TEMPLESPAÑA

INTERPRETACIÓN SIMBÓLICA DEL AGNUS DEI DEL MONASTERIO DE IRACHE

Autor:
Fernando Arroyo Durán
Fotografías:
Antonio García Omedes, Julio Asunción, et al.

 

30 de julio de 2017


«Dios proveerá el cordero para el holocausto…» (Génesis, 22:8)


Origen histórico del Monasterio benedictino de Santa María de Irache

El Monasterio de Santa María la Real de Irache (en euskera, Iratxe) es un conjunto monasterial situado al pie del Montejurra, en la población de Ayegui, en la Comunidad Foral de Navarra, España. Las primeras referencias documentales se remontan al año 958, siendo uno de los conjuntos monumentales medievales más importantes del antiguo Reino de Navarra, en el que destaca la iglesia románica del siglo XII [FIG. 1], el claustro plateresco y la torre herreriana. Edificado en varias fases que incluyen partes netamente románicas y una de tendencia gótica cisterciense, su situación al borde del Camino de Santiago, cerca de Estella-Lizarra, y la fundación por los benedictinos que regentaban el cenobio de un hospital jacobeo —el primero de Navarra—, a petición del Rey García Sánchez III «el de Nájera», le dio gran relevancia a principios del siglo XI.



Fig. 1.- Iglesia románica del Monasterio de Irache, Navarra.

El pórtico Oeste del templo de Santa María de Irache y los nudos celtas

Los pórticos o portadas de las iglesias románicas centran todo el interés de la fachada donde la escultura transmite y comunica las verdades de la fe.

La portada de la iglesia románica del Monasterio de Irache, situada en el hastial de poniente, es la principal del templo benedictino original, aun cuando ya se realizase de modo tardío en clave cisterciense. Se ubica tras un profundo atrio cubierto mediante bóveda de medio cañón apuntado. Consta esta portada de cinco arquivoltas apuntadas apeadas por medio de sucesión de ábacos y capiteles en columnillas alzadas.

Lo más destacado de esta portada es el crismón trinitario que ocupa la clave de la arquivolta interior, excepcional en el románico español por la presencia bajo el mismo de la Dextera Dei (Diestra de Dios) en actitud de bendecir.

Pero no es de este crismón trinitario del que nos ocuparemos en esta oportunidad, sino de otro elemento iconográfico que forma parte de la serie de capiteles de impecable estilo cisterciense, con uso abundante de escultura hecha a trépano, es decir, con profundas incisiones que proporcionan efectos de gran relieve y de claroscuro, de motivos vegetales elegantes como piñas y hojas de acanto o «alas de ángel», así como simetrías perfectas, ornamentos todos ellos decorativos pero también simbólicos en los que subyacen ideas alusivas a la vida eterna (inmortalidad y eternidad). Entre esta uniformidad estilística de puro Cister, destaca en la decoración de las jambas una serie de motivos geométricos de lacería de influencia céltica [FIG. 2, 3, 4 y 5], que no mudéjar como algunos autores han señalado, estilo este último propio del arte español que surge de la mixtura de las corrientes artísticas cristianas (románicas, góticas y renacentistas) y musulmanas de la época. Como ocurre con las celosías de muchos otros templos en España, tales como Santa Coloma de Albendiego, en la provincia de Guadalajara, se tiende a considerar mudéjar todo elemento decorativo basado en lacerías, obviando que muchas cofradías itinerantes de constructores procedían del centro y norte de Europa, y que su influencia artística a la hora de tallar estos elementos eran los nudos celtas. De hecho, el cisterciense es un arte con personalidad propia cuya raíz, como la de la propia Orden del Cister, se encuentra en la región de Borgoña, habitada, siguiendo el orden cronológico, por celtas, galos, romanos, galorromanos y varios pueblos germánicos. El uso de patrones entrelazados tuvo su origen como obra de arte a finales del Imperio romano, siendo utilizados ampliamente en el arte insular del pueblo celta, si bien son más conocidos por su adaptación para su uso en la ornamentación de manuscritos y monumentos cristianos.


Fig. 2.- Serie de capiteles en el lado sur de la portada.


Fig. 3.- Serie de capiteles del lado norte de la portada.


Fig. 4.- Diferentes tipos de nudos celtas.


Fig. 5.- Lacerías basadas en el nudo celta en los capiteles de las jambas.

De los motivos de lacería celta de Irache, hemos de destacar el simbolismo de un diagrama en forma de entrelazado circular de doce nudos [FIG. 6] que se encuentra en el mismo capitel que el Agnus Dei, pues está íntimamente relacionado con éste. Siendo una cuerda de doce nudos, recuerda a la utilizada desde la antigüedad para la construcción y la agrimensura, cuerda con la que el magister operis medieval proyectaba sus trazas a escala real. Sin embargo, estamos en este caso ante una emblemática relacionada con el simbolismo del hexagrama (la estrella de seis puntas también conocida como Estrella de David o Sello de Salomón: dos triángulos equiláteros opuestos y atravesados), que en sentido general simboliza la interpenetración de los dos mundos, el visible y el invisible. En el hinduismo es un yantra, el satkona, cuya meditación posibilita la liberación espiritual denominada en sánscrito moksha (liberación de las ataduras del mundo terrenal y sus vínculos materiales). En la tradición alquímica medieval simboliza la reunión de los contrarios, y en el esoterismo cristiano expresa las dos naturalezas de Cristo: la divina y la humana.

 


Fig. 6.- Lacería simbólica basada en el nudo celta.

Ornamentalmente, este simbolismo se basa en el patrón geométrico de la denominada Flor de la Vida, figura compuesta de círculos y arcos circulares que forman un conjunto de forma hexagonal, el cual se incluye a su vez en un círculo mayor; algunos proponentes consideran este patrón como una «plantilla» de la que pueden extraerse o derivarse otros modelos geométricos y lo consideran un símbolo alusivo a la fuente común de la que provienen todas las cosas, las cuales estarían por ello íntima y permanentemente entretejidas.

El hexágono es por su parte el símbolo de la contención, de lo que atrapa, y se manifiesta naturalmente tanto en las estructuras vivas como en las inertes (por ejemplo, los alvéolos pulmonares tienen la forma de red hexagonal y la estructura molecular de la celulosa de la madera tiene la misma forma). En su sentido negativo, esta figura geométrica se asocia con el número de la Bestia, el 666, dado que tiene 6 lados, 6 ángulos y 6 triángulos en su interior. Es también un símbolo de la muerte (por eso los ataúdes tienen forma hexagonal). Sin embargo, el doble sentido es generalmente inherente a los símbolos, por lo que siendo el hexágono un símbolo ambivalente, en su sentido positivo contiene el mensaje de la tríada, a decir del musicólogo y simbolista alemán Marius Schneider: «estructura-función-orden»; tríada que aparece en la Tradición apostólica a propósito del triple «oficio» o triple función sacerdotal, profética y real de Jesús. El doble hexágono crea un dodecágono (aquí simbólico, que se evidencia en la coformación de doce nudos). Un nudo hexagonal es más fuerte que cualquier otro.

El dodecágono (6x2) está asociado a la simbología solar, pues el doce es el número solar por excelencia y el número de las divisiones espacio-temporales (doce horas diurnas y doce nocturnas en el día, doce meses del año, doce signos del Zodíaco, perfecta división de la esfera celeste...). Doce son los dioses principales del panteón de la mitología griega, como doce los trabajos o pruebas del héroe solar Hércules. Doce son también los frutos del Espíritu Santo, doce las puertas de la Jerusalén Celeste, doce los frutos del Árbol de la Vida, doce los Hermanos Arvales (antigua cofradía sacerdotal romana cuyos orígenes remontarían a la época de la fundación de Roma) y doce los caballeros de la mesa redonda en el mito medieval artúrico. En los textos Bráhmanas el número de deidades solares Aditiás son doce, que corresponden a los doce meses. En el Antiguo Testamento, doce son los «hijos de Israel» (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Aser, Gad, Isacar, Zabulón, José y Benjamín), como doce son las tribus de los «hijos de Israel», cada una compuesta de 12.000 miembros (Ap. 7:4-8). Y del mismo modo que por orden de Yahvé designó Josué a doce varones de entre los hijos de Israel (uno por cada tribu) y tomó del Jordán doce solidísimas piedras, «del lugar donde están firmes los pies de los sacerdotes» (Jos. 4:3-4), doce fueron los apóstoles escogidos para formar los fundamentos secundarios de la Nueva Jerusalén, que está edificada sobre Jesucristo (Mt. 10:2-4; Ap. 21:14). El número doce representa, pues, una estructura completa, equilibrada, constituida divinamente (Gn. 35:22; 49:28). Por su parte, el número seis, base del hexagrama, es el número creador por excelencia (en su Hexamerón, San Ambrosio habla de los seis días de la Creación, siendo el seis bíblico la cifra que sirve de mediadora simbólica entre el principio y su manifestación, de ahí que toda la geometría sagrada está relacionada y nace a partir del número seis). En suma, este diagrama circular de doce nudos con centro hexagonal que acompaña al Agnus Dei en su capitel, dice de la hermenéutica del Dios Creador del cielo y de la tierra (Gn. 1:1), así como del Cristo Sacerdote (Heb. 4:14-16; cf. Jn. 19:23; Ap. 1:13), Cristo Profeta (Nabí) (Lc. 24:19) y Cristo Rey (Jn. 6:15; 18:33-37; Mt. 21:1-11; Mt. 27:37-42). Del mismo modo que en el Antiguo Testamento los sacerdotes, profetas y reyes eran instrumentos y representantes especiales de Dios, pues a través de sus ministerios era edificado el pueblo (Dt. 17:14-18), en el Nuevo Testamento a Jesús se le dan los tres títulos, en tanto es Lapis angularis, la «Piedra angular de la Iglesia» (Ef. 2:20), de aquella primitiva comunidad cristiana real y sacerdotal (sacerdocio común de los fieles) que tenía la función profética de proclamar las obras maravillosas de Dios. Por ello, los tres ministerios cristológicos convergen en el sacrificio del Cordero de Dios, cuando Jesús, antes de anunciar su muerte a los discípulos, se dirige a la «roca» sobre la que edificará su Iglesia, a Simón llamado desde entonces Cefas (Pedro, esto es Piedra), diciéndole: «Y a ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo» (Mt. 16:19).

Para entender de la importancia de analizar la emblemática en su contexto, si este mismo simbolismo del hexagrama y los nudos se hubiera encontrado en un programa iconográfico alusivo al diablo en lugar de al Agnus Dei, hubiera dicho del atrapamiento, la muerte y la destrucción o el caos referidos a la obra del Anticristo, en lugar de la contención, el sacrificio y la creación referidos a la obra del manso Cordero de Dios y al Verbum creator (Gn. 1:3; Jn. 1:2).

El simbolismo del Cordero pascual y el insólito Agnus Dei de Irache

Al intradós del lado sur de la portada de la iglesia del monasterio de Irache, encontramos el insólito Agnus Dei [FIG. 7] del que vamos a ocuparnos, ostensiblemente a medio esquilar, centrando una lacería elaborada en piedra, portando una cruz y apoyado sobre otra «cruz flexible» de brazos semejantes en su remate trilobulado a la también navarra Cruz de los Peregrinos de Roncesvalles [FIG. 8], una variación de la denominada cruz patoncé, muy presente en heráldica y cuya morfología intermedia entre la cruz paté y la cruz florenzada o floronada incide en diversos aspectos del simbolismo cristológico que más adelante veremos...


Fig. 7.- El insólito Agnus Dei del monasterio de Irache.

Fig. 8.- Cruz de los Peregrinos de Roncesvalles.

Observamos también al Agnus Dei enmarcado en un rombo central conformado por la «enredada» filigrana de cestería, que a su vez forma un hexágono interior (vinculación con el simbolismo del hexagrama), siendo el conjunto iconológico sometido formalmente a la «Ley del esquema geométrico», la segunda norma propuesta por el historiador del arte francés, especialista en la Edad Media, Henri Focillon (1881-1943), por la cual las escenas quedan siempre encuadradas en marcos o esquemas que responden a formas geométricas sencillas. La otra ley fundamental para la crítica del arte medieval enunciada por Focillon fue la de «adaptación al marco», que viene dada por la concepción neoplatónica predominante en dicho arte por influencia de San Agustín y la escolástica, corriente teológica y filosófica que utilizó parte de la filosofía grecolatina clásica para comprender la revelación religiosa del cristianismo. De acuerdo a esta cosmovisión, el mundo natural o sensible es sólo una apariencia intermedia tras la que se oculta la verdadera realidad transcendente de Dios.

En el arte mudéjar es habitual la ornamentación en friso de lacerías caladas formando rombos, como en los llamados paños de sebka con adornos de rombos en red. Sin embargo, no es arte mudéjar lo que tenemos en Irache como hemos dicho, sino arte cisterciense con lacerías geométricas de influencia celta en las que el rombo no es una mera figura ornamental, sino un elemento simbólico más del conjunto iconográfico…

Respecto de la emblemática del Cordero pascual representado, se trata de una figura que se esculpe principalmente en fachadas y tímpanos de las puertas en el románico, representándose portando una cruz que sujeta con las patas delanteras. Simboliza la Pasión de Cristo, su sacrificio sin mancha para la salvación de los creyentes, y también su Resurrección.

La razón por la que este simbolismo se representa generalmente en las portadas de los templos cristianos, tiene su base hermenéutica en el Antiguo Testamento (Éx. 12), cuando se instaura la fiesta de la Pascua recordando lo que significa el sacrificio del cordero pascual que salvó las casas de los judíos y sus primogénitos señalando con sangre del animal los dinteles de las puertas en la última plaga de Egipto.

Por otro lado, este simbolismo del cordero, que al igual que la oveja, por su ingenuidad, su paciencia y su color blanco simbolizan la mansedumbre, la inocencia y la pureza, está también relacionado en el arte cristiano con el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, así como con el pastor y el rebaño (Jn. 10:11), identificando a Cristo como el Buen Pastor que cuida y apacienta a sus ovejas (la grey de los fieles). Tras la derrota del paganismo en Roma en el siglo V, muchos símbolos paganos fueron absorbidos por la iconografía cristiana, tomando para la del Buen Pastor imágenes como la del Moscóforo o «portador del ternero», una escultura griega datada en el año 570 a.C. Es en este contexto de la Ecclesia triumphans (Iglesia triunfante) que a ésta se le asocia también el símbolo y, como rebaño de Cristo, se la representa con un cordero portando una cruz, un estandarte o ambos. También como rebaño representa en ocasiones a la Iglesia de los mártires.

En definitiva, la emblemática del cordero se adscribe a un arte conceptual que exigía el conocimiento previo de las Sagradas Escrituras: el Mesías como Cordero de Dios, en Isaías (Is. 53:7); el cordero en holocausto continuo, en Ezequiel (Ez. 46:15); el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, en Juan (Jn. 1:29:34); la muerte de Jesús, quien es el Cordero Pascual, en San Pablo (1 Cor. 5:7); el Cordero con siete cuernos y siete ojos que se eleva para entregar la victoria después de haber sido inmolado, en el Apocalipsis de San Juan (Ap. 5:1-13), y que bajo la imagen de Cristo separa en el Juicio Final a los corderos de los cabríos…

A propósito del simbolismo de la ligadura y la bendición

El cardenal y eminente teólogo alemán Joseph Ratzinger, quien sería Papa Benedicto XVI, señalaba en su magistral obra Introducción al cristianismo (1968):

«Podemos decir que la doctrina cristiana no existe en forma de enunciados que se puedan separar, sino en la unidad del símbolo, como llamaba la Iglesia primitiva a la profesión bautismal. SYMBOLUM viene de SYMBALLEIN, un verbo griego que significa concurrir, fusionar. SYMBOLUM es la parte que necesita de otra para ensamblarse, generando así reconocimiento mutuo y unidad.»

En este sentido, el nudo es el símbolo corriente de lo que une o ata, por tanto de lo que obliga, de la vinculación que tenemos respecto de las potencias que nos protegen, así como de las complicaciones y dificultades. El filósofo e historiador de las religiones rumano Mircea Eliade (1907-1986) aporta en sus obras un estudio del simbolismo del nudo y la ligadura, señalando su relación y ambivalencia. Que la ligadura puede considerarse tanto lo que encadena como lo que une, lo hemos visto al explicar el simbolismo del entrelazado circular de doce nudos, e inclusive en el lenguaje ordinario la palabra tiene generalmente ambos significados.

Por otro lado, observamos que en el templo del monasterio de Irache la «bendición» constituye un denominador común, pues la encontraremos desde la cabecera hasta los pies del templo, representada tanto en el ya mencionado crismón trinitario de la clave de la arquivolta interior de la portada como en canecillos y en medallones de la bóveda.

En los canecillos que decoran en altura el ábside central, por ejemplo, tenemos una Dextera Dei (Diestra de Dios) o Dextera Domini (Diestra del Señor) [FIG. 9], emblemática que expresa la intervención de Dios en un determinado contexto.

El bello gesto de bendición de la mano derecha de Dios, donde imagen y palabra se esclarecen mutuamente, es un ejemplo de símbolo como mediador pedagógico que facilita los contenidos de la fe.

La Diestra de Dios, dependiendo del marco iconográfico en que se encuentre, indica protección divina, procedencia celestial, omnipresencia todopoderosa, representa la conformidad, el apoyo de Dios, bendición trinitaria del Padre…

En el caso que nos ocupa, la Dextera Domini aparece apoyada sobre una «cruz flexible» (adecúa su forma a la curvatura del canecillo, de acuerdo a la ya citada «Ley del marco» enunciada por Focillon), cruz también trilobulada, como la cruz en la que se apoya el Agnus Dei de la portada, solo que en este caso libre de «espinas». La presencia de la cruz escoltando a la mano implica que ésta no representa a Dios Padre (como la Dextera Dei que aparece en las más completas narrativas iconográficas del sacrificio de Isaac), sino que representan a Cristo, de ahí que para distinguir una de la otra se suela denominar Dextera Dei a la mano derecha del Padre y Dextera Domini a la mano derecha del Hijo.



Fig. 9.- Dextera Domini en uno de los canecillos del ábside central.

La emblemática de la Dextera Domini de Cristo tiene, por tanto, analogías simbólicas con la emblemática del Agnus Dei o Cordero Místico que redime a los hombres y triunfa sobre la muerte, en tanto los Agnus Dei de los antiguos discos elaborados por monjes con la cera bendita sobrante del Cirio pascual del año anterior, y que en el miércoles de la Semana de Pascua eran presentados al Papa, para que en una ceremonia especial los bendijera y ungiera con agua mezclada con santo Crisma y bálsamo mientras pronunciaba unas oraciones consagratorias, son reconocidos como Sacramentales, tal como el Agua Bendita, las palmas benditas, etc. Estos sacramentales eran usados por los creyentes para obtener favores espirituales a través de la intercesión de la Iglesia y, por la bendición y unciones que se les aplican, son considerados también reliquias sagradas, como las que en algunas iglesias, entre ellas las benedictinas, se exponen en el altar mayor el Sabbatum in albis — sábado de la octava pascual—.

Por otra parte, el Agnus Dei nimbado como símbolo apocalíptico que se representa siempre herido o degollado (como un cordero pascual) sobre la imagen del Libro de los Siete Sellos, aparece también en actitud de bendición.


Es posible que la especial querencia de los caballeros templarios por la emblemática del Agnus Dei, muy presente en los sigilla (sellos) de los maestres provinciales de Inglaterra, Castilla, Provenza, etc. [FIG. 10], tenga precisamente que ver con sus connotaciones simbólicas relativas a la bendición —invocación de la protección de Dios y su Espíritu santificador—, amén de sus significaciones simbólicas relacionadas con el martirio de Jesucristo y con el «Cordero Vencedor» del Apocalipsis (Capítulos 4-5). En este sentido, si un icono de la cristiandad puede simbolizar de manera más integral los diferentes aspectos o dimensiones de una orden monástica y militar como el Temple, ése es sin duda el Agnus Dei. Por ello lo vemos no solo en sus sellos, sino también representados en diversas construcciones vinculadas a los templarios, como en la clave de la bóveda de la torre del Homenaje del castillo de Ucero, en la provincia de Soria, España, o entre las tallas de la Capilla Rosslyn, en Escocia, templo de mediados del siglo XV que, por su historia y simbolismo iconográfico, es considerada por algunos historiadores como una de las pruebas materiales de la pervivencia organizada de templarios tras la disolución oficial de la Orden y de su papel en la gestación de la masonería escocesa.



Fig. 10.- Sello del preceptor provincial de Provenza de la Orden del Temple, s.XIII.

Emblemática del Agnus Dei de Irache

El rombo o losange, forma que suele emplearse en entarimado y en decoración con cerámicas, platería, textiles, etc., es símbolo de la dualidad, de la victoria y de la bendición. Significa los cuatro valores básicos que dieron la forma a la Idea Divina, que se hizo concreta a través de la tierra, el aire, el agua y el fuego, los cuatro elementos o principios básicos de la antigüedad que conforman el propio planeta Tierra. Es por ello que, como el cuadrado y el rectángulo, simboliza igualmente los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones… En suma, es un símbolo de la Tierra, de sus cuatro ángulos y elementos encarnados por cuatro ángeles de Dios (Ap. 7:1-3).

Por otra parte, el epigonation (en griego transliterado, «sobre la rodilla»), también llamado palitsa (en ruso transliterado, «palo»), es un losange litúrgico usado por los sacerdotes y los obispos de la tradición ortodoxa eslavo-bizantina y las Iglesias orientales católicas. Los sacerdotes reciben este símbolo cuando el obispo les confiere la bendición que los autoriza a realizar la confesión sacramental. En este aspecto, el epigonation tiene dos significados: el primero denota que el celebrante es un «soldado de Cristo», portador de la «espada de la fe»; el segundo, que simboliza el Verbo de Dios.

Tenemos pues, en el Agnus Dei de Irache, expresada la Idea Divina del Verbum creator enmarcando al Cordero de Dios, símbolo de la mansedumbre de Jesucristo al entregarse a la muerte, símbolo del sacrificio del Hijo que escogió sufrir la crucifixión en el Calvario como un signo de su total obediencia a la voluntad de su divino Padre, símbolo por todo ello de los Soldados de Cristo, portadores de la espada de la fe, pues también el Cordero se eleva como León para entregar la victoria después de haber sido inmolado (Ap. 5:5; 5:11-13). Es por ello que el Agnus Dei porta el estandarte de la Cruz, el estandarte de la Victoria.

En definitiva, en esta emblemática geométrica tenemos todos los aspectos simbólicos de la forma romboidal: dualidad, victoria y bendición.

Se apoya el Agnus Dei en una curiosa cruz patoncé espinada, es decir, una cruz intermedia entre la cruz paté y la florenzada o floronada (con extremidades acabadas en forma de cabeza de flor de lis), representada además con espinas, en un modo similar a la cruz espinada [FIG. 11], cuyo simbolismo de conjunto alude al martirio de Cristo (simbolismo propio de la cruz paté), el «Cordero inmolado de Dios» (Jn 1:29; Ap 5:6), a la Parusía o segunda venida de Cristo que la exégesis bíblica asocia a la emblemática de la flor de lis o lirio de los valles, el «lirio entre los espinos» que cada primavera renace, símbolo igualmente de la pureza y resurrección de Cristo (cf. Cant. 2:1-7)...



Fig. 11.- Cruz patoncé y cruz espinada.

Esta original y flexible cruz patoncé espinada, en suma, es una cruz formada por dos ramas de zarza, alusión simbólica al motivo iconográfico de la ligadura de Isaac o sacrificio de Abraham, simbolismo que para más señas tenemos definitivamente expresado en la lacería basada en el nudo celta que ya hemos visto.

Sacrificio de Isaac, atadura de Isaac, ligadura de Isaac o sacrificio de Abraham, son las denominaciones de una escena del Antiguo Testamento (Gn. 22), muy utilizada como tema iconográfico en pintura y escultura, que describe la prueba de fe de Dios a Abraham, al que pidió que tomará a su único y amado hijo, Isaac, y lo sacrificará sobre un monte...

«Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo [viva imagen de Jesucristo cargado con el leño de la cruz], y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo. Caminando así los dos juntos, dijo Isaac a su padre: Padre mío. Y él respondió: ¿Qué quieres, hijo? Veo, dice, el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? A lo que respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. Continuaron, pues, juntos su camino. Y cuando llegaron al lugar que Dios le había mostrado, erigió allí Abraham un altar, y compuso la leña; y habiendo atado a Isaac, su hijo, lo puso en el altar sobre el montón de leña [tenía Isaac unos veinticinco años, y así fue atado con pleno consentimiento, y por lo mismo es vivo retrato de la altísima obediencia con que Jesús se ofreció a la cruz]. Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. »Cuando he aquí que de repente el ángel del Señor gritó del cielo, diciendo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. No extiendas tu mano sobre el muchacho, prosiguió el ángel, ni le hagas daño alguno; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu único hijo por obedecerme.
»Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y vio a sus espaldas un carnero enredado por las astas en un zarzal; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.» (Gn. 22:6-13).

El rasgo más destacado en la exégesis bíblica de este pasaje desde el punto de vista del cristianismo, además de la sumisión de Abraham a la voluntad de Dios (cuestión central tanto para el judaísmo como para el islam), está la prefiguración del sacrificio de Cristo y, teológicamente, la justificación por las obras que, al actuar movidas por la fe, perfeccionan a ésta (Stg. 2:21:23).

El lugar del sacrificio fue bautizado por Abraham como monte Moriah, «esto es el Señor ve y provee. De donde hasta el día de hoy se dice: En el monte, el Señor verá y proveerá» (Gn. 22:14). Por ello, el monte Moriah se identifica, junto con el monte Sion, con el espacio conocido posteriormente como monte del Templo, en Jerusalén.

En este punto, cabe señalar que no es un mero capricho artístico el representar al Agnus Dei de Irache a medio esquilar. El vellón de la oveja o lana en su estado natural es blanca. El blanco, color de la luz, es un símbolo de justicia y pureza (Is. 1:18). La primera lana esquilada de sus rebaños era una de las primicias que los israelitas debían ofrecer al santuario, por lo que se entregaba a los sacerdotes levitas (Dt 18:4), quienes habían sido consagrados por Dios, por medio de Moisés, para el servicio del Tabernáculo y luego del Templo de Jerusalén. En lenguaje figurado, la lana representa el estado resultante de la eliminación del pecado del pueblo por parte de Dios (Is 1:18-20). Al «Anciano de Días» (Dios), se le describe simbólicamente en la visión del Profeta con cabello como lana limpia (Dn. 7:9.) De manera similar, el apóstol Juan vio a «alguien semejante a un Hijo de Hombre», y observó que «su cabeza y su cabello eran blancos como lana blanca, como nieve». (Ap. 1:12-14.) Esa descripción del cabello blanco indica su larga andadura en las sendas de la justicia (Pr. 16:31).

Simbolismo tipológico del Agnus Dei de Irache: sacrificio de Isaac (tipo), sacrificio de Jesús (antitipo)

En definitiva, el simbolismo del Agnus Dei de Irache apoyado sobre una cruz de zarzas, de este Cordero Pascual «ligado», enmarcado en un rombo (dualidad, victoria y bendición) y a la vez en un hexágono (contención, sacrificio, creación), se adscribe a la emblemática de la teología tipológica (tipos y antitipos), una forma cristiana de exégesis bíblica fundamentada en la anticipación teológica, a modo de «sombra», imagen o prefiguración, de la presencia de Cristo en las leyes, los acontecimientos, los objetos y el pueblo del Antiguo Testamento.

En este sentido, el pasaje del sacrificio de Isaac no fue solo una prueba de fe y obediencia para Abraham. Es también un «tipo», una prefiguración del mayor sacrificio de Jesús. Isaac es el «tipo». Jesús es el «antitipo». Dios le permitió a Abraham ofrecer su hijo unigénito Isaac como un «tipo», una «ilustración» de lo que Él habría de hacer con Su propio Hijo unigénito. Dios envió a Su Hijo, Jesucristo, a morir en la Cruz como sacrificio por los pecados del mundo.

En este sentido, emotivo es el simbolismo del cordero a medio esquilar, que incide en la hermenéutica tipológica indicada. Mientras que la fe de Abraham fue justificada también por las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar y su acto de obediencia le fue «contado por justicia» (Stg. 2:20-24), no viéndose finalmente obligado a sacrificar a su hijo para demostrar su fe y sometimiento a la voluntad divina, el propio Dios, en cambio, sí ofreció en sacrificio a su Hijo...

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).

Dios es un juez justo (Sal. 7:11; 9:7,8). Y su justicia implacable demanda la condenación de los culpables. Pero, por su profundo amor hacia la humanidad, llevó a cabo un plan sublime para otorgar el perdón y la salvación, al mismo tiempo que su justicia quedara satisfecha. Para eso se requería que alguien perfecto, inocente, cargara con la condenación de los culpables. Y para eso envió a su hijo Jesús (1 Jn. 4:10). Jesús vivió en este mundo una vida perfecta, sin mácula, y luego murió ocupando el lugar de la humanidad, llevando sobre sí el pecado y condenación del mundo (2 Cor. 5:21; 1 P. 2:24; 3:18).

El cordero lanudo, símbolo de la pureza del hijo que se entrega dócilmente al sacrificio (Isaac y Jesús), proyecta su «sombra» (antitipo) en su parte esquilada, simbolizando al cordero manso que no opone resistencia ni se enfrenta a sus carniceros, aun siendo cordero y león a la vez (Gn. 49:9-10; Ap. 5:1-6)... Desde ese fondo, perseguido por sus enemigos, el profeta Jeremías se había comparado ya a sí mismo con un «manso cordero llevado al matadero» (Jer. 11:19). Y en esa línea avanza proféticamente Isaías, cuando presenta al Siervo de Dios como cordero:

«El Señor cargó sobre él nuestros crímenes. Maltratado, se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron ¿Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron» (Is. 53:6-8).

 


 

BIBLIOGRAFÍA:

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Marius Schneider: El origen musical de los animales-símbolos en la mitología y la escultura antiguas: ensayo histórico-etnográfico sobre la subestructura totemística y megalítica de las altas culturas y su supervivencia en el folklore español, Siruela, Madrid, 1998.

Drunvalo Melchizedek: The Ancient Secret of the Flower of Life (Vol. 1 & 2), Light Technology Publishing, Flagstaff, 1999-2000.

Massimo Centini: El simbolismo esotérico, De Vecchi, Barcelona, 2001.

La Santa Biblia, Alfredo Ortells, ed., Valencia, 1988.

 

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