TEMPLESPAÑA

INTERPRETACIÓN SIMBÓLICA DE LA LÁPIDA «TEMPLARIA» DE SANLÚCAR DE BARRAMEDA

Interpretación:
Fernando Arroyo Durán
Cuestiones:
José Antonio Hurtado García
Fotografías:
Margarita Gallardo González, Eduardo Arboleda Ballén, et al.

 

11 de marzo de 2004


En marzo de 2004, el historiador, ingeniero aeronáutico y miembro del comité de redacción del «Boletín Temple» (órgano de difusión de Templespaña) José Antonio Hurtado García, se encontraba preparando su obra Colón y la carta templaria, basada en su larga investigación acerca de la, por él denominada, «Ruta TyD» (ruta transoceánica seguida por los navíos templarios llegados a la América precolombina). El libro sería publicado por la Editorial Espejo de Tinta en 2005, y esta consulta sobre la simbología de una lápida de la iglesia de la Santísima Trinidad de Sanlúcar de Barrameda que realizó a Fernando Arroyo Durán, presidente de Templespaña y director del comité de redacción del «Boletín Temple», se inscribe en aquellas investigaciones y aportan, como el propio Hurtado reconocería, importantes claves a la tesis que vincula a ciertas sociedades herméticas, los secretos del pueblo hebreo y a Cristóbal Colón con los herederos de los caballeros de la Orden del Temple, de los que el almirante obtuvo documentación suficiente como para saber que, allende el Mare Tenebrarum (nombre medieval del océano Atlántico, que era inaccesible para los marinos de la época), había una tierra desconocida a la que antes que él hubo otros que arribaron…

 


Santa Cruz de Tenerife, 11 de marzo de 2004

Lo que trascribo a continuación es un intercambio de correspondencia con Fernando Arroyo Durán sobre la simbología representada en una lápida del siglo XV que se conserva en la Iglesia Parroquial de la Santísima Trinidad de Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz, España.

He dejado los correos prácticamente tal y como fueron enviados o recibidos por mí (eliminando algunas cuestiones de carácter personal) no sólo porque creo que así se muestra una forma más espontánea de entender el aprendizaje, sino también por recuperar un estilo literario (salvando las distancias) cual era el epistolar, hoy ya totalmente en desuso merced a la abominable mensajería telefónica.

Por todo ello, creo que nuestros lectores podrán disfrutar tanto del estilo literario como de los conocimientos que se han ido poniendo a nuestra disposición.

José Antonio Hurtado García



Iglesia de la Santísima Trinidad de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz.

CONSULTA INICIAL de José Antonio Hurtado García:

Envío tres imágenes de la tumba de Don Alonso Fernández de Lugo y Gutiérrez de Escalante, «el Viejo», tío de Don Alonso Fernández de Lugo y de las Casas, «el Adelantado», conquistador de las islas de Gran Canaria, La Palma y Tenerife, primer Adelantado Mayor de Canarias y Capitán General de Berbería (costas del norte de África).

La tumba se encuentra en la Iglesia Parroquial de la Santísima Trinidad de Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz, que fue fundación, junto con el hospital y cofradía del mismo nombre, del propio Don Alonso Fernández de Lugo y Gutiérrez de Escalante y de su esposa Doña Catalina Martínez de Luna.

Como puede verse, a ambos lados de la cabeza de la sepultura existen sendas cruces patés, lo cual no es de extrañar puesto que el señor fue comendador de la Orden de los Caballeros de Cristo. La tercera imagen ha sido retocada por mí y he señalado el Alfa y Omega que (a mi entender) son muy explícitos. Alfa y Omega son el principio y el fin, exactamente lo mismo que ocurre con el meridiano «cero», que es el principio, pero que también es el fin tras dar toda la vuelta a la Tierra.

Por supuesto, me han confirmado que la sepultura fue movida de su posición inicial y ahora no podemos saber dónde señalaba la punta de flecha de la Alfa.

En 1519, el mismo año de la salida de la expedición de Magallanes-Elcano, se funda un convento de monjas franciscanas clarisas que estaría ligado a la casa ducal de Medina Sidonia, el Convento de Regina Coeli.

En 1547, por disposición testamentaria de Don Alonso Fernández de Lugo, sobrino nieto del sepultado comendador de la Orden de Cristo, llegarían a San Cristóbal de La Laguna, en la isla de Tenerife, diez religiosas clarisas procedentes de los monasterios andaluces Regina Coeli de Sanlúcar de Barrameda y San Antonio de Baeza. En este cenobio tinerfeño se conservan (o se mandaron tallar) imágenes con letras que interpretadas con números griegos (al igual que esa Alfa y esa Omega) están relacionadas con la distancia entre América y las islas Canarias.

¿Era el sobrino nieto caballero de la Orden de Cristo también? Si así fuese, la relación entre tal orden y las imágenes con letras posteriores al «descubrimiento» sería patente...

Mi petición de ayuda va por dos vías; en primer lugar (y aparte de los canes sobre los que se apoya la Alfa), ¿podemos deducir algo más de toda la simbología que adorna la tumba? ¿Qué podría ser ese extraño sombrero? Observar que el caballero fue enterrado con hábito; y la segunda vía sería, ¿dónde podemos encontrar documentos que proporcionen la lista de los maestres y comendadores de la Orden de Cristo en el siglo XV y XVI?

José Antonio Hurtado García

 

Lápida de 
Don Alonso Fernández de Lugo Lápida de Don Alonso Fernández de Lugo Lápida de Don Alonso Fernández de Lugo

Sepultura de Don Alonso Fernández de Lugo y Gutiérrez de Escalante, «el Viejo», comendador de la Orden de Cristo.
El cuerpo representado conforma un oculto emblema Alfa y Omega.

 

RESPUESTA de Fernando Arroyo Durán:

José Antonio, para una cabal interpretación simbólica ya sabes que hay dos factores insoslayables, que son conocer el contexto en su más amplio alcance y poder leer el mensaje en su conjunto, pues definir cada uno de los símbolos por sí solos suele ser relativamente sencillo si se conoce la emblemática tradicional (de las distintas tradiciones espirituales de Oriente y Occidente), dado que este tipo de simbolismo es universalmente analógico y en muchos aspectos coincidente. Sin estas premisas de contexto y conjunto, sucedería como en la parábola hindú de «los ciegos y el elefante», utilizada para ilustrar la incapacidad del hombre para conocer la totalidad de la realidad a partir de visiones o perspectivas parciales.

En este caso, partimos de la base de conocer la identidad de la persona enterrada, corroborada por la inscripción de la lápida: «SEÑOR AVED MERCED DE ESTE TU SIERVO ALONSO DE LUGO QUE FIZO ESTE ALBERGUE PARA LOS QUE DESECHAN EL MUNDO PASO AÑO DE MCCCCL».

Con la certeza de poder situar el contexto histórico (año 1450) y la identidad del sepultado (un comendador de la Orden de Cristo, heredera en Portugal de la Orden del Temple), la naturaleza y disposición de los elementos emblemáticos de la lápida nos permite determinar como clave para su interpretación a la Cábala.

La cábala hebraica se ocupa de la hermenéutica bíblica, siguiendo un procedimiento de tipo místico basado en la descomposición y explicación de términos y letras.

La cábala cristiana surge en el Renacimiento entre eruditos cristianos como resultado de los estudios y traducciones de textos griegos y hebreos, y su objeto es la conciliación entre el cristianismo y determinados aspectos místicos del judaísmo. Al mismo tiempo y de forma conjunta, surge la cábala hermética oculta, basada en un gran número de influencias, principalmente: cábala judía, filosofía hermética, teúrgia (práctica mágico-religiosa griega), astrología occidental, alquimia, neoplatonismo, gnosticismo e incluso el simbolismo del tarot. Obviamente, por su carácter sincrético la cábala hermética no fue solo una de las diversas maneras cristianas esotéricas, sino que, como bien aclara el alquimista Fulcanelli, se aplica a los libros, textos y documentos de las ciencias esotéricas de la Antigüedad, de la Edad Media y de los tiempos modernos, habiendo sido ya empleada por los pitagóricos y los discípulos de Tales de Mileto (640-560 a.C). [1]

Definido por tanto el contexto en su más amplio alcance, señalaré también como consideración previa que he leído alguna somera interpretación simbólica hecha sobre esta lápida, en la que se apunta que el sombrero del caballero no es otro que el del Mago del tarot, porque en el ala de este sombrero se ha querido ver la forma de un «ocho tumbado» o curva lemniscata, símbolo del infinito (∞)… Esta primera carta o Arcano Mayor I del tarot, denominada en francés «Le Bateleur» y en español «El Mago», aunque sería más correcto traducirlo como «El Prestidigitador» o «El Malabarista», representa la unidad primordial, el poder absoluto, el conocimiento y la sabiduría, y, cabalísticamente, a la letra hebrea Alef.

Aunque ver el sombrero del Mago del tarot en esta lápida puede ser una apreciación subjetiva, dado que no se parece lo suficiente al que lleva el Mago del tarot en cualquiera de sus tres versiones medievales del siglo XV (la Scapini, la Visconti-Sforza o la del Tarot de Marsella), sí que es cierto que no es el único elemento simbólico que apunta a la simbología del tarot. Antes de entrar en ello, aclarar respecto del Tarot de Marsella que si bien su origen no está claro, el filósofo católico británico Sir Michael Dummett, uno de los máximos expertos en el juego tradicional del tarot, concluye de su exhaustiva investigación que los antepasados de este mazo podrían haber llegado a Francia cuando los franceses conquistaron Milán y Piamonte en 1499, y que los dibujos son de carácter medieval con posible influencia del arte del vitral gótico. [2]


Arcano Mayor I, «Le Bateleur» o El Mago, en los mazos de tarot medievales de Visconti-Sforza, Scapini y Marsella.

Lo que sí es un hecho, es que este tipo de sombrero es un bonete de gran tamaño, con copa abombada, a modo de cono o de bolsa fruncida en la base, que era un tocado muy en boga desde inicios del siglo XV. Los vestían los nobles caballeros en solemnes ceremonias de carácter civil y religioso, y en actos protocolarios de la corte. Sus diseños eran muy diversos y originales debido el elevado estatus social de los usuarios. Curiosamente, un sombrero similar aparece en el Arcano Menor del Dos de Oros del Tarot de Rider Waite, en el que también aparece la banda que simboliza el infinito, dos pentáculos y dos barcos de vela navegando en un mar picado, simbolismo muy interesante en el que no entraré para no extenderme demasiado... Este mazo proviene del siglo XVIII, si bien conserva la mayor parte del simbolismo y significado original.

En cualquier caso, resulta evidente que este particular bonete tiene en la lápida un sentido simbólico, pues resulta extraño (y no casual) que lo porte alguien representado con hábito; un hábito por demás franciscano, como más adelante explicaremos... Curiosamente, enlaza el simbolismo de este bonete «a carta cabal», sirva la expresión, con lo que hubiera representado de existir realmente una alusión a la figura del Mago del tarot, la cual está ligada a Keter («Corona», en hebreo), primer sefirá o «emanación divina» del Árbol de la Vida de la Cábala…


Modelos de bonetes con copas abombadas.



Arcano Menor del Dos de Oros del Tarot de Rider Waite.

La conformación a partir de la figura del orante de un «esotérico» (en tanto «oculto» a simple vista) Alfa y Omega, que en la emblemática cristiana sirve para simbolizar la eternidad del Todopoderoso, el principio y el fin, el primero y el último (Ap. 1:8; Ap. 22:13), sí parece bastante clara, y además tal representación iconográfica tiene sustento doctrinal, dado que la figura orante en el arte funerario cristiano es un emblema soteriológico, una representación del alma del fiel, del alma en el cielo que da gracias a Dios, retrato del difunto rogando por su Salvación, de ahí que este alma sea recibido por dos ángeles (se ven dos a ambos lados de su cabeza). El deterioro de la talla no permite apreciarlo claramente, pero pareciera que los ángeles portan una especie de recipientes, lo que constituye una reminiscencia de las representaciones medievales de orantes, en las que un cuerpo diminuto, figura del alma, sale de las bocas de los difuntos para ser recibidos por ángeles (o por demonios, según los casos).

En la parte superior del sepulcro de este caballero del siglo XV observamos dos blasones con cruces patés (antiguo emblema de la Orden del Temple), que eran las cruces que, de color rojo, portaban en aquella época los velámenes de las carabelas y naos españolas y portuguesas en sus descubrimientos por el océano Atlántico. Su pertenencia a la Orden de Cristo, heredera del Temple en Portugal, explicaría la presencia de estos muebles heráldicos.

Respecto de los dos canes que aparecen a sus pies, cabe apuntar que el perro es el emblema de la fidelidad por antonomasia, siendo su primera función mítica y universalmente aceptada la de «psicopompo», como Hermes, la de guía del hombre en la «noche de la muerte», tras haber sido compañero en el «día de la vida». Es decir, que el perro, tan familiarizado con lo invisible, guía a los muertos y sirve también de intercesor entre este mundo y el otro, de «trujamán» a los vivos para interrogar a los muertos... [3] Es lógico, por tanto, que los dos canes aparezcan a los pies del amo, representando al fiel compañero que guía sus pasos en el tránsito al más allá. No en vano, la figura del perro con este «sentido aparece muy frecuentemente bajo los pies de las figuras de damas esculpidas en los sepulcros medievales…» [4] Por ello, no ha de ser casualidad en este caso que uno de los perros no tenga cola y el otro sí la tenga, y que el dotado de este atributo lo alce ostensiblemente entre las piernas del amo, expresando, para que no haya la menor duda sobre la identidad del sepultado, la noción de potencia guerrera y viril [5], pues ya en el dominio céltico el perro se asociaba al mundo de los guerreros, y en el ámbito concreto de las conquistas españolas del siglo XV, perros de presa como el Alano Español fueron determinantes no solo por las enormes utilidades que los perros de la guerra han aportado desde siempre en las expediciones y batallas, sino por el factor de terror psicológico que claramente se expresa, por ejemplo, en el testimonio de los amerindios, como este relatado por el misionero franciscano fray Bernardino de Sahagún:

«Perros enormes, con orejas cortadas, ojos de fiera de color amarillo inyectados en sangre, enormes bocas, lenguas colgantes y dientes en forma de cuchillos, salvajes como el demonio y manchados como los jaguares»… [6]

Por otra parte, observamos una evidente clave cabalística en la presencia «disimulada» del emblema del Alfa y Omega, clave que alude a los shemhamphorash (término tanaítico que describe el nombre oculto de Dios en la cábala, incluyendo las variantes cristiana y hermética).

Para la cábala cristiana tenemos a los shemhamphorash como clave de interpretación del libro del Apocalipsis, pues Juan es entre los apóstoles del Mesías el receptor de esta Revelación, de ahí que se le nombre con el epíteto de «El Teólogo».

Alfa y Omega son las hebreas Alef y Tav, y éste de por sí es un Santo Nombre de Dios revelado desde el primer verso del Génesis cuando leemos:

«Bereshit bará Elohim ET [Alef-Tav] hashamáyim ve'ET [Alef-Tav] ha'árets» (Gn. 1:1).

Por tanto, en hebreo Génesis 1:1 dice: «En el principio (Bereshit), Dios (Elohim) creó (bará) (Alef-Tav)…». De aquí podemos comprender que Cristo es ciertamente el Alef y el Tav, el principio y el fin:

«Yo soy el Alfa (Alef) y la Omega (Tav), principio y fin, dice el Señor (Adonai Elohim), que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Shaddai)» (Ap. 1:8).

Teniendo en cuenta que la letra Alef era representada en el alfabeto paleohebreo con el carácter de la cabeza de un toro y la letra Tav era representada con una cruz, tenemos en esta lápida la figura de la cruz (por partida doble, es decir, representación dual, como los perros y los ángeles) y una cabeza con bonete que semeja la forma de una astada testuz bovina y que para más señas recuerda a la del buey Apis, encarnación de Osiris (el dios egipcio de la muerte que presidía el juicio de los difuntos y que acabó como deidad funeraria), en su representación con un disco solar sobre la cabeza. Se trata de un simbolismo que alude también a la «corona», es decir, Alef (primer sendero del Árbol Sefirótico) y Keter («La Corona», Providencia equilibrante, primero de los diez sefirot).


La forma del rostro ovalado, las orejas separadas en asa, el ala del sombrero en forma de asta (forma que en la tauromaquia inspiraría la montera del matador o torero introducida en su indumentaria en el siglo XIX)...
La Alef era representada en el alfabeto paleohebreo con el carácter de la cabeza de un toro.
Cabeza del buey Apis en su representación con el disco solar...

En este esquema cabalístico de arquetipos, la parte inferior de la lápida se correspondería con Malkuth, la décima esfera o sefirá que a su vez se corresponde con el mundo cabalístico de Assiah, el mundo inferior, mundo de la materia o de la acción, en el que se transciende a la forma física y se logra la completa realización de toda la manifestación divina. A partir de este mundo material, es que nuevamente comenzará el ascenso a la Divinidad o el retorno de Él. Como se ha señalado, aparece en el sepulcro el perro representado como acompañante del muerto en su «viaje nocturno por el mar» [7], equivalente al «viaje a los infiernos» pero también al «viaje interior de la Tierra» o inframundo, reino mitológico de la diosa griega Perséfone y la diosa sumeria Ereshkigal, simbolismo de carácter ctónico pero también materno, pues en el viaje simbólico al mundo subterráneo, lugar de donde proviene toda la vida y donde toda vida regresa al morir, las entrañas de la Tierra simbolizan un acogedor y oscuro seno materno y tumba a la vez (de ahí la duplicidad canina, de un perro con cola y otro sin ella, símbolos respectivos de virilidad y de los misterios femeninos). No en vano aparece también la figura del can, con un sentido similar [8], en la escena principal de la tauroctonía, el sacrificio mitraico, intentando lamer la sangre que mana de la herida del toro.

Continuando con los Santos Nombres de Dios, los cabalistas establecen asociaciones de algunos de ellos con los 10 sefirot («esferas», «emanaciones», «atributos», «numeraciones» de los aspectos divinos) y los 22 senderos (número que coincide con el de los Arcanos Mayores del Tarot) que componen el Árbol Sefirótico, cada uno de los cuales representa un estado (sefirá) que acerca a la comprensión de Dios y a la manera en que creó el mundo e interactúa con él. La cábala desarrolló este concepto como un modelo realista que representa un «mapa» de la Creación, al que se considera la cosmología de la cábala. Los sefirot son para el esoterismo cabalístico el equivalente de los Diez Mandamientos para la exotérica Torá.

Cuando Moisés preguntó a Dios por su nombre al revelársele en la zarza ardiente (Éxodo 3:14), la respuesta de Dios fue «Ehyeh Asher Ehyeh», que es uno de los Siete Nombres de Dios, traducido en la mayoría de Biblias en español como «Yo Soy el que Soy» (a menudo contraído como «Yo Soy»). Si bien hay que decir que ehyeh por lo general se traduce del hebreo como «seré» (o «estaré»), por lo que «Ehyeh Asher Ehyeh» literalmente se traduce como «Yo Seré lo que Seré», con las consiguientes implicaciones teológicas y místicas de la tradición judía, pues mientras en el judaísmo Dios «será», en el cristianismo, en tanto Verbo encarnado, Dios ya «es»…

El nombre de Dios asociado con Keter es precisamente Ehyeh, la «conciencia divina» de la que emana todo tipo de sustento procedente de la Fuente, que es el Infinito. La Corona de Ehyeh es el Ruaj Elohim (Espíritu de Dios) o Ruaj Ja Kodesh (Espíritu Santo), el potencial puro de las manifestaciones, génesis de todas las emanaciones, la luz superior y generadora de todo el movimiento de la Creación.


El Árbol Sefirótico de la Cábala se corresponde con el Árbol de la Vida mencionado en la Biblia (Génesis 2:9), «árbol» que conecta todas las formas de la creación y simboliza la regeneración, el regreso al estado primordial de perfección. Por tanto, a la hora de definir los atributos propios de las diez ambiguas esencias sefiróticas, los cabalistas recurrieron a la mítica figura del Adam Kadmon (el nombre primigenio), que ya había sido mencionado por San Pablo, cuando decía: «Dios creó un Adán celeste en el mundo espiritual y un Adán terrestre de arcilla para el mundo material.» (1 Cor. 15:47). Según el Zohar (libro central de la corriente cabalística junto al Sefer Yetzirá), los sefirot se pueden clasificar también en el Adam Kadmon. A partir de esta asociación cabalística, tenemos que lo que se representa en la lápida de Sanlúcar es un «esquema» del Adam Kadmon.

En esta disposición, el primero de los sefirá (Keter) emanado del Creador, da lugar a la Corona en el Adam Kadmon o Cabeza Suprema del que surgen las 22 letras sagradas del alfabeto cabalístico. De la Corona emana toda la iluminación, aunque, como dice el Zohar: «no conocemos la forma en que las emanaciones nacen, ni cómo surge la luz, todo está escondido».

Se hallan dispuestas las piezas en la lápida casi en perfectas divisiones heráldicas, de ahí que aparezca como parte del «Punto del Jefe» un motivo vegetal (hojas y flores enlazadas por un tallo en forma de curva lemniscata o símbolo del infinito), que junto con las alas de ángel (en flancos diestro y siniestro, bien destacadas como atributos en la espalda de los ángeles) y las simetrías (como las dos cruces, en los ángulos o cantones diestro y siniestro del Jefe), simbolizan la vida eterna (inmortalidad y eternidad). La banda en forma de infinito o curva lemniscata estaría aquí representada no por el ala del «sombrero del Mago del tarot», sino por un tallo o rama en el «Punto del Jefe», sobre la «Corona», simbolizando un enlace entre lo divino y lo humano. La curva lemniscata fue descrita por vez primera y utilizada como signo matemático del infinito en el siglo XVII, aunque proviene de la simbología alquímica y fue imaginada como una variación especial del Ouroboros, un símbolo antiguo que representa una serpiente o dragón comiendo su propia cola. El signo del infinito se utiliza también en filosofía y astronomía (lo vemos en el analema, la curva que describe el Sol en su movimiento), y en numerosas sociedades secretas significa iniciación, o posesión de conocimientos secretos y una sabiduría superior. Su numerología es la del 8, que representa la equidad, la justicia y el equilibrio. Aquí, en su forma de tallo con hojas y flores, recuerda a uno de los Arcanos Menores del Tarot de Marsella, el Dos de Oros, cuya referencia numerológica alude entre otras ideas al dualismo del bien y del mal. Siendo este motivo vegetal un símbolo del infinito y por la posición que ocupa, representa en este contexto cabalístico justamente al Infinito o Ein Sof (del hebreo: «sin límites»), que es el Todo Supremo que menciona la Cabalá, aquello que podemos llamar de Dios en su aspecto más elevado, no siendo, en el sentido estricto de la palabra un «ser», ya que, siendo auto-contenido y auto-suficiente, no puede ser limitado por la propia existencia, que limita a todos los seres.



Clasificación de los sefirot en una figura del Adam Kadmon.

Si, por otra parte, consideramos que realmente hay referencias a la simbología del tarot en esta lápida, que en cualquier caso serían referencias en el contexto de la cábala, de tal forma que con el sombrero se hubiera querido aludir a la figura del Mago, vemos por ejemplo que en el Tarot de Marsella éste sostiene en la mano izquierda una varita mágica que señala al cielo y en la derecha una moneda de oro. La varita, como el bastón, «es símbolo de potencia y de clarividencia, tanto si estos atributos vienen de Dios, como si son de naturaleza mágica, hurtados a las fuerzas celestes o recibidos del demonio, como ocurre con la varita del mago...». [9] Tanto la varita señalando a lo alto como la moneda de oro, simbolizan la tarea divina de este mago, pues la moneda de oro alquímicamente es un símbolo solar asociado al cielo pero también asociado a la Tierra, en cuyo interior el metal se engendra. La moneda de oro simboliza la moneda verdadera (oro puro o de ley) frente a la falsa moneda, por lo que en la tradición patrística es símbolo del discernimiento de los hechos y los actos conformes al Espíritu, al uso de la fe como criterio de verdad, de donde la referencia necesaria al «cambista» (aquí mago capaz de cambiar la naturaleza de las cosas) preparado para su tarea. [10] Estamos por tanto ante una representación del Hombre Verdadero e Inmortal, cuya misión es lograr la unión del espíritu y la materia. Es decir, un simbolismo que incide en la idea de enlace entre lo divino y lo humano. En el caballero de la lápida, esa unión del espíritu y la materia, de enlace entre lo divino y lo humano, se representa por la unión de la mano izquierda y la derecha (justo en el «Centro Corazón o Abismo» de este simbólico «Escudo Heráldico»), que a su vez es signo de oración y recogimiento, de comunión —com-unión (comunicación y unión)— con Dios, signo también del Uno (su valor numerológico).



En la figura de la izquierda, la banda del infinito rematada en tallos con hojas y flores en el Dos de Oros del Tarot de Marsella, simbolizando regeneración y vida eterna; en la figura de la derecha, representación del Infinito o Ein Sof sobre la Corona (Keter) del Árbol Sefirótico.

Cabe en este punto recordar que en el Sigillum Militum Xpisti (Sello de los soldados de Cristo), el sello primitivo de la Orden del Temple, esta significación de Unión se representa con los dos caballeros cabalgando sobre un mismo caballo.

Has indicado, José Antonio, que el sobrino nieto del caballero de la sepultura fue el fundador del convento de clarisas franciscanas de Regina Coeli en Tenerife, «justamente donde se conservan (o se mandaron tallar) imágenes con letras que interpretadas con números griegos (al igual que esa Alfa y esa Omega) están relacionadas con la distancia entre América y las islas Canarias.». Y al respecto preguntas: «¿Era el sobrino nieto Caballero de la Orden de Cristo?». Y yo me pregunto: ¿Tuvo algo que ver el caballero de la lápida con los conventos femeninos de Regina Coeli además de su parentesco con el fundador? Parece claro que sí, por el «cordón fúnebre» que cuelga de su cintura en el lado izquierdo, cordón franciscano en realidad que, dependiendo del número de nudos (tres o cinco) tiene diferentes significados simbólicos: tres votos de Pobreza, Obediencia y Castidad, o cinco estigmas de la Pasión de Cristo. Para la Ordo Franciscanus Saecularis (OFS), antiguos Hermanos de la Penitencia, la rama de la Familia Franciscana para los laicos o seglares que se sienten llamados por Dios a vivir la vocación franciscana, los tres nudos simbolizan Pobreza utilitaria, Obediencia y Castidad según el estado de vida, la cual es fidelidad conyugal en los casados y la abstinencia y modestia en los solteros y viudos. No deja de resultar curiosa la vinculación de los Fernández de Lugo con la Orden de San Francisco y la Orden de Cristo (sucesora del Temple), pues franciscanos y templarios no sólo compartieron la profesión de los tres votos canónicos indicados, sino que el cuarto voto de los Caballeros Templarios alusivo a su contribución a la conquista y defensa de Tierra Santa, encuentra su «continuidad» a partir del siglo XIV en la Custodia Terræ Sanctæ de los Frailes Menores franciscanos, sin duda uno de los territorios más significativos desde el punto de vista histórico y simbólico, dado que también en la tradición cristiana se corresponde con el «centro espiritual» o «Centro del Mundo» a cuya defensa se consagran quienes desempeñan el papel de «Guardianes de la Tierra Santa», un título referido a las funciones de preservación material y espiritual de todo lo que tiene que ver con los Santos Lugares, peregrinos incluidos, pero también, como señala René Guénon, vinculado a un género de iniciación determinado al cual puede llamarse iniciación «caballeresca». [11]

Fernando Arroyo Durán

NUEVAS CUESTIONES de José Antonio Hurtado García:

Por supuesto me has dejado anonadado, pero tu interpretación, fíjate que está referida nada más ni nada menos que a un comendador de la Orden de los Caballeros de Cristo; ¿acaso me está diciendo la lápida que el pariente de «el Adelantado» podría ser una especie de «maestre secreto» de una continuidad templaria? Tengo que reflexionar sobre el tema.

Se supone que las lápidas son un recuerdo, para todos los que a ellas se acercan, de la persona que hay enterrada en esa tumba, por tanto ¿tengo que entender que allí reposan los restos de un hombre que en su momento (y según el entender de aquél que diseñó la lápida) encarnó el principio de la dualidad, al Hombre Verdadero e Inmortal, al «Sigillum Templi» en su más profunda acepción, puesto que además en lo alto están las dos cruces patés?; porque el Alfa y Omega pueden entenderse en el sentido que yo pienso, pero también en el que tú dices, y es más, en el sentido de ambos…

La medida del tiempo necesita de un meridiano, de un comienzo, de un principio, y la cábala lo asimila con el alfabeto (lógicamente el hebreo), pero es el hebreo porque la Cábala nació dentro de la religión judía allá por el siglo III a.C. Pero la asociación de letras y números implícita en ese tipo de alfabeto es característica de los alfabetos derivados del fenicio (el griego entre ellos), y los símbolos de la lápida se asimilan más con la cultura griega que con la cultura hebraica.

No quiero ir a parar a ningún sitio, simplemente divago porque por otro lado si nos acogemos al hebraísmo, ¿sería posible que estuviésemos ante «mensajes» de «marranos»? [12]

Lo cierto es que estamos ante una lápida excepcional, y a lo mejor el sobrino nieto del difunto tenía más razones que las referentes a su propia hija como para fundar una comunidad de franciscanas... Habrá que continuar investigando a ver si también llegó a ser comendador de la Orden de los Caballeros de Cristo.

De todas formas, ya tenemos en una lápida que se supone cristiana los elementos «paganos» y los elementos hebraicos ¿No habrá también algún elemento que se pueda asociar con la cultura islámica?

José Antonio Hurtado García

SEGUNDA RESPUESTA de Fernando Arroyo Durán:

Aclarar varias cosas. Primero, más que ante un «marrano» o falso cristiano judeoconverso que practicaba en secreto su religión original, y más que ante un «maestre secreto de una continuidad templaria», estaríamos ante un iniciado en la cábala cristiana, es decir, ante un adepto con conocimientos iniciáticos y científicos procedentes del legado templario salvaguardado en la Orden de Cristo portuguesa. Respecto de su condición de adepto, no era algo en absoluto inhabitual entre los eruditos de la época, máxime entre los vinculados a órdenes religiosas. Segundo, precisamente por estar ante un adepto de la cábala cristiana, no puede decirse que tengamos elementos simbólicos alusivos a ideas paganas, al menos expresamente paganas, como tampoco observamos elementos que se puedan asociar con la cultura islámica, aunque hay que insistir en que el simbolismo tradicional es único y unánime, lo que quiere decir que, bajo diferentes aspectos doctrinales y variantes formales, está presente en la emblemática de las diversas tradiciones particulares de Oriente y Occidente del tronco común abrahámico, e in extenso de la Tradición Primordial.

Aunque la Iglesia católica no reconozca oficialmente la existencia de una gnose esotérica en la doctrina cristiana desde al menos el siglo IV, cuando, en términos de René Guénon [13], el cristianismo hubo de «descender» forzosa y «providencialmente» al dominio exotérico o religioso por «circunstancias de tiempo y de lugar», lo cierto es que, hasta el periodo comprendido entre el fin de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento, los fundamentos doctrinales del esoterismo cristiano primitivo se preservaron y cultivaron en el seno de organizaciones iniciáticas regulares como la Orden del Temple, los Fieles de Amor y la Massenie du Saint Graal…, y también en el seno de otras organizaciones regulares que operaban bajo la fachada de órdenes religiosas o que estaban vinculadas a ellas principalmente a través de órdenes terceras y cofradías de oficios.

Por ejemplo, en la Edad Media fueron destacados iniciados cristianos el beato Raimundo Lulio o Ramon Llull, gran sabio laico próximo a la Orden de San Francisco (pudo haber pertenecido a la Orden Tercera franciscana), Meister Eckhart, maestro de teología y filósofo dominico acusado por la Inquisición de sostener tesis heréticas; San Juan de la Cruz, fraile carmelita y místico doctrinalmente impregnado de sufismo que se libró de milagro de ser tachado de hereje; o incluso el propio abad cisterciense San Bernardo de Claraval, influyente fustigador doctrinal de gran calado intelectual y viva espiritualidad a quien nadie osó poner en tela de juicio.

Buena parte de estos adeptos, precisamente por la gran hondura metafísica de sus conocimientos doctrinales, estuvieron bajo sospecha de la Inquisición e incluso algunos fueron condenados por «herejes». Son «aquellos que, en la Edad Media, dejaron escritos de inspiración manifiestamente iniciática y que hoy se comete comúnmente el error de tomar por "místicos" porque no se conoce nada más, pero que fueron ciertamente algo completamente diferente». [14]

Dado que Sanlúcar de Barrameda está vinculada a Cristóbal Colón (de su puerto salió en su tercer viaje a América el 30 de mayo de 1498 y a él regresó en su cuarto viaje el 7 de noviembre de 1504), cabe apuntar que el gran almirante era un cristiano muy devoto a la par que claramente conocedor de la Cábala. En modo alguno fue un «marrano», a pesar de algunas indemostradas teorías que lo han querido ver como de origen sefardí o directamente como criptojudío, basándose precisamente en las pistas que lo señalan como un notable adepto cabalista. La principal pista es la enigmática firma que Colón empieza a utilizar a partir de la concesión de privilegios en las Capitulaciones firmadas en Santa Fe (17 de abril de 1492), la cual constituye un verdadero jeroglífico basado en una disposición concreta de siglas, vírgulas y enunciado. Ningún historiador ha logrado descifrar con certeza su significado, si bien, al no haber escritos del propio Almirante arrojando luz al respecto, no es precisamente el método historiográfico el oportuno para desentrañar simbología esotérica. Como no es el propósito de estas consultas conocer sobre este asunto, simplemente diré sobre su firma jeroglífica que se basa en el simbolismo trinitario y que el «nomen mysticum» o nombre iniciático-cabalístico de dos vocablos (el primero en griego y el segundo en latín), «Xpo Ferens», significa, tal como coinciden en señalar los estudiosos colombinistas, «mensajero de Cristo» o «portador de Cristo», que es lo que por otra parte significa su nombre «real» (Cristóbal/Cristoforo/Christophorus), al que se añade el significativo apellido de Colón (Colom/Colombo/Columbus, del latín: columba, que significa paloma). Es decir, que el nombre del Almirante de oscuro origen significa «Paloma Portadora de Cristo», esto es «el Espíritu Santo como portador de Cristo»...



Firma y «nomen mysticum» de Cristóbal Colón, jeroglífico cabalísico basado en el simbolismo trinitario.

En definitiva, que si algo se desprende de forma incuestionable de las cartas y demás escritos de Colón es su acendrada fe católica, su adoración a la Santísima Trinidad, la continua mención a la causa e inspiración divina de su empresa y la creencia de haber sido escogido por Dios como su mensajero y portador del Evangelio. Evidencia de esto lo vemos asimismo en los nombres religiosos con los que bautizó a las islas que descubrió (San Salvador, Santa María de Concepción…) y al hecho de que, siendo ya mayor, optara por vestir un hábito franciscano adonde quiera que fuese, asemejándose más a un monje que a un acaudalado almirante que llegó a ser virrey y gobernador general de las Indias Occidentales al servicio de la Corona de Castilla.

Parece evidente, por tanto, que Colón y la familia Fernández de Lugo, con varios de sus hidalgos y conquistadores nacidos en Sanlúcar de Barrameda, debieron tener vínculos con las mismas sociedades herméticas del ámbito de la orden militar de Cristo y de la rama secular de los franciscanos.

Fue precisamente el hecho de que ciertos conocimientos esotéricos fueran saliendo a partir del siglo XV del estricto dominio de las organizaciones iniciáticas regulares, lo que hizo que buena parte del saber tradicional se fuera distorsionando, sincretizando, diluyendo y, finalmente, perdiendo. Todo contenido sin continente, se desparrama, axioma que recuerda las palabras de Cristo en Mateo 12,30…

Pero esto ya es otra historia, así que únicamente añadiré que la Cábala constituye una verdadera lengua críptica utilizada para la redacción de los tratados esotéricos, de los llamados «libros cerrados», de esos textos cuya enseñanza no debía ser conocida por los profanos, de ahí que no puede desentrañarse su significado si no se poseen las claves necesarias para su interpretación. Estaríamos ante un idioma secreto que contiene lo esencial de la lengua materna de los pelasgos, esto es la lengua deformada (aunque no destruida) del griego primitivo, nada más y nada menos que la lengua madre de todos los idiomas occidentales.

En suma, considero por el simbolismo de la lápida que el comendador de la Orden de Cristo enterrado en la iglesia de la Santísima Trinidad de Sanlúcar de Barrameda fue un adepto de la Cábala, como muchos otros eruditos caballeros y religiosos tardomedievales y renacentistas de su linajuda condición: Enrique de Villena, el abad Juan Tritemio de Sponheim, Pico della Mirandola, Antonio de Nebrija, Cosme de Médici, Benito Arias Montano, Giordano Bruno o los herederos del neoplatonismo cristiano Marsilio Ficino, Nicolás de Cusa, etc.

Por cierto, indicar que, aun en el caso nada claro de que con el bonete de la lápida se hubiera querido aludir al Mago del tarot, debe quedar claro que el simbolismo de este medio de interpretación, al que el moderno seudoesoterismo de bazar ha desvirtuado por completo convirtiéndolo en una vulgar cartomancia «adivinatoria», no cabe adscribirlo al ámbito del paganismo o la magia, cuando menos no a elementos simbólicos de estas creencias y prácticas ritualísticas que no sean lo suficientemente arcaicas como para no estar profundamente enraizadas en la tradición judeocristiana. La asociación de las cartas del tarot al ocultismo y a la magia ceremonial comienza a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

Por otra parte, no hay que desdeñar a priori las hipótesis que sitúan el origen de los arcanos del tarot en la herejía gnóstica cátara o incluso en los templarios:

«Fruto del interés resurgente por credos clásicos y paganos son algunas sectas gnósticas, como los cátaros o albigenses, por ser Albi, cerca de Toulouse, eje principal de su origen y expansión. Los cátaros eran herederos del maniqueísmo, basado en la existencia de dos poderes opuestos y fundado por Mani, príncipe persa que vivió en el s. III y que fundió dogmas cristianos con los de Zarathustra o Zoroastro. Hay quien atribuye el Tarot a los cátaros, que idearon sus imágenes para que sus doctrinas les sobrevivieran o para representarlas ante analfabetos, razón que también asiste a los templarios».[15]

Lo que en modo alguno comparto es que el simbolismo de los arcanos del tarot pudiera haberse concebido como medio ilustrativo o pedagógico para analfabetos, sino todo lo contrario...

La idea de que en el tarot están contenidos los secretos de los templarios no es nueva, pero sí difícil de demostrar, pues desde sus inciertos orígenes esta baraja de naipes ha sufrido numerosas metamorfosis, adaptándose discretamente a los diversos usos que se han hecho de sus arcanos.

Durante mucho tiempo, el tarot permaneció como un privilegio de la clase alta y, aunque pueden rastrearse hasta el siglo XIV algunos sermones que arrojaban invectivas contra estas cartas, la Iglesia católica y la mayoría de los gobernantes civiles no condenaban habitualmente el tarot en los primeros tiempos de su aparición.

Recientemente, Julio Peradejordi, autor y editor de obras dedicadas al simbolismo y al esoterismo en la historia, ha publicado un libro en el que sostiene que estos misteriosos naipes han servido de soporte para vehicular enseñanzas de tipo oculto relacionadas con la cábala y con la alquimia. Analizando el simbolismo de los naipes, utilizando la numerología y apoyándose en las enseñanzas de los cabalistas, Peradejordi señala las numerosas coincidencias entre el tarot tradicional y las enseñanzas iniciáticas occidentales que rodean al Santo Grial, un secreto que muchos consideran que se llevaron a la tumba los caballeros templarios.

«Una corriente de investigadores sostiene que el verdadero inventor del Tarot tal como lo conocemos fue un benedictino, el Abad Suger (1081-1151), protector de los Templarios y Regente del reino de Francia durante la segunda Cruzada. Junto con san Bernardo, Suger fue una de las figuras políticas y religiosas más importantes de su época. Se le conoce como el padre del arte gótico. Haciendo un juego de palabras, podemos decir que, como Suger, el Tarot es un libro mudo que no explica nada, sino que sugiere». [16]

Sin embargo, como ya he indicado la primera mención histórica que tenemos del tarot se remonta al siglo XIV. Se trata de una prohibición de jugar a los naipes del padre Johannes, un sacerdote alemán de cuya identidad sólo se conserva la firma, estampada a la cabecera de un vasto informe redactado en latín y fechado en 1377 (colección del British Museum), en el que menciona un juego de 78 láminas que había visto en Suiza, justo el número de cartas que compila el tarot. [17] En España se señala la aparición del tarot en 1378. Es decir, que no hay ningún dato documentado que permita situar el origen del tarot antes del siglo XIV, aunque haya autores que apuntan imaginativamente su procedencia del Antiguo Egipto, de la India, o de otros remotos tiempos y lugares; lo habitual cuando el origen de algo se desconoce... En cualquier caso, el hecho de que la aparición en Europa de los arcanos del tarot en el siglo XIV coincida con la caída y supresión de la Orden del Temple, ha llevado a considerar a algunos autores que los templarios lo trajeron desde Tierra Santa e incluso que pudieron crearlo ellos mismos como un código críptico de transmisión de un legado secreto. A este respecto, René Guénon ya señaló que cuando una forma tradicional está en trance de extinguirse, sus últimos representantes pueden confiar a la memoria colectiva todo aquello que, de otro modo, se perdería irremisiblemente.

No obstante, teorías como la de la ocultación en su simbolismo del verdadero significado del Grial y sobre todo la expuesta en 2002 por el maestro de cartas Philippe Camoin, señalando que el Tarot de Marsella sería el «evangelio secreto» de Santa María Magdalena [18], no son más que especulaciones sensacionalistas sin fundamento, de las muchas por el estilo que proliferan hoy en día en el moderno género de literatura seudohistórica que lo único que persigue es generar confusión (a los lectores) y beneficios (a los autores)...

Personalmente, considero que los cátaros eran demasiado iconoclastas como para concebir un sistema iconográfico tan complejo como el tarot. Y en cuanto a los templarios, es cierto que, como toda organización militar, tuvieron que desarrollar códigos criptográficos para la transmisión secreta y segura de información reservada. Sin embargo, como caballeros de Oriente y Occidente disponían también de las vías de transmisión de conocimientos iniciáticos propios de este ámbito, entre ellos el simbolismo iconográfico tallado en sus templos, sepulcros y demás imperecederos soportes pétreos.

Es un hecho que todo el bagaje de información y conocimiento que la Orden del Temple pudo poner a salvo durante el proceso inquisitorial iniciado contra ella el 13 de octubre de 1307, tanto el militar como el de carácter iniciático, inclusive cartas de navegación y muchos otros documentos, se trasvasó a órdenes como la de Montesa en España y la de Cristo en Portugal. De este bagaje se sirvió el almirante Cristóbal Colón para planificar sus viajes allende la Mar Océana y a este bagaje tuvieron también acceso los Fernández de Lugo, caballeros de una devota estirpe de hidalgos y conquistadores.

Fernando Arroyo Durán

 


 

Hasta aquí todo lo referente a la lápida, pero quedan muchas cuestiones en el aire sobre la vida de la familia de Fernández de Lugo («el Adelantado»).

Las imágenes medievales que poseemos en Canarias de la que es actualmente la patrona de las Islas, la Virgen de Candelaria, tienen grabadas diversas letras que enlazan con la tradición de Tales de Mileto a la que se refiere Fernando Arroyo Durán, y que no son más que distancias que conducen desde el Primer Meridiano hasta América. Tengo de hecho un trabajo perfectamente documentado que él conoce, donde se demuestra la relación existente entre Tales de Mileto y el Primer Meridiano a través de Eratóstenes, así que desde el principio, esa cábala numérica y científica tiene relación con el meridiano inicial y la dimensión del planeta Tierra.

Por otro lado, en los conventos franciscanos de Regina Coeli de la isla de Tenerife hay nuevas imágenes con letras similares, pero ya del Renacimiento; y por supuesto el Cristo de La Laguna también relacionado con los franciscanos, donde se pueden leer inscripciones del mismo tipo.

Todavía queda una cuestión pendiente: ¿perteneció el sobrino nieto del caballero de Sanlúcar al grupo de los caballeros que fueron comendadores de la Orden de los Caballeros de Cristo?; lo que es evidente es que trataremos de mostrar su lápida…

José Antonio Hurtado García

 


 

Notas.-

[1] Fulcanelli: Las moradas filosofales, Plaza & Janés, Barcelona, 1977.

[2] Michael Dummett: The Game of Tarot, Duckworth, Londres, 1980.

[3] Jean Chevalier y Alain Gheerbrant: Diccionario de los símbolos, Herder, Barcelona, 2003.

[4] Juan Eduardo Cirlot: Diccionario de símbolos, Labor, Barcelona, 1995.

[5] Jean-Paul Roux: Faune et Flore sacrées dans les Sociétés Altaïques, Adrien-Maisonneuve, París, 1966.

[6] Fray Bernardino de Sahagún: Historia general de las cosas de Nueva España (Códice Florentino), 1575-1577, en Biblioteca Laurenciana de Florencia.

[7] Juan Eduardo Cirlot: op.cit.

[8] Carl Gustav Jung: Transformaciones y símbolos de la líbido, Paidós, Buenos Aires, 1952.

[9] Jean Chevalier y Alain Gheerbrant: op.cit.

[10] Clemente de Alejandría: Stromata, II y III, Ciudad Nueva, Madrid, 1998.

[11] René Guénon: «Los Guardianes de la Tierra Santa», en Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Eudeba, Buenos Aires, 1988 (publicado originalmente en Le Voile d'Isis, París, 1929).

[12] «Marrano» es un término peyorativo de etimología discutida, que algunas fuentes consideran en su sentido de sinónimo de puerco y otras como proveniente del antiguo verbo castellano «marrar», es decir, fallar, desviarse de lo recto; el término se aplicaba a los judeoconversos de los reinos cristianos de la Península Ibérica que «judaizaban», es decir, que seguían observando clandestinamente sus costumbres y su anterior religión.

[13] René Guénon: «Cristianismo e iniciación», en Sobre esoterismo cristiano, Obelisco, Rubí, 1990 (publicado originalmente en Études Traditionnelles, París, 1949).

[14] René Guénon: «Cristianismo e iniciación», op.cit..

[15] Flora Pino: Claves del Tarot (2 vol.), Éride, Madrid, 2000.

[16] Julio Peradejordi: Los templarios y el Tarot: las cartas del Santo Grial, Obelisco, Barcelona, 3 de marzo de 2004.

[17] Alberto Cousté: El tarot o la máquina de imaginar, Akal, Madrid, 1991.

[18] Philippe Camoin: «El tarot de María Magdalena», en Más Allá, nº 177, noviembre de 2003.

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