10 | ALGUNOS EJERCICIOS PRACTICOS: | |
Muchos de los ejercicios que se aconsejan a lo largo de los trabajos herméticos son con el fin de adquirir conciencia, tanto de uno mismo, como de la situación en la que está involucrado. Los hombres tendemos al sueño y la modorra, y de ahí la necesidad de velar y estar vigilantes. Se trata, pues, del empleo de sencillos despertadores, o ejercicios de toma prolongada de conciencia. Ejemplo: trate de mantener una medalla o moneda en su puño cerrado, teniendo clara la idea de este hecho. ¿Por cuánto tiempo puede usted mantener fija la atención? Ejercítese en esta práctica tratando de elevar sus promedios. Muchas veces pensamos que somos capaces de grandes esfuerzos cuando en verdad no podemos llevar a cabo cosas aparentemente pequeñas. Trate de ir caminando por el mismo sendero a la exacta hora del día (por ejemplo, ponga el despertador a las 7 a. m.) al cuarto de baño, durante un mes seguido. Muy difícilmente podrá efectuarlo. La trampa de este ejercicio está en que después de la quinta o sexta vez que se realiza (o de la catorce o la quince) puede creer que es sumamente sencillo y que no costará nada cumplirlo. Así, de esta manera, no lo efectúa. Este es el tipo de trampa mental que nos impide hacer un sinnúmero de cosas y obstaculiza el proceso liberador y creativo. | ||
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La vegetación, en la indefinida variedad de sus especies, formas,
colores y fragancias, constituye un mundo inagotable de significaciones
simbólicas conocidas por todos los pueblos desde la más remota
antigüedad. Recordemos en este sentido, que el Paraíso terrestre
es descrito como un jardín o un vergel, al cuidado del cual estaban
los primeros hombres. Asimismo, la agricultura (la "cultura del agro")
se considera como el primer oficio nacido de la sedentarización
de la humanidad, que da lugar a la aldea y posteriormente a la ciudad en
piedra y la civilización tal cual la conocemos. No olvidemos que
la palabra cultura deriva precisamente de 'cultivo', lo que está
relacionado evidentemente con lo vegetal. A esto se debe, sin duda, el
por qué el hombre arcaico y tradicional incorporó al vegetal
en la descripción simbólica de su cosmogonía y su
visión sagrada del mundo. En efecto, nada hay que exprese mejor
el despliegue de la vida universal que una planta en su pleno desarrollo,
como por ejemplo el árbol, el cual es también uno de los
símbolos naturales más difundidos del Eje del Mundo, y el
que más claramente alude a la estructura cósmica y sus diferentes
planos o grados de manifestación. Baste recordar el Arbol de la
Vida Sefirótico, semejante, en cuanto a su significación
esencial, a otros muchos árboles sagrados pertenecientes a las más
diversas tradiciones de todos los tiempos y lugares, como la ceiba entre
los mayas, el roble (o encina) entre los celtas, el olivo entre los pueblos
mediterráneos, el árbol Yggddrasil entre los escandinavos,
la palmera entre los antiguos egipcios y los árabes, etc.
La misma función simbólica desempeñan determinadas
flores, como el loto en las tradiciones orientales y la rosa o el lirio
en las occidentales. Todas ellas son símbolos del Centro y del Mundo,
y el abrirse de sus pétalos expresa el desarrollo de la manifestación
a partir de la Unidad primordial, de ahí que también se las
relacione con el simbolismo de la "rueda cósmica", estando el número
de pétalos en correspondencia con los radios o rayos que conectan
el centro de la rueda con su periferia. No olvidemos tampoco que las flores
en general están vinculadas al simbolismo de la copa, y por consiguiente
al aspecto pasivo y receptivo de la manifestación, a la pureza virginal
de la "quintaesencia", por ejemplo cuando se habla del "cáliz" de
una flor.
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Asimismo, de los tres reinos de la naturaleza, el vegetal es quizás
el que más directamente ligado está al fluir de los ritmos
y ciclos del cosmos, reflejados en la renovación periódica
y anual de las plantas, en la regeneración de la potencia fértil
y fecunda de su savia, propiciando de esta manera la alimentación
y el sustento necesario a hombres y animales. Pero lo realmente importante
es que esta relación está en la base misma de muchos mitos
y ritos agrarios, cuya estructura simbólica reproduce las leyes
universales de correspondencia y analogía (es decir, de armonía)
entre el orden terrestre y el celeste, o entre el orden visible y el invisible,
no siendo en suma el mundo vegetal, o mejor aún la naturaleza en
su conjunto, sino un símbolo vivo y siempre presente de lo sobrenatural
y trascendente. Por eso mismo, la germinación, desarrollo, florecimiento
y donación de los frutos de las plantas no deja de ser un hecho
asombroso y verdaderamente mágico y misterioso para quien vive inmerso
en lo sagrado, como era el caso de los habitantes de las sociedades tradicionales,
que veían en ello la acción combinada de fuerzas telúricas
y cósmicas personificadas en las deidades lunares y solares, terrestres
(e infra-terrestres) unas y celestes las otras, recibiendo la planta el
influjo de las energías pasivas y activas, femeninas y masculinas
del cosmos a través de los nutrientes substanciales de la tierra
y del agua, la vivificación del aire, y el calor y la luz procedentes
del fuego solar. De aquí deriva la doble naturaleza del vegetal,
"asúrica" por su vertiente subterránea y "dévica"
por su parte aérea y vertical (axial), términos éstos
pertenecientes a la tradición hindú, y que designan respectivamente
a las energías telúricas y celestes conciliadas en el acto
mismo de la creación de la planta. Esto cobra un relieve especial
en las llamadas "plantas sagradas", utilizadas en los ritos de iniciación
a los misterios, y cuya ingestión (bebida o comida) pone al ser
en comunicación con sus estados inferiores y superiores, realizando
el "viaje" por los distintos planos de manifestación, descendiendo
y ascendiendo por el Eje del Mundo.
Esas plantas serían, pues, un soporte o vehículo de Conocimiento, y en muchas ocasiones la propia planta, o su fruto, se considera como el objetivo a conseguir para acceder a dicho Conocimiento, de ahí la expresión "licor de inmortalidad" o "fruto de inmortalidad" que reciben determinadas substancias vegetales, como por ejemplo el vino o ambrosía en las culturas greco-romana, hebrea, cristiana e islámica, semejante al soma o amrita hindú, idéntico a su vez al haoma de los antiguos iranios, del que se dice que sólo podía recogerse en la "montaña sagrada" Alborj, equivalente al Eje del Mundo. Igualmente en la Alquimia vegetal se habla del "elixir de larga vida", que se corresponde con la "piedra filosofal" en la Alquimia mineral, siendo el elixir la esencia misma de la planta, como el vino es la esencia de la vid, otra figura del Eje del Mundo. En este sentido, recordaremos que el vino simboliza precisamente la doctrina esotérica y metafísica, es decir el Conocimiento, y seguramente a esto alude la expresión el "espíritu del vino", o aqua vitae (agua de vida), o "bebidas espirituosas", que todavía se conserva en el lenguaje popular de diversos lugares, aunque su sentido profundo ya pase totalmente desapercibido en la mayoría de los casos. También hay que mencionar el trigo (equivalente al maíz en las tradiciones precolombinas, o al arroz entre las extremo-orientales), y en consecuencia al pan, que junto al vino constituyen las dos especies eucarísticas del Cristianismo, es decir del cuerpo y la sangre, o la substancia y la esencia reunidas en el Verbo u Hombre Universal, arquetipo del iniciado, el que es comparado precisamente a una planta, tal y como indica la palabra "neófito", que tanto significa "nuevo nacido" como "nueva planta". Este es, asimismo, comparado a una semilla o germen que ha de "morir" en el interior de la tierra para renacer al mundo de arriba y de la luz, que es su verdadero origen, pues al contrario que el vegetal el hombre tiene sus "raíces" en el Cielo, tal y como nos relata Platón en el Timeo cuando dice que "el hombre es una planta celeste, lo que significa que es como un árbol invertido, cuyas raíces tienden hacia el cielo, y las ramas hacia abajo, hacia la tierra". |
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La ciencia alquímica se expresa fundamentalmente por imágenes
gráficas y grabados. El símbolo, a veces parcialmente oculto
en la iconografía, se manifiesta así de modo libre y sin
comentarios. El refrán dice que "a buen entendedor pocas palabras
bastan". Continuando con el sistema didáctico de Agartha, donde
se le presta buena atención a la enseñanza visual, lo que
coadyuva asimismo a aprender a Ver, ofrecemos aquí algunos grabados
de los Adeptos al Arte de la transmutación. Se trata en este caso
de signos de los cuatro elementos (ver Módulo A Nº
21), a los que se agregan otros detalles ornamentales directamente
referidos a la Ciencia de los Filósofos, o Arte Real.
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Los animales, además de expresar la parte instintiva e irracional
del alma humana (los impulsos, deseos y emociones del ánima), siempre
han ocupado un lugar destacadísimo en la cosmogonía de todos
los pueblos y culturas tradicionales, que unánimemente han visto
en ellos manifestaciones de las fuerzas cósmicas y divinas en su
acción sobre el mundo, constituyéndose en vehículos
y oráculos transmisores de la realidad de lo numinoso, y por tanto
en mensajeros o intermediarios entre el Espíritu y el hombre. Ellos
conforman, pues, un código simbólico de suma importancia,
un lenguaje a través del cual el hombre ha podido y puede leer las
claves que le permiten comprender las leyes y misterios del universo, y
por consiguiente conocerse a sí mismo, pues siendo un microcosmos
hecho a imagen y semejanza del macrocosmos, contiene dentro de sí
todas las formas, lo cual es posible por la posición central que
ocupa en su mundo, y que le fue designada por el Creador. En este sentido
los textos tradicionales afirman que los primeros hombres tenían
la potestad de poner nombres a todos los seres y cosas, lo que no sería
tal si éstos no formaran ya parte de su naturaleza integral. Asimismo,
la lengua adámica y primordial ha sido llamada la "lengua de los
pájaros", no siendo éstos, efectivamente, sino los mensajeros
de las realidades superiores, lo cual guarda relación con la "lengua
de oc" (de oca), considerada en la Edad Media y en el sur de Francia como
el argot simbólico utilizado por los alquimistas, constructores,
trovadores y juglares para transmitir el Conocimiento. La "lengua de oc",
o la "lengua de los pájaros", es verdaderamente el lenguaje de los
símbolos.
Podríamos decir que los animales (sobre todo los salvajes), en cierto modo conservan todavía la pureza virginal de los orígenes: son lo que son, y en la espontaneidad de sus gestos participan, junto a la naturaleza entera, de la armonía y del rito perenne de la creación. Recordemos que en diversas culturas de las hoy llamadas "primitivas" o chamánicas es muy importante la figura del "animal iniciador", vinculado con la idea de un "alter ego" animal en el hombre; además, en dichas culturas por lo general el ancestro mítico y civilizador es un animal, y su danza, o rito, creacional es la que se reitera e imita en las ceremonias de acceso a lo sagrado. Conocida es también la existencia de ciertos animales "psico-pompos" (por ejemplo el perro y el caballo) que guían al difunto en su viaje post-mortem, considerado análogo al que ha de realizarse durante las pruebas por el laberinto iniciático; sin olvidar que los "guardianes del umbral", cuya función es impedir, o permitir a los que están cualificados para ello, la entrada al mundo invisible, aparecen revestidos con formas animalescas, en ocasiones con apariencia monstruosa y "terrible". Tal es el caso, por ejemplo, del Mákara y del Kala-Mukha hindúes, o del Tao-Tie chino, que figuran al Ser Supremo en su aspecto de animal monstruoso, cuyas fauces abiertas pueden ser, en efecto, tanto las "fauces de la Muerte" como la "puerta de la Liberación". La Esfinge, y concretamente la Esfinge egipcia con cabeza de hombre y cuerpo de león, tendría también el mismo sentido de "guardián del umbral". |
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Es importante además destacar que casi todas las divinidades
zodiacales de no importa qué tradición están representadas
con formas de animales, y recordaremos nuevamente que la palabra Zodíaco
no quiere decir sino "rueda de los animales", o "rueda de la vida", lo
que está obviamente ligado a la idea de movimiento y de generación
surgida del Ser universal, o mejor de su energía creadora, que permanentemente
se recrea a sí misma, en este caso a través de las indefinidas
formas animales. Esto concuerda perfectamente con la idea, muy difundida
entre las civilizaciones precolombinas de que el cosmos, esto es la Vida
universal, es un animal gigantesco, del que todos formamos parte integrante
(tal es el caso también de la serpiente alquímica Uroboros),
y ello explicaría el por qué entre dichas culturas la Deidad
creadora está en bastantes ocasiones representada como un animal
(como ocurre asimismo en la tradición hindú con el dios con
forma de elefante Ganesha), o bien caracterizada con las partes
más significativas de un animal, generalmente la cabeza, como es
el caso, por ejemplo, de los dioses asirio-babilónicos y del antiguo
Egipto. En las tradiciones de Mesoamérica el dios Quetzalcoátl
quiere decir "pájaro-serpiente", o "serpiente emplumada", conjugando
en su naturaleza las energías aéreas que tienden hacia el
cielo (lo vertical), y aquellas que reptan y se mueven por la tierra (lo
horizontal). El águila y la serpiente son, en efecto, los dos animales
que mejor representan ese antagonismo y complementariedad entre lo celeste
uránico y lo terrestre ctónico y telúrico.
Por otro lado, junto con el cordero, el pelícano y el pez, el águila y la serpiente son los animales-símbolos más representativos de Cristo, si bien esto habría que extenderlo a casi todos ellos (incluidos los fabulosos), como lo demuestra el riquísimo bestiario de Cristo (dentro del cual se incluye el Tetramorfos), tan ampliamente desarrollado en el arte de la Edad Media. Dicho bestiario comprende prácticamente todas las especies repartidas en cuatro grandes grupos, en correspondencia con los cuatro elementos: los reptiles a la tierra, los peces y anfibios al agua, las aves al aire, y los mamíferos al fuego, siendo el mismo Cristo (el Hijo del Hombre) el elemento central, o "quintaesencia", pues de él emanan en tanto que expresiones de los atributos de su Verbo o Logos creador. |
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16 | NOTA: | |
Ya hemos advertido que la cultura (cuya raíz y origen es sagrado), es una intermediaria entre el hombre y la deidad. Y es desde este punto de vista y no desde la vanidad erudita, el enciclopedismo encasillador, o la literalidad mnemotécnica, que ella es iluminadora y un vehículo especialmente apto para el Conocimiento. Sin la esencia de la Cultura, que es el auténtico saber, todo el resto del adornado aparato cultural es sólo letra muerta. Igualmente esto es válido para los ritos, que a veces son confundidos con determinadas "ceremonias", totalmente vacías de contenido. Esto es así también para los ejercicios, tanto intelectuales como físicos, que Agartha promueve. | ||
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En una primera lectura, la corona simboliza las virtudes más
elevadas que existen en el hombre, de ahí que se ciña sobre
la cabeza, la "cúspide" del microcosmos humano, esto es, en aquella
parte del mismo que se corresponde con el Cielo, cuya forma circular la
corona reproduce. Pero, precisamente por ello, la corona también
expresa lo que está por "encima" o "más allá" del
cosmos y del hombre: la realidad de lo divino y lo trascendente. Podría
decirse que en el significado de la corona coinciden, pues, las cualidades
más nobles y superiores del ser humano y al mismo tiempo aquello
que las trasciende por constituir el arquetipo de las mismas. En el camino
del Conocimiento, o vía iniciática, dichas cualidades se
van desarrollando tras un largo proceso de transmutación alquímica,
durante el cual el aspirante a él va tomando gradualmente conciencia
de la sacralidad de su existencia, o de su realidad en lo universal, hasta
identificarse plenamente con ésta.
Esa identificación se visualiza muchas veces como la "conquista" de un estado espiritual (o supra-individual), que es el que, efectivamente, "corona" la realización de dicho proceso, es decir, lo "legitima" (o lo hace verdadero y cierto, que es lo que esta palabra significa realmente), invistiendo a quien lo cumplimenta de una autoridad que emana directamente del poder mismo de Dios, el Rey Supremo, o Rey del Mundo. Este es el sentido que tenían en la antigüedad los ritos de coronación de los reyes, los jefes de un pueblo o de una comunidad tradicional, que eran tales porque antes habían llegado a ser los reyes y jefes de sí mismos, gobernando de acuerdo a la Voluntad del Cielo, a la que representaban ante sus súbditos. La verdadera coronación (que es una "consagración" o asunción plena de lo sagrado) ocurre en lo más secreto, en el corazón, donde se establece la "alianza" que sella la unión con la Deidad, siendo entonces la corona un signo externo y distintivo que confirma la posesión de la auténtica realeza interior. Por otro lado, no podemos dejar de mencionar las estrechas vinculaciones que se dan entre la corona y los cuernos, los cuales también se ceñían sobre la cabeza, y simbolizan exactamente lo mismo que aquella. Los cuernos son un atributo de la potencia del Espíritu que "desciende" a la naturaleza del hombre, al que fecunda y transfigura integrándolo en la entidad superior, que es su verdadero Sí Mismo. Igualmente, es evidente la relación que existe entre los cuernos y el rayo, y desde luego con el relámpago, y recordaremos, a este respecto, que las coronas más antiguas estaban adornadas de puntas que semejaban los rayos luminosos. Lo mismo podría decirse de la corona de espinas que portaba el Cristo Rey durante su Pasión. Con todo ello se trata de destacar el aspecto solar de estos símbolos, el que también aparece en la corona de laurel (símbolo eminentemente solar) que llevaban los emperadores romanos y con la que eran coronados los héroes, pero sin olvidar que dicho aspecto se complementa con el simbolismo polar, que es el más primordial. En efecto, ambas palabras, corona y cuernos, proceden de idéntica raíz lingüística, KRN, la misma de Krónos, o Cronos, que es el nombre griego de Saturno, la más alta y elevada de las esferas planetarias y considerado como el rey de la Edad de Oro. También la hallamos en Karneíos, que era uno de los nombres que recibía entre los griegos el Apolo hiperbóreo (Apollón Karneíos), el dios del "alto lugar" (Karn), siendo ese lugar la cúspide misma de la Montaña sagrada del Polo (el Eje del Mundo), sede de la Tradición y la humanidad primigenia. Aparece asimismo en la palabra cráneo, el cual es, efectivamente, la parte más elevada de la columna –o eje– vertebral, cuyo extremo superior se denomina precisamente la "coronilla". Siendo el cráneo un símbolo de la bóveda celeste, la coronilla equivaldría entonces a la Estrella polar, llamada el "ápice" del Cielo porque ella "corona" todo nuestro universo visible, y además es considerada en todas las tradiciones como el lugar por donde simbólicamente se accede a los estados superiores del ser, esencialmente supra-cósmicos y metafísicos. Recordemos, en este sentido, que Kether, la Unidad, significa precisamente la "Corona", ceñida por el Adam Kadmon u "Hombre Universal". Esta idea de lo supracósmico es la que representa también el Sahasrâra chakra en la tradición hindú y budista. Todo este simbolismo polar y axial conviene perfectamente al de la tiara papal (de origen muy remoto), que es una corona de tres pisos superpuestos, y cuya parte superior aparece rematada por una cruz, otra figura del Eje del Mundo (ver por ejemplo el Arcano V del Tarot). Si la corona propiamente dicha es el símbolo de la autoridad temporal ejercida por el rey (el guerrero), la tiara simboliza a la autoridad espiritual asumida por el sumo pontífice o sacerdote, que en la antigüedad tradicional ocupaba la cúspide de la jerarquía iniciática, ejerciendo su función sobre los tres mundos, es decir sobre el conjunto de la Existencia manifestada, tal cual el Dios Hermes Trismegisto. El era, es, el puente o eje que comunica la Tierra con el Cielo, y el Cielo con la Tierra, el que transmite las bendiciones o las influencias espirituales y el que posee íntegra la Doctrina y la Enseñanza tradicional. Esto explicaría el por qué durante la Edad Media occidental los reyes eran coronados por la autoridad espiritual, reconociéndose así la superioridad de lo metafísico sobre lo temporal, de lo divino sobre lo humano. |
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En la vía de realización personal que este manual propone,
la afirmación del encabezado nos indica poner especial atención
a todo aquello que pasa desapercibido, pero que sin embargo tiene una enorme
importancia cuando se trata de conocer la causa y el origen de las cosas.
Numerosas expresiones tradicionales hacen hincapié en la superioridad
del poder de lo pequeño, sutil e invisible, sobre lo visible, grosero
y grande. "Semejante es el Reino de los Cielos a un granito de mostaza,
que tomándolo un hombre lo sembró en su campo (en sí
mismo), el cual es la más pequeña de todas las semillas,
mas cuando se ha desarrollado es mayor que las hortalizas y se hace un
árbol, de modo que vienen las aves del cielo (símbolo de
los estados superiores) y anidan en sus ramas" (Mateo, XIII, 31-32).
Igualmente todos nuestros gestos, lo que somos y seremos, estaban ya contenidos, en potencia, en la célula seminal que nos engendró y nos dio la vida. Estas proporciones entre lo pequeño y lo grande no son sólo cuantitativas, sino cualitativas, y obedecen a las leyes de la analogía, que nos hace conocer la idea del Todo por una de sus partes. Pero aquí hablamos más bien de las relaciones jerárquicas entre el Principio y su manifestación, que aparecen invertidas en cuanto pasamos del orden celeste o espiritual al terrestre o corporal, teniendo siempre presente que el primero es causa del segundo. Lo más grande en el Cielo es lo más pequeño en la Tierra, y lo más grande en la Tierra es lo más pequeño en el Cielo. El cosmos es el despliegue del "Huevo del Mundo", que alberga los gérmenes de todo lo que existe y se manifiesta cíclicamente. Asimismo, el Espíritu, cuando se quiere dar a conocer, no lo hace a través de lo pomposo y ceremonial, ni de nada que venga del exterior sino que lo realiza por medio del silencio interno y de lo innombrable, como una fuerza que brota de lo más profundo y se expande por todo nuestro ser, iluminándolo interiormente y ordenándolo conforme a su arquetipo eterno. Lo verdaderamente universal, lo supremo, no tiene dimensiones, ni está sujeto a ningún tipo de ley terrestre y humana. Anida oculto y secreto en el corazón de los seres, que sin él carecerían de toda realidad, al igual que la circunferencia no existiría sin el punto, ni la serie numérica sin la Unidad aritmética. Así, cuanto más identificados estemos con las cosas de "este mundo" menos participaremos de la comunión salvífica en el Ser. "Haz que tu 'yo' sea más pequeño y limita tus deseos". "Renuncia al conocimiento (cuantitativo y profano) y no sufrirás" (Tao Te King, XIX). "Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos" (Mateo XX, 16). "El menor entre todos vosotros, ese será el más grande" (Lucas, IX, 48). "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Marcos, IX, 35). |
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A continuación ofrecemos algunos significados sintéticos
de los veintidós Arcanos Mayores.
Es importante no olvidar, al estudiar las cartas y trabajar con ellas, lo que hemos dicho sobre las disciplinas relacionadas con el Tarot. Estas láminas tienen relación con las sefiroth del Arbol de la Vida y las letras del alfabeto hebreo, así como con los planetas, metales y signos zodiacales, etc. Recordemos también constantemente sus vínculos con el simbolismo de los colores y especialmente con el significado de los números. Si logramos establecer estas relaciones de modo adecuado, veremos que cada Arcano es un mundo, y observaremos que nuestra inteligencia se despierta y el ángulo de la visión se abre. Toca al interesado ampliar, con la información que tenga a su alcance, los significados de las cartas. El conocimiento de cada una de ellas puede profundizarse a niveles insospechados. Permita que éstas le hablen de un modo mágico y las verá actuar en su interior como vehículos iniciáticos y adecuados transmisores de un Conocimiento Vivo y una Tradición Primordial, con los que usted podrá ligar de esta manera. |
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