegada de los romanos, los astures semirromanizados y los propios latinos asimilaron los cultos precedentes con el culto a Júpiter, al que estaban dedicados casi todos los montes sagrados, datando de esta época el nombre de Montem Sacrum, Monte Sagrado, Monsacro, no como una inauguración de la sacralidad del monte, sino como una confirmación de su antigüedad.

4.- La cristianización, inicialmente tan superficial como la romanización, pone fin a los cultos precedentes. Los concilios toledanos del 681 y 682 lanzan su anatema sit veneratoribus lapidum; el concilio de Rouen, el 698, condena a los que ponen velas votivas en los dólmenes y menhires o hacen promesas y oraciones ante ellos; y el concilio Cesaraugustano XII establece en su canon IV que "a nadie se permitirá ir en romería a los montes...". Pero los astures, que a duras penas soportaban una leve capa de barniz cristiano, persisten obstinadamente en subir al Monsacro con sus ofrendas y ritos para festejar a la Gran Madre en los templos de los Antiguos, los dólmenes, porque allí y sólo allí, en aquel enclave preciso y en razón de la naturaleza geológica, podía darse la experiencia mágica trascendente, el fenómeno místico-mistérico, el milagro. Por tanto, ante la inconveniencia "política" de suprimir totalmente el culto a la Gran Madre en el Monsacro, se optó por su "legalización", es decir, la iglesia dominante oficializó el culto allí implantado asumiéndolo como propio, por el simple y sencillo método de levantar en la cima una capilla -o dos si viene al caso- que sacraliza legalmente el enclave, sustituyendo el culto a los dólmenes por el del Pozo de Santo Toribio y el culto a la Gran madre Tierra por el de la imagen negra de Nuestra Señora del Monsagro.

La imagen románica de esta Virgen ha desparecido, en la época infortunada de la Guerra Civil, junto con las de Santa Catalina, Santa María Magdalena y Santiago Apóstol que la acompañaban en el retablo de su ermita octogonal y dolménica. Entre 1900 y 1936 la imagen que presidía el retablo de la capilla de arriba era la de Santa Catalina, por ello los últimos párrocos de Santa Eulalia de Morcín, parroquia de la que depende la capilla del Monsacro, tenían a Santa Catalina por titular de la ermita de arriba, aunque esta creencia no está avalada por testimonios antiguos, antes bien éstos apuntan hacia la titularidad de Nuestra Señora del Monsagro. Es igualmente erróneo y moderno el apelativo de La Magdalena, dado a la capilla de arriba, pues parece pertenecer desde antiguo a la capilla de abajo: este error puede provenir del cambio propiciado antiguamente por la cristianización, que intentó cambiar el topónimo Monsacro, de claro origen pagano, por el de Pico de la Magdalena.

Pero volviendo a la imagen románica desaparecida, subsisten datos suficientes, dentro de su escasez, como para sospechar fundadamente que se trataba de una Virgen Negra, sustituta de una divinidad anterior que representara a la Madre Tierra o al menos aglutinadora de los cultos que se le tributaran a aquella.

Tales datos podemos agruparlos en dos bloques: la leyenda sobre la aparición de la Virgen del Monsagro, uno, y los ritos ancestrales que persisten en el culto actual, otro.



La leyenda de la Virgen del Monsacro

A continuación exponemos una reconstrucción en base a las diversas variantes de la leyenda, que incluyen elementos distintos, debido a las deformaciones y omisiones lógicas que se han podido producir al trasmitirse oralmente y desarrollarse en pueblos distantes, pero conservando lo esencial en un fondo común. La versión que narra Alarcón, y que será la que nosotros reproduciremos, está elaborada sobre las variantes recogidas en Buedia, Trubaniello, Teverga y Tuñón, teniendo en cuenta que excepto Trubaniello todos ellos tienen tradición de haber pertenecido al Temple.

Cuando, pasado el peligro de invasión islámica, el rey Alfonso II trasladó el Arca Santa de las Reliquias desde el Monsacro a la ciudad de Oviedo, la capilla de arriba quedó abandonada y sin culto. No podía consentir el cielo que el Monte Sagrado cayese en el olvido, por lo cual "obró Dios un milagro singular en tiempos de moros" (sic.).

Encontrándose en la cima apacentando sus reses, vio un vaqueiro -de Llanera o de Siero, que eso bien no se sabe- cómo se le entraba el buey rubio por la abierta capilla octogonal; pasando en su busca lo halló arrodillado ante el altar de Santo Toribio, sin cesar de escarbar y mugir. No pudo el vaqueiro retirar al animal, que persistió en su actitud todo el día, y al caer la tarde corrió el pastor hasta el pueblo para dar noticia del caso. Tanto porfió el buen hombre que, a pesar de la desconfianza que su raza vaqueira suscitaba (ver la Guía de los Pueblos Malditos Españoles, de Juan G. Atienza, y Los Pueblos Malditos, de J.M. Miner Otamendi), sin esperar al otro día emprendieron algunos aldeanos la ascensión del Monsacro precedidos por el cura del lugar, llegando a la cumbre de noche cerrada.

Ante el asombro general, encontraron al animal en la misma postura y aureolado por dorado resplandor, por lo cual, entendiendo el sacerdote ser aquello cosa divina, ordena que remuevan el altar y caven en el pozo del Santo. El resultado es que a los pocos golpes aparece una caja cerrada, la cual una vez abierta mostró contener una preciosa imagen de la Virgen Madre, toda morena "cual moza que baja de la braña" (sic.), con un niño en su regazo. Deciden colocar tan milagroso hallazgo en la capilla de abajo, que se encontraba en buen estado y capaz de albergar con dignidad la divina imagen; después regresan todos al pueblo, tras dejar de guardia al vaqueiro junto con otros voluntarios.

Pero cuando al día siguiente llegan las autoridades y el tropel de curiosos, tras abrir las puertas contemplan consternados el vacío altar. La imagen ha desaparecido. Todo son recriminaciones a los guardianes, que acaban acusando del robo al infeliz vaqueiro, sospechoso de pagano entre otras mil atrocidades, el cual es prestamente condenado a la horca, que se improvisa en el árbol más cercano. Mas cuando la injusta sentencia está a punto de cumplirse, desde la puerta de la ermita de arriba llegan los mugidos del buey, nuevamente aureolado de luz; corren todos a la capilla octogonal, van al pozo y en su fondo encuentran caja e imagen. Los rudos labradores no ven el asunto nada claro, hay quien habla de milagro y quien persiste en creer culpable al vaqueiro, por tanto deciden doblar la guardia esa noche al tiempo que ponen al infeliz pastor en un cepo "con duros fierros".

A la mañana siguiente la imagen ha desaparecido otra vez, a pesar de que el vaqueiro está completamente inmovilizado en su cepo de la ermita de abajo. Tornan a trotar hacia la ermita de arriba y ya estaba el buey esperando a la puerta; una ojeada al pozo y en su fondo caja y Virgen, que son de nuevo llevadas a la capilla de la Magdalena. Redoble de la guardia nocturna y miradas de soslayo al vaqueiro, a quien comienzan a calificar de brujo.

Ante la desesperación general, los vigilantes amanecen dormidos y ausentes imagen y vaqueiro. Y ya está otra vez el buey pregonando su reclamo desde la capilla octogonal; pero esta vez la sorpresa es doble, pues allí está el vaqueiro aherrojado en su cepo y la Virgen en el fondo del pozo. Comprenden por fin que el vaqueiro es inocente y que todo aquello ha sido la forma en que Nuestra Señora del Monsacro ha querido manifestar su deseo de que reconstruyan la capilla de arriba y la dejen en ella. Como era de esperar, el vaqueiro quedó allí como ermitaño de Nuestra Señora (ver En busca de la Historia perdida, de Juan G. Atienza), muriendo de avanzada edad con fama de hombre santo, lo que, dicho sea de paso, es más de lo que podía esperar un vaqueiro del medievo.

Una variante deformada de la leyenda -pero que curiosamente es la que se ofrece como "versión oficial"- hace aparecer una imagen de La Magdalena en la capilla de abajo, la que al ser trasladada a otro lugar vuelve a la citada capilla, y ello por siete veces, hasta que deciden dejarla allí (Ramón Martínez, Apuntes; L. Giner Arivau, "Folklore de Proaza", en Biblioteca de las Tradiciones Populares Españolas, tomo VIII).



Ritos y simbolismo tradicional

En cuanto a los ritos se refiere, tenemos en primer lugar las cinco romerías principales que se celebran hasta la cumbre del Monsacro:

  • 2 de julio: Visitación de Nuestra Señora
  • 22 de julio: Santa María Magdalena
  • 25 de julio: Santiago Apóstol
  • 15 de agosto: Asunción de Nuestra Señora
  • 8 de septiembre: Natividad de la Virgen María

La costumbre de estas fechas es muy antigua; documentalmente podemos retroceder hasta el verano de 1521, y en el siglo XVIII era todavía tan general y popular la concurrencia que verse privado de ellas resultaba una gran contrariedad, a pesar de lo fatigoso del ascenso.

Al margen de que la suma cabalística de estas fechas resulte ser 9, el 8 del octógono más el 1 central invisible, son destacables las advocaciones a que corresponden, entre ellas la de Santa María Magdalena. Tanto por el hecho de ser ésta uno de los santos asociados al transporte e implantación de Vírgenes Negras, como por la circunstancia de que en su romería, el 22 de julio, tenían por costumbre reunirse los "vaqueiros" afincados en los concejos de Llanera y Siero, aquellos a los que se supone pertenecía el vaqueiro que en la leyenda encontró la imagen de la Virgen. Y puesto que hemos nombrado la Cábala, destaquemos el hecho de que, según la tradición, los romeros que suban a la cumbre del Monsacro duarnte siete años consecutivos obtendrán numerosas y especialísimas indulgencias; siete, un número mágico por excelencia cuya importancia esotérica salta a la vista por sí sola.

Por otro lado tenemos el ascenso zigzagueante por el monte, caminar ascendiendo lentamente en contacto con la naturaleza, lo cual constituye una verdadera accesis iniciática para los romeros, que se impregnan así de los efluvios telúricos del monte sagrado. Finalizado el ascenso, era preceptivo recoger tierra del pozo de Santo Toribio y algunos cardos de los que crecen en el entorno de la ermita; ambos elementos tenían una finalidad mágico-profiláctica, o lo que es igual milagroso-curativa, hasta el punto de que los que no podían asistir encarecían a sus parientes para que les trajeran tan preciadas reliquias. Ambos elementos no son sino símbolos del antiguo culto al Sol y a la Gran madre-Tierra, los cuales solían ir unidos en la antigüedad hasta el punto de que tal emparejamiento persistió en los cultos sincréticos cristianos, como es el caso de las Vírgenes Negras. Así, Nuestra Señora del Monsacro es encontrada por un buey, animal eminentemente solar; es más, se trata de un buey "aureolado de luz" y de un "buey rubio", cuyo dueño pertenece a una raza especial de hombres marginados desde tiempos antiguos, relacionados con la cría de ganado, la construcción y la metalurgia. Y no olvidemos que los templarios procuraron simepre asentarse en, o cerca de, los enclaves ocupados por esos pueblos malditos: los maragatos del Bierzo, los brañeros de Logrosán, los agotes de Navarra, los vaqueiros de Somiedo... Pero es pronto aún para que el Temple salga a escena.

Antes debemos detenernos un momento en ese santo tantas veces nombrado, Santo Toribio, y en lo que vino a hacer por estas tierras.



Santo Toribio y el Arca de las Reliquias

La tradición cristiana, anterior a la imagen de Nuestra Señora del Monsacro, coloca en la capilla octogonal, concretamente en el Pozo de Santo Toribio, el Arca Santa de las Reliquias, que estuvo allí guardada y recibiendo culto hasta que el rey Alfonso II el Casto (791-842) ordenó su traslado a la Sancta Ovetensis por él reedificada. ¿Cómo llegó el Arca Santa al Monsacro? ¿Quién la trajo? Son cuestiones difíciles de elucidar.

La versión clásica nos dice que en Jerusalén existía, desde tiempos apostólicos, un Arca Santa en la que se habían ido reuniendo una serie de reliquias del Nuevo y Viejo Testamento a los largo de los años. Cuando el rey de los persas, Cosroes, invadió Tierra Santa y conquistó Jerusalén, en el 604, el obispo de la ciudad ordenó esconder el Arca, pero como no le pareció seguro el lugar pasó a África con su cargamento. En este continente, quizá en Egipto, permaneció el Arca hasta que las invasiones árabes volvieron peligroso el lugar; entonces volvió a ponerse en camino el sagrado tesoro, que, transportado a mano de hombres devotos y fieles, llegó hasta Toledo, en el reino visigodo de Hispania. Cuando la marea sarracena inundó nuestro país, el Arca emprendió el camino de las montañas astures, para recalar en una cueva del Monsacro hasta que Alfonso II la colocó en la capilla de San Miguel, en su palacio, que sería conocida como Cámara Santa (ver Guía de la Catedral de Oviedo, de J. Cuesta Fernández).

Cámara Santa de la Catedral de Oviedo
Interior de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo,
donde el rey Alfonso II (791-842) guardó el Arca de las Reliquias.

La versión tradicional, por su parte, nos cuenta como Santo Toribio de Astorga -erróneamente llamado de Liébana-, que vivió en el siglo V, se encontraba de peregrinación en Jerusalén cuando se enteró de la invasión persa que se avecinaba sobre los Santos Lugares. Entonces, por inspiración divina, reunió cuantas reliquias pudo, hizo doce grupos que metió en otras tantas cajitas y éstas a su vez en un Arca primorosa. Acabada su recolección se embarcó con el Arca para ponerla a salvo, arribando milagrosamente a las costas asturianas. De la costa se encaminó al Monsacro, nueva inspiración divina de por medio, a cuya cumbre ascendió cargado con su sagrado tesoro; mas como se le hacía pesada la carga, se paró a descansar en un saliente de la roca, a la derecha del sendero septentrional, cerca de la cumbre, que por ello es conocido todavía como "silla del obispo". Llegado a la cumbre depositó el Arca Santa en el interior de un dolmen, en el punto conocido después como "Pozo de Santo Toribio", dedicándose a continuación a la construcción de una ermita sobre la cueva dolménica, que puso bajo la advocación de Nuestra Señora, pues en ella entronizó una imagen de la Virgen que había traído de Jerusalén, junto con las reliquias, y que se decía haber sido tallada por el mismísimo San Lucas evangelista. Dice una tradición que la imagen negra de Nuestra Señora de la Encina, virgen templaria de Ponferrada aparecida al construir el castillo, había sido traída de Jerusalén por Santo Toribio.

Para armonizar ambas versiones sobre el Arca Santa, clásica y tradicional, se ha sugerido, muy salomónicamente, que primero llegaron al Monsacro las reliquias traídas por Santo Toribio de Astorga, en el siglo V, y más tarde las procedentes de Toledo, en el siglo VIII, las cuales se fundieron en un solo grupo, que Alfonso II trasladó a Oviedo. Esto presupone que, al menos desde el siglo V, el Monsacro era un lugar importante como centro sagrado devocional, lo bastante importante como para convertirse en refugio sucesivo de las oleadas de reliquias que venían del sur pretendiendo escapar al invasor musulmán.

De otra parte, también deberíamos creer en el viaje de Santo Toribio de Astorga a Jerusalén, lo cual, si no imposible, al menos es dudoso que sucediera, cuando menos en los términos que expresan las leyendas. La base para tal atribución estriba en el hipotético viaje efectuado a Tierra Santa por el obispo de Astorga, tal como lo cuentan en Liébana, fruto del cual sería el fragmento de la Vera Cruz, el mayor conocido en la cristiandad, que se supone depositó a la vuelta en el Monasterio de San Martín de Turieno, en Liébana, Cantabria, al este de Peña Sagra. El cual, curiosamente, no cambió su nombre de Martín por el de Toribio hasta el siglo XII, cuando creyó descubrirse allí la tumba del santo.

Aclaremos aquí que existen dos santos españoles de igual nombre: Santo Toribio de Astorga, obispo de dicha ciudad leonesa que combatió la herejía de Prisciliano, muriendo el 460 dicen que en el Monasterio lebaniego de San Martín de Turieno (luego llamado Santo Toribio); y Santo Toribio de Liébana, obsipo de Palencia, que terminó la obra del anterior combatiendo los últimos restos de la herejía priscilianista, muriendo el año 563 en el citado Monasterio de San Martín, hoy conocido como "Santuario del Lignum Crucis" (ver Santo Toribio, Obispo de Astorga, de Luis A. Luengo).

Anteriormente hemos citado el "patronazgo" dolménico de Santo Toribio de Astorga, pero ¿de dónde le puede venir al santo su cualidad de protector o patrón de dólmenes? Quizá porque se trata de un sincretismo cristiano, mediante el cual se pretendió sustituir el culto supersticioso a un genio pagano de los dólmenes. El intento no es original; en La Calzada (La Rioja) ya se realizó con Santo Domingo, otro ermitaño constructor, quien antes de levantar la iglesia -luego Catedral- de Nuestra Señora ya oficiaba misa en un gran dolmen conocido como "Mesa del Santo", presidiendo la ceremonia una Virgen Negra hoy perdida. La existencia del genio dolménico ha persistido sin embargo en la mente popular, que denomina tales monumentos con apelativos referentes siempre a un personaje mágico y poderoso: palacio del hada, choza de la hechicera, casa de la bruja, cueva del moro encantado, casa del gigante, refugio del gnomo...

J.M. González, en Monsacro y sus tradiciones, ha apuntado la posibilidad de que la relación Toribio-dolmen provenga de un fenómeno lingüístico de convergencia fonética, similar al que en Galicia ocasionó que de "bollo", túmulo dolménico, surgiesen Santa María del Bollo, San Martín del Bollo, o el curioso San Bollo: San Dolmen. En Asturias la deformación vendría de la base prerromana taurus, que designaría diversos túmulos funerarios -dolménicos o no-, evolucionando a turo -diminutivo turelo (Los "bollos" y "mamoas" gallegos recibían también el nombre de "turelo", como consta en documentos del siglo VIII "illa mamola ubi vocitant turelo". A.C. Floriano, Diplomática española del período astur)-, turumbo, torimbo y torimbio -diminutivo turiello y toriello-. Del genio innominado de los torimbo-torimbio a Santo Toribio patrón de los dólmenes hay sólo un paso, un paso que evidentemente alguien dio gustoso. Entre las muchas variantes toponímicas actuales en Asturias, referidas a los túmulos, podemos citar: Toraño, Torayo, Toroyes, Turuelles, Torín, Toriezo, Turanzos. Este último nos remite a aquel Turienzo de los Caballeros, en pleno Bierzo leonés, que perteneció a los templarios. Curiosamente, en Liébana parece que sucedió una asmilación semejante a la del Monsacro, pues de llamarse San Martín de Turieno, que proviene de turo-turelo: túmulo, el monasterio pasó a ser de Santo Toribio.

Al margen de estas consideraciones filológicas, no debemos pasar por alto un dato de indudable interés, pues nos ayuda a concretar la presencia de una Virgen Negra en el lugar, como es el hecho de que cuando Santo Toribio llega a la cima del Monsacro no consagra la ermita, por él edificada, al Arca Santa nia a ninguna de las importantísimas reliquias que contiene, sino a Nuestra Señora, cuya imagen fabricada por San Lucas ha traído consigo de Jerusalén, siendo ésta una de las características típicas de toda Virgen Negra que se precie. Ítem más, cuando el rey Alfonso II traslada el Arca Santa a Oviedo no parece que se lleve con ella ninguna imagen de la Virgen, al menos las crónicas no dejan constancia de tal hecho ni la tradición lo señala. Sin embargo, según la leyenda, al poco de quedarse el Monsacro sin sus reliquias aparece, milagrosamente, la imagen de Nuestra Señora del Monsacro, como si alguien estuviese esperando que desapareciesen de la escena las reliquias para colocar en primer plano de la devoción a la Virgen Negra del Monte Sagrado, traída por San Dolmen tras peregrinar a la ciudad sagrada por excelencia, a la ciudad que se consideraba el Centro del Mundo. Según los Cronicones, una imagen románica (sic.) llamada Virgen del Monsagro fue donada a Covadonga por Alfonso I el año 740 (Vicente Risco, España Sagrada, tomo XXXVII).

Tengamos también en cuenta que la aparición de la Virgen, o su vuelta al culto tras ser desenterrada, no significa necesariamente un culto mariano anterior; sencillamente es posible que se aprovechase el vacío dejado por las reliquias, sobre todo si consideramos que las Vírgenes Negras comienzan a aparecer alrededor del siglo X-XI, que Santo Toribio no pudo traer de Jerusalén ninguna imagen de la Virgen en el siglo V y que, en caso de haberlo hecho, no habría sido desde luego de las realizadas por San Lucas, por la sencilla razón de que este evangelista jamás fue tallista o escultor. Todo lo cual nos coloca en presencia de una leyenda fundacional en la cumbre del Monsacro, una leyenda que interesaba difundir a alguien por motivos particulares.



La alargada sombre del Temple

Cuando, pasado el peligro islámico inminente, el rey Alfonso II el Casto se lleva a Oviedo el Arca de las Reliquias, como base fundacional de su nueva iglesia aúlica, aprovechando el rechazo que la Iglesia siente por las romerías a los montes sembrados de piedras paganas, el santuario primitivo del Monsacro queda abandonado.

Sin embargo, es muy posible que los campesinos semipaganos continuasen subiendo allí para realizar sus prácticas supersticiosas y sus ritos ancestrales sobre las piedras dolménicas; es posible que, entre el pueblo llano y semicristianizado de rudos montañeses, persistiese la tradición sagrada de la montaña con fuerza suficiente como para que, en el siglo XII, alguien tomase la iniciativa de restaurar los cultos en el enclave del Monte Sagrado, entre túmulos y dólmenes conservados aún en buen estado.

Alguien que se tomó el trabajo de elaborar la leyenda de Santo Toribio, como portador de la Virgen Negra, y la leyenda sobre la reaparición milagrosa de la imagen, a cargo de un toro-buey -nótese la curiosa concordancia entre toro-buey y Toribio, aunque sólo sea a beneficio de inventario-. Alguien que se tomó el trabajo de crear una comunidad religiosa de "fratres", que controlase el enclave espiritualmente y administrase los poderes "mágicos" allí manifestados. Alguien capaz de construir una iglesia octogonal, sobre los restos del monumento precedente y del dolmen de Santo Toribio, añadiéndole los elementos que hicieran de ella un instrumento mistérico de accesis trascendente, porque allí se manifestaban unos poderes -en forma de fuerzas telúricas- que podían ser manejados provechosamente por quienes tuviesen las claves de la arquitectura Sagrada, aquella donde el símbolo es vehículo de conocimiento. Pero ¿quién o quiénes pudieron realizar esa labor de restauración sagrada del Monte, implantando una Dama Negra extraída de la piedra del dolmen? ¿Tal vez los templarios...?

En la colección diplomática del Monasterio de San Vicente, de Oviedo -Luciano Serrano, Cartulario de San Vicente de Oviedo (781-1200)-, aparece el único documento que poseemos sobre la comunidad religiosa que habitó en el Monsacro desde el siglo XII.

Se trata de un documento de donación, por el cual el rey Fernando II de León y su hermana la reina de Asturias, Doña Urraca, otorgan el territorio comprendido entre la meseta y la cumbre del Monte Sacro, amén de ciertos pastos para ganado fuera de dichos términos, a un tal "frater" Rodericus Sebastianis y a unos "fratres de Monte Sacro", con fecha 1 de julio de 1158.

Teniendo en cuenta la fecha del documento, mediados del siglo XII, parece lógico atribuir a esta comunidad la construcción de la capilla del Monsacro, junto con la implantación del culto a la imagen románica de la Virgen, puesto que la donación, si no es que legaliza una reciente ocupación de facto, parece propia de un momento fundacional en el que se arbitran medidas para el asentamiento de una comunidad con el levantamiento de las construcciones pertinentes tras la obtención de los terrenos necesarios.

Que la comunidad de "fratres" debió de ser importante lo atestiguan los propios edificios, puesto que de haber consistido en cuatro ermitaños trogloditas no habrían necesitado para nada dos iglesias de esas características; se sabe además, por los escasos restos conservados, que tuvieron algún otro tipo de edificios de carácter conventual y un cementerio situado junto a la ermita de abajo, de La Magdalena, lo cual no deja de resultar curioso puesto que, según la teoría funeraria de los arqueólogos de pro respecto a los edificios poligonales, debería haber estado en la de arriba. Esta situación de conjunto nos recuerda bastante, salvando las diferencias, la que presenta la encomienda templaria de San Polo, en Soria capital; allí, como aquí, existe una iglesia clásica rectangular, que rodeada por los edificios de servicio daba paso al lugar elevado donde se alza la iglesia octogonal, allí San Saturio, aquí Nuestra Señora del Monsagro, allí el Monte de Las Ánimas, aquí el Monte Sagrado.

Además, a pesar de que se hable tanto de los Ermitaños del Monsacro, no aparece documentado por parte alguna que se tratase de rmitaños; el documento real los nombra "fratres": hermanos, y no "Deo voto": ermitaño -ni siquiera "monacus": monje-. El hecho mismo de la donación por los monarcas confirma la importancia de esta comunidad, que ni son ermitaños ni se constituyen como grupo en ese momento en base a la donación real, sino que son "fratres" y ya existen anteriormente a la posesión del Monsacro. ¿Se trata acaso de "fratres milites" o "freyres milites", denominación habitual de los hermanos del Temple durante el medievo?

También está el hecho de que la donación, salvo cuando se trata de una comunidad ya afianzada, no es espontánea sino que responde a una petición previa porque alguien desea instalarse en un lugar determinado y no en otro; una vez asentado el centro rector ya pueden admitirse donaciones en lugares remotos, pues siempre cabe la posibilidad de permutarlos o venderlos. El caso es que, en el Monsacro, los "fratres" querían precisamente ese lugar inhóspito de la cima, incomunicado prácticamente durante todo el año, de casi nulo rendimiento agrícola salvo los pastos, donde el afluir de peregrinos no había de ser precisamente abundante -al menos como para constituir una fuente importante de ingresos-. Peregrinos y romeros que, no lo olvidemos, eran dirigidos a la ermita de La Magadalena antes que a la de Nuestra Señora del Monsagro.

Finalmente tenemos que cuando la real pareja concede "coto e inmunidad" a los "fratres" del Monsacro, lo hacen en la persona del "frater" Rodrigo Sebastiánez, un curioso personaje en el que debemos detenernos.

Frater Rodericus aparece documentalmente en 1122 como testigo firmante en un documento real de Alfonso VII. A partir de aquí aparece en años sucesivos testificando en otros varios documentos reales y del Monasterio de San Vicente, junto a los obispos, condes y mayordomos, lo que nos da una idea del importante status alcanzado en la corte y de su probable influencia en las esferas reales (L. Serrano, opus cit.).

Sin embargo, cuando está en su mayor apogeo -documento de 1145- se eclipsa repentinamente. Durante trece años desaparece de todo documento, y si bien es cierto que ello puede deberse a la pérdida de gran parte de nuestra diplomática medieval, también resulta significativo que su reaparición se efectúe precisamente en la donación a los "fratres" del Monsacro. ¿Qué ha hecho Rodrigo Sebatiánez, hombre de confianza del rey y del poderoso abad cisterciense de San Vicente, para que lo encontremos al cabo de trece años convertido en "frater" y cabeza visible de una comunidad innominada perdida en la cima de un monte cuasi inaccesible? Desde luego parece haber llegado a tal situación por su propia voluntad y no por una posible pérdida del favor real, ya que Fernando II de León, como sucesor de su anterior protector real, le dedica uno de los primeros documentos de su reinado a los pocos meses de acceder al trono y lo hace de forma directa y personal. ¿Qué puede haber ocurrido, pues, entre 1145 y 1158 que propicie la nueva orientación del influyente cortesano astur-leonés?

En 1150 Alfonso VII el Emperador, rey de León y Castilla, concede a la Orden del Temple el castillo de Calatrava la Vieja, un antiguo ribbat islámico, continuando con la política, iniciada hacia 1130, de favorecer el asentamiento de esta Orden en sus reinos. La nueva Orden crece rápidamente, y ya en 1152 tenemos noticias del primer Comendador templario en los reinos de Castilla-León, don Pedro Robera (J. Castán Lanaspa, Arquitectura templaria castellano-leonesa, y J. Luengo Martínez, El Castillo de Ponferrada y los templarios).

Cuando Alfonso VII muere, en 1157, su reino se divide en dos, Castilla para Sancho III y León para Fernando II. La pronta muerte del rey castellano y los problemas internos del reino hacen que la expansión templaria por Castilla quede frenada momentáneamente, mientras que en León Fernando II se declara decidido partidario de la Orden del Temple, favoreciendo el afianzamiento de la misma en sus estados, política que culminará en 1178 con la donación a los caballeros del castillo de Ponferrada. Surgen así los enclaves templarios de Los Ancares, el Bierzo, la Maragatería, el Valle de Sanabria, las cuencas del Porma y el Bernesga, y el de la Sierra de Aramo, entre otros muchos.

A pesar de todo nos encontramos con un problema fundamental a la hora de intentar seguir el rastro templario en Asturias: la ausencia de documentos. Este tema es uno de los grandes enigmas del Principado; solamente tenemos tradiciones populares, leyendas, consejas, pero nada seguro (Juan G. Atienza, Guía de la España templaria). Lo cual no es lógico, teniendo en cuenta la importancia adquirida por la Orden del Temple en el reino astur-leonés de Fernando II, salvo si consideramos el afán desmedido que los herederos del Temple mostraron siempre por borrar toda huella que indicase de dónde provenían tales bienes (Eloy Benito Ruano, "La Orden de Santiago en Asturias" y "La Orden de Calatrava en Asturias", en rev. Asturiensia Medievalia, núm. 1, Oviedo, 1972). Pero cuando el río de la tradición popular suena...

Así pues, no debemos descartar a priori la hipótesis de que la comunidad de "fratres" del Monte Sacro fuese una encomienda templaria, regida por Rodrigo Sebastiánez, quien, habiendo ingresado en la Orden entre 1145 y 1158, fue el encargado de recibir la donación real en su calidad de Maestre.

Pero si extraña fue la creación de aquella comunidad de fratres, no menos enigmática fue su extinción. Tradiciones tardías aseguran que hubo numerosas excomuniones, lanzadas por los obispos contra los fratres ermitaños del Monsagro, porque éstos se negaban a rendir cuentas de los fondos recaudados en el Santuario (R. Martínez, Apuntes).

Una acusación ciertamente peregrina, porque la cantidad de los posibles peregrinos que ascendieran al Monsacro, así como su calidad, debía ser bastante limitada, y las limosnas apenas bastarían para cubrir las necesidades de subsistencia propias de la comunidad eremítica reseñada.

A menos que se trate del recuerdo deformado de otra cosa. Y algo de ello podemos intuir, porque para ser unos fratres ermitaños que vivían de limosnas y de los escasos productos de la tierra, junto con unas cuantas reses que pastoreaban por allí mismo, mostraron una capacidad constructiva inusitada, levantando dos capillas nada despreciables y un conjunto de edificios conventuales anejos que no debieron de resultarles baratos. Por eso pensamos que en el fondo de esas tradiciones acerca de su extinción, late solapadamente una visión deformada de la supresión de los fratres templarios y las motivaciones político-económicas que la provocaron: el poder autónomo del Temple, que no daba cuentas a nadie de sus actos, y la necesidad imperiosa de una monarquía cada vez más absolutista de suprimir aquellos que podían hacerle sombra al tiempo que se apoderaba de sus cuantiosos bienes.

Pero aquí, como en tantas otras cosas, la historia guarda celosamente sus secretos. Nada podemos asegurar, sólo nos resta mantener dudas razonables y continuar planteando preguntas inquietantes que tal vez alguien, algún día, responderá...

Los templarios, que a lo largo de su dilatada singladura histórica buscaron siempre la posesión de determinados enclaves, no sólo por su eventual valor estratégico -militar, político o económico- sino porque allí la tradición ancestral situaba lugares de Poder, lugares "mágico-sagrados", propiciatorios del acto trascendente, tenían en esta zona asturiana un campo ampliamente abonado por aportaciones culturales de sucesivas civilizaciones, y ello desde un pasado remoto. La ruta medieval que, partiendo de Oviedo, atravesaba el Monsacro, rodeaba la Sierra de Aramo hacia el sur y se internaba por la Sierra de Sobia o por Peña Rueda, buscando los puertos de Ventana o San Lorenzo, era lo suficientemente importante desde el punto de vista del fenómeno "mágico" como para considerar lógico un asentamiento templario, que tendría en el Monsacro y en su capilla octogonal un discreto, pero destacado, lugar de iniciaciones centrado en Nuestra Señora del Monsagro, la Dama Negra del dolmen, venida de Jerusalén junto con su "prima" ponferradina Nuestra Señora de la Encina en las pródigas alforjas de Santo Toribio de Astorga.



Consideraciones finales

Por todo lo expuesto, y otros muchos detalles que harían excesivamente prolijo el presente trabajo, debemos concluir que estas capillas o iglesias poligonales de los Caballeros del Temple se muestran como auténticos Templos del Grial, o empleando palabras de Fulcanelli: "Como verdaderas Moradas Filosofales", donde la tradición ancestral, valiéndose del arte de la piedra, ha expresado unos conocimientos iniciáticos primordiales que fueron utilizados, por aquellos que conocían las claves, como vehículos para una accesis trascendente que los condujo a una elevación anímica e intelectual, cuyos frutos nos son, hoy por hoy, desconocidos.

Estudiando a fondo el simbolismo de estos templos tan geométricamente especiales, descubriremos cómo nada hay de oscuro en su esencia sincrética, salvo nuestra propia incapacidad para comprenderlos hoy desde un universo mental completamente distinto del hombre del medievo; apreciaremos cómo en su época dicho simbolismo, y todas las connotaciones que el mismo comportaba, era claro en sus aspectos básicos para unos cuantos espíritus escogidos, los cuales propiciaron el aprovechamiento de estos edificios y los "lugares de poder" sobre los que se levantaban, encauzando el ansia trascendente del pueblo llano, que directa o indirectamente se benefició de la energía de la Madre Tierra, mediante prácticas rituales -romerías, peregrinaciones, procesiones, etc.- que los ponían en contacto con las fuerzas vivas de la naturaleza allí manifestadas. Y ello era posible porque su mente resultaba activada por este universo de símbolos e imágenes, presentes aún en gran medida en los edificios medievales, que ya nada significan para nosotros.

Ellos sabían, al menos sus conductores lo sabían, lo que Wolfram von Eschenbach quería decir en su obra Titurel, cuando escribió:

"Y el Templo del Grial simulaba la forma radiante del octógono"

Nosotros apenas lo intuimos...



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