LA CENA SECRETA
EL LIBRO DE LOS DOS PRINCIPIOS
EL RITUAL CÁTARO
Ofrecemos al lector, por primera vez en lengua española, los textos
doctrinales estrictamente cátaros que se han conservado:
El libro de los dos principios
El ritual occitano (también llamado de Lyon)
El ritual latino
A ellos habría que agregar los documentos procedentes de los archivos de la Inquisición algunos de los cuales han sido editados 1, así como una versión del Nuevo Testamento traducido durante el siglo XIII a lengua occitana 2.
Aunque no son documentos escritos por los cátaros, existen también dos evangelios apócrifos que ejercieron una gran influencia en sus formulaciones doctrinales. Se trata de La Cena Secreta que reproducimos aquí por su enorme repercusión, sobre todo entre los cátaros franceses e italianos, y La Ascensión de Isaias 3, de menor efecto. Estos documentos serían la totalidad de los "manifiestos" cátaros que se conocen públicamente.
Como se sabe, la doctrina de los cátaros tomó cuerpo en la sociedad medieval europea, creando un movimiento de amplias dimensiones sociales que duró con tal carácter cerca de dos siglos. Por ello, forzosamente se vio también reflejada en numerosas obras de la época, literarias y otras. Entre las más conocidas podemos citar: La leyenda de Barlaam y Josafat; El viaje de San Patricio al Purgatorio; El poema de Boecio; y las Visiones de Tindal y San Pablo, así como numerosos escritos de los trovadores provenzales y catalanes 4.
La Cena Secreta se llama también Preguntas de Juan pues su contenido consiste en una serie de interrogaciones que Juan habría formulado a Jesucristo en una "Cena Secreta del reino de los cielos" de la que, en opinión de algunos cátaros, la Cena histórica no habría sido sino el reflejo temporal.
Las dos versiones existentes de la Cena Secreta tratan, en el mismo orden, los siguientes asuntos:
1) Satán antes de la caída, 2) Seducción de los ángeles por Satán, 3) caída de Satán, 4) creación del mundo, 5) creación del hombre, 6) pecado de Adán y Eva, 7) la generación de las almas, 8) el reino de Satán sobre la tierra, 9) la venida de Jesucristo, 10) el bautismo por el agua y el bautismo por el Espíritu, 11) significado de las palabras "comer la carne y beber la sangre de Cristo", 12) El Juicio Final y 13) Castigo de Satán.
Fue editada por Doellinger, op. cit. La versión latina de este evangelio es del siglo XIII. Al parecer de los estudiosos, el texto debe remontarse a una versión griega de unas Memorias de los Apóstoles, obra mística conocida por los primeros maniqueos. Existen dos versiones, una procedente de los archivos de la Inquisición de Carcasonne (Francia), y otra que se encuentra en la biblioteca Nacional de Viena (Manuscrito 1.137). Ambas versiones proceden al parecer de una misma copia hecha por los bogomilos medievales. Aquí publicamos las dos.
De el Liber de Duobus Principiis existe un único manuscrito de finales del siglo XIII que pertenece al fondo de los Conventi Soppressi de la Biblioteca Nacional de Florencia. Ha sido publicado en 1.939: Un tratado neo-maniqueo del siglo XII, el Libro de los dos principios, seguido de un fragmento del ritual cátaro, por A. Dondaine, O.P. Instituto Storico domenicano, S. Sabina, Roma 1939.
Esta compuesto por diversos tratados (siete).
El primero, Tratado del libre arbitrio, niega la existencia del mismo y, con ello, de la libertad. El segundo, La creación, y el tercero, Signos Universales, vienen a completar el primero, y entre los tres fundamentan la teoría acerca de la existencia de los dos principios.
El Resumen para servir de instrucción a los ignorantes expone la doctrina de los dualistas absolutos tal y como la había sistematizado Jean de Lugio, aplicada solo a dos puntos concretos: la creación y los dos principios.
El Tratado contra los Garatenses es una obra polémica dirigida contra los dualistas mitigados de la iglesia de Concorezo.
Finalmente el segundo tratado Del Libre arbitrio recoge nuevos argumentos en contra de la existencia del mismo y el De las persecuciones es una selección de citas de las Sagradas Escrituras destinadas a mostrar con la autoridad del Nuevo Testamento que los verdaderos cristianos deben esperar ser perseguidos.
Rituales Cátaros han llegado hasta nosotros dos: El ritual occitano, llamado "de Lyon" que está escrito en lengua d'oc (manuscrito del palacio de las Artes, Lyon), y el "de Florencia", incompleto, escrito en latín.
Ambos han sido publicados por A. Dondaine: el primero en "El Nuevo Testamento" (obra citada nota 1, págs. 470 a - 482 b), y el segundo en el Libro de los dos Principios (Pág 151 - 165).
Como todos los rituales, los rituales cátaros son soporte material de
enseñanzas herméticas fruto de una dilatada experiencia que, mediante la
combinacion de ceremonias, ornamentos, colores, sonidos, monumentos, sucesión de
gestos, etc. facilitan el acceso a mundos superiores. En estos rituales cátaros
el lector podrá encontrar, entre otras, la importantísima descripción del
"Consolamentum"
Los Cátaros en la historia
Cátaro es una palabra procedente del griego que significa "puro". Con ella se designa de manera general un movimiento religioso que se extendió por la Europa meridional, especialmente en el Sur de Francia, desde los siglos XI al XIII. Los seguidores de este movimiento fueron conocidos con nombres diversos según las zonas: patarinos en el Norte de Italia, Bosnia y Dalmacia; en el norte de Francia publicanos, palabra derivada del latín paulicianos que designaba una secta cristiana con la que a veces se les relacionaba; albigenses en el Languedoc francés donde fueron particularmente importantes; bogomilos en Bulgaria.
El movimiento fue ferozmente reprimido mediante una cruzada instigada por el papa Inocencio III y encabezada militarmente por Simón de Montfort, que comenzó en los primeros años del siglo XIII y revistió una crueldad extraordinaria. Su primer episodio fue la matanza de Beziers (sur de Francia), ciudad en la que todos los habitantes fueron asesinados. Aquí el abate Arnaldo Amalric pronunció la célebre frase «Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos». La guerra siguió hasta 1244, fecha en la que los cruzados tomaron el castillo de Montsegur, último foco de resistencia de los cátaros, que murieron por centenares arrojándose cantando a las llamas de la hoguera.
La filiación espiritual del catarismo es muy remota: a través de su versión
bogomila recibió influencias de los paulicianos, secta herética cristiana de
carácter maniqueo, cuya doctrina como se sabe se desarrolló entre los antiguos
persas. El otro componente de su doctrina es de naturaleza gnóstica. Sostenían
la existencia de los dos principios, el del bien y el del mal; defendían la
transmigración de las almas diciendo que éstas han de sufrir innumerables
prisiones en cuerpos humanos o animales hasta que se transformen en puras
(cátaros), recibiendo entonces la iluminación y liberándose de la rueda de
reencarnaciones; practicaban el culto por doquiera y rechazaban los sacramentos
de la iglesia católica teniendo su propio ritual, cuya parte fundamental era el
consolamentum especie de sacramento impartido por imposición de manos. Quienes
los recibían quedaban incluidos entre los perfectos, que venían a se los
sacerdotes del grupo y llevaban una vida extremadamente ascética.
Los cátaros y el hermetismo
La afirmación más extendida sobre los cátaros es que son maniqueos, partidarios de la existencia de dos principios, el del bien y el del mal. Estos principios serían de igual importancia según unos (dualismo absoluto), y según otros de mayor importancia el principio del bien que el del mal (dualismo mitigado).
En otro orden de cosas hay quien afirma que la doctrina cátara sería una doctrina lunar. Estos estudiosos contraponen a los cátaros las doctrinas templarios, de naturaleza solar.
Hay también quien considera que los cátaros eran iniciados, una multitud de
iniciados, que poseían los términos de entrada y salida en el cuerpo físico y
dominio del mismo (endura). Su afección a la naturaleza (lo que ha hecho Dios es
bueno) y su interés y manejo de la misma, no serían sino la atención a uno de
los dos polos (el femenino, el pasivo, la naturaleza naturada) de todo cuanto
existe.
BIBLIOGRAFIA
Otros textos Cátaros
Boecis (poema sobre Boecio, fragmento: René Lavaud el J. Machicol. Institut d'etudes occitanes, Toulouse, 1950).
Le roman de Barlaam et Josaphat. Die provenzalische Prosaredaktion des
geisllichen Romans von Barlaam und Josaphat nebst einem Anhang über einige
deutsche Drücke des XVII Iahrhunderts herausgegeben von Ferdinand Heuckenkamp.
Halle, 1912. Traducción francesa: R. Nelli, Le roman spirituel de Barlaam et
Josaphat, in: La Tour Saint Jacques, nº 15 (mai-juin 1958) et 16 (décembre
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Fuentes
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Tractatus de hereticis (A. Dondaine, la hiérarchie cathare en Italie: Arch,
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Catharose de Petri, La triple Alianza de la luz: grial, cátaros y cruz con
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Sobre los trovadores españoles, especialmente en Cataluña, véase "Historia de
los heterodoxos españoles", M. Menéndez y Pelayo, libro III, cap II:
"Albigenses, cátaros, valdenses, pobres de León, "insabattatos". B.A.C. Madrid
1956 Esta obra contiene igualmente abundante bibliografía general sobre el
catarismo.
1 Yo, Juan, que soy vuestro hermano y que tengo acceso a la aflicción para
tener acceso, también, al reino de los cielos, mientras que
descansaba sobre el pecho de nuestro señor Jesucrito, le dije:
"Señor, ¿quién es quien te traicionará?" y él me respondió: "Aquel que pone
conmigo su mano en el plato. Entonces Satán entró en él (Judas) y ya buscaba
venderme".
2 Y le dije: "Señor, antes de que Satán cayera, ¿en qué gloria estaba él
establecido cerca de tu Padre?" Y él me respondió: "Estaba en una gloria tal que
regía las virtudes de los cielos. En cuanto a mí, me sentaba al lado
de mi Padre. Era el comendador de todos aquellos que imitaban al Padre y su
poder bajaba del cielo hasta los infiernos y remontaba de los infiernos hasta el
trono del Padre invisible. Y él observó la gloria de Aquel que mueve
los cielos. Y él soñó en aposentarse sobre las nubes de los cielos ya que quería
asemejarse al Altísimo. Y habiendo descendido al Aire, dijo al ángel
del Aire: "Abreme las puertas del Aire." Y el ángel le abrió las puertas del
Aire. Y continuando su camino hacia lo bajo, encontró al ángel que tenia las
aguas, y le dijo: "Abreme las puertas de las aguas"; y el ángel se
las abrió. Más allá se encontró toda la faz de la tierra cubierta por las aguas.
Vino a la tierra y vio dos peces que estaban estirados sobre las aguas. Eran
como dos bueyes uncidos para labrar y bajo la orden del Padre Invisible,
guardaban toda la tierra, del ocaso al amanecer. Habiendo bajado más
bajo aún, se encontró en presencia de las nubes que pasan sobre las olas del mar
para retenerlas. Bajando siempre llegó hasta su ossop, que es el
principio del fuego. Después de lo cual ya no pudo bajar más abajo por causa de
la llama de fuego ardiente. Satanás volvió hacia atrás y llenó su alma de
malicia, y abordando al ángel del Aire y a aquel que estaba por encima de las
agua les dijo: "Todas las cosas me pertenecen. Si vosotros me escucháis,
emplazaré mi trono sobre las nubes y seré parecido al Más Alto: retiraré las
aguas de este firmamento superior y juntaré todos los demás lugares ocupados por
el mar: hecho esto, no habrá más aguas sobre la faz de la tierra y reinaré con
vosotros por los siglos de los siglos". Y dicho esto el ángel (Satanás) subió
hasta los otros ángeles, justo hasta el quinto cielo, y a cada uno de ellos le
habló así: "¿Cuánto debes a tu amo? Cien medidas de trigo", le respondió uno de
ellos. "Toma pluma y tinta, le dijo, y escribe: cuarenta." El dijo a los otros:
"¿Y tú, cuánto debes tú a tu Señor? Cien jarras de aceite", le fue respondido:
"Siéntate, le dijo Satanás, y escribe cincuenta." Y subió a todos los
cielos y, con tales palabras seducía a los ángeles del Padre Invisible, y así
hasta el quinto cielo.
3 Pero una voz salió del trono del Padre diciendo:
"¿Qué haces tú, negador del Padre, tú que seduces a los ángeles? ¡Creador del pecado, haz rápido lo que has imaginado hacer!". Entonces el Padre ordenó a sus ángeles: "¡Quítenles sus vestiduras!" Y los ángeles despojaron de sus vestiduras, de sus tronos y de sus coronas a todos los ángeles que habían escuchado a Satanás."
Y yo interrogué aún al Señor: "¿Cuando Satanás cayó en qué lugar tuvo su
morada?" Y él me respondió: "Mi padre lo transformó a causa de su orgullo y la
luz le fue retirada; su faz llego a ser como fuego rojo y se volvió muy parecida
a la faz del hombre. Y él arrastró con su cola la tercera parte de
los ángeles de Dios, y fue arrojado del trono de Dios y del dominio de los
cielos. Y descendiendo hasta este firmamento, no pudo encontrar un lugar de
reposo ni para él ni para aquellos que estaban con él. E invocaron al Padre
diciendo: "¡Ten paciencia conmigo y te devolveré todo!" Y el Padre
tuvo piedad de él y le dio reposo así como a los que estaban con él y el permiso
de hacer lo que quisieran hasta el séptimo día."
4 Y así se instaló en el firmamento y dio órdenes al ángel que estaba por
encima del Aire y a aquel que estaba por encima de las Aguas: ellos levantaron
dos partes de las aguas de abajo a arriba, en el aire, y de la tercera parte
hicieron el mar, que llegó a ser dueño de las aguas, pero, según el mandamiento
del Padre, él prescribió también al ángel que estaba por encima de las aguas
mantenerse sobre los dos peces; y ellos elevaron la tierra de abajo a arriba y
el suelo seco apareció. Y tomó la corona del ángel que mandaba a las aguas: de
una mitad hizo la luz de la luna; de la otra la luz de las estrellas. Con las
piedras preciosas él hizo las miríadas de estrellas. Seguidamente, tomó a sus
ángeles como ministros siguiendo el orden de las jerarquías celestes instituido
por el Más Alto. Y bajo las órdenes del Padre Invisible, hizo el trueno, las
lluvias, los hielos y las nieves. Y emplazó a los ángeles como ministros para
que los gobernara. Y ordenó a la tierra que produjera todo gran animal, reptil,
y los árboles y las yerbas; y ordenó a la mar producir los peces y los pájaros
del cielo.
5 Después de lo cual, reflexionó, e hizo al hombre para que éste fuera su
esclavo o el esclavo de él mismo. Y ordenó al ángel del tercer cielo
entrar en ese cuerpo de barro, del cual cogió una parte para hacer otro cuerpo
con forma de mujer; y él ordenó al ángel del segundo cielo entrar en el cuerpo
de la mujer. Pero estos ángeles lloraron cuando vieron que había en ellos forma
mortal y que se habían vuelto diferentes por esta forma externa. Y Satanás les
conminó a hacer el acto de la carne en sus cuerpos de barro; y ellos no
comprendieron que así cometían el pecado. El anunciador de los males venideros
meditó en su espíritu sobre la manera como él haría el Paraíso; y él hizo entrar
a los hombre y ordenó a sus ángeles llevarlos hasta allí. Entonces el Diablo
plantó unos matorrales en medio del Paraíso; y de un escupitajo, hizo a la
serpiente, a la que ordenó habitar en los matorrales. Es así como el Diablo
disimuló su mala intención, a fin que ellos no conocieran su trampa. Y él entró
en el Paraíso y habló con ellos: El les decía: "Comed de toda fruta que se
encuentra en el Paraíso, pero guardaos bien de comer de la fruta de la ciencia
del Bien y del mal." No obstante el Diablo se introdujo en el cuerpo de la mala
serpiente y sedujo al ángel con forma de mujer, él extendió sobre su cabeza la
concupiscencia del pecado, y él asumió su concupiscencia con Eva sirviéndose de
la cola de la serpiente. Es por eso por lo que los hombre son llamados hijos del
diablo e hijos de la serpiente, ya que sirven a la concupiscencia del Diablo, su
padre, y la servirán hasta la consumación de este siglo.
6 Y seguidamente, yo Juan, interrogué así al Señor: "¿Cómo se puede decir que
Adán y Eva han sido creados por Dios y puestos en el Paraíso para obedecer las
órdenes del Padre, y que han sido seguidamente abandonados a la muerte?" Y el
Señor me respondió: "Escucha Juan, amado de mi Padre, son los ignorantes los que
dicen, en su error, que mi Padre ha fabricado esos cuerpos de barro. En
realidad, El creó todas las Virtudes del cielo por el Santo Espíritu: es a causa
de su pecado, por lo que estos se encontraron con cuerpos de barro mortales y
por lo que fueron en consecuencia a la muerte." Y de nuevo, yo Juan, interrogué
al Señor: "¿De qué manera un hombre puede tomar nacimiento en espíritu en un
cuerpo de carne?" Y el Señor me respondió: "Salidos de ángeles caídos del cielo,
los hombres entran en el cuerpo de la mujer y reciben la carne de la
concupiscencia de la carne. El espíritu, nace por lo tanto del espíritu y la
carne de la carne. Y así se cumple el reino de Satán en este mundo y
en todas las naciones." Y él me dijo aún: "Mi Padre le ha permitido reinar siete
días que son siete siglos."
7 Y yo interrogué de nuevo al Señor, le dije: "¿Quién habrá allí en ese tiempo?" Y él me dijo: "Desde el instante que el diablo fue arrojado de la gloria del Padre y rechazó tomar parte en ella, él se aposentó sobre las nubes y envió a sus ministros, los ángeles ardientes de fuego, abajo, hacia los hombres, desde los tiempos de Adán hasta los tiempos de Enoc. Y él elevó a Enoc, su ministro por encima del firmamento y le reveló su divinidad. Le fue dado una pluma y tinta; y, habiendose sentado escribió sesenta y siete libros bajo su dirección."
El le ordenó llevárselos a la tierra. Enoc los guardó en depósito en la tierra, luego los trasmitió a sus hijos y comenzó a enseñarles la manera de hacer sacrificios e inicuos misterios. Y así escondía a los hombres el reino de los cielos.
Y Satán les decía: "Ved que soy vuestro Dios y que no hay más Dios que yo." Es por esta razón por la que mi padre me envió al mundo a fin de enseñar a los hombres y que aprendan así a conocer el espíritu malo del Demonio. Pero entonces Satanás, habiendo sabido que yo había bajado del cielo a este mundo, envió a su ángel y éste tomó leña de tres árboles y la dió a Moisés para que yo sea crucificado con esta leña, la cual en efecto, está actualmente guardada para mí, para mí crucifixión.
Y éste hacía conocer su divinidad a su pueblo, y él ordenó que la
ley sea dada a los hijos de Israel, y Moisés les hizo pasar por en medio del mar
Rojo.
8 Cuando mi padre hubo pensado enviarme a la tierra, antes que a mí, envió a
su ángel, nombrado María, para que me recibiese. Entonces yo bajé, entré en él
por la oreja y volví a salir por la otra oreja. Y Satanás, príncipe de este
mundo, supo que yo había bajado aquí abajo para buscar y salvar a los seres que
habían perecido, y él envió sobre la tierra, para bautizar en el agua, a su
ángel, el profeta Elías, al cual se le llamó Juan-Bautista. Pero
Elías preguntó al príncipe de este mundo: "¿Cómo podré reconocerle?". Y el
Señor, El mismo, le contestó: "Aquél sobre el que veas al Santo Espíritu
descender como una paloma y quedarse, ese bautiza en el nombre del
Santo Espíritu para la remisión de los pecados: él solamente tiene el poder de
perder y de salvar."
9 Y de nuevo yo, Juan, pregunté al Señor: "¿Se puede ser salvado por el
bautismo de Juan sin tu bautismo?" Y el Señor me respondió: "Si yo no
le he bautizado, por el espíritu, para la remisión de los pecados, ningún
hombre, sólo por el bautismo del agua, puede ver el reino de los cielos, ya que
yo soy el pan de la Vida descendiendo del séptimo cielo. Y aquéllos
que coman de mi carne y beban mi sangre, sólo aquellos serán llamados hijos de
Dios." Y yo pregunté al Señor: "¿Qué hay que entender en tus palabras: "coman mi
carne y beban mi sangre?". Y el Señor me dijo: "Antes que el Diablo fuera
expulsado con toda su milicia, de la gloria del Padre, cuando oraban,
glorificaban en efecto al Padre diciendo en sus oraciones: Nuestro Padre que
estás en los cielos y así todos sus cánticos subían ante el trono del Padre.
Pero después de su caída, no pueden glorificar a Dios por medio de esta
oración." Y yo pregunté al Señor: "¿Cómo es que todos reciben el bautismo de
Juan y no todos reciben el tuyo?" Y el Señor me dió esta respuesta: "Porque sus
obras son malas y porque no llegan a la luz. Los discípulos de Juan toman
maridos y toman mujeres, pero mis discípulos no se casan, y ellos son como los
ángeles de Dios en el cielo." Yo dije entonces: "Si entonces es pecado conocer a
la mujer, no es preciso que el hombre se case." El Señor me respondió: "No todos
comprenden el sentido de estas palabras, a menos que les haya sido dado (en
gracia) el comprenderlas: hay eunucos que han salido tales del vientre de su
madre, hay quien los hombres les han hecho eunucos y hay quienes se han hecho
eunucos a sí mismos (renunciando al matrimonio), por el reino de los cielos.
Quien puede comprender esto lo comprende!"
10 Y yo entonces interrogué al Señor sobre el día del Juicio: "¿Cual será el
signo de tu llegada?" El me respondió: "Eso será cuando el número de Justos esté
consumado según el número de Justos coronados caídos del cielo.
Entonces Satanás será liberado y saldrá de su cárcel, preso de gran
cólera, y hará la guerra a los Justos, y éstos gritarán hacia el Señor Dios con
gran voz. Y enseguida el Señor ordenará a su ángel tocar la trompeta. La voz del
arcángel, en la trompeta, será escuchada desde el cielo hasta los infiernos. Y
entonces el sol se oscurecerá y la luna no dará más su luz; las estrellas caerán
y los cuatro vientos serán arrancados de sus fundamentos, y ellos harán temblar
la tierra y el mar y al mismo tiempo las montañas y las colinas. De pronto el
cielo temblará y el sol se oscurecerá y solo brillará hasta la cuarta
hora. Entonces aparecerá el signo del Hijo del Hombre, y
con él todos los santos ángeles, y él emplazará su asiento sobre las nubes y se
sentará sobre el trono de su majestad, con los doce apóstoles sentados sobre los
doce asientos de su gloria. Y los libros serán abiertos y él juzgara
a todo el universo según la fe que había predicado. Y entonces el Hijo del
Hombre enviará a sus ángeles para que reúnan a sus elegidos, desde los cuatro
vientos y de la cima de los cielos hasta sus extremidades y para que les hagan
venir ante él. Entonces también el Hijo del Hombre enviará a los malos demonios
para que traigan a todas las naciones ante él, y él les dirá: Venid aquí,
vosotros que decíais: "Nosotros hemos comido y bebido bien y hemos gozado de los
bienes de este mundo. Después de lo cual se les volverá a llevar, y enseguida
todas las naciones estarán delante del tribunal, llenas de espanto. Y los libros
de Vida serán abiertos y descubrirán los pensamientos de todas las naciones y su
impiedad. Y el Señor glorificará a los Justos en su paciencia y buenas obras:
aquellos que hayan seguido las prescripciones angélicas tendrán derecho a la
gloria, el honor y la incorruptibilidad, aquellos que hayan obedecido
injustamente al demonio, la cólera, la indignación, los tormentos y la angustia,
se apoderarán de ellos. E Hijo del Hombre retirará, entonces a sus elegidos de
en medio de los pecadores y les dirá: "Venid, vosotros que sois los bendecidos
de mi Padre; poseed el reino que ha sido preparado para vosotros desde la
organización del mundo." A los pecadores les dirá seguidamente: "Iros
lejos de mi, malditos, al fuego eterno, que ha sido preparado para el Diablo y
para sus ángeles." Y todos los otros, viendo que ha llegado el tiempo
de la Separación última, precipitarán a los pecadores en el infierno, bajo la
orden del Padre invisible. Entonces las almas saldrán de la prisión de los
no-creyentes y entonces también mi voz será oída y no habrá más que
un solo rebaño y un solo pastor. Y saldrá de las profundidades de la tierra una
oscuridad tenebrosa que es la tiniebla del averno del fuego, y ella consumirá
todo el universo desde los abismos de la tierra hasta el aire del firmamento. Y
el Señor estará (reinará) desde el firmamento hasta los infiernos de la tierra.
Tan profundo será el lago de fuego donde vivirán los pecadores que la piedra que
levantara un hombre de treinta años y que dejara caer abajo, llegaría apenas al
fondo al cabo de tres años.
11 Entonces Satanás será atado con toda su milicia y será puesto dentro de ese lago de fuego. Y el Hijo de Dios se paseará con sus elegidos sobre el firmamento, y él encerrará al Diablo atándole con fuertes cadenas indestructibles. Los pecadores, llorando y lamentándose, dirán: "¡Absórbenos tierra, y escóndenos en ti!" Y, entonces, los Justos brillarán como un sol en el reino de su Padre. Y el Hijo de Dios les conducirá ante el trono del Padre invisible y le dirá: "Heme aquí con los hijos que tú me has dado; Padre justo, el mundo apenas te ha conocido, pero yo, yo te he conocido en verdad, ya que eres tú quien me ha enviado." Y entonces el Padre responderá a su hijo con estas palabras: "Mi Hijo bien amado, siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus pies como escabel a tus enemigos que me han negado y han dicho: Nosotros somos los dioses y aparte de nosotros no hay otros dioses; que han puesto a muerte a tus profetas y perseguido a tus Justos. Eres tú ahora quien les ha perseguido en las tinieblas exteriores, allí donde habrá llantos y rechinar de dientes."
Y entonces el Hijo de Dios se sentará a la derecha del Padre y el Padre
gobernará a sus ángeles y regirá a sus elegidos. El les pondrá en los coros de
los ángeles, les vestirá con vestidos incorruptibles les dará coronas
inmarchitables y sitios inmutables. Y Dios será en medio de ellos. No tendrán
más ni hambre ni sed; el sol no les golpeará, ni ningún calor abrasador. Y Dios
desterrará toda lagrima de sus ojos. Y el Hijo reinará con su Padre santo y su
reino no tendrá fin por los siglos de los siglos. He aquí el "Secreto" de los
heréticos de Concorezo traído de Bulgaria a Nazario, su obispo. Está
lleno de errores".
II
Preguntas hechas por Juan, apóstol y evangelista, a Nuestro Señor Jesucristo,
en la Cena Secreta del reino de los cielos, a propósito de la organización del
mundo, del Príncipe de este mundo y de Adán.
En el nombre del Padre del Hijo y del Santo Espíritu. Así sea.
1 Yo, Juan, que tengo acceso a la aflicción, para tener acceso también al
reino de los cielos, mientras que descansaba, durante la Cena, sobre el pecho de
Jesucristo Nuestro Señor, le dije: "¿Señor, quién es quien te traicionará?" Y el
Señor me respondió: "Aquel que meta la mano conmigo en el plato: entonces
Satanás entrará en él y me venderá."
2 Y yo le dije: "Señor, antes que Satanás hubiera caído, ¿en qué gloria se encontraba cerca del Padre?" Y el me respondió: "Estaba entre las virtudes de los cielos, cerca del trono del Padre invisible, y era el ordenador de todas las cosas. En cuanto a mí, me sentaba cerca de mi Padre. Regía, Satanás, las virtudes de los cielos y a todos aquellos que obedecen al Padre. Su poder descendía desde los cielos hasta los infiernos y se remontaba hasta el trono del Padre invisible, y era el guardián de esas glorias que estaban por encima de todos los cielos."
Pero él meditó en su espíritu y quiso emplazar su trono sobre las nubes y ser parecido al Más Alto. Y como había bajado al Aire, encontró al ángel que residía encima del aire, y le dijo: "Abreme las puertas del aire." Y el ángel se las abrió. Bajando aún, se encontró toda la tierra cubierta por las aguas; y, yendo por debajo, descubrió a los dos peces, extendidos encima de las aguas y atados uno al otro, que, bajo la orden del Padre invisible, sostenían toda la tierra. Bajando siempre más abajo se encontró con presencia de grandes nubes que contienen el desbordamiento del mar; y al fin descendió hasta su infierno que es el averno del fuego. Para entonces no pudo bajar más bajo a causa de la llama de fuego que le quemaba.
Entonces Satanás volvió hacia atrás y, habiendo llenado su corazón de malicia
remontó hacia el ángel que mandaba en el aire, y hacia aquél que mandaba en las
aguas, y les dijo: "Todo esto me pertenece: si vosotros me escucháis situaré mi
trono sobre las nubes y seré parecido al Altísimo. Levantaré las aguas por
encima del firmamento y juntaré todo el resto de las aguas en vastos mares;
después de lo cual no habrá más agua sobre toda la superficie de la tierra, y
reinaré con vosotros hasta el fin de los siglos." El habló así a los ángeles. Y
él subió hacia los cielos, corrompiendo a los ángeles del Padre invisible, justo
hasta el tercer cielo". A cada uno de ellos le decía: "¿Cuánto debes tú a tu
amo?" El primero le respondió: "Cien medidas de aceite." "Recoge tu factura, le
dijo, siéntate y escribe: cincuenta." A los demás les decía lo mismo: "¿Tú,
cuanto debes tú a tu amo?" "Cien medidas de trigo", le respondió uno de ellos.
"Recoge tu factura, -le dijo él-, y haz rápido otra por ochenta." Y él subía
hacía los otros cielos, haciendo tales proposiciones a los ángeles; y llegó
hasta el cuarto cielo, seduciendo a los ángeles del Padre invisible.
3 Pero una voz salió del trono del Padre diciendo: "¿Qué haces tú, tú a quien Dios ha repudiado y que seduces a los ángeles del Padre? Autor del pecado, haz rápido aquello que has pensado hacer." Entonces el Padre dio esta orden a sus ángeles: "Retirad sus túnicas, sus tronos y sus coronas a todos los ángeles que le obedezcan." Y ellos retiraron las ropas, los tronos y las coronas a todos los ángeles que habían obedecido a Satanás.
De nuevo yo, Juan, interrogué al Señor: "Cuando Satanás hubo caído, ¿en qué
lugar tuvo su habitáculo?" Y él me respondió: "Mi Padre lo decidió así: él tuvo
que transformarse en función de su arrogancia misma. La luz de su gloria le fue
suprimida y su faz fue toda ella como el hierro enrojecido, bajo la acción del
fuego, y su cara tuvo la apariencia de la de un hombre, y tuvo siete
colas con las cuales arrastró a la tercera parte de los ángeles de
Dios; y fue expulsado del trono de Dios, y del dominio celeste. Y bajando del
cielo al firmamento, ellos no pudieron encontrar, ni él ni los que estaban con
él, un lugar donde descansar", y él invocó al Padre y le dijo: "He pecado: se
paciente conmigo y te lo devolveré todo." El padre tuvo piedad de él y le dió
tiempo de hacer lo que quisiera hasta el séptimo día.
4 Entonces él puso su trono en el firmamento y dio sus instrucciones al ángel
que tenía mandato sobre el aire y a aquél que tenía mandato sobre el agua: ellos
levantaron dos partes de las aguas en el aire de abajo a arriba, y de la tercera
parte hicieron los vastos mares. Y así hubo separación de las aguas según la
orden del Padre invisible. Y él dijo entonces al ángel que estaba sobre las
aguas: "¡Estate sobre los dos peces!" Y éste elevó la tierra con su cabeza y la
tierra apareció árida y ella fue... [laguna] ...Cuando él hubo recibido la
corona del ángel que gobernaba el aire, de una mitad hizo su trono, y de la
otra, la luz del sol. Tomando también la corona del ángel que mandaba en las
aguas, de una mitad hizo la luz de la luna, y de la otra la luz del día. Y con
las piedras preciosas hizo el fuego: con este fuego hizo toda su milicia y las
estrellas; y con éstas los ángeles espirituales, sus ministros. Según
el plan del Altísimo Ordenador, él hizo también los truenos y las lluvias, el
granizo y la nieve, y envió a los ángeles, sus ministros, para gobernarlos. Y
ordenó a la tierra que hiciera salir de su seno todo ser viviente, los animales,
los árboles, y las yerbas. Al mar, le ordenó producir peces y al aire los
pájaros del cielo.38
5 Y él tuvo el designio de hacer un hombre que estuviera a su servicio. Tomó
limo de la tierra y le creó a su semejanza. Luego, mandó al ángel del segundo
cielo entrar en ese cuerpo de barro. Después tomó un trozo del mismo con el que
formó otro cuerpo en forma de mujer; y en ese cuerpo de mujer hizo entrar al
ángel del primer cielo . Los ángeles lloraron mucho viendo que
estaban revestidos de envoltura mortal y que, ahora, existían bajo formas
diferentes. Y Satán les conminaba a hacer la obra de la carne en estos cuerpos
de barro, pero ellos no sabía hacer pecado. Entonces el creador del pecado
empleando toda su malicia, procedió de la siguiente manera: plantó un
Paraíso, en el interior del cual puso a los hombres y les prohibió
comer de los frutos que allí había. El Diablo entró en el Paraíso, plantó un
junco en el medio, después, de un poco de saliva creó una serpiente, a la que
ordenó estarse en el junco. Así el Diablo disimulaba su astucia y su falacia
para que ellos no vieran que les engañaba. Y se aproximaba a ellos y les decía:
"Comed de todos los frutos que están en el Paraíso, pero no comáis del fruto del
Bien y del Mal. Después el Diablo malo entrando en la mala serpiente, sedujo al
ángel que tenía forma de mujer y vertió sobre su cabeza la concupiscencia del
pecado. Y la concupiscencia de Eva era como un horno ardiente. Y enseguida el
Diablo salió del junco bajo la apariencia de la serpiente y cumplió su
concupiscencia con Eva sirviendose de la cola de la serpiente. Es por eso por lo
que los hombres no son llamados hijos de Dios, sino hijos del Diablo e hijos de
la serpiente, ya que hacen las voluntades diabólicas de su padre, y las harán
hasta el fin de los siglos."
6 Luego, yo Jan, interrogué al Señor en estos términos "¿Por qué los hombres
dicen que Adán y Eva fueron formados por Dios y puestos en el Paraíso para
guardar sus mandamientos y que después de haber transgredido la orden que habían
recibido del Padre, fueron por él entregados a la muerte?" Y el Señor me dijo:
"Escucha Juan muy amado, son los hombres llenos de locura quienes pretenden que
por prevaricación, mi Padre ha formado esos cuerpos de barro: en realidad, sólo
ha creado, por el Santo Espíritu, todas las virtudes del cielo. Es por su
desobediencia y por el hecho mismo de su decadencia, por lo que se han
encontrado, necesariamente, en posesión de un cuerpo de barro, y por lo que en
consecuencia han sido entregados a la muerte." Y yo Juan, interrogaba al Señor,
le dije: "¿Señor de qué manera el hombre nace espiritualmente en un cuerpo de
barro?" Y el Señor me respondió: "Procediendo de espíritus caídos del cielo,
entran en el cuerpo de barro de la mujer, y ellos reciben la carne de la
concupiscencia de la carne y al mismo tiempo, el espíritu... [laguna] ...El
espíritu nace del espíritu y la carne de la carne. Y es así como el reino de
Satanás se cumple en este mundo."
7 Todavía le hice esta pregunta al Señor: "¿Hasta cuando Satanás reinará en este mundo, sobre la esencia de los hombre?" Y el Señor me respondió: "Mi padre le ha prescrito reinar siete días." Y de nuevo, yo, Juan, pregunté al Señor: "¿Cuál será este siglo (esta duración de siete siglos?)" Y él me dijo: "Desde el momento en que el Diablo fue expulsado de la gloria del Padre y que quiso tener la suya propia, puso su trono en las nubes y envió a los ángeles sus ministros -fuego ardiente- abajo, cerca de los hombres, desde Adán hasta su servidor Enoc. Y él envió a Enoc, su servidor, le extasió por encima del firmamento y le descubrió su divinidad. Luego, hizo darle una pluma y tinta. Enoc se sentó y escribió setenta y seis libros bajo su dictado. Y el Diablo ordenó que esos libros fueran llevados a la tierra. Enoc volvió entonces a bajar sobre la tierra, confió los libros a sus hijos, y les enseñó también la manera de celebrar sacrificios. Ellos lo hicieron tan bien que cerraron a los hombres el reino de los cielos. Y el Diablo les decía: Ved que soy vuestro Dios y que no hay otro Dios más que yo."
Entonces fue cuando mi Padre me envió a este mundo para que manifieste su
nombre delante de los hombres y para que les enseñe a distinguir al verdadero
Dios del demonio lleno de malicia. Pero, habiendo sabido que bajaba a este bajo
mundo, Satanás envió a su ángel el cual cogió tres maderas y se las dió a
Moisés, el profeta, para que yo sea crucificado sobre ellas. Estas
maderas han sido conservadas hasta hoy para mí. Y él mismo, el Diablo, reveló a
Moisés su divinidad. Le ordenó dar su ley a los hijos de Israel, y así Moisés
les hizo pasar, en seco, por en medio del mar.
8 Cuando mi padre hubo decidido enviarme a este bajo mundo, hizo descender
antes que a mí, por el Santo Espíritu, a uno de sus ángeles, para recibirme.
Este ángel se llamaba María y se hizo mi "madre" Y cuando descendí entré en ella
por la oreja y volví a salir de ella por la oreja. Satanás, el príncipe de este
mundo supo que había venido para buscar y salvar a los seres que habían
perecido; y él envió a su ángel el profeta Elías, que bautizaba en el agua y que
se llama Juan Bautista. Pero Elías preguntó al príncipe de este mundo, cómo
podría reconocerme. Y él mismo le dijo: "Aquel sobre quien tú veas bajar y
quedarse al Espíritu Santo en forma de paloma es el que bautiza en el Espíritu
Santo y por el fuego." Juan preguntaba esto porque no le conocía.
Juan lo atestigua él mismo: "Yo bautizo en el agua y en la penitencia, pero él
nos bautiza en el Santo Espíritu para la remisión de nuestros pecados. El es
aquel que puede perder y salvar."
9 Y de nuevo, yo Juan, interrogué al Señor: "¿El hombre puede salvarse por el
bautismo de Juan?" -"Sin mi bautismo por el cual yo bautizo para la remisión de
los pecados, me respondió, jamás nadie podrá encontrar la salvación en Dios,
pues yo soy el an de Vida bajando del séptimo cielo: Sólo aquellos que coman mi
carne y beban mi sangre serán llamados Hijos de Dios." Y todavía pregunté al
Señor: "¿Qué es tu carne y qué es tu sangre? ...Y el Señor me dijo: "Antes que
el Diablo hubiera caído con toda su milicia angélica arrebatada al Padre, los
ángeles glorificaban y oraban a mi Padre diciendo esta oración: Pater noster qui
es in coelis. Así este canto subía ante el trono del Padre. Pero
desde el momento que fueron despojados, los ángeles no pudieron glorificar ya al
Señor con esta oración." Y todavía interrogué al Señor: "¿Cómo es que todo el
mundo recibe el bautismo de Juan y no reciben el tuyo?" El Señor me respondió:
"Es porque sus obras son malas y porque no llegan a la luz. Los discípulos de
Juan toman maridos y toman mujeres, pero mis discípulos no se casan y son como
ángeles de Dios en el reino de los cielos." Yo le dije entonces: "Si entonces es
un pecado conocer a la mujer, ¿no hay que casarse?" Y el Señor me dijo: "Todos
no comprenden el sentido de estas palabras , a menos que les haya sido dado el
comprenderlas. Hay eunucos que han salido tales del vientre de sus madres, hay a
quien los hombres les han hecho eunucos y hay quienes se han hecho eunucos ellos
mismo, renunciando al acto de la carne, por el reino de los cielos."
10 Y seguidamente interrogué al Señor sobre el Día del Juicio: "¿Cuál será la
señal de su llegada?" El señor me dió esta respuesta: "Será cuando el número de
Justos se cumpla según el número de Justos coronados caídos del cielo
Entonces Satán, preso de una gran ira, será liberado de su prisión. El hará la
guerra a los Justos quienes llamarán a su Señor Dios con fuerte voz. Enseguida
el Señor ordenará al arcángel tocar la trompeta. La voz del arcángel saldrá de
los cielos y se oirá hasta en los infiernos. Entonces el sol se
oscurecerá, la luna no dará más su luz, las estrellas caerán de los cielos y los
cuatro vientos serán liberados de sus fundamentos: la tierra temblará y al mismo
tiempo el mar, las montañas y las colinas. Entonces será revelado el signo del
Hijo, y todas las tribus de la tierra se lamentarán. Y enseguida el cielo
temblará y se oscurecerá y el sol sólo brillará hasta la novena hora.
Entonces se manifestará el Hijo del Hombre en su gloria y con él todo los santos
y todo los ángeles colocarán sus tronos sobre las nubes. Y él se sentará sobre
el trono de su gloria, con los doce apóstoles, sentados sobre los doce tronos
gloriosos. Los libros serán abiertos y él juzgará a todas las naciones de toda
la tierra; y la verdadera fe será predicada. Entonces el Hijo del
Hombre enviará a sus ángeles: éstos reunirán a sus elegidos desde la cima de los
cielos hasta los extremos límites y les conducirán hasta él -puesto que ellos le
pertenecen por entero- en el aire y sobre las nubes. Entonces el Hijo de Dios
enviará a los malos demonios... y los rechazará con cólera, a ellos y a todas
las naciones que creyeron en Satanás. Y enseguida todos los pueblos
comparecerán, llenos de espanto, ante el tribunal de Dios. Los dos libros serán
abiertos y ellos desvelarán por sus palabras, la conducta de todas las naciones:
Ellos glorificarán a los Justos por sus sufrimientos acompañados de sus buenas
obras. La gloria y el honor imperecedero pertenecerán a aquellos que han llevado
la vida angélica pero aquellos que han obedecido a la iniquidad tendrán como
parte la cólera, el furor, la angustia y la indignación. El Hijo de Dios sacará
entonces a sus justos de en medio de los pecadores, diciendo: "¡Venid, vosotros
que sois los benditos de mi Padre, y recibid el reino que ha sido preparado para
vosotros desde la constitución del mundo!" Y a los pecadores él les dirá:
"¡Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado por el Diablo y
sus ángeles!" Y todos los demás verán entonces la última separación, y los
pecadores serán devueltos a los infiernos. Y con el permiso del Padre, los
espíritus, antes incrédulos, saldrán de su cárcel: Ellos encontrarán mi voz, y
no habrá más que un sólo rebaño y un sólo pastor. Y entonces con el permiso del
Padre, un tenebroso averno de negrura y de fuego saldrá de las
profundidades de la tierra, que consumirá todas las cosas desde las partes más
hondas de la tierra hasta el firmamento del aire; erit ignis affic... (entonces
el fuego será...) ... (el resto se ha perdido).
I
Como muchas personas están impedidas de conocer la recta verdad simple, me he
propuesto, para su iluminación, para exhortar a aquellas que son capaces de
comprender y también para la propia satisfacción de mi alma, explicar nuestra
verdadera fe por los testimonios de las divinas escrituras y por argumentos muy
verídicos, luego de haber invocado el auxilio del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
Los dos principios
En honor del Padre muy santo he querido comenzar mi exposición concerniente a
los dos principios, refutando en primer lugar la teoría del principio único, aún
cuando eso vaya en oposición de lo que piensan casi todos los espíritus
religiosos. Yo establezco lo que sigue: O bien, sólo hay un principio principal
(principium principale) o hay más de uno. Si no hay más que uno, y no varios,
como lo sostienen los ignorantes, es necesario que sea bueno o malo. Pero no
sabría ser malo, ya que si fuera tal, no procederían de él más que males y no
bienes, como lo dijo Cristo en el evangelio de san Mateo: "Todo árbol que es
malo, lleva mala fruta. Un buen árbol no puede dar mal fruto, ni un mal árbol
darlo bueno. (Mt., VII, 17-18); y Santiago en su epístola: "¿Una fuente, arroja
por un mismo orificio agua dulce y agua amarga? ¿Hermanos míos, una higuera
puede dar uvas? Así ninguna fuente de agua salada puede dar agua dulce." (Snt.,
III, 11-12).
De la bondad de Dios
Nuestros adversarios afirman, como cayendo por su propio peso, que Dios es
bueno, santo, justo y recto y más, ellos le llaman Bondad pura afirmando que
está por encima de toda alabanza; lo que se esfuerzan en probar con los
testimonios siguientes y con otros muchos del mismo género. Jesús, hijo de
Sirac, dice, en efecto: "Llevad la gloria del Señor lo más alto que podáis, ella
estallará aún por encima, y su magnificencia no podrá ser bastante admirada.
Vosotros que bendecís al Señor, alzad su grandeza lo más alto que podáis; porque
él está por encima de toda alabanza" (Ec., XLIII, 33-34). Y David dice: "El
Señor es grande y digno de ser alabado infinitamente, y su grandeza no tiene
límite" (Sal., CXLVI, 5). Y Pablo en su epístola a los romanos: "¡Oh profundidad
de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué incomprensibles son
sus juicios y que impenetrables sus caminos! ...etc." (Ro., XI, 33). Y escribe
en el libro de las causas: "La causa primera está por encima de todo lo que se
puede decir."
Que Dios conoce todo de toda la eternidad
Ellos deducen de estos testimonios la afirmación categórica, de que el Señor,
a causa de la grandeza de su sabiduría, conoce todas las cosas de toda la
eternidad; que el pasado el presente y el futuro están siempre bajo sus ojos, y
que sabe, por sí mismo todas las cosas antes de que pasen, como dice Susana, en
el libro de Daniel: "Dios eterno, que penetra en lo que está más escondido y que
conoce todas las cosas, incluso antes de que estén hechas" (Da., XIII, 42). Y
Jesús, hijo de Sirac, nos dice también: "Puesto que el Señor, nuestro Dios
conocía todas las cosas del mundo antes que las hubiera creado, y las ve también
ahora que las ha hecho" (Ec., XXIII, 29). Y el apóstol dice a los Hebreos:
"Ninguna criatura le es desconocida: todo está al desnudo y al descubierto
delante de sus ojos" (Heb., IV, 13).
De la bondad, la santidad y la justicia de Dios
Que el Señor nuestro Dios, sea bueno, santo y justo, como acaba de decirse,
eso está claramente probado. David dice, en efecto : "Dios es bueno con Israel;
con aquellos que tiene el corazón recto" (Sal., LXXII, 1); y todavía: "El Señor
es fiel en todas sus palabras y santo en todas sus obras" (Sal., CXLIV, 13); y
también: "El Señor está lleno de dulzura y rectitud: es por esto por lo que dará
a aquellos que pequen la ley que deben seguir en la senda" (Sal., XXIV, 8). Y en
otro: "Dios es un juez igualmente justo, fuerte y paciente: ¿se enfada cada día?
(Sal., XXIV, VII,12). Y se encuentra escrito en el libro de la Sabiduría:
"Siendo tan justo como tú eres, gobiernas todo con justicia" (Sab., XII, 15)
De la Omnipotencia de Dios
El Señor debe ser considerado, por lo que ellos dicen, como todopoderoso, y
haciendo todo lo que quiere. Nadie puede oponerse a él y decirle: "¿Por qué
obras así? El Esclesiástico lo afirma: "... Porque él hará todo lo que quiera.
Su palabra está llena de poder y nadie puede decirle: "¿Por qué haces eso así?"
(Ec., VII, 3-4) David también lo dice: "Más nuestro Dios está en el cielo; y
todo lo que ha querido lo ha hecho" (Sal., CXIII, 2-3). Y está escrito en el
Apocalipsis: "Yo soy, dice el Señor Dios, ese que es, que era y que será, el
Todo Poderoso" (Apoc., I, 8). Se lee además: "Tus obras son grandes y
admirables, Señor Dios Todopoderoso, tus sendas son justas y verdaderas, oh rey
de los siglos. ¿Quién no te temerá, Señor? ¿Quién no glorificará tu nombre? Ya
que tú sólo eres santo (lleno de bondad)" (Apoc., XV, 3-4).
Primera proposición contra nuestros adversarios
He aquí lo que opongo a la teoría de aquellos que afirman que no hay más que
un solo principio principal. Yo digo: si Dios es bueno, justo, santo, sabio y
recto, que es "fiel a todas sus palabras y santo en todas sus obras", que es,
además, como ya se ha sabido, todopoderoso, y que sabe todas las cosas antes de
que hayan tenido lugar, ha creado y dispuesto a sus ángeles, desde el principio,
como lo había decidido por sí mismo, sin encontrar ningún obstáculo proveniente
de cualquier existente; si él ha conocido el destino de todos sus ángeles
incluso antes de que ellos fueran, puesto que todas las causas por las cuales
era preciso que ellos degeneraran y llegasen a ser unos malditos, otros
demonios, estaban durante todo ese tiempo -como lo sostienen casi todos nuestros
adversarios- bajo la mirada de su Providencia, resulta necesariamente y sin
ninguna duda, que jamás sus ángeles han tenido el poder de seguir siendo buenos,
santos y humildes con su Señor, sino en la medida que lo había previsto él
mismo, desde el comienzo, aquel entre cuyas manos son necesariamente todas las
cosas desde la eternidad, puesto que nadie, en presencia de este Dios que conoce
a fondo todos los futuros, puede hacer absolutamente nada más que lo que él ha
previsto que haga. Y lo pruebo:
De la imposibilidad
Digo, en efecto: De la misma forma que es imposible que el pasado no sea
pasado, por lo mismo es imposible que el futuro no sea futuro. En Dios, sobre
todo, que sabe y conoce desde el principio aquello que debe llegar, es decir:
las causas según las cuales el futuro es "posible" antes de estar existiendo, ha
sido, sin lugar a dudas, necesario que el porvenir fuera absolutamente
determinado en su pensamiento, puesto que sabía y conocía por él mismo, desde la
eternidad, todas las causas que son precisas para llevar el futuro a su efecto.
Y eso tanto más cuanto que, si es cierto que no hay más que un principio
principal, Dios es él mismo la causa suprema de todas las causas. Y con mayor
razón aún si es cierto que Dios hace lo que quiere y que su poder no es
obstaculizado por ningún otro, como lo afirman los adversarios de la verdad. Y
digo claramente: si Dios ha sabido perfectamente, desde el origen que sus
ángeles llegarían a ser demonios en el futuro, en razón de la organización que
él mismo les había dado en el principio, y porque todas las causas por las
cuales era preciso que estos ángeles se transformasen en demonios estaban
presentes en su Providencia; si es cierto, por otra parte, que Dios no ha
querido crearlos de otra manera que como los ha creado, resulta necesariamente
que no han podido jamás evitar el llegar a ser demonios. Y lo podían aún menos
puesto que es imposible que lo que Dios sabe que será el futuro, pueda de alguna
manera ser cambiado en lo que no sería el futuro; y sobre todo si se considera
que este Dios conoce todo n sí mismo, desde toda la eternidad, según la teoría
expuesta más arriba. ¿Como entonces los ignorantes, pueden afirmar que los
antedichos ángeles hubieran podido permanecer siempre buenos, santos y humildes
en presencia de su Señor, puesto que era absolutamente imposible por toda la
eternidad en la Providencia divina? Están obligados a reconocer, a partir de su
propia teoría y sobre la fe de estos argumentos muy verídicos, que Dios desde el
origen, a sabiendas y con todo conocimiento, ha creado y hecho a sus ángeles de
una imperfección tal que no pudieron de ninguna manera evitar el Mal. Pero
entonces este Dios de quien hemos dicho precedentemente que era bueno, santo y
justo y superior a toda alabanza (como se ha demostrado más arriba), sería la
causa suprema y el principio de todo mal, lo que conviene negar absolutamente.
En consecuencia hay que reconocer la existencia de dos principios: El del Bien y
el del Mal, este último siendo la fuente y la causa de la imperfección de los
ángeles como, por otra parte, de todo el mal.
Objeción a nuestros argumentos
Se nos objetará quizás que la sabiduría o la providencia que pertenecen a
Dios en el Principio no ha conllevado en sus propias criaturas ninguna
determinación que las llevara a hacer el bien o a hacer el mal necesariamente.
Se nos dará de buen grado un ejemplo: Un hombre está en su palacio y ve a otro
hombre andando, por su gusto, en la calle. Se nos dirá que no es la sabiduría,
ni la providencia del que está en el palacio, quien hace ir a aquel que está en
la calle, aún cuando el primera conoce y ve claramente la dirección que toma el
segundo. Es lo mismo de Dios: aun cuando haya conocido y previsto desde la
eternidad el destino de sus ángeles, no es su sabiduría ni su providencia quien
les ha hecho llegar a ser unos demonios, ni unos malditos. Es por su propio
albedrío por lo que han rechazado permanecer santos y humildes con su Señor y
por lo que en su extremada malicia, se han encumbrado en su soberbia contra él.
Refutación de este ejemplo
Es un falaz ejemplo que hay que refutar así: como Dios ha sido por sí mismo la única causa, según el decir de nuestros adversarios, de la existencia de todos sus ángeles, estos tuvieron, entonces, desde el origen las disposiciones, el género de "factura", o de creación, que Dios les había dado él mismo: las tenían de él solo, tal como él había querido propia y esencialmente dárselas. Lo que ellos eran lo eran por él, en toda su constitución. No poseían absolutamente nada que hubieran recibido de otro que no fuera él. Y Dios -siempre desde la opinión de nuestros adversarios- nunca ha querido, en el origen, crearles o hacerles de otra manera. Que si él hubiera querido crearles de otra manera lo hubiera podido hacer sin la menor dificultad, (si creemos a nuestros adversarios), dando a esta creación otro efecto. Luego entonces parece evidente que Dios no ha querido, al comienzo, tener cuidado del perfeccionamiento de sus ángeles. Nuevamente y con todo conocimiento, les ha atribuido todas las causas por las cuales era necesario que llegasen a ser más tarde demonios. Y más aún cuando se trata de un Dios en quien todas las cosas se llevan a cabo por necesidad de toda la eternidad. Por esto no es cierto decir que la sabiduría y la providencia de Dios no han actuado -para llevar a los ángeles a transformarse en malos demonios- más que la "previsión" de el "hombre que está en su palacio" sobre el camino de "aquel que está en la calle", por la razón esencial que el hombre que está en la calle no procede de ninguna manera de aquel que está en el palacio y que aquel no ha recibido de éste su ser y su poder. Si le vinieran de él todas sus fuerzas, y absolutamente todas las causas que le determinan a recorrer necesariamente ese camino -como los ángeles, según la fe de nuestros contradictores, tienen las suyas de su Amo- no sería cierto decir que la previsión del "hombre que está en el palacio" no es lo que hace caminar al hombre en la calle: Caminará es evidente, absolutamente por él mismo, como los ángeles no actúan má que por Dios, en virtud de lo que claramente hemos demostrado más arriba, concerniente a Dios. Y así, razonablemente nadie podría acusar a estos ángeles de pecado, puesto que no han podido hacer de otra manera que como lo han hecho, a causa de las disposiciones de su Señor. "Como el etíope no puede cambiar de piel ni el leopardo abandonar sus funciones" (Jer., XIII, 23), a causa de la naturaleza que han recibido de su creador, lo mismo los ángeles, si la teoría de nuestros adversarios fuera cierta no hubieran podido evitar caer en el mal, a causa de las disposiciones que desde el Origen les habría dado Dios. Sostener esto es absolutamente impío.
Quizás nuestros adversarios, tomarían de buen grado esta otra escapatoria, si
pudieran, diciendo: Dios hubiera podido, si hubiera querido, acabar
originariamente a sus ángeles en tal perfección que no hubieran podido, en
ningún grado, pecar o hacer el mal. Y eso por tres razones: porque es
todopoderoso, porque conoce todo en toda la eternidad, porque su omnipotencia no
está obstaculizado por ningún otro. Pero no ha querido dotarles de esta
perfección, porque, dicen ellos, si Dios les hubiera creado originariamente tan
perfectos que ellos no pudiesen pecar en nada, ni hacer el mal, sino que
hubiesen tenido que obedecer necesariamente a su Señor, éste no hubiera tenido
reconocimiento alguno que atestiguarles por su fidelidad y sus servicios. Dios
hubiera tenido el derecho de decirles: no conozco ningún agrado ante vuestra
obediencia ya que no podéis actuar de otra manera a como lo hacéis. Y nuestros
adversarios recordarán quizás este ejemplo en apoyo de su teoría: si un amo
tiene un sirviente que conoce en todas sus facetas su voluntad y no pudiera
hacer otra cosa que acatarla a la perfección, este amo no le estaría agradecido,
puesto que este sirviente no hubiera tenido la posibilidad de actuar de otra
manera.
Del libre arbitrio de los ángeles
Ellos nos dicen que Dios desde el principio ha creado sus ángeles de tal
manera que puedan, a su gusto, hacer el bin o el mal, y llaman a esto libre
albeldrío. Es una especie de poder o de fuerza libre, por la cual aquel a quien
le ha sido otorgada puede hacer indiferentemente el bien o el mal. Así, afirman
ellos, Dios podrá justamente y con razón dar a sus ángeles la gloria o el
castigo, es decir: glorificar a los unos porque habiendo podido pecar no lo han
hecho, y castigar a los otros porque habiendo podido hacer el bien no lo han
hecho. Con toda justicia Dios podrá decirles: "Venid los benditos de mi Padre;
poseed el reino que os ha sido preparado desde la creación del mundo. He tenido
hambre y me habéis dado de comer. He tenido sed y me habéis dado de beber, etc."
Lo que significa: vosotros podríais no haberme dado, pero puesto que lo habéis
hecho poseed el reino que os ha sido preparado desde la constitución del mundo
con razón y porque lo habéis merecido. Con todo justicia, igualmente, podrá
decir a los pecadores: "Alejaos de mi malditos, id al fuego eterno que ha sido
preparado por el Diablo y sus ángeles; he tenido tambre y no me habéis dado de
comer, he tenido sed y no me habéis dado de beber, etc." (Mt., XXV, 42). Lo que
significa: Me hubierais podido dar y no lo habéis hecho es por esto por lo que
iréis directamente al fuego eterno que os habéis merecido. Si, según nuestros
adversarios, ellos no tenían el poder de darle de comer y beber ¿con qué derecho
el Señor les dice: "he tenido hambre y no me habéis dado de comer, he tenido sed
y no me habéis dado de beber, etc.?" Es por esto por lo que sostienen que Dios
no ha querido crear a los ángeles perfectos, es decir, dotados de tal perfección
que les hubiera sido totalmente imposible pecar o hacer el mal, ya que no
hubiera tenido motivos para testimoniarles reconocimiento por su fidelidad, como
ya hemos explicado. El no ha querido tampoco crearles de naturaleza tal que no
hubieran podido más que hacer el mal y nunca el bien, puesto que en ese caso
hubieran podido defenderse legítimamente diciendo al Señor: "Sólo podíamos hacer
el mal a causa de la naturaleza qu tú nos has dado en un principio." Luego
entonces, según nuestros adversarios, Dios hubiera podido crear a sus ángeles,
desde el principio, tales que tuvieran igualmente el poder de hacer el bien o el
mal a fin de poder juzgarles en equidad sea porque, habiendo podido pecar no han
pecado; sea porque habiendo podido no pecar, han pecado. Y nuestros adversarios
triunfan altaneramente contra nosotros usando tales argumentos.
Refutación de la teoría contraria
Vuelvo, de nuevo, -para mejor rebatirla- sobre esta última objeción de nuestros adversarios, a sa- ber: "Si Dios hubiera creado a sus ángeles de una perfección tal, que no hubieran sido libres de pecar o de hacer el mal, Dios no hubiera podido agradecerles su obediencia puesto que sólo hubieran actuado por necesidad." Reflexionando, me parece que su argumento se torna en favor de mi teoría. Si Dios debe reconocimiento a un ser por un servicio que éste le da, implica, por lo que a mí me parece, que hay algo que a Dios le falta y escapa a su voluntad, puesto que quiere y pide que sea asumido lo que no existe todavía y desea tener aquello que no tiene. Y me parece que es por ahí, precisamente, por donde podemos servir a Dios: realizando lo que se resiste a su voluntad y abasteciéndole de aquello de lo que tiene necesidad y desea tener, sea para él, sea para los demás, como lo sugiere de manera evidente la autoridad evangélica ya citada: "He tenido hambre y me habéis dado de comer; he tenido sed y me habéis dado de beber..." y este otro fragmento: "Todas las veces que habéis hecho esto por uno de los más pequeños de mis hermanos, es a mí mismo a quien lo habéis hecho" (Mt., XXV, 40). Y las palabras de Jesucrito en Jerusalén: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus pequeños bajo sus alas, y tú no lo has querido!" (Mt., XXIII, 37), y aquellas que el Señor dice a Samaria por la boca de Ezequiel: "Vuestra impureza es execrable, porque he querido purificaros y vosotros no habéis abandonado vuestras basuras" Eze., XXIV, 13). De todos estos textos, parece resultar con evidencia que la voluntad de Dios -y de su hijo Jesucristo- no estaba enteramente cumplida por la época: lo que sería imposible si no hubiera más que un principio principal bueno, santo, justo y perfecto.
Y esta es la razón por la cual podemos servir a Dios y a Cristo cuando
asumimos su voluntad con la ayuda del verdadero Padre, es decir cuando hayamos
alejado el hambre y los otros males de las criaturas del Dios bueno. Así el
Señor podrá agradecernos por haber cumplido eso que él mismo quiere, y desea ver
cumplirse. Este me parece un argumento de mucho peso, para mi teoría: que ni
Dios ni el hombre pueden desear o querer cosa alguna, sino en la medida en que
están en situación de soportar aquello, que no querían, y que tienen a su cargo,
sea por ellos mismo sea por los otros. Y es un argumento que debilita
extremadamente la teoría de aquellos que pretenden que no existe más que un solo
principio principal, perfecto y al abrigo de todo perjuicio: que este principio
único pueda tener que soportar lo que no quiere soportar y que se encuentre
alguna cosa en el mundo capaz de apesadumbrarle y afligirle, a él o a los suyos.
Esto sólo sería posible si él estuviera dividido contra sí mismo, y fuera capaz
de perjudicar a sus criaturas y a sí mismo, es decir, hacer de buen grado sin
que ninguna realidad extraña le contraríe, lo que en consecuencia en el futuro
sería perjudicial para él y para los suyos y les aportaría aflicción y dolor.
Este Dios que según nuestros adversarios ha creado al hombre y a la mujer y a
todos los seres animados, se nos muestra tal cual en el Génesis: "Estando
transido de dolor hasta el fondo del corazón, dice: exterminaré de la superficie
de la tierra al hombre que yo he creado; exterminaré todo, desde el hombre hasta
los animales, desde todo aquello que se arrastra sobre la tierra hasta los
pájaros del cielo, porque me arrepiento de haberlos creado" (Ge., VI, 6-7). Si
no hubiera más que un solo principio principal, santo y perfect, jamás el
verdadero Dios, libremente y por sí mismo hubiera actuado de esta manera. Sin
duda se puede interpretar tal autoridad como si significase: "Hay otro
principio, el del Mal, que aflige mi corazón por su acción maligna contra mis
criaturas. Ahora me obliga a hacerlas desaparecer de la superficie de la tierra,
a causa de sus pecados. Y es ese principio malo quien me hace arrepentirme de
haberlas creado, es decir: me hace padecer por ellas". Pero según la teoría del
principio único, no se la puede comprender más que de la siguiente manera: "Me
arrepiento de haber creado a estos seres, es decir que en el futuro tendré que
sufrir en mí mismo y como un castigo el dolor de haberlos creado libremente." Y
a partir de ahí, hay que considerar -según la teoría de los que creen en un
principio único- que Dios y su hijo Jesucristo -que según ellos son una sola y
misma unidad- se han infligido a sí mismos, tristeza, dolor y aflicción, y
tienen que soportar la pena de una falta que han cometido sin haber sido
obligados por voluntad extraña a la suya. No se podría, sin impiedad, tener esa
opinión del verdadero Dios.
Del origen del Mal o del principio malo
Por ésto es por lo que necesariamente tenemos que reconocer que existe otro principio, el principio del Mal, que obra muy malignamente contra el verdadero Dios; que este principio parece animar a Dios contra su criatura, y a la criatura contra su Dios; que empuja a Dios a querer y desear lo que por sí mismo de ningún modo querría. De lo que resulta que bajo este impulso del Enemigo maligno, el verdadero Dios quiere y sufre, se arrepiente, sirve a sus propias criaturas y puede ser ayudado por ellas. Esto explica que el Señor diga a su pueblo por boca de Isaías: "Vosotros me habéis vuelto como esclavo por vuestros pecados, y vuestras iniquidades se han hecho una pena insoportable" (Isa., XLIII, 24) y además: "Estoy cansado de sufrirles" (Isa., I, 14). Malaquías dice: "Vosotros habéis hecho sufrir al Señor con vuestros discursos" (Mal. II, 17); y David: "Fue herido según la grandeza de su misericordia" (Sal., XV, 45). Y el apóstol en la primera epístola a los Corintios: "Nosotros trabajamos bajo las órdenes de Dios". (Co., III, 9). De la acción que el príncipe malo ejerce sobre Dios, el Señor mismo dice en el libro de Job, dirigiéndose a Satanás: "Tú me has llevado a levantarme contra él, para que yo me aflija, sin que él lo merezca" (Job., II, 3). Y por boca de Ezequiel: "¡Y cuando ellas han sorprendido a las almas de mi pueblo, les aseguran que sus almas están llenas de vida!" Ellas han destruido la verdad de mi palabra en el espíritu de mi pueblo por un puñado de cebada y por un trozo de pan, matando las almas que no estaban vivas" (Eze., XIII, 18, 19); y por boca de Isaías, quejándose de su pueblo: "...Porque he llamado, y no habéis contestado; he hablado y no me habéis escuchado; habéis hecho el mal delante de mis ojos y habéis querido todo aquello que yo no quería" (Isa. LXV, 12).
Se ve claramente que la posibilidad ofrecida al hombre de servir a Dios
constituye un excelente argumento a favor de mi teoría. Puesto que si no hubiera
más que un principio principal, santo, justo y bueno, como lo es, lo hemos
demostrado más arriba, el Señor verdadero Dios, no se infligiría a sí mismo
tristeza, aflicción y dolor, no soportaría el castigo de sus propias acciones;
no sufriría, no se arrepentiría, no tendría necesidad de ser ayudado, no estaría
esclavizado por los pecados de otro; no desearía nada y no tendría necesidad de
querer apresurar lo que es demasiado lento en realizarse: Nada podría ser
obstáculo a su voluntad; no podría ser conmovido ni contrariado por nadie. Nada
existiría que pudiera afligirle. Sino que, si no existiera más que un solo
principio principal, santo y justo, como hemos demostrado que, en su dominio,
era nuestro verdadero Dios, todo le obedecería por una necesidad absoluta, sobre
todo en tanto y cuanto que es por él, en él y para él, como todas las cosas
subsistirían, en todas sus disposiciones.
Es posible al hombre servir a Dios
De la concepción que nosotros nos hacemos del verdadero Dios, se deriva que
nos es posible servirle consumando sus obras, o más bien realizando los
designios que él mismo desea mantener a través nuestro. Es así que él ha
provisto a la salvación de su pueblo en la persona de Nuestro Señor Jesucristo,
aún cuando Cristo no ha hecho nada bueno por sí mismo, ni sobre todo, por su
libre albeldrío, él que ha dicho: "Yo no puedo hacer nada por mí mismo" (Jn., V,
30), o "El Padre que mora en mí hace él mismo las obras que yo hago" (Jn., XIV,
10). Decíamos que servíamos a Dios cuando cumplíamos su voluntad, por el socorro
que recibíamos de él; lo que no significa de ninguna manera que tengamos el
poder de hacer, por libre albedrío, algo bueno cuya causa y principio no fuera
él mismo: puesto que -Santiago lo dice en su epístola- "Toda gracia excelente y
todo don perfecto viene de lo alto y desciende del Padre de las luces" (Snt.,
XI, 17); y Cristo dijo en el Evangelio de Juan: "Nadie puede venir a mí, si mi
padre que me ha enviado no le atrae" (Jn., VI, 44). Y dice también hablando de
su propia misión: "Yo no puedo hacer nada por mí mismo; juzgo según lo que
entiendo" (Jn., V, 30), y aún: "Mi padre que mora en mí hace él mismo las obras
que yo hago" (Jn., XIV, 10) Y el apóstol se dirige en estos términos a los
Efesios: "Puesto que es la Gracia quien os ha salvado por la fe, y eso no viene
de vosotros porque es don del cielo. No viene de las obras, a fin de que nadie
se glorifique" (Ef., II, 8-9). Y dice a los Romanos: "Esto no depende ni de
aquel que quiere, ni de aquel que corre, sino de Dios que tiene misericordia"
(Ro., IX, 16); y a los Filipenses: "Tengo la confianza de que aquel que ha
empezado en vosotros esta buena obra la perfeccionará hasta el día de Nuestros
Señor Jesucristo" (Flp., II, 13). Dice en la segunda epístola a los Corintios:
"Es por Jesucristo por lo que nosotros tenemos una confianza tan grande en Dios:
no que nosotros seamos capaces por nosotros mismos de tener algún pensamiento
bueno, sino que Dio nos vuelve capaces. Y es él también quien nos ha hecho
capaces de ser los ministros de la nueva alianza, no en la letra sino en
espíritu, "porque la letra mata y el espíritu da la vida" (2 Co., III, 4-6).
Juan Bautista dice también: "El hombre no puede recibir, si no le es dado del
cielo" (Jn., 3-27); y David: "Si el Señor no construye una casa, es vano que
trabajen aquellos que la construyen. Si el Señor no guarda una villa, es vano
que la cuide aquel que la guarda" (Sal., CXXVI, 1-2); Y Jeremías: "Señor, yo sé
que la via del hombre, no depende para nada del hombre, y que el hombre no
camina y conduce sus pasos por sí mismo" (Jer., X, 23). Leemos en la epístola de
Pablo a los Corintios: "Es por la gracia de Dios por la que yo soy quien soy"
(Co., XI, 10); y en las parábolas de Salomón: "Es de mí de quien viene el
consejo y la equidad; es de mí de quien viene la prudencia y la fuerza. Los
reyes reinan por mí, y es por mí por quien los legisladores ordenan lo que es
justo. Los príncipes mandan por mí y es por mí que aquellos que son poderosos
hacen justicia." (Pr., VIII, 14-16) y aún: "Es el Señor quien endereza los pasos
del hombre; ¿Y qué hombre puede comprender la vía por la que camina?" (Pr., XX,
24). Cristo dice en el evangelio de san Mateo: "Mi padre me ha puesto todas las
cosas entre las manos; y nadie conoce al Hijo sino el Padre, como ninguno conoce
al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo haya querido revelarlo" (Mt., II,
27); y en el evangelio de Juan dice hablando de sí mismo: "Yo soy la Vía, la
Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino por mí" (Jn., XIV, 5). En el evangelio
de Lucas, Cristo dice también: "Haced esfuerzos por entrar por la puerta
estrecha; ya que os aseguro que muchos intentarán entrar y no podrán" (Lu., XII,
24).
Es preciso eliminar la noción del libro albedrío
De estos diversos testimonios se deduce con bastante claridad que no tenemos el poder de servir a Dios por libre arbitrio, haciendo algún Bien del cual él nos esté agradecido como si proviniera de nuestra propia virud y nuestro propio poder, es decir sin que Dios sea, él mismo, la causa y el principio de este bien. Esto es más evidente en tanto y como hemos demostrado anteriormente nosotros no tenemos absolutamente ninguna otra fuerza que aquella que nos viene de Dios. San Pedro dice en los Actos de los Apóstoles a propósito de la curación de los cojos: "Israelitas, ¿por qué os extrañáis de esto, y por qué nos miráis como si nosotros hubiéramos hecho andar a este hombre por nuestra propia fuerza o nuestro propio poder?" Y hay que precisar así el pensamiento de Pedro: "No somos nosotros quienes hemos hecho este milagro. "Es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob." (Act., III, 13).
Es por lo tanto evidente que lo que se encuentra de bueno en las criaturas de Dios, viene directamente de él y por él. Es él quien ha dado su ser al Bien y por tanto es la causa, como ya lo hemos establecido. Pero el Mal, si se encuentra en el pueblo de Dios, no proviene del verdadero Dios, ni se manifiesta por él: no es Dios quien le ha hecho existir, puesto que no es su causa ni nunca lo ha sido. Como dice Jesús hijo de Sirac: "Dios no ha mandado a nadie hacer el Mal y no ha dado a ninguno el permiso de pecar" (Ec., XV, 21) entended: inmediata y directamente por él mismo -ya que jamás el mal hubiera podido proceder espontáneamente de la criatura del Dios bueno, considerada como tal, si no hubiera habido una causa del Mal. El Señor lo ha dicho por boca de Ezequiel: "La vara ha florecido, el orgullo ha parido sus brotes. La iniquidad se ha elevado sobre la vara de la impiedad y no vendrá nada de ellos, ni del pueblo, ni de todo el ruido que han hecho" (Eze., VII, 10-11). ¿Queremos más autoridades? El Señor ha dicho en el evangelio de San Mateo: "El reino de los cielos es parecido a un hombre que había sembrado buen grano en su campo. Pero mientras dormía, su enemigo vino a sembrar cizaña entre el trigo y se fue" (Mt., XIII, 24-25). Y David: "¡Oh Dios! las naciones han entrado en tu herencia, ellas han mancillado vuestro santo emplo; han reducido Jerusalén hasta ser como una cabaña que sirve para guardar los frutos" (Sal., LXXVIII, 1). Y el Señor mismo por boca de su profeta Joël: "Un Pueblo fuerte e innumerable acaba de embestir sobre mi tierra. Sus dientes son como los dientes de un león; son como los dientes más duros de un fiero cachorro. Ha reducido mi viña a un desierto, ha arrancado la corteza de mis higueras, las han despojado de todos sus higos, las han tirado por tierra y sus ramas han quedado todas secas y desnudas" (Joe., I, 6-7).
Así, todo estos testimonios nos dan a entender claramente, y sin ninguna
duda, que el orgullo, la iniquidad o la impiedad, la "cizaña", la "mancillación
del santo templo de Dios" y la "devastación" de su viña, no pueden de ninguna
manera provenir -propia y originalmente- del Dios bueno ni de su creación buena,
la cual depende de él en todas sus disposiciones. Se deduce entonces que hay
otro principio -el principio del Mal- que es la causa y la fuente de todo
orgullo, de todo iniquidad, de todas las manchas del pueblo y, generalmente, de
todos los males.
De la objeción que nos hacen nuestros adversarios, a saber: Que Dios no ha
querido crear a sus ángeles perfectos.
Me propongo ahora examinar en las páginas que siguen la teoría de nuestros adversarios -ya antepuesta- según la cual Dios no quería crear a sus ángeles perfectos, es decir: dotados de tal perfección que sólo pudieran hacer el Bien, siempre, y jamás el Mal -o siempre el Mal y jamás el Bien- sino que por el contrario les habría creado de tal suerte que ellos pudieran hacer, a su gusto, el Bien o el Mal.
Expongo en primer lugar que si se mantiene que Dios no ha querido crear a sus ángeles tales que deban hacer siempre el Bien y nunca el Mal, sino por el contrario que tengan la facultad de hacer, a elección suya, el Bien o el Mal, hay que precisar que no podían ejercer esas facultades al mismo tiempo. Puesto que es imposible que los ángeles hayan recibido de Dios una naturaleza permitiéndoles hacer el Bien y el Mal a la vez, en ua sola vez y en un mismo tiempo. Si en efecto, ellos hubieran tenido esta naturaleza, como lo enseñan nuestros adversarios, resultaría forzosamente, que hubieran podido hacer a la vez el Bien y el Mal, y no ya el Bien, ya el Mal; sino verdaderamente el Bien y el Mal. Pero por esto, es evidente que no hubieron tenido, de ninguna manera, el poder de evitar siempre el mal, y eso a causa de la naturaleza misma que el Señor les habría dado.Y es ese caso este Dios sería la causa y el principio de este Mal. Lo que es imposible de admitir y vano de sostener.
Pero quizás en este momento, nuestros adversarios -hablando primero
reposadamente, luego gritando- clamarán su indignación en estos términos: "No
hay ninguna imposibilidad en que los ángeles en cuestión hayan podido hacer
siempre el Bien o siempre el Mal si ellos lo hubieran querido, puesto que habían
recibido de Dios el libre albedrío, es decir, precisamente, el libre poder o
facultad de hacer, a su elección, el Bien o el Mal". Y afirmarán por esto mismo
que su Dios no es la causa principal de este mal, ya que los ángeles, si han
pecado es por efecto del libre arbitrio que les ha sido concedido, y en
consecuencia de su pleno grado.
Donde se prueba que no existe el libre arbitrio.
Si se examinan diligentemente los argumentos que ya hemos propuesto, se verá que la teoría del libre albedrío -esa fuerza o poder libre que nuestros adversarios dicen haber sido dado a los ángeles para permitirles hacer a su gusto el Bien o el Mal- carece
de peso frente a nuestra teoría. En efecto, parece imposible al parecer de los sabios, que cualquier ser pueda tener en sí mismo el poder de hacer dos acciones contrarias a la vez, en una sola vez y en uno solo y mismo tiempo, es decir: el poder de hacer el Bien todo el tiempo o el Mal todo el tiempo; y con mayor razón, en Dios que conoce absolutamente todos los futuros y según la sabiduría del cual todo es producido necesariamente desde toda la eternidad.
Argumento más decisivo: no se comprende verdaderamente como ángeles credos buenos hayan podido odiar la bondad semejante a ellos y que existía desde la eternidad, así como a la causa de esta bondad, para empezar a querer el Mal, que aún no existía, y que es todo lo contrario del Bien. Y todo eso sin ninguna causa, ya que según los ignorantes, no había causa profunda del mal. La opinión de nuestros detractores es poco menos que inadmisible, ya que está escrito en el libro de Jesús, hijo de Sirac: "Todo animal ama a su semejante; así todo hombre ama a quien le es próximo. Toda carne se une a aquella que se le parece, y todo hombre se une a su semejante" (Ec., XXVII, 10); y también: "Los pájaros se juntan a sus semejantes, y la verdad vuelve a aquellos que con ella hacen sus obras" (Ec., XXVII, 10). Así según estos testimonios, parece evidente que los ángeles hubieran tenido que escoger el Bien semejante a ellos y existente desde la eternidad, antes que rechazar el Bien para escoger el mal que no tenía por entonces ninguna existencia y cuya causa misma no existía -según la fe de nuestros adversarios- aún cuando sea muy difícil admitir que cosa alguna pueda comenzar sin causa: ¿no está escrito: "Lo que ha tomando comienzo es imposible que no tenga ninguna causa?" y también: "Todo aquello que pasa de la potencia al acto tiene necesidad de una causa para pasar a dicho acto4". En la hipótesis de nuestros adversarios lo que posee existencia, y la causa de esta existencia, a saber, el Bien, hubiera tenido menos acción sobre los ángeles que lo que no poseía la existencia, y su causa, a saber el Mal, que no existía tampoco y eso en oposición a lo que dicen los filósofos: "Es preciso que una cosa exista antes para que pueda actuar." Y también conviene recordar la evidencia que si una causa permanece en el estado en que ha estado siempre, ella (la causa) no sabría producir más por ella misma que lo que ya había producido: una acción no nace más que por la acción de una nueva causa, ya que, como está escrito: "Si algún ser se vuelve agente, y no lo era primitivamente, es forzoso que esto sucea por alguna modificación nueva que se opera en él". Es por lo que hay que admitir que si las disposiciones del agente permanecen siempre iguales a lo que eran, y si no acusa ningún cambio proveniente de él o del exterior, no hay absolutamente ninguna razón para que se dé una nueva manera de actuar en lugar de dejarla en la inexistencia.Es esta inexistencia la que, por el contrario, se prolongaría sin fin. Puesto que así como el "otro" proviene de la alteridad, el "mismo" perdura por la identidad.
Entonces si es cierto que sin el libre albedrío los ángeles no hubieran
podido pecar, está claro que Dios no se lo hubiera concedido, puesto que él
sabía que su reino no debía ser corrompido más que por sus efectos. Pero si él
se lo hubiera concedido había que imputar, necesariamente, a este Dios "que está
por encima de toda alabanza", la corrupción de sus ángeles. Lo que no se sabría
hacer sin impiedad. De lo que se infiere la existencia de otro principio, el
principio del Mal, que es la causa y origen de la corrupción de los ángeles, y
de todos los males5.
Los ángeles no han tenido libre albedrío
Todo lo que precede demuestra bastante claramente a los sabios, que los ángeles susodichos no han recibido jamás de Dios el tal albedrío, es decir, el poder de conocer, de querer y de llevar a cabo siempre y únicamente el Bien y no el mal. Que si ellos lo hubieran tenido, hubieran hecho necesariamente y habrían querido siempre el Bien y nunca el Mal.
¿En nombre de quién y con qué osadía, los ignorantes pueden mantener que estos ángeles hubieran podido hacer siempre y únicamente el bien, ya que en la providencia divina, que conoce enteramente el futuro, ellos no poseían -como ya hemos demostrado- ni el poder, ni la ciencia, ni el "arbitrio" ni ninguna otra facultad que les hubiera permitido evitar el Mal? Puede oírse la defensa de una opinión semejante (que los ángeles han recibido de Dios la virtud o el poder de hacer siempre el Bien o siempre el Mal), en aquellos que ignoran completamente las cosas futuras y todas las causas que determinan a un ser a hacer el Bien o el Mal, todo el tiempo o en diferentes momentos. Pero para Dios que prevee el futuro, y en quien todas las causas según las cuales es imposible que el futuro no sea futuro, son conocidas desde la eternidad por su sabiduria, en fin, del que proceden necesariamente todas las cosas desde la eternidad, eso es manifiestamente falso.
Se explica fácilmente que los hombres, que no conocen el futuro ni la verdadera realidad de las cosas, usen tan a menudo estas contradicciones, enteramente verbales: pretenden que lo imposible es posible y lo posible imposible. Es así como, por ejemplo, nosotros decimos: "es posible que Pedro esté todavía con vida mañana: es posible, también que muera hoy", y la verdad es que es imposible que Pedro está a la vez en estado de vivir hasta mañana y a punto de morir hoy. En la ignorancia que nosotros tenemos del futuro y de todas las causas que actúan sobre la vida o sobre la muerte de Pedro, tenemos por imposible lo posible, y por posible lo que es imposible. Pero si nosotros conociéramos perfectamente el porvenir y todas las causas que son necesarias para que Pedro viva o para que muera, no diríamos que lo mismo puede vivir hasta mañana que morir hoy. Si supiéramos en efecto que Pedro ha de morir, diríamos: "Pedro muere hoy necesariamente" o "es imposible que Pedro viva hasta mañana" o bien; "Es imposible que muera hoy". Pero ignoramos el futuro y es por eso por lo que tomamos lo posible por imposible y lo imposible por posible. Lo que no sabría hacer aquel que tiene el conocimiento pleno y entero de todo el futuro.
Otro ejemplo: un hombre ve claramente que Pedro se encuentra en la misma casa que él. Otro hombre, en el exterior, le pregunta: "¿Es posible que Pedro esté en esta casa?" Si aquel que sabe perfectamente que Pedro está en el interior, porque le ve con sus ojos le responde: "Puede que esté, puede que no esté", es evidente que le ha dado una respuesta mala y contraria a su conciencia, diciendo que es posible que Pedro esté en la casa, siendo que sabe, que ve claramente que él está. Se debe pensar lo mismo del libre albedrío que según nuestro adversarios Dios ha dado a sus ángeles. Para Dios en tanto tiene conocimiento absoluto del futuro, para Dios que conoce en su pensamiento todas las causas por las cuales, desde la eternidad, es imposible que el futuro no sea el futuro, por su sabiduría de donde procede necesariamente y eternamente todo lo que existe, es falso que los ángeles hayan podido tener la libre facultad de poder, de querer, de discernir y de hacer el Bien en todo el tiempo, con mayor razón y sobre todo que este Dios conocía y preveía infaliblemente el destino de todos sus ángeles, incluso antes de que fueran creados; es parecido al hombre que ve a Pedro en su casa y sabe que está y que diría una mentira si dijera: "Es posible que Pedro no este aquí." En lo que concierne al albedrío de los ángeles, tal como es para Dios, declaro que es falso que los ángeles hubieran podido no pecar, y con mayor razón en Dios que ve en su pensamiento absolutamente todos los futuros. Decir que ellos no han querido no pecar no significa absolutamente nada, ya que si los ángeles buenos han querido hacer el Mal no es sin causa: a los sabios les parece imposible que los ángeles buenos hayan podido odiar el Bien y desear el Mal sin razón suficiente: lo hemos recordado más arriba: nada puede suceder sin causa. Entonces es preciso que en Dios los ángeles llegasen a ser malditos y demonios, porque en su Providencia eterna existían todas las causas capaces de conducirles a su decadencia futura. Sin ninguna duda, es imposible, en el pensamiento divino, que pudieran permanecer buenos y santos para siempre. Solo los hombre que ignoran el futuro y la realidad de las cosas pueden decir entre ellos que los ángeles han tenido el poder de hacer siempre el Bien y el Mal. Los sabios que conocen la verdad, es decir el futuro, y también el conjunto de las causas por las cuales a un ser le es necesario hacer el Bien siempre o en diferentes momentos, juzgan imposible que los ángeles hayan tenido la libertad de hacer siempre el Bien o siempre el Mal. Incluso considerarían una necesidad que los ángeles hayan tenido, finalmente, que degenerar. Ya que para los sabios que conozcan todas las causas que se oponen a que los ángeles fueran siempre buenos y que les determinaban, por contra, a hacer el Mal, aparece como absolutamente imposible que hubiesen podido permanecer buenos y santos hasta el fin.
Es por ello por lo que estos sabios, si siguiesen la teoría de los ignorantes
(la del "Principio único"), admitirían como evidencia que los ángeles no han
recibido de Dios la virtud o el libre poder de hacer siempre el Bien, sino por
el contrario, como lo hemos demostrado precedentemente, las disposiciones que
debían llevarlos al Mal: y esto sería una conclusión muy loca e impía.
La teoría de maestro Guillermo
No silenciaré la teoría del maestro Guillermo, que parece sabia 6 a mucha gente, pero que no lo es. Yo le he oído decir más o menos esto: "Los ángeles no fueron creados perfectos, en su origen, porque no le fue posible a Dios darles la perfección. Dios, en efecto, no ha podido jamás -y no puede- crear un ser absolutamente parecido e igual a él; aun cuando sea calificado de todopoderoso por la mayoría de los religiosos, esto es, evidentemente, algo que no puede hacer. Luego, en la medida en que los ángeles no poseían toda la belleza y toda la grandeza de Dios, es decir, en lo que ellos no le eran exactamente parecidos e iguales, han podido desfallecer ansiando esta belleza y esta grandeza. ¿No se ha dicho de Lucifer, en Isaías: "Emplazaré mi trono al costado de Aquilón y seré parecido al Altísimo"? (Isa., XIX, 13, 14). A partir de ahí se podría mantener que no es razonable reprocharle a Dios no haber creado a sus ángeles perfectos (es decir: de una perfección tal que no pudieran codiciar la belleza y la grandeza de Dios), puesto que como acabamos de decir eso le era imposible.
Quisiera refutar esta teoría con el siguiente argumento muy verídico: Si nosotros razonblemente, no podemos reprochar a Dios el no haber hecho a lo ángeles de tal manera que les fuera imposible codiciar su grandeza y belleza, siendo que no podía hacerlos parecidos e iguales a él; con mayor razón todavía, no podemos hacer responsables a los ángeles de lo que no han podido de ninguna manera evitar, el caer en esta codicia, puesto que tenía por causa las disposiciones que ellos tenían de su creador, el cual no les había podido hacer bastante perfectos como para que no deseasen su belleza y su grandeza.
Y diré más: si Dios no ha podido dar a sus ángeles una perfección suficiente para que no desearan su grandeza y se volvieran así demonios por efecto de esta codicia; y si los ángeles tampoco han podido evitar de ninguna manera caer en este mal, se deduce necesariamente -según los discípulos del maestro Guillermo- que todos los ángeles y hasta los hombres -aquellos que están ahora salvos- deberían ansiar siempre la grandeza y la belleza de Dios, pecar siempre contra él en base a esta concupiscencia misma y por ella hacerse obligatoriamente demonios, como los ángeles caídos lo han llegado a ser, en efecto, a lo que ellos dicen. Y ello por la razón esencial de que Dios no ha podido, no puede ni podrá nunca hacer que su criatura sea parecida e igual que él.
Además nos dicen: los elegidos no pueden envidiar ni pecar de esta manera porque han sido instruídos y vueltos prudentes y sutiles por el castigo infligido a los otros ángeles, transformados en demonios a causa de la concupiscencia; nosotros responderemos que, en ese caso Dios, del que se ha dicho anteriormente que era bueno, santo y justo, sería la causa verdadera y el principio del castigo y de la desgracia de todos los ángeles, puesto que él les habría infligido sin razón ni justicia, penas eternas. Y todo eso porque ha sido incapaz de crearles de una tal perfección como para que no desearan su belleza y su grandeza, y porque los ángeles no han podido evitar el mal, por el hecho de que habían sido creados antes que los otros ángeles, que fueron alertados por el espectáculo de su castigo y de su caída. Luego esos que se volvieron demonios -como la mayoría sostiene- no pudieron ser instruidos ni esclarecidos por nadie, puesto que ningún ángel había sido creado antes que ellos. Por lo tanto podrían quejarse con todo derecho de un amo así, que les ha infligido penas innumerables porque no había podido crearles tan perfectos como para que no envidiasen su belleza y su grandeza, y porque a causa de su naturaleza misma no habían podido evitar caer en la concupiscencia.
Nos preguntamos con extrañeza como se le ha podido ocurrir a un hombre
prudente mantener que Dios -que es bueno, santo y justo- ha creído deber
reprobar para siempre a estos ángeles e infligirles un suplicio eterno, porque
no había podido darles bastante perfección para que no envidiasen en nada su
belleza y su grandeza, y porque ellos mismos no habían podido recibir de él esta
perfección.
Los ángeles
Se me objetará quizás esto: Aún cuando Dios no ha podido hacer a sus ángeles parecidos e iguales a él, no obstante, si lo hubiera querido, hubiera podido darles, al menos, bastante perfección como para que nunca estuvieran envidiosos de su belleza. Pero él no lo ha querido: ellos habían recibido de él el libre arbitrio, (es decir: la libre virtud, el poder de codiciar o de no codiciar, a su gusto, su belleza y su grandeza). Hay que reponder que este argumento contradice el precedente, a saber: que Dios no ha hecho a sus ángeles perfectos hasta el punto que no sintieran envidia de su belleza y su grandeza, porque le era imposible, de cualquier manera que fuera, hacerles parecidos e iguales a él.
Está claro, en efecto, según esta teoría, que Dios no ha querido hacer a sus ángeles de manera que no pudieran desear su belleza y su grandeza, sino que por el contrario, a sabiendas y deliberadamente, les ha creado -atribuyéndoles todas las causas por las cuales preveía que pecarían en el futuro- en un grado tal de imperfección que no podían evitar de ninguna manera la concupiscencia. Y eso con mayo razón que en el pensamiento divino todas las causas le son conocidas desde el principio, por las cuales era preciso que su concupiscencia se manifestase un día, y que en Dios todo el universo viene de él eternamente y necesariamente, como ya lo hemos explicado claramente este mismo libro, en donde tratamos del libre albedrío. Es por lo tanto evidente para los prudentes que Dios -según la teoría de nuestros adversarios- no podría encontrar excusa razonable al hecho que no solamente no ha querido preservar a sus ángeles del Mal, sino que además les ha creado -a sabiendas y voluntariamente- en una imperfección tal que les habría sido imposible, por toda la eternidad, no envidiar su belleza y su grandeza.
Y es por esto por lo que hay que convencerse que los ángeles no han recibido
de Dios, nunca, el libre arbitrio por el cual hubieran podido evitar
completamente la concupiscencia, y sobre todo, que no lo han recibido de este
Dios que conoce absolutamente el futuro, en el pensamiento del cual es imposible
que el futuro -con todas las causas que le determinan- no sea el futuro, y que
-si se cree, como nuestros adversarios, que sólo hay un principio único- es la
causa suprema de todas las causas. Si se acepta, en efecto, su teoría, hay que
admitir forzosamente que la causa esencial de toda concupiscencia y de todo mal,
es este Dios, él mismo, puesto que está escrito: "Aquel que es ocasión del
perjuicio pasa por haberlo causado7". Es absolutamente imposible pensar eso del
verdadero Dios.
II
Teoría de nuestros adversarios: Dios es el creador y el autor de todas las
cosas
Como quiera que nuestros adversarios no tienen ningún argumento racional que oponer a la verdad; quizás, no obstante, despreciando a aquellos a los que nosotros hemos dado luz, van a gritar de nuevo con fuerza y decirnos: Estas palabras no merecen la menor fe, puesto que son opiniones humanas, razonamientos filosóficos, de aquellos de los que el apóstol dice en la Epístola a los Colosenses: "Cuidado que nadie os sorprenda con la filosofía y con sus razonamientos vanos y engañosos, según una doctrina humana, y los elementos de una ciencia mundana y no según Jesucristo" (Col., II, 8). Quizás hasta nos objetarán que la teoría de los dos principios no puede ser adoptada por la sola fe de los argumentos antedichos porque no está probada por el testimonio de las Santas Escrituras, y muy especialmente porque es imposible descubrir en los textos sagrados con autoridad la prueba de que existe -además del Señor verdadero Dios- otro Dios, creador y organizador todopoderoso de todas las cosas de este mundo, eterno o perpetuo, y existiendo desde siempre sin comienzo ni fin.
Y para probar que en efecto el Señor verdadero Dios es el creador de todo,
insistirán gustosos y con fuerza, en las "autoridades" siguientes y en otras del
mismo género: Está escrito en el Apocalipsis: "Tú eres digno, oh Señor, nuestro
Dios, de recibir gloria, honor y poder, porque eres tú quien ha creado todas las
cosas; y es por tu voluntad por lo que ellas han recibido el ser y han sido
creadas." (Apoc., IV, 11). Y dice además en el Apocalipsis: "Entonces el ángel
que yo había visto y que estaba de pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó
la mano al cielo. Y juró por aquel que vive en los siglos de los siglos, que ha
creado el cielo y todo lo que hay en el cielo, la tierra y todo lo que hay en la
tierra, el mar y todo lo que hay en el mar, que no habrá más tiempo" (Apoc., X,
5-6). El apóstol dice a los Hebreos: "En efecto, no hay ninguna casa que no haya
sido construida por alguien. Luego ése que es el arquitecto y el creador de
todas las cosas, es Dios" (Heb., III, 4). Jesús hijo de Sirac, dice también:
"Aquel que vive eternamente ha creado todas las cosas juntas" (Ec., XVIII, 1).
En el libro de la Sabiduría se lee: "El ha creado todo a fin de que todo
subsista" (Sab., I, 14). Y los apóstoles dicen en sus Hechos: "Señor, tú eres el
creador del cielo, de la tierra, del mar y de todo y de todo lo que contienen"
(Hch., IV, 24). Y Pablo en estos mismos Hechos, dirigiéndose a los atenienses:
"He aquí lo que os anuncio: Dios, que ha hecho el mundo y todo cuanto hay en él,
siendo el señor del cielo y de la tie-rra, no mora en los templos erigidos por
los hombres. No es honrado por obras de mano de hombre, como si tuviera
necesidad de criatura alguna, él que a todos da la vida, la respiración, y todas
las cosas" (Hch. XVII, 23-25). Juan dice en el evangelio: "Todas las cosas han
sido hechas por él; y nada de lo que ha sido hecho, ha sido hecho sin él" (Jn.,
I, 3).
Dios es llamado Padre de todas las cosas
No solamente nuestro señor Dios es llamado creador o autor de todas las cosas, sino que además es llamado el Padre. Es así como le llama San Pablo en la epístola a los Efesios: "No hay más que un Señor, una fe y un bautismo. No hay más que un Dios padre de todo, que extiende su providencia a todos y reside en todos". (Ef., IV, 5-6). Además dice en la misma epístola: "Es por esto por lo que me arrodillo delante del Padre de nuestro señor Jesucristo, delante de Dios que es el príncipe de toda esta gran familia, la cual está en el cielo y sobre la tierra" (Ef., III, 14-15). Y además dice en la primera epístola a los Corintios: "Sin embargo, para nosotros sólo hay un Dios, que es el Padre, de quien todas las cosas proceden, y que nos ha hecho para él; y no hay más que un Señor, que es Jesucristo, por quien todas las cosas han sido hechas y por quien nosotros somos todo lo que somos" (1 Co., VIII, 3). Y en la epístola a los romanos: "...Porque todo es de él, todo es por él y todo es en él" (Ro., XI, 36). Todas las cosas en efecto, han sido fundadas en el Señor Jesucristo, por él y en él todo ha sido creado, como Pablo dice a los Colosenses hablando de Cristo, "que es la imagen del Dios invisible, y que ha nacido antes que todas las criaturas. Puesto que todas las cosas han sido creadas por él, tanto las del cielo como las de la tierra, las visibles y las invisibles; sean los tronos, sean las dominaciones, sean los principados, sean las potestades, todo ha sido creado por él y par él; el es antes que todas las cosas y ellas subsisten todas en él" (Col., I, 15, 17).
Con argumentos tales y con otros muy parecidos nuestros adversarios dan a
menudo apariencia de solidez a su teoría.
De la omnipotencia, la eternidad, la sempiternidad de Dios
Para probar, en efecto, que nuestro Señor es todo poderoso, eterno o sempiterno y muy antiguo, nuestros adversarios podrían reproducir ciertos testimonios sacados de las divinas Escrituras, y afirmar así que no hay otro poder, ni otra potestad que la de Dios, como dice David: "Puesto que he reconocido que el Señor es grande, y que nuestro Dios está por encima de todos los dioses. El Señor ha hecho todo lo que ha querido, en el cielo, en la tierra, en el mar y en todos los abismos" (Sal., CXXXIV, 5-6) y el apóstol en la primera epístola de Timoteo: "Yo os ordeno delante del Dios que hace vivir todo lo que vive, y delante de Jesucristo que ha atestiguado con su muerte la excelente confesión que había hecho bajo Poncio Pilatos, guardar estos preceptos conservándoos sin mancha ni reproche hasta el advenimiento glorioso de nuestro Señor Jesucristo, que debe hacer aparecer en su tiempoo a aquel que es soberanamente bienaventurado, que es el único poderoso, el Rey de reyes y el Señor de los señores" (1 Ti., VI, 13-15). Está escrito en el Apocalipsis: "Os damos gracias Señor, Dios todopoderoso" (Apoc., XI, 17). Y el apóstol dice a los romanos: "No hay ninguna potestad que no venga de Dios, y es él quien ha establecido todas las que existen sobre la tierra" (Ro., XIII, 1).
Que nuestro Señor, el verdadero Dios, es eterno o sempiterno, y muy Anciano está demostrado en los testimonios siguientes; David dice en efecto: "...para que vosotros se lo contéis a las otras razas. He ahí nuestro Dios, nuestro Dios para toda la eternidad, y reinará sobre nosotros en todos los siglos" (Sal., XLVII, 14-15). E Isaías: "He aquí lo que dice el Altísimo; el Dios sublime que mora en la eternidad"; y el apóstol, dirigiendose a los romanos: "Conforme a la revelación del misterio que habiendo estado oculto en todos los siglos pasados, ha sido descubierto ahora por las escrituras proféticas según órden del Dios eterno" (Ro., XVI, 25-26).
Sobre la sempiternidad de este mismo Dios verdadero, Isaías declara: "Dios es el Señor eterno que ha creado todo lo extenso de la tierra" (Isa., XL, 28); y Jeremías: "Pero el Señor es él mismo el Dios verdadero, el Dios viviente, el rey sempiterno" (Jer., X, 10).
A propósito de la Antigüedad del Señor, Daniel nos dice: "Consideraba estas cosas en una visión nocturna y ví como el Hijo del Hombre venía con las nubes del cielo, y se acercó hasta el anciano de los días" (Da.,VII, 13). Y más adelante dice: "Hasta que el Anciano de los días apareció" (Da., VII, 22).
Así parece que nuestros adversarios podrían sostener, según estos testimonios
y otros del mismo género, que es obligación creer firmemente que no hay más que
un solo Dios, Señor y príncipe todopoderoso, eterno o sempiterno, y muy
"anciano", como lo que hemos dicho hasta aquí parece demostrar claramente.
Donde se resuelve la dificultad levantada por estas objeciones y estos
testimonios
Quisiera con la ayuda de Jesucristo, resolver la dificultad levantada por las autoridades escriturarias que se nos oponen, haciendo conocer mi teoría al respecto. En principio diré lo que hay que pensar de las acciones "crear y hacer", por referencia a las que, en las Santas Escrituras, Dios es llamado Creador o "Factor" de todas las cosas; en segundo lugar lo que hay que entender en estas mismas Escrituras, por las palabras "todas las cosas" y las otras fórmulas o "signos" universales 8.
"Crear o hacer" tiene, desde mi punto de vista, tres acepciones diferentes en
las Escrituras. Pri-meramente dicen que, el verdadero Señor Dios, "crea" o
"hace" cuando añade algo a lo esencial de los seres que eran ya muy buenos, para
determinarles a socorrer las almas que deben ser salvadas: es así como nuestro
Señor Jesucristo fué ordenado obispo por el verdadero Dios y ungido del Espíritu
Santo y de su virtud, a fin que liberara a todos aquellos que estaban oprimidos
por el Diablo. Igualmente los ángeles han sido "hechos" ministros de Dios el
Padre, a fin de que vengan en ayuda de aquellos que reciben la salvación en
herencia. En segundo lugar: se puede decir que Dios "hace" o "crea", cuando
añade él mismo alguna cosa a las esencias de las entidades que habían sido
creadas malas, a fin de disponerlas así a las buenas obras. En fin, en tercer
lugar, se puede decir que Dios crea o hace cuando permite a aquel que es
enteramente malo -o a uno de sus ministros- realizar alguna cosa que él mismo
desea, pero que no podría jamás llevar a cabo por sus propias fuerzas,
tolerándole y sufriendo un tiempo su malicia, para que luego eso se torne a su
favor y en confusión de su muy pérfido enemigo.
De la creación o "forma" del primer género
De este primer género de creación o "forma", voy a dar de la prueba muy evidente que figura en las Santas Escrituras. San Pablo, hablando a los Colosenses de la creación, les dice: "No useis mentiras unos con los otros: depojaos del viejo hombre y de todas sus obras; y revestíos del nuevo, que se renueva avanzado en el conocimiento de Dios, y siendo formado a semejanza de aquel que le ha creado" (Col., III, 9-10). El mismo apóstol dice a los Efesios: "Renovaos en el espíritu de vuestra inteli- gencia y revestíos del hombre nuevo que ha sido creado según Dios en una justicia y una santidad fundadas sobre la verdad" (Ef., IV, 23-24). El Señor dice por boca de Isaías: "Cielos enviad de lo alto vuestro rocío y que las nubes hagan descender al Justo como una lluvia; que la tierra se abra y que de ella germine el Salvador y que la justicia nazca al mismo tiempo. Yo soy el Señor que la ha creado" (Isa., XLV, 8). De la creación de nuestro Señor Jesucristo, el mismo San Pedro dice en los Hechos de los apóstoles: "Que toda la casa de Israel sepa pues muy ciertamente que Dios ha hecho Señor y Cristo a aquel (de quien David ha hablado), este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Act., II, 6); y Pablo en la epístola a los hebreos: "Es por lo que vosotros, hermanos míos, que sois santos y que participais en la llamada celeste, consideráis a Jesús el apóstol y el pontífice de la religión que nosotros profesamos; la cual es fiel a aquel que la ha establecido" (Heb., III, 1-2). Pablo dice también: "¿A quién de los ángeles Dios no le dicho alguna vez: Eres tú mi hijo, te he engendrado hoy?" (Heb. I, 5).
A propósito de la creación de los buenos espíritus y de los ángeles que han
sido hechos por el Señor verdadero Dios, el santo apóstol dice a los hebreos:
"Es por lo que (hablando de los án-geles), la Escritura dice que de los
espíritus Dios ha hecho a sus ángeles, y que de las almas ardientes han hecho a
sus ministros" (Heb., I, 7). Dice entre otras cosas: "¿No son todos espíritus
destinados a servir, y enviados para ejercer su ministerio, en favor de quienes
serán herederos de la salvación?" (Heb., I, 14). El Señor dice además por boca
de Isaías: "Venid, ángeles ligeros...etc." (Isa., XVIII, 2).
Que "crear" y "hacer" es crear y hacer a partir de alguna cosa, como de una
materia preexistente
Es por lo que se debe creer firmemente que cuan- do se dice de nuestro Señor
Jesucristo y de los otros buenos ángeles del Padre verdadero Dios, no hay que
entender por esto que su esencia tiene comienzo absoluto en esta creación o
"formación", ni, sobre todo, que sus esencias hayan sido constituidas de la
nada, cono nuestros adversarios parecen afirnar, ellos que piensan que para Dios
crear consiste propia y principalmente en hacer de la nada. Su interpretación es
limpiamente refutada por los testimonios sacados de las divinas Escrituras: en
el evangelio de San Mateo ángel del Señor dice a José: "José hijo de David, no
temas recibir a María tu mujer, porque lo que se ha formado en ella viene del
Espíritu Santo" (Mt., I, 20); y no dice: ha sido creado de la nada. Y está
escrito en el libro de la Sabiduría: "Ya que no era imposible a tu mano
todopoderosa, que ha sacado todo el mundo d una materia informe..." (Sab., XI,
28); y en el Génesis: "Y Dios formó al hombre del limo de la tierra; alentó
sobre su cara un soplo de vida, y el hombre fue viviente y animado" (Gé., II,
7). Jesús, hijo de Sirac, nos dice: "Es el Altísimo quien ha producido de la
tierra todo aquello que cura" (Ec., XXXVIII, 4), y dice en otro fragmento: "Dios
ha creado al hombre de la tierra y le ha formado a su imagen" (Ec., XVII, 1). Es
por lo tanto evidente, a ojos de los prudentes, que nosotros tenemos excelen-tes
razones para rechazar, sobre la fe de los testimonios escriturarios, la teoría
de nuestros adversarios.
Creación y obra
Mi teoría se encuentra verificada. Según lo que he expuesto y demostrado
anteriormente y con bastante claridad, crear o hacer, es añadir algo a la
esencia de aquellos que ya eran muy buenos. Lo que creo que debe precisarse así:
se dice que los buenos han sido creados o hechos por Nuestro Señor el verdadero
Dios, cuando fueron establecidos por él para la salvación de los pecadores. Es
en este sentido en el que el apóstol dice a los Hebreos, hablando de nuestro
Señor Jesucristo: "¿Qué es el hombre para merecer tu recuerdo? ¿y qué es el Hijo
del hombre para que tu le visites?, etc... y vosotros le habéis dado el imperio
sobre las obras de vuestras manos" (Heb., II, 6-7). Y David quien, por la fe,
simboliza aquí a Cristo dice también: "Yo, empero, he sido establecido rey por
él, sobre Sión, su santa montaña..." (Sal., II, 6). Y así según nuestra
interpretación, esta creación o "reforma" de los buenos sería buena y noble: es
a ella, sin duda, a la que se refiere el Eclesiastés cuando dice: "Todo lo que
Dios ha hecho es bueno en su tiempo" (Ec., III, 11); o: "He aprendido que todas
las obras que Dios ha hecho serán perpetuas y que nosotros no podemos añadir
nada ni nada quitar a todo lo que Dios ha hecho para que se le tema" (Ec., III,
14). Jesús, hijo de Sirac, declara también: "Las obras de Dios son todas
soberanamente buenas" (Ec., XXXIX, 21). Está escrito en el libro de la
Sabiduría: "¡Qué amables son sus obras! ... subsisten todas y permanecen siempre
y le obedecen en todo lo que él les pide". Y David exclama: "¡Qué grandes y
excelentes son tus obras Señor! Habéis hecho todas las cosas con una soberana
sabiduría" (Sal., CIII, 24). Y dice luego: "El día no subsiste tal como es sino
por orden tuya puesto que todas las cosas te obedecen" (Sal., CXVIII, 9). Y
además: "Ha hablado y estas cosas han sido hechas, ha ordenado y han sido
creadas, él las ha establecido para que perduren eternamente y en todos los
siglos" (Sal., CXLVIII, 5-6). Por lo tanto parece claramente probado que esta
noble creación o producción de seres buenos por el verdadero Dios, ha sido
establecida para la eternidad y por los siglos de los siglos. Lo que según me
parece no puede acordarse de ninguna manera con la teoría de nuestros
adversarios, y sobre todo si es verdad que los cielos que existen ahora y la
tierra y todos los elementos deben ser destruidos completamente por el ardor del
fuego, como san Pedro, según ellos, y como se debe de creer, lo ha testimoniado
(2 Pe., III, 10).
De la creación u obra del segundo género
Sobre esta segunda creación o "forma", de la que ya he dicho anteriormente que consistía en añadir alguna virtud a las esencias de aquellos que habían sido creados malos a fin de disponerlos a las buenas obras, voy ahora a explicar mi sentimiento, proporcionando claros testimonios: el apóstol dice a los Efesios: "Porque somos su obra, siendo creados en Jesucristo en las buenas obras que Dios he preparado a fin de que las practiquemos" (Ef., II, 10). David dice también: "Todos ellos esperan de ti para que les des su alimento en su tiempo Cuando tú les des ellos recogerán; abres tus manos, hártanse de tu bondad. Pero si retiras tu rostro de ellos túrbanse; les retiras el espíritu de vida, caerán en el fenecimiento y volverán a su polvo. Envías tu espíritu y tu soplo divino y serán creados; y renovarás toda la faz de la tierra" (Sal., CIII, 28-31).
Donde se resuelve la dificultad levantada por el texto de Isaías: "Yo soy el
Señor y no hay otro"
El Señor ha dicho por boca de Isaías: "Yo soy el Señor y no hay ningún otro.
Soy yo quien forma la luz y quien forma las tinieblas, quien hace la paz y quien
crea los males; yo soy el Señor que hace todas las cosas" (Isa., XLV, 6-7). Hay
que entender esta autoridad como si significara: No hay otro Señor sino yo que
forme la luz: es decir: que forme a Cristo quien es la verdadera luz "que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo", como lo dice San Juan en el
evangelio (Jn., I, 9) y que "forme" las tinieblas, es decir que "crea" en sus
buenas obras al pueblo de los Gentiles, el cual había sido primeramente creado
lleno de tinieblas y caminaba en las tinieblas, como se ha dicho en el
Evangelio: "Este pueblo que moraba en las tinieblas ha visto una gran luz" (Mt.,
IV, 16; Isa. IX 2); y en las Epístola a los Efesios: "Pues no erais antes sino
tinieblas, pero ahora sois luz en nuestro Señor: portaos como hijos de la luz"
(Ef., V, 8). -Yo que hago la paz: estas palabras significan, yo que creo a
Cristo; porque Cristo fue nuestra paz, como dice de él el apóstol a los Efesios:
"Es él nuestra paz; que de dos pueblos ha hecho uno; que ha destruido por su
muerte (en la carne) la muralla de separación, la enemistad que las dividía"; y
también: "Yo que hago la paz entre el pueblo de los gentiles y el pueblo
israelita", como lo dice un fragmento de la misma epístola: "Formando en sí
mismo un solo hombre nuevo de estos dos pueblos, poniendo la paz entre ellos a
fin de que habiéndoles reunido a los dos en un solo cuerpo les reconciliara con
Dios... Así ha venido a anunciaros la paz a vosotros que estabais alejados y a
aquellos que estaban próximos; porque es por él por quien tenemos acceso los
unos y los otros cerca del Padre en un mismo Espíritu" (Ef., II, 14-18). Y quien
crea el Mal: es decir: yo soy quien "crea" en sus buenas obras al pueblo
israelita quien había sido creado malo a lo primero, como Cristo lo recuerda en
el evangelio de San Mateo: "Si ta malos como sois habéis sabido dar buenas cosas
a vuestros hijos; mucho más vuestro padre que está en el cielo, dará verdaderos
bienes a aquellos que se los pidan" (Mt., VII, 11). He aquí en qué sentido se ha
dicho en las Escrituras, que el Señor ha creado las tinieblas y el mal. Esta
interpretación no puede ser adoptada por nuestros adversarios, que creen que la
creación consiste en hacer alguna cosa de la nada. Pero su teoría se encuentra
muy claramente rebatida: ya que si el Señor verdadero Dios hubiera creado propia
y principalmente las tinieblas y el mal, sería sin duda alguna la causa y el
principio de todo mal, lo que es absurdo o ímpio pensarlo del verdadero Dios.
De la "creación" de aquellos que habían sido creado malo a los primero
A propósito de la creación de aquellos que en un principio habían sido
creados malos, san Pablo dice en la segunda epístola a los Corintios: "...no que
seamos capaces de formar por nosotros mismos ningún buen pensamiento, sino que
es Dios quien nos hace capaces de ello. Y es él quien también nos ha hecho
capaces de ser los ministros de la nueva alianza, no de la letra, sino del
espíritu: pues la letra mata pero el espíritu vivifica" (2 Co., III, 5-6). Y aún
dice en la epístola a los Colosenses: "Demos gracias a Dios Padre que por la luz
de la fe nos ha hecho dignos de tener parte en la suerte y en la herencia de los
santos" (Col., I, 12). El mismo apóstol dice a los corintios: "Si alguno está en
Jesucristo, se ha hecho una nueva criatura; lo que era viejo pasó, ahora se
vuelve nuevo" (2 Co., V, 17). Es también de esta nueva creación, creemos
nosotros, de la que San Juan habla en el Apocalipsis: "Entonces el que estaba
sentado en el trono dijo: He aquí que hago nuevas todas las cosas" (Apoc., XXI,
5). De donde se puede concluir, según nuestra interpretación, que el Señor
Nuestro Dios es llamado en las Escrituras creador o factor, cuando endereza a
los pecadores en las buenas obras: acabamos de demostrarlo con suficiente
claridad.
De la creación o forma del tercer género
Apoyándome en la autoridad de las Santas Escrituras, voy a exponer mi opinión sobre la tercera creación o forma por la que, como he dicho antes, se entiende la creación mediante la cual el verdadero Dios permite a aquel que es absolutamente malo, o a alguno de sus ministros, realizar lo que desea pese a que nunca podría llevarlo a cabo con sus solas fuerzas si el Ser Bueno no tolerase y soportase pacientemente sus maldades durante un tiempo, para que todo se vuelva finalmente en favor de su gloria y confusión de su detestable enemigo. El profeta Ezequiel dice del rey Asur, que representa aquí al Diablo: "No le igualaban los demás cedros en el jardín de Dios; los cipreses no podían competir con su ramaje; no emulaban los plátanos su verdura. Como el Señor lo había hecho tan hermoso, y de él habían brotado tantas ramas y tan tupidas, envidiábanle hasta los más deliciosos árboles que había en el Paraíso" (Eze., XXXI, 8-9). Y el Señor dijo por boca de Isaías: "Pues yo he creado al herrero que sopla el fuego de las brasas para hacer los instrumentos que necesita; yo soy quien ha creado al asesino que no piensa sino en la aniquilación" (Isa., LIV, 16). Dice además: "Yo soy el Señor, y no hay otro, yo formo la luz y creo las tinieblas, doy la dicha y produzco las desgracias; soy yo, el Señor, quien hace todas las cosas" (Isa., XLV, 6-7). David ha dicho: "Allí se ve ese monstruo que tu has formado, Señor, para que en él retozase" (Sal., CIII, 26). El Señor mismo dice a Job: "Piensa en Behemot, a quien yo he creado, como a tí; de hierba, como un buey, se alimenta" (Job, XL, 10). Si entendemos por Asur , por obrero, por asesino, por las tinieblas y por el mal, por el Dragón y por Behemoth, aquel que es el príncipe supremo de todos los males, hay que admitir necesariamente que el verdadero Dios no ha creado las tinieblas y el mal, el asesino, etc, sino en el sentido que decimos, es decir, soportando que su muy detestable enemigo ejerza un tiempo su malicia y su infamia contra sus propias criaturas, a fn de permitir que fueran maltratadas a causa de sus pecados. Así es como se puede decir que nuestro señor Dios "hace" el mal: lo "hace" cuando a causa de nuestros pecados, no lo puede evitar. Es como dice Isaías: "Sin embargo el Señor, como es Sabio, hizo venir sobre ellos los males que había predicho y no dejó de cumplir todas sus palabras" (Isa., XXXI, 2). Por boca de Jeremías este mismo Dios ha dicho: "Porque yo haré llegar de Aquilón un mal horrible y una gran devastación" (Jer., IV, 6); y por boca de Habacuc: "Pues ved que yo suscito a los Caldeos, ese pueblo cruel e impetuoso que recorre todas las tierras para apoderarse de las casas de los otros (Hab., I, 6). Y por boca de Amós: "¿Sonará la trompeta en la ciudad sin que el pueblo sea presa de espanto? ¿Y llegará algún mal que no venga del Señor?" (Am., III, 6). El bienaventurado Job dice igualmente: "Las casas de los ladrones públicos están en la abundancia y se levantan audazmente contra Dios, aún cuando es él quien les ha puesto entre las manos todo cuanto poseen" (Job., XII, 6). El profeta Daniel se expresa así hablando del rey de Babilonia: "Tu eres el rey de reyes y el Dios del cielo te ha dado el reino, la fuerza, el imperio y la gloria. Ha sometido a ti a los Hijos del los Hombres y a las bestias del campo, en cualquier lugar que vivan, y ha puesto en tus manos los pájaros mismos del cielo y ha sometido todas las cosas a tu poder" (Da., II, 37, 38). Todo esto hay que entenderlo en relación a la licencia que el verdadero Dios ha concedido al Demonio para hacer estragos contra su pueblo como castigo a sus pecados. Es lo que Eliú dice a Job, para acusarle: "Sobre todas las naciones en general y sobre todos los hombres, Dios hace reinar al hombre hipócrita, a causa de los pecados del pueblo" (Job., XXXIV, 29-30). Y esto significa: "Soporta que él reine a causa de los pecados del pueblo". Es lo que dice también el apóstol a los romanos: "¿Quién puede quejarse si Dios, queriendo mostrar su justa cólera y hacer conocer su poder, ha sufrido con paciencia extrema los vasos de cólera preparados para la perdición a fin de hacer estallar las riquezas de su gloria, en atención a los vasos de misericordia que ha preparado para su gloria?" (Ro., IX, 22-23) Luego entonces no hay que creer que el verdadero Dios "hace el mal" por acción directa y principal, ya que si fuera así, es decir, si no existiese un mal del que no es la causa esencial y directa, sería él, este verdadero Dios, la causa profunda y el principio de todo mal: lo que es una opinión tan vana como estúpida.
Se ve así que nuestra teoría explica fácilmente que Dios haya "creado" las tinieblas, el mal, el crimen; que haya "producido" Asur y "formado" al dragón y muchas otras cosas contrarias a su esencia que se mencionan en las divinas escrituras. En realidad solamente ha tolerado que esos monstruos reinasen sobre su pueblo, a causa de sus pe-cados, y, en este sentido, se puede decir que los malos han sido "hechos" por él, en la medida en que les ha dado autorización para ejercer un tiempo sus maldades contra sus criaturas. En tal sentido podemos fácilmente conceder que Satán ha sido creado o formado por el verdadero Dios cuando hubo recibido de él permiso para atormentar a Job, puesto que entonces realizó con permiso divino lo que jamás hubiera podido cumplir sin él. Decir que Satanás ha sido "hecho" por Dios, es señalar solamente que ha sido hecho Príncipe del pueblo por él , no en esencia sino como indirectamente y por accidente.
Y no solamente ha sido permitido a Satanás reinar sobre los pecadores, sino
además tentar a los justos, como cuenta respecto a nuestro mismo Señor
Jesucristo el evangelio de Mateo: "Entonces Jesús fue conducido por el Espíritu
al desierto para allí ser tentado por el Diablo" (Mt., IV, 1); y en el evangelio
de San Marcos: "Poco después el Espíritu le empujó al desierto donde estuvo
cuarenta días y cuarenta noches. Allí fue tentado por Satanás" (Mr., I, 12-13);
y en el evangelio del fiel Lucas: "Jesús estando pleno del Santo espíritu se
alejó del Jordán; y este espíritu le llevó al desierto donde estuvo cuarenta
días y fue tentado por el Diablo" (Lu., XV, 1-2). Y más adelante en el mismo
evangelio: "El Diablo, habiendo acabado todas sus tentaciones se alejó de él por
un tiempo" (Lu., IV, 13). Se encuentra la misma idea claramente expresada en el
libro del bienaventurado Job, donde el mismo Señor dice a Satanás: "Todo lo que
tiene está en tu poder, pero te prohibo que pongas la mano sobre él" (Job., I,
12). El Señor dice además a Satán expresamente a propósito del mismo Job: "Ahí
lo tienes en tus manos; pero no atentes a su vida" (Job., II, 6). Y Job dice de
sí mismo: "Dios me ha tenido atado bajo el poder del injusto; me ha entregado a
manos de los impíos" (Job, XVI, 12). Y dice aún: "¿ Puedes tú complacerte
entregandome a la calumnia, hundiéndome, a mí, que soy la obra de tus manos?
¿Puedes favorecer los malos designios de los impíos? (Job., X, 3). En el
evangelio de Juan, Cristo dice a Pilatos, ministro de Satanás: "Vosotros no
tendríais ningún poder sobre mí, si no os hubiera sido dado desde lo alto" (Jn.,
XIX, 11). Es decir: si eso no os hubiera sido dado de lo alto, entiéndase: por
Dios bueno. Es así como se puede decir que Dios hace el mal. Lo hace cuando por
una causa racional no quiere impedirlo: está claramente confirmado por lo que se
encuentra en el "Libro de Tobías", donde se dice de Tobías comparado al
bienaventurado Job: "Dios permitió que esta tentación le llegara, a fin que su
paciencia sirva de ejemplo a la posteridad, como aquella del santo hombre Job"
(Tob., II, 12). Y Santiago dice también: "Vosotros habéis aprendido cual ha sido
la paciencia de Job y visto como el Señor terminó con sus males" (Snt., V, 11).
Que así deben comprenderse las autoridades antes citadas, incluso desde el punto
de vista de quienes piensan que crear es hacer alguna cosa de la nada, está
probado por lo que sigue: el apóstol dice, en efecto, a Timoteo: "Ya que lo que
Dios ha creado es todo bueno y no se debe rechazar nada..." (Ti., IV, 4. Y por
lo mismo en el Eclesiástés: "Todo lo que Dios ha hecho es bueno en su tiempo"
(Ec., III, 11). Y se lee en el libro de la Sabiduría: "Por lo tanto siendo justo
como sois, gobernáis toda cosa con justicia" (Sab., XII, 15). Dios, por tanto,
no ha creado las tinieblas, ni el mal, ni formado el dragón, si es cierto que ha
hecho el bien y que ha creado y ordenado justamente todas las cosas. Nuestros
mismos adversarios no acostumbran a pensar que haya creado al diablo en forma de
dragón, ni a los ángeles en forma de demonios tenebrosos, sino por el contrario
bajo especies luminosas y gloriosas.
Que Dios no ha creado las Tinieblas ni el Mal
Resulta, de lo que precede que es absolutamente imposible creer que el Señor verdadero Dios haya creado, directamente y en el principio, las tinieblas y el Mal y sobre todo que las haya creada a partir de la nada, como nuestros adversarios lo creen expresa-mente aún cuando Juan les hubo afirmado en la primera epístola: "Que Dios es la luz misma y que no hay en él nada de tinieblas" (2 Jn, I, 5), y que en consecuencia, las tinieblas no existen en modo alguno por él. Por lo tanto las tinieblas deben ser exceptuadas del "término universal" que emplea el apóstol en la epístola a los romanos: "Ya que todo es de él, todo es por él, y todo es en él" (Ro., XI, 36); exceptuadas igualmente de los otros términos universales empleados en la Epístola a los Colosenses, donde dice hablando de Cristo: "Ya que todas las cosas han sido creadas por él, tanto las del cielo como las de la tierra, las visibles y las invisibles, sean los tronos, sean los demonios, sean los principados, sean las potencias, todo ha sido creado por él y para él. El está antes que todas las cosas, y ellas subsisten todas en él" (Col., I, 16-17). Es por lo que Cristo puede decir de sí mismo: "Yo soy la luz del mudo. Aquel que me sigue no camina, de ningún modo, en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn., VIII, 12). Ya que las tinieblas no han sido de ninguna manera, creadas directamente y principalmente por nuestro Señor el verdadero Dios y su Hijo Jesucristo, sino indirectamente y a partir de una realidad preexistente, como lo hemos demostrado anteriormente con evidencia, según las autoridades escriturarias. Aún cuando en nuestro sistema estas autoridades invocadas puedan ser interpretadas de manera muy diferente, como se ha visto que lo hemos hecho algunas veces precedentemente. Por lo tanto es posible, mediante estos tres modos de creación, y además definiendo el sentido que se da en las Sagradas Escrituras a omnia y a los otros términos universales, explicar correctamente, en el espíritu de nuestra creencia, a las autoridades citadas antes, que afirman que nuestro Señor y Dios verdadero ha creado y hecho el universo entero: el cielo, la tierra, el mar, y las cosas que se encuentran en ellos; que lo ha fundado todo en el Señor Jesucristo, en los cielos y en la tierra; que, finalmente, todo ha sido creado por él, en él, y de su propia sustancia, como se ha visto en los numerosos pasajes citados antes.
III
Donde se niega que por "todo" y por los otros términos "universales" haya que
entender a la vez, los bienes y los males.
Me es preciso, ahora, exponer mi pensamiento sobre un punto que a menudo da a
nuestros adversarios la ocasión de triunfar sobre nosotros: Ellos pretenden, que
por estos "signos" universales, como "todo" (omnia) "todas las cosas sin
excepción" (universa), y otros términos parecidos, que significan en las Santas
Escrituras "el conjunto de los seres", se encuentra muy a menudo confirmada su
opinión de que no hay que hacer de ningún modo distinción en las substancias,
por lo que se sienten autorizados para afirmar que todas esas substancias, las
buenas como las malas, las transitorias como las permanentes, han sido
efectivamente creadas y hechas por nuestro Señor justo, verdadero y santo. Con
la ayuda del verdadero Padre, voy a refutar su interpretación por argumentos muy
válidos sacados de divinas autoridades.
De los signos universales
Se ha de saber ue esos signos universales -aún cuando sean calificados de tales por los gramáticos- no pueden ser definidos tan simplemente por los prudentes inspirados de Dios, ni de manera tal que contengan bajo una u otra de estas categorías universales, absolutamente todas las substancias, todas las acciones y hasta todos los accidentes. Es evidente que los términos universales no tiene sentido, para los sabios, sino en la medida en que son esclarecidos por el espíritu del discurso, y de ninguna manera por la pura y simple categoría de la universalidad que comprendería todos los bienes y todos los males, aun cuando estos no participen de ningún modo en la misma esencia, ni pueden existir juntos, habida cuenta de que se destruyen y se combaten los unos a los otros en una extrema y constante oposición.
Los términos universales son empleados en las santas Escrituras bajo varias
acepciones. Los hay que designan las cosas buenas, puras, hechas con prudencia,
deseables al más alto grado, permanentes de siglo en siglo y obedeciendo con
precisión a nuestro señor el verdadero Dios. Y sin ninguna duda se encuentra en
las santas Escrituras "universales" que no tienen más que esta significación.
Por el contrario, hay otros que designan el conjunto de las cosas malas, todas
de la nada, transitorias y que deben ser rechazadas y tenidas por estiércol por
los fieles de Jesucristo si quieren ganar su amor. Finalmente hay otras que
designan todas las cosas que fueron emplazadas, antaño, bajo la dominación del
rey de Babilonia, según y como estaba escrito que debían ser entregadas a los
ladrones y asoladas por un rey "que tendrá la impudicia sobre la frente" (Da.,
VIII, 23-25); todas las cosas que en un principio fueron incluidas en el pecado,
como es preciso creer según las Escrituras a fin que la promesa de la salvación
fuera dada a los creyentes, según su fe en Jesucristo; y que fueron atadas a la
incredulidad por el verdadero Dios, a fin que este Dios tuviera compasión de
todos aquellos que creyesen en él. Estos últimos términos universales
corresponden por tanto, como se ve claramente por el examen de las Escrituras, a
todo lo que debe ser reconciliado con Dios, restituido, instaurado de nuevo,
renovado, asumido en el Bien y vivificado por nuestro Señor y por su hijo
Jesucristo.
Los signos universales del Bien
Respecto a estos signos universales -que acabo de decir que designan cosas buenas, puras hechas según la prudencia, etc.- voy ahora a demostrar por el testimonio de las santas Escrituras que mi interpretación es totalmente justa. En la primera epístola a Timoteo el apóstol nos dice: "Porque todo lo que Dios ha creado es bueno, y no se debe rechazar nada" (1 Ti.,IV, 4). El Eclesiastés dice igualmente: "Todo lo que Dios ha hecho es bueno en su tiempo" (Ec., III, 11): Y Jesús, hijo de Sirac: "He aprendido que todas las obras que Dios hace quedan en perpetuidad y que nosotros no podemos ni nada añadir ni quitar nada a todo lo que Dios ha hecho a fin que se le tema" (Ec., III, 14). Está escrito en el libro de la Sabiduría: "¡Cuán amables son sus obras!... subsisten todas y quedan para siempre y le obedecen en todo lo que les pide"; y en los Salmos de David: "Qué grandes y excelentes son tus obras Señor; has hecho todas las cosas con tu soberana prudencia" (Sal., CIII, 24) y también en los Salmos: "El día sólo subsiste tal como es por tu orden; ya que todas las cosas te obedecen" (Sal., CXVIII, 91). El apóstol dice a los romanos: "Todas las cosas son puras" (Ro., XIV, 2) , y: "Todo es puro para aquellos que son puros" (Ti., I, 15), y también: "Sabemos que todo contribuye al bien de aquellos que aman a Dios" (Ro., VIII, 28), etc.
Estos testimonios sagrados prueban de manera evidente que los signos
universales precitados solo se aplican a lo que es bueno, muy puro y que debe
durar hasta el fin de los siglos. Es por lo que a los sabios les parece del todo
imposible que se pueda designar con estos "universales", en esencia y
directamente, los bienes y los males a la vez, y las cosas transitorias y las
permanentes, como estos mismos sbios pueden darse cuenta fácilmente.
Los signos universales del Mal.
Voy ahora a explicar mi pensamiento sobre los signos universales de los que he hablado anteriormente, correspondientes a las cosas malas, todas de la nada, transitorias, dignas de desprecio, etc. Se lee en el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades y todo vanidad" (Ec., I, 2); y en otro sitio: "He visto todo lo que se hace bajo el sol y he hallado que todo era vanidad y aflicción de espíritu" (Ec., I, 14); y también: "Todas las cosas tienen su tiempo, y todo pasa bajo el cielo luego del término que le ha sido prescrito. Hay tiempo de nacer, hay tiempo de morir" (Ec., III, 1-2); y esto además: "Todo es vanidad y todo tiende a un mismo lugar. Han sido todos ellos sacados de la tierra, y tornarán todos a la tierra" (Ec., III, 19-20); y, por último: "Es por lo que la vida se me ha vuelto aburrida, considerando que toda clase de males existen bajo el sol, y que todo es vanidad y aflición de espíritu" (Ec., II, 17). El apóstol dice a los Colosenses: "Si muriendo con Jesucristo estáis muertos a estas groseras instrucciones dadas al mundo, ¿cómo os dejáis imponeros leyes como si viviérais en este primer estado del mundo? No comas tal cosa, no pruebes esto, no toques aquello. No obstante son cosas que se consumen todas por el uso." (Col., II, 20-22). El mismo apóstol dice a los Filipenses: "Si alguien cree poder poner su confianza en la carne, yo lo pondría aún más que él; habiendo sido circundado el octavo día, siendo de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín, nacido hebreo de padres hebreos; habiendo sido fariseo por lo que concierne a la manera de observar la ley por lo que respecta al celo del judaísmo habiendo llegado hasta perseguir a la Iglesia de Dios; y por lo que es de la justicia legal, habiendo sido irreprochable en este punto. Pero todas estas cosas que yo consideraba ventajosas, las he mirado como una pura pérdida a causa de Jesucristo. Digo más: todo me parece una pérdida cuando lo comparo al bien tan excelente del conocimiento de Jesucristo, mi Señor, por el amor del cual he tenido a bien perder todas las cosas, mirándolas como a basura, a fin de ganar a Jesucristo." (Flp., III, 4-8). En el evangelio de San Mateo, Cristo dice al escriba: "Si quieres ser perfecto ve a vender todo lo que tienes" (Mt., XIX, 21); lo que significa: abandona todo lo que tienes carnalmente, según la ley. De ahí el fragmento siguiente: "Entonces Pedro, tomando la palabra dijo: Tú ves que nosotros hemos dejado todo y que te hemos seguido: ¿cual será entonces nuestra recompensa? Y Jesús les dijo: "Porque habéis dejado todo y me habéis seguido, ... etc. (Mt., XIX, 27-28). El apóstol dice a los Colosenses: "Pero ahora dejad también vosotros mismos, todos estos pecados, la cólera, la acidez, la malicia, la maledicencia, etc..." (Col., III, 8); y San Juan, en la primera epístola: "No améis ni el mundo, ni lo que está en el mundo; si alguno ama al mundo el amor del Padre no está en él. Ya que todo lo que está en el mundo es, o concupiscencia de la carne, o concupiscencia de los ojos, u orgullo de la vida; lo que no viene de ninguna manera del Padre sino del mundo, etc. ..." (1 Jn, II, 15-16).
Por ello se debe ver claramente que estos términos universales que designan
las cosas malas, vanas, transitorias no son del mismo género que los otros
términos universales correspondientes a las cosas buenas, puras, muy deseables y
que durarán hasta el final de los siglos. Esto es tanto más evidente en cuanto
que ellas no participan de la misma esencia, que no pueden de ninguna manera
entrar en una misma universalidad -puesto que se destruyen mutuamente y se
combaten- ni estar sujetos directamente a una misma causa.
De los términos universales designando las cosas que a causa de los pecados
de los hombres, han sido emplazadas bajo el dominio del rey de Babilonia.
Vengo ahora a explicar estos signos universales que engloban a todos los seres que habían sido colocados bajo la dominación del rey de Babilonia, como debiendo ser entregados a los bandidos y hasta arrollados "por un ry de frente impúdica". Estos términos responden según nuestra creencia, a todo aquello que está por reconciliar con Dios, por fundamentar sobre nuestras bases, por restaurar, por concluir, por vivificar mediante la acción del Señor verdadero Dios y de su Hijo Jesucristo, como resalta con evidencia en los textos sagrados. El profeta Daniel dice a Nabucodonosor, rey de Babilonia: "Eres el rey de los reyes, y el Dios del Cielo te ha dado el reino, la fuerza, el imperio y la gloria. Te ha sujetado los hijos de los hombres y las bestias del campo, en cualquier lugar que habiten; ha puesto en tus manos a los mismos pájaros de los cielos y ha sometido todas las cosas a tu poder" (Da., II, 37-38). Dice además: "Y, después de su reinado, cuando las iniquidades se hayan acrecentado, se elevará un rey que tendrá la impudicia en la frente, que entenderá las parábolas y los enigmas. Su poder se establecerá, pero no por sus fuerzas; y hará un extraño estrago, y más allá del todo crédito, triunfará en todo aquello que haya emprendido. Hará morir tal como le plazca a los más fuertes al pueblo de los santos. Llevará con éxito todos sus artificios y todos sus engaños; su corazón se envanecerá cada vez más y, viéndose colmado con toda clase de prosperidades hará morir a muchos. Se levantará contra el príncipe de los príncipes" (Da., VIII, 23-25). Job se expresa así: "Las casas de los ladrones públicos están en la abundancia, y se elevan audazmente contra Dios, aún cuando es él quien les ha puesto entre las manos todo cuanto poseen" (Job XII, 6), debéis entender: "a causa de los pecados del pueblo como dice Daniel a propósito del "pequeño cuerno": "Le fue dado poder contra el sacrificio perpetuo, a causa de los pecados de los hombres, y la verdad será derribada sobre la tierra" (Da., VIII, 5-12). Eliu dice en el libro de Job: "Sobre todas las naciones y sobre todos los hombres, es él quien hace reinar al hombre hipócrita, a causa de los pecados del pueblo" (Job., XXXIV, 29-30).
Así estos términos universales se aplican a seres ue, a causa, de los pecados
de los hombres, fueron primero sometidos al poder del pecado, establecidos en la
incredulidad, entregados, como debemos creer, a manos de los ladrones públicos y
colocados bajo el imperio del rey de Babilonia, para que en los últimos días,
cuando hayan despojado su malicia, Dios los tome a todos en compasión. Pues el
apóstol dice a los Gálatas: "La ley escrita ha encerrado como en barreras a todo
los que dejó bajo el pecado, para que los bienes prometidos fueran dados por la
fe de Jesucristo a quienes creyeron en él" (Gal., III, 22). El mismo Apóstol
dice a los romanos: "Pues Dios ha encerrado a todos los pueblos en la
incredulidad, para ejercer su misericordia hacia todos" (Ro., XI, 32).
De la misericordia de Nuestro Señor
Y eso nos hace ver que nuestro Señor Dios, a causa del amor extremo con el
que nos ha amado, que ha tenido piedad de nosotros, como el apóstol enseña a los
Efesios: "Cuando estábamos muertos por nuestros pecados, Dios nos devolvió la
vida entregándosela a Jesucristo" (Ef., II, 5) y "El nos ha salvado no a causa
de las obras de justicia que nosotros hayamos podido hacer, sino a causa de su
misericordia, por el bautismo de la regeneración y renovación del Santo
Espíritu, por el cual ha hecho sobre nosotros una rica fusión en Jesucristo
nuestro Salvador, a fin que estando justificados por su gracia, seamos herederos
de la vida eterna, según la esperanza que nosotros tengamos" (Ti., III, 5-7). Es
por lo que está escrito en el Libro de la Sabiduría: "Tú, oh nuestro Dios, eres
dulce, verdadero y paciente, y gobiernas todo con misericordia" (Sab., XV, 1); y
además: "tienes compasión de todos los hombres, porque todo lo puedes y
disimulas sus pecados, a fin que hagan penitencia. Porque amas todo lo que es y
no odias nada de todo lo que has hecho, porque si lo hubieras odiado no hubieras
creado nada. ¿Qué hubiera podido conservarse sin tu orden? Pero tú eres
indulgente con todos, porque todo es a tí, oh Señor, que amáis a las almas"
(Sab., XI, 24-27). Se lee además"Y, no es en absoluto una hierba, o cualquier
cosa aplicada sobre su mal, lo que les ha sanado; sino tu palabra, oh Señor, que
cura todo" (Sab., XVI, 12). David dice: "Todos esperan de ti que les des su
alimento cuando el tiempo es llegado. Cuando se lo das ellos lo recogen; y
cuando tú abres tu mano ellos se llenan de los efectos de tu bondad" (Sal.,
CIII, 27-28). Y Cristo dice en el Evangelio de Juan: "Y yo, cuando haya sido
elevado de la tierra atraeré todo hacia mí" (Jn., XII, 32). Encontramos así en
las Escrituras la prueba de que Dios quiere tener piedad de todos los suyos.
Términos que significan la reconciliación de todas las cosas por Dios
Que los dichos términos universales designan las cosas que deben ser
reconciliadas, restituídas, restauradas, asumidas, justificadas por Nuestro
Señor Jesucristo, es posible convencerse muy ciertamente leyendo los testimonios
sagrados. El apóstol dice a los Colosenses, hablando de Nuestro Señor
Jesucristo: "Porque pluge al Padre hacer que toda plenitud residiese en El, en
su cuerpo de carne, y reconciliar toda cosa por El, y en El mismo, habiendo
pacificado por la sangre que ha vertido sobre la cruz, tanto lo que está en la
tierra como aquello que está en el cielo" (Col., I, 19-20). Cristo dice en el
Evangelio de Mateo: "Es verdad que Elías vendrá previamente, y que restablecerá
todas las cosas." (Mt., XVII, 11). Y el Apóstol dice a los Efesios: "Haciéndonos
conocer el misterio de su voluntad fundamentado sobre su querer, por el cual
había decidido en sí mismo que los tiempos ordenados por El estaban asumidos, él
reuniría todo por Jesucristo y en Jesucristo, tanto lo que está en el cielo como
lo que está sobre la tierra" (Ef., I, 9-10). Y en el Apocalipsis está escrito:
"Entonces aquel que está sentado sobre el trono dice: Yo me voy a hacer todas
las cosas nuevas" (Apoc., XXI, 5). Y el Apóstol dice a los Efesios, hablando de
Jesucristo, a lo que se cree: "Aquel que ha bajado, es el mismo que ha subido
por encima de todos los cielos, a fin de llenar todas las coas" (Ef., IV, 10). Y
el mismo Apóstol dice en la primera Epístola a Timoteo: "Os ordeno ante el Dios
que hace vivir todo lo que vive..." (1 Ti., VI, 13). El término universal Omnia
"toda cosa" responde siempre, como claramente se ve, al conjunto de las cosas
que fueron puestas por el Señor verdaderos Dios a los pies de Jesucristo, como
David dice, y como el Apóstol remarca a los Hebreos diciendo: "El ha puesto
todas las cosas bajo sus pies y desde que Dios le ha sometido todas las cosas,
El no ha dejado nada que no le sea sometido; y no obstante nosotros no vemos
todavía que todo le sea sometido" (Heb., II, 8). El mismo dice también en la
primera Epístola a los Corintios: "Porque Dios le ha puesto todo bajo sus pies y
todo le ha sometido. Y puesto que se ha dicho que toda cosa le ha sido sometida,
es evidente que son todas, exceptuando aquel que se las ha sometido. Puesto que
todas las cosas habrían sido sometidas al Hijo, entonces El estará también él
mismo sometido a aquel que le habrá sometido todas las cosas, a fin que Dios sea
todo en todos." (1, Co., XV, 26-28).
Que la totalidad de los bienes y la totalidad de los males no proceden de una
sola y misma causa
Luego entonces es evidente para las personas sensatas, que los términos universales: Omnia (toda cosa), Universa (el conjunto de las cosa), Cuncta (todas las cosas juntas), y en los otros términos del mismo género que se encuentran en las Escrituras santas, no se sabría comprender a la vez, el bien y el mal, la pureza y la impudicia, lo transitorio y lo permanente; por la razón esencial que son absolutamente opuestos y contrarios, y que no pueden provenir directamente de una misma causa. En efecto, Jesús, hijo de Syrac, dice: "El bien es contrario al mal, la vida a la muerte; así el pecador es contrario al hombre justo. Considerad de esta manera todas las obras del Altísimo." (Ec., XXXIII, 15). Pablo dice en la segunda Epístola a los Corintios: "¿qué unión puede haber entre la justicia y la iniquidad? ¿Y qué comercio entre la luz y las tinieblas?¿Qué acuerdo entre Jesucristo y Belial? o, ¿qué sociedad entre el fiel y el infiel? ¿Y qué relación entre el templo de Dios y los ídolos?" (2, Co., VI, 14-16). Lo que equivale a decir: la justicia y la iniquidad no participan de la misma esencia, ni la luz y las tinieblas; Cristo no puede de ninguna manera entenderse con Belial; y hay que buscar la explicación a su oposición en el hecho de que las cosas enemigas y contrarias no tienen la misma causa. Ya que si fuera de otra manera: si la justicia y la iniquidad, la luz y las tinieblas, Cristo y Belial, el fiel y el infiel, procediesen esencialmente y directamente de la causa suprema de todos los bienes, participarían todos de la misma naturaleza, se acoplarían en lugar de destruirse mutuamente, como es evidente que lo hacen el bien y el mal cada día según lo antedicho y que está muy claro: "El mal es el contrario del bien y la muerte de la vida, etc."
Es preciso concluir por todo lo que precede que existe otro principio, el
principio del Mal que es causa y origen de toda iniquidad, de toda impudicia, de
toda infidelidad, y también de todas las tinieblas. Si no fuera así, el
verdadero Dios, él, mismo, que es muy fiel, que es la Justicia y la Pureza
suprema, debería ser considerado como la causa absoluta y el principio de todo
el Mal. Todas las oposiciones, todas las contrariedades emanarían de El: lo que
sería muy vano y muy loco sostener.
IV
RESUMEN PARA SERVIR DE INSTRUCCIÓN A LOS IGNORANTES
Mi propósito es el de dar aquí un resumen de lo que se ha dicho anteriormente, respecto a la creación del cielo, la tierra y el mar, para enseñanza de los ignorantes. Creo que por "cielos" y "tierra" se designan a veces, en las divinas Escrituras, a las criaturas del verdadero Dios, dotadas de inteligencia, capaces de comprender y entender, no solamente los elementos, siempre cambiantes y privados de razón, de este mundo. Como dice David: "Los cielos cantan la gloria de Dios, y el firmamento publica las obras de sus manos" (Sal., XVIII, 1). Se lee en el Deutoronomio: "Cielos, escuchad lo que voy a decir; que la tierra oiga las palabras de mi boca" (XXXII, 1). Y en Isaías: "Cielos, escuchad, y tú tierra, presta oído: porque es el Señor el que ha hablado" (Isa., I, 2). Jeremías dice, además: "Tierra, tierra, escucha la palabra del Señor" (Jer., XXII, 29); y también: "A través del mar fué tu camino, y tu senda a través de muchas aguas" (Sal. LXXVII, 19). Y es de estas vías, creemos nosotros, de las que habla David cuando dice: "Todas las vías del Señor son misericordia y verdad" (Sal., XXIV, 10).
Se entiende entonces que cielo, tierra y mar son existencias celestiales. San Juan dice, en efecto, en el Apocalipsis: "Y oí a todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, bajo la tierra, sobre el mar y todo lo que éste encierra, que decían: A aquel que está sentado sobre el trono y al Cordero, bendiciones y honor, gloria y poder por los siglos de los siglos". (Apoc., V, 13). Y David: "Creo ver los bienes del Señor en la tierra de los vivos" (Sal., XXVI, 13). También dice: "Vuestro espíritu que es soberana-mente bueno me conducirá por una tierra recta" (Sal., CXLII, 10). David declara: "Y los justos recibirán la tierra en herencia, y morarán en ella durante todo el transcurso de los siglos" (Sal., XXXVI, 29). Cristo ha ordenado: "no jurar de ninguna manera por los cielos, porque es el trono de Dios -trono en el cual piensa, sin duda, David cuando dice: "Vuestro trono, oh Dios, subsistirá eternamente" (Sal., XLIV, 7)- ni por la tierra, porque es su estribo " (Mt., V, 34-35). Es nuestro mismo Señor quien añade: "porque es su estribo" (Heb., I, 8). Y es a este estribo a lo que David hace alusión: "Temed al Señor, nuestro Dios, y adorad el escabel de sus pies, porque es santo" (Sal., XCVIII, 5).
De esta creación, quiero admitir que nuestro Señor Dios es el creador y el autor, pero en absoluto de los elementos de este mundo impotentes y vacíos de los que quizás se habla en la epístola a los Gálatas: "¿Cómo os volvéis hacia los elementos impotentes y vacíos bajo los cales queréis estar en una nueva esclavitud? " (Gál., IV, 9). El Apóstol dice, además a los Colosenses: "Si, en muriendo con Jesucristo, estáis muertos a estos groseros elementos dados al mundo, ¿cómo os dejáis imponer leyes, como si vivierais en este primer estadio del mundo? No comáis, os dicen, de tal cosa, no pruebes esto, no toques aquello. No obstante son cosas que se consumen con el uso" (Col., II, 20-22). Y aún menos podemos admitir que nuestro Señor sea el creador y autor de la muerte, y de cosas que son por esencia en la muerte, porque como está escrito en el libro de la Sabiduría: "Dios no ha hecho de ningún modo, la muerte y no se regocija de la pérdida de los vivos" (Sab., I, 13).
Luego entonces, y sin lugar a dudas, existe otro creador o "factor", que es
principio y causa de la muerte, la perdición y de todo mal, como lo hemos
explicado con anterioridad y con suficiente claridad.
De la omnipotencia del Señor verdadero Dios
Quisiera hablar ahora de la omnipotencia del Señor verdadero Dios, el cual permite con frecuencia que nuestros adversarios se vanaglorien cuando sostienen contra nosotros que no hay más poder o potencia que la suya.
Aun cuando en los testimonios de las Santas Escrituras, el Señor verdadero
Dios es llamado todo-poderoso, no hay que creer que es llamado así porque puede
hacer -y haga- todos los males, ya que existen muchos males que el Señor no
puede -y no podrá jamás- hacer, como se lo dice el apóstol a los Hebreos: "Es
imposible que Dios mienta" (Heb., VI, 18); y el mismo apóstol declara en la
segunda epístola a Timoteo: "Si nosotros le somos infieles, él no dejará de ser
fiel; puesto que él no puede renunciar a sí mismo" (2 Ti., II, 13). No hay que
creer tampoco que este Dios bueno tiene poder de destruirse, y de cometer toda
suerte de maldades contra toda razón y toda justicia: eso le es del todo
imposible puesto que él no es la causa absoluta del mal. Y si se nos objeta:
"Tenemos el deber de decir, al contrario, que el Señor verdadero Dios es
todopoderoso porqe, no solamen-te puede hacer -y hace- todos los bienes, sino
también porque podría hacer todos los males incluso mentir y destruirse a sí
mismo si quisiera, pero no quiere"; la respuesta es fácil.
Dios no puede hacer el mal
Si Dios no quiere todos los males, si no quiere ni mentir ni destruirse a sí
mismo, sin duda alguna no lo puede. Ya que Dios en su unidad lo que no quiere,
no puede. Y, en este sentido, hay que decir que el poder de pecar y de hacer el
mal no pertenecen al verdadero Señor Dios. La razón es que: todo lo que se ha
pensado como atributo de Dios es Dios mismo, porque él no está compuesto y no
comporta en manera alguna "accidentes" como saben los doctos. En consecuencia,
es necesario que Dios y su voluntad sean una misma cosa. El Dios bueno no puede
por tanto mentir, ni cometer todas las maldades si no lo quiere, porque este
verdadero Dios no puede hacer lo que no quiere, puesto que -lo repito- él mismo
y su voluntad son una misma cosa.
Dios no puede crear otro Dios
Puedo decir razonablemente y sin temor a equivocarme, que el verdadero Dios,
con todo su poder, no puede, no ha podido jamás y no podrá nunca, ni voluntaria
ni involuntariamente, ni de ninguna otra manera crear otro Dios Señor y creador
semejante y absolutamente igual a él en todo punto; lo que pruebo: en efecto, es
imposible que el Dios bueno pueda hacer otro Dios semejante a él en todas las
cosas, es decir: eterno y sempiterno, creador y autor de todos los bienes, sin
comiezo ni fin; que no haya sido jamás hecho ni creado, ni engendrado por
quienquiera que sea, como el Dios bueno, que no ha sido nunca hecho, ni creado,
ni engendrado. Pero no se dice por esto en las Santas Escrituras que el
verdadero Dios es un Dios impotente. Hay que creer con seguridad que el Dios
bueno no es calificado de ninguna otra manera crear otro Dios Señor y creador
semejante y absolutamente igual a él en todo punto; lo que pruebo: en efecto, es
imposible que el Dios bueno pueda hacer otro Dios semejante a él en todas las
cosas, es decir: eterno y empiterno, creador y autor de todos los bienes, sin
comienzo ni fin; que no haya sido jamás hecho ni creado, ni engendrado por
quienquiera que sea, como el Dios bueno, que no ha sido nunca hecho, ni creado,
ni engendrado. Pero no se dice por esto en las Santas Escrituras que el
verdadero Dios es un Dios impotente. Hay que creer con seguridad que el Dios
bueno no es calificado de todopoderoso porque hubiera podido hacer, o podría
hacer todos los males que han sido, y que son y que serán, sino que es
verdaderamente todopoderoso en lo que concierne a todos los bienes que han sido,
que son y que serán, tanto más cuanto que él es la causa absoluta y el principio
de todo bien y que no es nunca, de ninguna de las maneras, por él mismo y
esencialmente, causa de mal. Luego entonces se sigue que el verdadero Dios es
llamado todopoderoso por los prudentes en todo lo que hace, ha hecho o hará en
el futuro, pero que las gentes de pensamiento justo no pueden llamarle
todopoderoso por referencia al pretendido poder que tendría de hacer lo que no
ha hecho nunca, lo que no hace y lo que no hará jamás. En cuanto al argumento
que consiste en decir que: "si no lo hace es que no lo quiere", hemos demostrado
que no tiene ningún valor, puesto que él mismo y su voluntad son uno.
Que Dios no tiene poder de hacer el mal y que existe otro poder que es el Mal
Puesto que Dios no es poderoso en el mal, ya que no tiene poder para hacer
aparecer el mal, debemos creer firmemente que hay otro principio que es poderoso
en el mal. De él provienen todos los males que han sido, que son y que serán; es
de él de quien seguramente David ha querido hablar, cuando dice: "¿Por qué te
glorificas en tu malicia, tú que sólo eres poderoso para cometer la iniquidad?
Tu lengua ha meditado la injusticia durante todo el día; tú has hecho pasar,
como un cuchillo afilado, tu engaño. Has amado más la malicia que la bondad, y
has preferido un leguaje de iniquidad al de la justicia" (Sal., LI, 3-5). Y San
Juan dice en el Apocalipsis: "El gran dragón, esta antigua serpiente que es
llamada diablo y Satán, que sedujo a todo el mundo, fué arrojada a la tierra"
(Apoc., XII, 9). Y Cristo en el evangelio de Lucas: "La simiente es la palabra
de Dios. Los de junto al camino sobre los que allí ella cae, éstos son los que
escuchan la palabra; y luego viene el diablo, y quita la palabra de su corazón,
porque no crean y se salven" (Lu., VIII, 11-12). El profeta Daniel dice: "Y como
miraba atentamente, vi que este cuerno hacía guerra contra los santos y tenía
ventaja sobre ellos, hasta que el Anciano de los días apareció. Entonces dio a
los santos del Altísimo el poder de juzgar, etc." (Da., VII, 21-22). Y dice
también: "Tras ellos se levantará otro que será más poderoso que aquellos que le
hayan aventajado, y reducirá a tres reyes. Hablará insolentemente contra el
Altísimo, quebrantará a los santos del Altísimo, y pensará mudar los tiempos y
la ley" (Da., VII, 24-25); y de nuevo: "Pero de uno de sus cuatro cuernos salió
uno pequeño que creció mucho hacia el sur, hacia oriente y hacia los pueblos más
fuertes. Elevó su gran cuerno hasta los ejércitos del cielo e hizo caer a los
más fuertes y a aquellos que eran como estrellas... y los holló. Se elevó
incluso hasta el príncipe de la fortaleza y le quitó su sacrificio perpetuo y
deshonró el lugar de su santuario" (Da., VIII, 9-11). Se lee en el Apocalipsis
de San Juan: "Otro prodigio apareció también en el cielo: un gran dragón rojo
que tenía siete cabezas y diez cuernos y siete diademas sobre sus siete cabezas.
Arrastraba con su cola la tercera parte de las estrellas del cielo y las hizo
caer sobre la tierra" (Apoc., XII, 3-4). Y aún esto: "Y ella recibió el poder de
hacer la guerra durante cuarenta y dos meses. Abrió la boca para blasfemar
contra Dios, para blasfemar su nombre, su tabernáculo y aquellos que habitan en
el cielo. Le fue dado también el poder de hacer la guerra contra los santos,
vencerlos" (Apoc., XIII, 5-7). Basándose en semejantes testimonios los sabios
consideran cosa imposible que este Poderoso, así como su poder ofuerza haya sido
creado -esencial y directamente- por el Señor verdadero Dios, puesto que obra
cada día muy malignamente contra él, y porque este Dios, el nuestro, se esfuerza
vigorosamente por combatirlo. Lo que no haría el verdadero Dios, si el mal
procediese de él, en todas sus disposiciones, como los sostienen casi todos
nuestros adversarios.
De la destrucción del "Poderoso-en-el-mal"
Esto está claramente expresado en las divinas Escrituras; que el Señor verdadero Dios destruirá al "Poderoso", y a todas sus fuerzas que trabajan cada día contra él y contra su creación. David dice de aquel que es poderoso en malignidad: "Es por eso por lo que Dios os destruirá para siempre; os arrancará de vuestro puesto, os hará salir de vuestra tienda y quitará vuestra raíz de la tierra de los vivos" (Sal., LI, 7). Y para solicitar, parece ser, la ayuda de su Dios contra este Poderoso, David dice: "Romped el brazo del impío y del malo; tú les castigarás por sus prevaricaciones y no será más. El Señor reinará en todos los siglos y en la eternidad" (Sal., X, 15-16). También dice: "Un momento más y el malvado ya no será, miraréis el sitio donde estaba y ya no lo encontraréis allí" (Sal., XXXVI, 10). Está escrito en los Proverbios de Salomón: "El impío será arrojado en su malicia" (Pr., XIV, 32). El apóstol haciendo alusión a la destrucción del "Poderoso" por el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, dice a los Hebreos: "... a fin de destruir con su muerte a aquel que tenía el imperio de la muerte, es decir al diablo" (Heb., II, 14). Así, nuestro Señor se ha esforzado en destruir, no solamente a este Poderoso, sino también a todas las fuerzas o Dominaciones que alguna vez han parecido dominar, por el Poderoso, a las criaturas del Dios bueno sometidas al imperio de este malo. Es lo que dice la santa Virgen en el evangelio según San Lucas: "Ha arrancado a los grandes de sus tronos y ha elevado a los pequeños" (Lu., I, 52); y el apóstol en la primera epístola a los Corintios: "Y entonces llegará la consumación de todas lascosas, cuando haya devuelto el reino a su Dios y Padre y haya aniquilado todo imperio, toda Virtud maligna, toda dominación y todo poder... y la muerte será el último enemigo que será destruido" (1 Co., XV, 24-26).
El mismo apóstol dice a los Colosenses: "Dando gracias a Dios Padre, que por
la luz de la fe nos ha hecho dignos de participar en la suerte y herencia de los
santos; que nos ha arrancado del poder de las tinieblas y nos ha hecho entrar en
el reino de su Hijo bienamado" (Col., I, 12-13). Dice también: "En efecto cuando
estábais muertos por vuestros pecados y en la incircuncisión de vuestra carne,
Jesucristo os ha hecho revivir con él, perdonando todos vuestros pecados. Ha
borrado por sus disposiciones la cédula escrita por nuestra mano, la cual daba
testimonio contra nosotros: ha abolido está cédula que nos era desfavorable,
atándola a su cruz. Y habiendo desarmado las potencias y los principados, los ha
expuesto como espectáculo, tras haber triunfado por sí mismo" (Col., II, 13-15).
Es así como San Pablo fué enviado por el Señor Jesucristo para desbaratar este
Poder, como está escrito a propósito de él en las Actas de los Apóstoles: "Pues
me he aparecido a vosotros a fin de establecer el ministro y el testigo de las
cosas que habéis visto, y también de las que os mostraré apareciéndome de nuevo.
Y os libraré de este pueblo y de los Gentiles hacia los cuales os envío ahora
para abrirles los ojos, a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz, y
del poder de Satán al de Dios; y que por la fe que tengan en mí reciban la
remisión de sus pecados, y tengan parte en la herencia de los santos" (Act.,
XXVI, 16-18). Y Cristo dice en el evangelio de San Mateo: "Habéis venido aquí
armados de espadas y palos a prenderme, como si fuera un ladrón; todos los días
estaba sentado entre vosotros, enseñando en el templo y no me prendísteis; (Mt,
XXVI, 55). "Pero es esta vuestra hora y el poder de las tinieblas" (Lu., XXII,
53). Por lo que se ha de creer que el poder de Satanás y de las tinieblas no
pueden proceder directamente e inmediatamente del Señor verdadero Dios. Puesto
que si el poder de Satanás y el de las tinieblas procedieran directa e
inmediatamente del verdadero Dios -con todas las otras potestades, virtudes y
dominaciones como dicen los ignorantes-, no se comprendería como Pablo y los
otros fieles de Jesucristo hubieran podido ser "arrancados al poder de las
tinieblas". Ni como ellos se hubieran podido convertir de este poder de Satán al
verdadero Señor Dios. Sobre todo si se considera que sustrayéndose al poder de
las tinieblas, se han sustraído, en realidad, propia y esencialmente al de
nuestro Señor Dios, puesto que todas las potestades y virtudes emanan (según la
fé de nuestros adversarios), propia y esencialmente del Dios bueno. ¿Y, cómo
este Dios bueno hubiera podido despojar y eliminar otro poder que el suyo, si es
cierto que no existe otro frente a él, como dicen todos los adversarios de estos
verdaderos cristianos a los que llaman, en justicia, Albanenses?
Del principio malo
Es por lo que, en opinión de los sabios, hay que creer absolutamente que
existe otro principio, el del Mal, que es poderoso en iniquidad, del que fluyen
singular y principalmente como hemos demostrado y como esperamos, gracias a
Dios, dejarlo más claro en lo que sigue, el de Satanás, el de las tinieblas y el
de todas las dominaciones que se oponen al verdadero Dios. Si no fuera así
parecería a estos sabios, de manera evidente, que el Poder divino combate contra
él mismo, se destruye él mismo, está siempre en lucha contra él mismo. El
apóstol dice a los Efesios: "Por lo demás, hermanos míos, fortificaos en el
Señor y en su virtud todo poderosa. Revestíos de todas las armas de Dios para
poder defenderos de los artificios del diablo. Puesto que hemos de combatir, no
contra los hombres de carne y sangre, sino contra los principados y las
potestades, contra los príncipes de este mundo, es decir contra este siglo
tenebroso, contra los espíritus de malicia esparcidos en el aire. Tomad por ello
todas las armas de Dios, a fin de qu podáis resistir en el mal día y permanecer
templados sin haber omitido ninguno de vuestros deberes, etc... Cubríos por
entero con el escudo de la fe, con el que podréis apagar todos los dardos de
fuego del espíritu maligno" (Ef., VI, 10-13). ¡Así las virtudes y los poderes
del Señor verdadero Dios se combatirían entre ellos, cada día, por su propia
voluntad! Es absurdo pensar esto del verdadero Dios. Se deduce entonces, y sin
lugar a dudas, que existe otra potencia o Poder no verdadero que el Señor Dios
se esfuerza en combatir cada día, como lo hemos hecho ver muy claramente a
aquellos que pueden comprenderlo.
Del Dios extranjero y de muchos otros dioses
Quien haya bien examinado el conjunto de los argumentos, muy veraces, que acabamos de hacer presentes, admitirá, sin dudarlo, que existe otro Dios, señor y príncipe, además del verdadero Señor Dios, cuya existencia se demuestra con evidencia en los testimonios de las divinas Escrituras. En efecto, el Señor dice, él mismo, por boca de Isaías: "Al igual que me habéis abandonado para adorar a un dios extranjero en vuestro propio país, así seréis sometidos a extranjeros en tierra extranjera" (Jer., V, 19). Además está escrito: "Reuníos, venid y aproximaos, vosotros, todos aquellos que habéis sido salvados de las naciones. Aquellos que están sumidos en la ignorancia que eleven en su honor una escultura de madera y que dirijan sus plegarias a un Dios que no puede salvar" (Isa., XLV, 20). Y también: "Señor Dios nuestro, amos extranjeros nos han poseído sin ti; haz que estando en ti, ahora no nos acordemos sino de tu nombre" (Isa., XXVI, 13). Y David ha dicho: "Escucha, pueblo mío, y atestiguaré mi voluntad. Israel, si quieres escucharme no tendrás de ningún modo un Dios nuevo y no adorarás en manera alguna a un Dios extranjero" (Sal., LXXX, 9-10). Y ha dicho también: "Si nos hemos olvidado del nombre de nuestro Dios y si hemos extendido nuestras manos hacia un Dios extranjero; Dios, ¿no nos pedirá cuentas?" (Sal., XLIII, 21). Y además: "Los príncipes de los pueblos se han juntado en asamblea y se han unido con el Dios de Abraham porque los dioses poderosos de la tierra han sido encumbrados extraordinariamente" (Sal., XLVI, 10). Y además: "Todos los dioses de las naciones son demonios" (Sal., XCV, 5). Sofonías dice: "El Señor será terrible en su castigo; reducirá a la nada a todos los dioses de la tierra" (Sof., II, 11). Y Jeremías: "Los de Judá y los habitantes de Jerusalén han hecho una conjura contra mí... Estos, incluso han corrido detrás de dioses extranjeros para adorarles" (Jer., XI, 9-10). Jeremías dice en otro lugar: "(Les diréis): dice el Señor, vuestros padres me han abandonado porque han corrido tras de dioses extranjeros, les han servido y adorado y me han abandonado y no han observado mi ley. Pero vosotros mismos habéis hecho aún peor que vuestros padres, puesto que cada uno sigue los extravíos y la corrupción de su corazón, y de ninguna manera quiere escuchar mi voz. Os arrojaré de este país a una tierra que os es desconocida, como lo ha sido a vuestros padres, y allí serviréis a dioses extranjeros, día y noche, quienes no os darán ningún descanso" (Jer., XVI, 11-13). Se lee en Malaquías: "Judá ha violado la ley y la abominación se encuentran en Israel y en Jerusalén, porque Judá tomando por mujer a aquella que adoraba a dioses extranjeros ha manchado al pueblo consagrado al Señor que le era tan querido" (Mal., II, 11). Y en Miqueas: "Que cada pueblo vaya bajo la protección de su Dios; pero nosotros iremos bajo la protección del Señor nuestro Dios, hasta la eternidad y más allá de la eternidad" (Miq., IV, 5). Y el apóstol dice en la segunda epístola a los Corintios: "Que si el evangelio que predicamos está todavía velado, es para aquellos que perecen; para aquello infieles cuyo dios de este siglo ha cegado los espíritus, a fin que no sean de ningún modo esclarecidos por la luz del evangelio glorioso y fulgente de Jesucristo, que es la imagen de Dios." (2 Co., IV, 3-4).
El mismo dice en la primera epístola a los Corintios: "Aún cuando haya, bien
en el cielo o en la tierra, quienes sean llamados dioses, y que en este sentido
haya varios dioses y varios señores; empero para nosotros hay un sólo Dios"
(1Co., VIII, 5-6). Cristo dice en el evangelio de San Mateo: "Nadie puede servir
a dos amos; puesto que, u odiará a uno y amará al otro, o respetará a uno y
despreciará al otro. No sabríais servir a Dios y a Mammón" (Mt., VI, 24). Cristo
dice de nuevo en el evangelio de Juan: "Ya que el príncipe del mundo va a venir,
aún cuando no haya nada en mí que le pertenezca" (Jn., XIV, 30); y también: "Es
ahora cuando el mundo va a ser juzgado; es ahora cuando el príncipe de este
mundo va a ser desalojado" (Jn., XII, 31); y también: "Porque el príncipe de
este mundo ya ha sido juzgado" (Jn., XVI, 11). Los apóstoles han dicho en sus
Actas: "¿Por qué las naciones se conmueven?, ¿por qué las tribus han hecho
proyectos vanos? Los reyes de la tierra se han alzado, y los príncipes se han
aliado en contra del Señor y contra su Cristo. Pues Herodes y Poncio Pilatos con
las naciones profanas y las tribus de Israel se han aliado verdaderamente en
esta ciudad contra vuestro santo Hijo Jesús, que tú has consagrado con tu
unción, etc." (Act., IV, 25-27). Así es posible encontrar, se ve claramente, en
los testimonios de las Divinas Escrituras, la prueba de la existencia de
numerosos dioses, señores y príncipes, adversarios del Señor verdadero Dios y de
su hijo Jesucristo. Lo que confirma lo que hemos demos-trado antes.
Que también se trata en los textos sagrados, de una eternidad mala.
Existe para estos señores y príncipes una eternidad, una sempiternidad, una "antigüedad" distintas de aquellas que pertenecen al verdadero Señor Dios, esto también podemos probarlo fácilmente por el testimonio de las Escrituras. Cristo dice, en el evangelio de Mateo: "Entonces el rey dirá a aquellos que estén a su izquierda: Id lejos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles" (Mt., XXV, 41). Y San Judas, hermano de Santiago: "Retiene atados con cadenas eternas, en las profundidades de las tinieblas, y reserva para el juicio del gran día, a los ángeles que no han conservado su primera dignidad, sino que han abandonado su propia morada" (Jud., 6-7). El mismo dice en el verso siguiente: "Y que por lo mismo Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, que se habían desbordado como ellas en los excesos de la impureza y llegaron hasta invertir la institución de la naturaleza, han sido propuestas como ejemplo del fuego eterno, por el castigo que han sufrido" (Jud., 7). El bienaventurado Job dice, también: "...donde mora la sombra de la muerte, donde todo es sin orden, y en un eterno horror" (Job., X, 22). Por boca de Ezequiel, el Señor declara a propósito del monte Seyr: "Os reduciré en soledades eternas" (Eze., XXXV, 9). Y en el mismo capítulo: "He aquí lo que dice el Señor vuestro Dios: Vengo a ti, montaña de Seyr; extenderé mi mano sobre ti y te volveré toda desierta y abandonada. Destruiré tus ciudades, serás desierto y sabrás que soy yo el Señor, porque has sido el eterno enemigo de los hijos de Israel y porque los has perseguido espada en mano en tiempo de su aflicción, en tiempo en que la iniquidad estaba colmada" (Eze., XXXV, 3-5). Este enemigo de Israel es el diablo, que es también enemigo del verdadero Dios, como lo marca el mismo Jesucristo en el evangelio de Mateo (XIII, 25-39). El apóstol dice en la segunda epístola a los Tesalonicenses: "quienes sufrirán la pena de una eterna condena" (2Te., I, 9). Y Cristo en el evangelio de Mateo: "Y estos irán al suplicio eterno" (Mt., XXV, 46). Cristo dice también en el evangelio de San Marcos: "Pero aquel que haya blasfemado contra el Espíritu Santo, no recibirá jamás el perdón y será eternamente castigado por este pecado" (Mr., III, 29).
El profeta Habacuc menciona la eternidad del diablo en estos términos: "Dios vendrá del lado sur y el santo de la montaña de Farán. Su gloria ha cubierto los cielos y la tierra está llena de sus alabanzas. Arroja un brillo de viva luz; su fuerza está en sus manos. Es ahí donde u poder está escondido. La muerte aparecerá ante su faz y el diablo caminará ante él. Se ha parado y ha medido la tierra. Ha puesto sus ojos sobre las naciones y las ha fundido como la cera; las montañas del siglo han sido reducidas a polvo. Las colinas del mundo han sido rebajadas por los pasos del Dios eterno." (Hab., III, 3-6).
Sobre la "antigüedad" del Diablo, está escrito en el Apocalipsis: "Y este
gran dragón, esta antigua serpiente que es llamado Diablo y Satán... fue
precipitado a la tierra" (Apoc., XII, 9). Si cuando se dice que son eternas,
sempiternas, antiguas, se da a entender con ello que las esencias no han tenido
ni comienzo ni fin (como se admitiría sin duda que es cierto en el Dios bueno)
hay que tener también por de-mostrado, por los testimonios anteriormente
citados, que el pecado, los castigos, las angustias y el error, el fuego y los
suplicios, las cadenas y el mismo Diablo, no han tenido comienzo ni tendrán fin.
Pues tanto si estas cosas son los nombres con los que se designa al supremo
principio del mal o solamente los nombres con lo que se designan sus efectos,
atestiguan de todas maneras la existencia de una causa única del mal, eterna,
sempiterna o antigua; necesariamente la causa ha de ser así. Existe pues un mal
principio de donde esta eternidad, esta sempiternidad y esta antigüedad fluyen
directamente y esencialmente.
Existe otro Creador o "factor"
Quisiera hacer ver claramente por las Escrituras, que existe otro dios o señor que es creador y "factor" aparte de aquel a cuya fidelidad recomiendan sus almas aquellos que sufren haciendo el Bien. Tanto más claramente cuanto que lo miraré desde el punto de vista de nuestros adversarios, respetando la confianza que tienen en las Antiguas Escrituras. Declaran en efecto, públicamente, que este Señor es el Creador o el Autor que ha creado y hecho las cosas visibles de este mundo, a saber: el cielo, la tierra y el mar, los hombres y las bestias, los pájaros y todos los reptiles, como se lee en el Génesis: "Al principio Dios creó el cieo y la tierra. La tierra era informe y estaba toda desnuda" (Gé., I, 1-2). Y más adelante: "Dios creó entonces los peces grandes y todos los animales que tienen vida y movimiento... y todos los pájaros según su especie" (Gé., I, 21). Y en el versículo 25: "Dios hizo entonces a las bestias salvajes de la tierra según su especie, los animales domésticos y todos los repti-les, cada uno según su especie" (Gé., I, 25). Y en el versículo 27: "Y Dios creó al hombre a su imagen; él lo creó a imagen de Dios, y él lo creó macho y hembra" (Gé., I, 27). Cristo dice también en el evangelio de San Marcos: "Pero desde el principio del mundo Dios formó un hombre y una mujer" (Mr., X, 6).
Debemos considerar aquí, que nadie en este mundo puede mostrarnos a este Dios
malo de una manera visible y temporal (como tampoco, por cierto al Dios bueno),
pero que es por el efecto por lo que se conoce la causa. Por ello hay que
suponer que no se puede demostrar la existencia de un dios o Creador malo sino
por sus obras malas y sus palabras llenas de inconstancia. Así digo que no es el
verdadero creador quien ha hecho y organizado las cosas visibles de este mundo.
Y lo voy a probar por sus actos malignos y sus palabras mentirosas, si es cierto
que las obras y las palabras narradas por las Antiguas Escrituras han sido
hechas y dichas por él en el Tiempo, material y realmente como nuestros
adversarios afirman sin la menor vacilación. Nosotros sentimos por esas obras un
indecible horror: consisten, en efecto, en cometer adulterio, en robar el bien
de otro, en maldecir lo que es santo, en consentir la mentira, en dar su palabra
con juramento o sin él y no mantenerla. He aquí todas las cosas abominables que
han sido hechas por el Dios en cuestión en este mundo temporal y de una manera
visible y concreta, si lo miramos desde el punto de vista adoptado por nuestros
adversarios para interpretar las Antiguas Escrituras. Creen, en efecto, que
estas Escrituras hablan de la creación de este mundo y de las obras que han sido
hechas en el tiempo, materialmente y visiblemente. Y están bien obligados a
creerlo aquellos que piensan que sólo hay un principio principial. Lo mostraré,
de forma evidente, por las escrituras mismas interpretadas según la fe.
El Dios malo ha cometido fornicación
Este Señor y Creador ha ordenado en el Deuteronomio: "Si un hombre duerme con la mujer de otro, el uno y el otro morirá, el hombre adúltero y la mujer adúltera; y vosotros quitaréis el mal de en medio de Israel" (Dt., XXII, 22). Y además: "Un hombre no desposará de ningún modo a la mujer de su padre y no descubrirá, en absoluto, lo que el pudor debe esconder" (Dt., XXII, 30). Este mismo Señor dice en el Levítico: "No descubrirás de ningún modo en la mujer de tu padre lo que debe estar escondido porque herirías el respeto debido a tu padre" (Le., XVIII, 8 ). Y también: "Si un hombre abusa de su madrastra y si viola, a este respecto, el respeto que hubiera debido a su padre, que sean los dos penados de muerte" (Le., XX, 11).
Ahora bien, en violación de sus propios preceptos, este Señor y Creador, ha ordenado en este mundo temporal y de forma patente, el cometer adulterio, carnalmente y realmente; y eso según la creencia misma y la interpretación de nuestros adversarios. En el segundo libro de los Reyes encontramos muy claramente expresado lo que sigue (y nosotros los comprendemos como ellos): el Señor mismo, y creador, dice en efecto a David, por boca del profeta Mateo: "¿Por qué has despreciado mi palabra cometiendo tal crimen delante de mis ojos? Has hecho perder la vida a Uria Hetea, le has quitado a su mujer y la has tomado para ti; y le has matado por la espada de los hijos de Amón. Es por lo que la espada no saldrá jamás de tu casa, porque me has despreciado y porque has tomado a la mujer de Uria Hetea". He aquí lo que dice el Señor: "Voy a suscitarte males que saldrán de tu propia casa. Tomaré a tus mujeres ante tus ojos; las daré a aquel que te sea más próximo y él dormirá con ellas a los ojos de este sol que ves. Pués tu has hecho esta acción en secreto; pero yo la haré a la vista de todo Israel" (2 Re., XII, 9-12). De donde se deduce que, según la fe de nuestros adversarios mismos, o bien este dios y creador ha mentido, o bien ha, sin lugar a dudas y realmente, perpetrado el adulterio, como se ve que lo ha hecho abiertamente en el segundo libro de los Reyes, por reconocimiento mismo de nuestros adversarios: "Archipotés dice a Absalón: Mira a las concubinas que ha dejado tu padre, para guardar su palacio a fin de que cuando todo Israel sepa que has deshonrado a tu padre, se comprometan con más fuerza con tu partido. Se hizo levantar una tienda para Absalón sobre la terraza del palacio del rey; y él entró con las concubinas de su padre ante todo Israel" (2, Re., XVI, 21-22). Es así como este Señor y Creador ha acabado esta obra de adulterio que había dicho que lo haría, realmente y visiblemente, en este mundo (siempre según la opinión de nuestros adversarios), y sobre todo violando el precepto que él mismo había dado (y que hemos recordado con antelación): "Si un hombre duerme con la mujer de otro, etc."
Ninguna persona sensata creerá que es el verdadero Dios quien ha dado de esta manera -realmente- las mujeres de un hombre a su hijo -o a otro- para perpetrar con ellas la fornicación, como ha hecho el creador de las cosas visibles de este mundo, según lo que mantienen los ignorantes y como hemos hecho ver precedentemente. Recordemos que el Señor verdadero Dios nunca ha ordenado cometer, en este mundo y de manera efectiva el adulterio y la fornicación. El apóstol dice en la primera epístola a los Corintios: "No os equivoquéis, ni los fornicadores, ni los adúlteros serán herederos del reino de Dios" (Co., VI, 9-10). El mismo apóstol dice a los Efesios: "En efecto, estad bien persuadidos que ningún fornicador, ningún impúdico... será heredero del reino de Cristo y de Dios" (Ef., V, 5). Y dice además a los Tesalonicenses: "En efecto la voluntad de Dios es que seáis santos; que os abstengáis de la fornicación" (Te., IV, 3). No es por cierto nestro creador quien en este mundo temporal ha tomado a las mujeres de David y las ha dado a aquel que le era más próximo para que hiciera adulterio con ellas a la vista de todo Israel y frente al sol, como se ha visto en el texto citado anteriormente.
Es preciso pues, sin duda alguna, que exista otro creador, causa y principio
de toda fornicación y de todo adulterio en este mundo: lo hemos demostrado y lo
demostraremos mejor aún a continuación, con la ayuda de Dios.
Que el malvado dios ha ordenado arrebatar por la fueza el bien ajeno y
cometer homicidio
Que el mencionado Señor ha hecho robar por la fuerza el bien ajeno y hurtar realmente -y a su favor- los tesoros de los Egipcios; que ha hecho perpetrar, en este mundo material, el mayor de los homicidios, estamos en condición de demostrarlo con toda evidencia por medio de las Escrituras antiguas interpretadas según la fe de nuestros contradictores. El Señor mismo dijo a Moisés en el Exodo: "Diréis, pues a todo el pueblo: Que cada hombre pida a su amigo, y cada mujer a su vecina, vasijas de plata y oro; y el Señor hará que su pueblo encuentre gracia ante los Egipcios" (Ex., XI, 2). Dijo luego: "Los hijos de Israel hicieron lo que Moisés les había ordenado, y pidieron a los Egipcios vasijas de plata y oro, y muchos vestidos. Y el Señor hizo que los Egipcios fueran favorables a su pueblo, con el fin de que les dieran todo lo que habían pedido, y de esta manera despojaron a los Egipcios" (Ex., XII, 35-36). En el Deuteronomio, Moisés dijo a su pueblo: "Cuando os acerquéis a sitiar un pueblo, en primer lugar le ofreceréis la paz. Si acepta y os abre sus puertas, toda la gente que se halle allí estará salvada, y se os someterá pagando el tributo. Pero si no acepta de ninguna manera las condiciones de paz, y empieza a declararos la guerra, lo asediaréis. Y cuando el Señor os lo haya entregado en las manos, haréis pasar por la espada a todos los hombres, reservando a las mujeres, a los niños, a los animales y a todo el resto que se encuentre en el pueblo. Repartiréis el botín a todo el ejército y os alimentaréis con los despojos de vuestros enemigos, que el Señor vuestro Dios os habrá dado. Así haréis con todos los pueblos que se encuentren muy alejados de vosotros, y que no son de los que debéis recibir como herencia. Pero en cuanto a los pueblos que se os deben dar, no dejaréis con vida a ninguno de sus habitantes; sino que los haréis pasar a todos por la espada, es decir los Heteos, los Amorreos, los Cananeos, los Fereceos, los Heveos y los Jebuseos, como os lo ha mandado el Señor vuestro Dios" (Dt., XX, 10-17). Leemos además en el Deuteronomio: "Sehon caminó pues delante nuestro con todo su pueblo para librarnos batalla en Jasá; y el Señor, nuestro Dios lo puso en nuestras manos, y nosotros lo deshicimos junto con sus hijos y todo su pueblo. Tomamos al mismo tiempo todos los pueblos, matamos a todos sus habitantes, hombre, mujeres y niños, y no dejamos allí absolutamente nada" (Dt., II, 32-34 ). Y esto más: "El Señor nuestro Dios puso también en nuestras manos a Og, rey de Basan, y todo su pueblo; matamos a todos sin exceptuar a nadie, y asolamos todos sus pueblos a la vez. No hubo ningún pueblo que pudiera escapar a nuestras manos, todo el país de Argob, que era el reino de Og, en Bassan, etc... Exterminamos estos pueblos, como habíamos hecho con Sehon, rey de Hesebon, destruyendo todos sus pueblos, matando a los hombre, a las mujeres y a los niños; y tomamos sus rebaños, con los despojos de sus pueblos" (Dt., III, 3-4, 6-7).
A propósito del hombre que recogía leña en el bosque el dia del sabbat,
leemos en el libro de los Números: "Entonces, estando los hijos de Israel en el
desierto ocurrió que encontraron a un hombre que recogía leña el día del sabbat;
y habiéndolo presentado a Moisés, a Aarón y a todo su pueblo, lo metieron en la
cárcel al no saber que hacer. Entonces el Señor dijo a Moisés: "Que este hombre
sea castigado con la muerte, y que todo el pueblo lo lapide fuera en el campo"
(Nú., XV, 32-35). El mismo Señor dijo al pueblo israelita en el Exodo: "Llenar e
nuevo el número de vuestros días. Haré ir delante vuestro el terror de mi
nombre; exterminaré todos los pueblos de los países donde entréis, y haré huir a
todos vuestros enemigos delante vuestro (Ex., XXIII). Y en el Levítico se
expresa así: "Perseguiréis a vuestros enemigos, y caerán en masa ante vosotros.
Cinco de nosotros perseguiremos a cien de ellos, y cien de entre vosotros
perseguirán a diez mil; vuestros enemigos sucumbirán por la espada ante vuestros
ojos" (Le., XXVI, 7-8), y también en el libro de los Números: "Que si no queréis
matar a todos los habitantes del país, aquellos que quedarán serán como clavos
en los ojos y lanzas en los costados, y os combatirán en los países donde vayáis
a habitar; y yo os haré a vosotros mismos todo el mal que había decidido
hacerles." (Nú., XXIII, 55-56).
Del creador malo
Está pues suficientemente demostrado, para los sabios, que este creador que
en el mundo temporal, hubiera hecho masacrar así, sin ninguna piedad, tantos
hombres y mujeres con todos sus hijos de corta edad, no es el verdadero Creador.
Es sobre todo respecto a estos últimos cuando la cosa parece del todo increíble:
¿Cómo hubiera podido el verdadero creador en este mundo visible condenar sin
misericordia a una muerte tan cruel a unos niños que no tenían el poder de
discernir con rectitud entre el bien y el mal, ni el "libre albedrío" (por
hablar según la fe de nuestros adversarios)? Y esto a pesar de lo que el Señor
mismo dijo por boca de Ezequiel: "El hijo no llevará la iniquidad del padre,
pero el alma que ha pecado morirá ". (Eze., XVIII, 20). Jesucristo, el Hijo fiel
del Creador, ciertamente no ha enseñado a aquellos que siguen su ley a
exterminar completa-mente a sus enemigos en este mundo temporal: bien el
contrario: les ha mandado no hacerles más que el bien, como dijo él mismo en el
evangelio de San Mateo: "Habéis aprendido que ha sido dicho: Amaréis al prójimo
y odiaréis a vuestro enemigo. Y yo os digo: Amad a vuestros enemigos (Mt, V,
43-44). No dijo tampoco en este mundo visible: Perseguiréis a vuestros enemigos
como lo ha hecho vuestro padre, desde siempre, sino al contrario: "Amad a
vuestros enemigos y haced el bien a aquellos que os odian, y rogad por aquellos
que os persiguen y calumnian; a fin de ser hijos de vuestro Padre que está en
los cielos" (Mt., V, 44-45) y Cristo quería decir: "a fin de que estéis en el
amor de vuestro Padre que está en los cielos, y cuya obra de misericordia está
aquí" Ya que Jesucristo mismo, Hijo de Dios, ha aprendido de su Padre a hacer
esta obra de misericordia en este mundo presente, como dice el hablar de su
propia acción, en el evangelio de Juan: "El Hijo no puede hacer nada por sí
mismo, y no hace sino lo que ve hacer al Padre: ya que todo lo que el Padre
hace, el hijo lo hace también como él" (Jn., V, 19). Luego el Padre de
Jesucristo no puede, temporalmente en este mundo, exterminar, ante los ojos de
todos, a tantos hombre y mujeres con todo sus hijos, siendo como es "el Padre de
las misericordias, y el Dios de toda consolación", como resalta el Apóstol (2
Co., I, 3 ).
Que el dios malo ha maldecido a Cristo
No únicamente este Señor y creador malo ha ordenado cometer homicidio en el
mundo temporal, tal como hemos demostrado más arriba según la fe de nuestros
adversarios, sino que ha maldecido a nuestro Señor Jesucristo: esto está escrito
en el Deuteronomio: "Cuando un hombre haya cometido un crimen digno de muerte, y
habiendo sido condenado a morir, haya estado colgado de una horca, su cuerpo no
permanecerá más a esa horca, sino que será enterrado el mismo día, ya que aquel
que esté colgado al madero está maldito por Dios" (Dt., XXI, 22-23). El Apóstol
dijo, igualmente a los Gálatas: "Es Jesucristo quien nos ha redimido de la
maldición de la ley, habiéndose convertido él mismo por nosotros en un objeto de
maldición según está es-crito: maldito es todo hombre que sea colgado a un
árbol" (Gál., III, 13). De todo esto resulta que la gente instruida no debe en
absoluto, creer que el Padre ha maldecido de esta manera a su Hijo, Jesucristo,
pura y simplemente sin ningún respeto por la víctima que era según su
providencia, o mejor dicho, que se ha maldecido a sí mismo, si es cierto, como
piensan los ignorantes, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo y
mismo ser divino. Hay pues, sin ninguna duda, un creador malo que es la causa y
principio de la maldición lanzada contra Jesucristo, y además causa de todo mal.
Que este dios malo consiente la mentira
Encontramos aún en las Escrituras que este mismo Señor y Creador -según el pensamiento de nuestros adversarios- se acomoda a la mentira, y que envía sobre los hombre un espíritu muy malo, un espíritu de falsedad. El mal espíritu, el espíritu perverso, es también llamando el espíritu de este Dios, según está escrito en el primer libro de los Reyes: "El espíritu del Señor se retiró de Saúl, y estaba agitado por el espíritu maligno enviado por el Señor" (1 Re., XVI, 14), y más lejos en el mismo libro: "Así todas las veces que el espíritu maligno del Señor tomaba a Saúl, David cogía su arpa y la tocaba con su mano, y Saúl se relajaba y se encontraba mejor; ya que el espíritu maligno se retiraba a él" (1 Re., XVI, 23). Y está escrito en el libro de los Jueces: "Abimeleq fue luego príncipe de Israel durante tres años. Pero el Señor envió un espíritu de odio y aversión entre Abimeleq y los habitantes de Sichem" (Jue., IX, 22-23). Pero el Señor Nuestro Dios no ha enviado más que el espíritu de la verdad, como Cristo declaró en el Evangelio (Cf., Jn. XIV, 17 y XV, 26).
En el cuarto libro de los Reyes el profeta Miqueas nos dice: "He visto al
Señor sentado sobre su trono y a todo el ejército celestial que estaba alrededor
suyo a derecha e izquierda; y el Señor ha dicho ¿Quién seducirá a Acab, rey de
Israel, para que marche contra Ramoth en Galaad, y allí perezca? Y uno dice una
cosa y otro dice otra. Pero el espíritu maligno se adelantó y, postrándose ante
el Señor, le dice: Yo soy quien seducirá a Acab. El Señor le dice: ¿Y cómo? El
responde: Iré y seré un espíritu embustero en la boca de todo sus profetas. El
Señor le dice: Tú le seducirás y tendrás ventaja sobre él. Ve y haz como dices.
Así pues el Señor ha puesto un espíritu de mentira en la boca de todos vuestros
profetas aquí presentes, y el Señor ha pronunciado vuestra condena" (3 Re.,
XXII, 19-23) Parece evidente una vez más -según la interpretación misma de
nuestros adversarios- que este Dios, Señor y creador, ha enviado un muy maligno
espíritu y un espíritu embustero, lo que no habría podido ni querido hacer en
manera alguna el verdadero Dios.
Que el malvado dios no ha hecho en absoluto lo que había prometido
Este Señor y creador prometió él mismo a Abraham, y juró a su descendencia que le daría, y que daría a la posteridad que viniera después de él, toda la tierra que veía hacia el Aquilón y hacia el mediodía, hacia occidente y hacia oriente, como se puede leer en el Génesis: "El Señor dijo a Abraham, después de que Lot se hubo separado de él: Levantad vuestros ojos, y mirad desde el lugar donde estáis, al norte y al medio-día, al oriente y al occidente. Os daré, a vosotros y a vuestra posteridad, para siempre, todo este país que veis" (Gé., XIII, 14-15), y en el versículo 17: "Recorred ahora toda la extensión de esta tierra en su anchura y en su amplitud, porque yo os la daré" (Gé., XIII, 17). Está escrito en el Deuteronomio: "Entrad... y poseed esta tierra que el Señor había prometido, con juramento, dar a vuestros padre, Abraham, Isaac y Jacob, y a su posteridad, trás ellos" (Dt., I, 8).
Pero aunque el Señor haya hecho él mismo esta promesa, con juramento, a
Abraham, debemos creer, sin embargo, que jamás ha sido tenida en cuenta lo más
mínimo sobre el planto temporal. Como lo dijo San Esteban en los Hechos de los
Apóstoles: "Dejad, dijo el Señor a Abraham, vuestro país y vuestra paren-tela y
venid al país que yo os mostraré. Entonces salió de la tierra de los Caldeos y y
fue a morar a Jarán. Y después de morir su padre, Dios le hizo emigrar de allí a
esta tierra que vosotros habitáis ahora, y no le dio nada de ella en herencia,
ni onde poner la planta del pie; aunque prometió dársela en posesión a él y a su
descendencia" (Hch., VII, 3-5). Vemos claramente aquí como este Señor y creador
no ha mantenido su promesa hecha con juramento, e incluso como no la ha cumplido
jamás posteriormente -si creemos a nuestros mismos adversarios- en este mundo
temporal y visible, ya que no podemos encontrar en ninguna parte, que Abraham
hubiera poseído esta tierra temporalmente, a pesar de lo que balbuceen los
ignorantes.
Que este dios ha sido visto en el mundo temporal
Parece también, -es la creencia de gente poco instruida- que este mismo dios creador ha sido visto cara a cara por muchas personas, en este mundo, con los ojos de la carne. Lo podemos leer en el Génesis: "Jacob dio el nombre de Penuel a este lugar diciendo: He visto a Dios cara a cara" (Ge., XXXII, 30). Y está escrito en el Exodo: "Moisés, Aaron, Nadab, Abiu, y los setenta ancianos de Israel habiendo subido, vieron al Dios de Israel" (Ex. XXIV, 9-10); y más lejos en el versículo 11: "Siendo así que el Señor hablaba a Moisés cara a cara, como un hombre acostumbrado a hablar a su amigo" (Ex., XXXIII, 11). Y el Señor, él mismo dijo en el Libro de los Números: "Pero esto no ocurre así con mi servidor Moisés, que es mi servidor muy fiel en toda mi casa; ya que le hablo cara a cara, y él ve al Señor claramente, y no bajo enigmas y bajo figuras" (Nú., XII, 7-8). Pero nuestro verdadero Creador no ha sido visto nunca por personas con los ojos del cuerpo: San Juan lo afirma en el Evangelio: "Nadie ha visto jamás a Dios; es el hijo único que está en el seno del Padre quien lo ha dado a conocer " (Jn., I, 18). El Apóstol lo dijo también en la segunda epístola a Timoteo: "Al rey de los siglos, inmortal, invisible, al único Dios, le sea dado honor y gloria" (Col., I, 15).
Que la gente instruida lean pues (las Escrituras) y, sin ninguna duda se
convencerán de que existe un dios maligno -señor y creador- que es la fuente y
la causa de todos los males de los que hemos hablado. De no ser así: les sería
necesario confesar que es el verdadero Dios él mismo -aquel que es la luz, que
es el bueno y santo; aquel que es la fuente viva y el origen de toda dulzura, de
toda suavidad y de toda justicia- el que sería la causa y el principio de toda
iniquidad y de toda malicia, de toda amargura y de toda injusticia; y que todo
lo que está opuesto a este Dios, al ser su contrario, procedería, en realidad,
de él solo: lo cual ningún sabio hará la tontería de sostener.
V
Donde se combate la tesis de los "Garatenses"
Tengo la intención de redactar otra refutación de las teorías de los
"Garatenses" que tan a menudo exclaman haciéndose los gloriosos: "Vosotros los
Albaneses, no podréis demostrarnos, a través del testimonio de las Escrituras,
que únicamente un dios maligno haya podido crear el cielo, la tierra y todo el
mundo visible, como enseñáis sin embargo, cada día públicamente" Pensé que era
necesario responderles brevemente, pero como entre los Sarracenos y los
bautizados; los Judíos y los Tártaros, y entre los fieles de otras religiones de
este mundo, constatamos cada día que existen grandes divergencias -a pesar de
que todos creen en un solo príncipe santo, bueno y misericordioso, los
encontramos siempre en plena disputa, intercambiando injurias, tratándose
mutuamente con la peor crueldad, a la vez que se consideran todos, sin ninguna
duda, como hermanos surgidos de la misma creación- pienso haber refutado ya de
una manera suficientemente clara, para los sabios, su teoría llena de vanidad.
Donde se da a conocer la ignorancia de los "Garatenses"
Quiero pues, ahora, dar a conocer a las personas ilustradas la locura de los Garatenses: aunque ellos crean, como los demás, que sólo existe un creador muy santo, no dejan sin embargo de predicar, en muchas ocasiones, que existe también otro Dios: el dios malo, príncipe de este mundo, el cual, dicen ellos, fue anteriormente una criatura del Dios bueno; pero, seguidamente corrompió los cuatro elementos producidos por el Verdadero Dios, y de esos elementos formó y constituyó, al principio del mundo, el hombre y la mujer y todos los otros cuerpos visibles, de los cuales han surgido todas las criaturas que tienen hoy su reino sobre la tierra.
Pero como su teoría aparece a los ojos de los sabios como desprovista de todo fundamento, yo les pido que nos digan como pretenden confirmarla con el testimonio de las Escrituras, que nos hagan conocer los pasajes donde se encuentra aquello que ellos afirman y que enseñan abierta y públicamente; en que libro, en que exposición dogmática, en que parte de la Biblia en fin, han descubierto "que un dios maligno ha corrompido los cuatro elementos del Dios bueno, y creado, en el principio de los tiempos, al hombre, a la mujer, y a todos los cuerpos -los de los pájaros, de los peces, de los reptiles y de los mamíferos- que hay en este mundo" como afirman públicamente y lo predican a los hombres.
Responderían probablemente: "Podemos demostrar, ciertamente, que un dios maligno ha hecho al hombre y a la mujer, y en el principio a todos los demás seres de los que todos los cuerpos carnales han sido hechos. Este Señor malo, ¿no ha dicho el hombre y a la mujer, a los pájaros y a las bestias, y en general a todos los seres carnales: "Creced y multiplicaros, llenada la tierra" (Gé., I, 28)? ¿No dijo a los peces: "Creced y multiplicaros, llenad las aguas del mar" (Gé., I, 22), como podemos leer sin ninguna duda en el Génesis? Encontramos en este mismo libro que este Dios -que nosotros creemos malo- ha dicho además: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gé., I, 26 ) y además esto:" hizo pues a las bestias salvajes según sus especies, a los animales domésticos, y a todos los reptiles, a cada uno según su especie (Gé., I , 25); y además: "Y el Señor Dios, de la costilla que había quitado a Adán formó a la mujer" (Gé., II, 22). Es este mismo Dios quien ha dicho: "Esta es la razón por la que el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a la mujer, y serán dos en una sola carne" (Gé., II, 24); y Cristo, en elevangelio de San Marcos: "Desde el principio del mundo Dios formó un hombre y una mujer" y, dice también: "ésta es la razón por la que el hombre dejará a su padre y a su madre y vivirá con su mujer. Y ellos dos no serán más que una sola carne. Así no serán ya dos, sino una sola carne... etc (Mr., X, 6-8). Es así como nuestros Garatistas creerían deber afirmar -bajo la fe de los testimonios citados anteriormente y de otros casi iguales- que el Dios maligno, en el princi-pio, ha hecho los cuerpos visibles de este mundo.
Quiero admitir sin embargo, en la medida en que puedo, su explicación, si ellos creen que estos testimonios son absolutamente dignos de fe. Que me digan pues, enseguida, si creen verdaderos o no, si los quieren dar por verdaderos o no, los testimonios en cuestión y las demás palabras sacadas del libro del Génesis. Si me dicen: "No, porque este Dios es malo, y no podríamos tener la mínima confianza en sus palabras", les respondería: "No habéis pues aportado ninguna prueba sacada de la Escritura como confirmación de vuestra tesis, contrariamente a lo que afirmáis cada día. ¿Cómo pues, y de qué manera podéis enseñarla si no podéis alimentarla con ningún argumento sacado de las divinas Escrituras para confirmarla? Pero podrían decirme: "Creemos muy bien que se trata de un dios maligno, sin embargo, creemos también que los testimonios producidos por nosotros son verídicos, y que, como está escrito en el Génesis, es un dios maligno el que ha hecho las cosas visibles de este mundo, según lo que se ha dicho más arriba" Les respondería entonces: "Si podéis probar por el testimonio del Génesis -como repetís sin cesar- vuestra teoría que el Dios maligno ha corrompido los cuatro elementos y que ha creado al principio del mundo, al hombre y a la mujer, y a todos los cuerpos carnales", ¿por qué pues nos acusáis tan ásperamente, cada día, de no poder demostrar que no existe un creador maligno? ¿Por qué no nos será posible, a nosotros también, el probar sin la más mínima ambigüedad, con los mismos pasajes del Génesis sobre los que vosotros fundáis vuestra propia teoría, que este Dios, -que vosotros creéis también maligno- es el creador del cielo, de la tierra y de todo el universo visible? Leemos en el Génesis: "En el principio Dios creó el cielo y la tiera; la tierra era informe y toda desnuda" (Gé., I, 1-2); y esto: "Dios creó luego los grandes peces, y todos los animales que tienen vida y movimiento, etc... y creó también todos los pájaros según su especie" (Gé., I, 21); y esto además: "Dios creó luego al hombre a su imagen y semejanza; lo creó a la imagen de Dios, y lo creó macho y hembra" (Gé., I, 27); y aún: "Bendijo el séptimo día, y lo santificó porque había acabado este día de producir todas las obras que había creado" (Gé., II, 3), y por fin: "Pero Melquisedeq, rey de Salem, ofreciendo pan y vino, porque era sacerdote del Dios altísimo, bendijo a Abraham diciendo: Que Abraham sea bendito del Dios Altísimo, que ha creado el cielo y la tierra, y que el Dios Altísimo sea bendito, él que, por su protección, entregó a vuestros enemigos en vuestras manos" (Gé., XIV, 18-20).
Y así, por los testimonios del Génesis y según el razonamiento que hemos
utilizado para convencer a los Garatistas, podemos probar claramente que existe
un creador maligno que ha hecho el cielo y la tierra, y todos los cuerpos
visibles, de acuerdo con lo que se ha dicho más arriba respecto a este creador
maligno.
De toda creación
Pero uno de ellos, quizás -no importa cual- nos objetará: "¿Por qué no admitiríamos la existencia de un sólo Dios, creador y autor de todas las cosas tanto las visibles como las invisibles según está escrito en el evangelio de San Juan: "Todas las cosas han sido hechas por él; y nada de lo que ha sido hecho ha sido hecho sin él " (Jn., I, 3)? Pablo dijo también en los Hechos de los Apóstoles: "esto es lo que os anuncio: Dios ha creado el mundo, y todo lo que hay en el mundo, etc., es él quien creó de uno solo todo el linaje humano para que habitase sobre la tierra" (Hch., XVII, 23-24, 26). Los Apóstoles dijeron en os mismos Hechos: "Señor, vos sois el creador del cielo, de la tierra, de la mar y de todo lo que ellas contienen" (Hch., IV, 24). Y está escrito en el Apocalipsis: "Temed al Señor y rendidle gloria... y adorad a aquél que ha hecho el cielo y la tierra, la mar (y todo lo que ellas contienen), y las fuentes de las aguas" (Apoc., XIV, 7). El Apóstol dijo a los Hebreos: "Siendo así, aquel que todo lo ha creado es Dios" (Heb., II, 4). Es así como por medio de estos testimonios y de otros del mismo estilo, intentarán convencernos de la existencia de un solo creador y autor de todas las cosas.
A esta objeción, respondo de la manera siguiente: "Si es cierto que el
verdadero Dios, creó, al principio, al hombre y a la mujer, a los pájaros y a
las bestias y a todos los demás cuerpos visibles, ¿por qué condenáis, cada día,
la obra de la carne y la unión del hombre y de la mujer afirmando que es obra
del Diablo? ¿Por qué no coméis carne, huevos, queso, y todas las cosas que
fueron creadas por vuestro exce-lente Creador? ¿Y por qué condenáis tan
severamente a aquellos que las comen si creéis que sólo existe un Creador, autor
de todo lo que es? No es extraño que los Romanos nos hayan opuesto tan a menudo
la autoridad de San Pablo que dijo a Timoteo: "Así el Espíritu dijo expresamente
que en los tiempos que iban a venir, algunos abandonarían la fe, siguiendo a
espíritus engañosos y doctrinas diabólicas, seducidos por la hipocresía de
algunos impostores cuya conciencia estará ennegrecida de crímenes; que
prohibirán el matrimonio y el uso de carnes, que Dios ha creado para ser comidas
con la acción de gracias por los que tienen la fe y que conocen la verdad. Ya
que todo aquello que Dios ha creado es bueno, y no debemos rechazar nada." (1
Ti., IV, 1-4). Pero vosotros, rechazáis cada día la creación del Señor verdadero
Dios, si es cierto que ha creado y ha hecho al hombre y a la mujer y a los
cuerpos visibles de este mundo.
Declaración de los fieles
Es necesario que todos los fieles de Cristo sepan esto: Por culpa de palabras
calumniosas de un cierto Garatista, que se glorificaba demasiado delante de
nuestros amigos, me vi "obligado" (como el Señor por Satán, que dijo en el libro
de Job: "Tú me has obli-gado a levantarme contra él" (Job, II, 3), a escribir
contra él, aunque hasta entonces no me hubiera preocupado por hacerlo. Pero
puedo decir, con la ayuda de Jesucristo, aquello que dijo el Profeta: "El dolor
que ha querido causarme se volverá contra él mismo, y su injusticia bajará sobre
su cabeza" (Sal., VII, 17). Ahora, pues, os hago saber, Alb., a ti y a todos los
Garatistas que si queréis sostener y defender -por testimonios sacados de la
Biblia- la fe vuestra y que predicáis tan a menudo delante de vuestros fieles, a
saber: que el Diablo ha corrompido los cuatro elementos, el cielo, la tierra, el
agua y el fuego; que el creó, al principio, al hombre y a la mujer y a todos los
cuerpos visibles de este mundo, estoy resuelto, yo, a sostener y a defender mi
fe, aquella que es bien la mía y que yo enseño públicamente a los fieles de
Cristo, según el testimonio de la Ley, de los Profetas y del Nuevo Testamento,
la que yo creo verdadera y que es, en efecto, la expresión de la verdad, a
saber: que hay un Dios maligno que ha creado el cielo y la tierra, los grandes
peces, y todos los animales que tienen vida y movimiento, y todos los pájaros
según su especie.. y al hombre y a la mujer... que formó el hombre del barro de
la tierra y que derramó sobre su cara un soplo de vida (Gé., I, 21, 27; II, 7);
todas las cosas que he leído en el Génesis que han sido creadas por este Dios.
Si aceptáis lo que propongo, escoged un lugar conveniente y apropiado para este
encuentro y sabed que con la ayuda del Padre verdadero, estoy preparado, como
acabo de declarar, a sostener mi tesis.
Notificación (hecha a los Garatistas)
Deseo que sepáis también esto, Alb.: He sabido por Pedro de Ferrara que le habéis declarado no estar en condiciones de probar vuestra fe por el Nuevo Testamento (a saber: "que el Diablo había corrompido los cuatro elementos", "que había creado al hombre y a la mujer", o algo parecido). Por todo esto, yo os digo a ti y a todos tus Garatistas, que si estáis dispuestos a confesar públicamente, delante de todos nuestros amigos y fieles, que no podéis probar con la Escritura que vuestra fe es verdadera -ésta que tu crees buena y única conforme a la verdad-; si consentís, repito, en hacer esta confesión, sabed que tengo la intención, yo, de sostener, por medio de textos que considero que dicen la verdad, y de probar por las Santas Escrituras mi creencia, a saber: "Que este Dios, que yo considero como maligno, ha creado el cielo, la tierra y las otras cosas de las que hemos hablado más arriba." Que si no queréis confesar vuestra impotencia, defended entonces vuestra fe -por medio de testimonios que creáis verídicos y que lo sean en efecto- de la misma manera como yo defenderé la mía. Pero si no os preocupáis de defenderla, es verdaderamente admirable que pretendáis, por una parte, imponer a los hombre vuestra teoría (que El Diablo ha corrompido los cuatro elementos del Señor verdadero Dios, y que con estos elementos constituyera, al principio, los cuerpos visibles de este mundo) cuando os es imposible el probarla sólidamente con los textos que creéis sin embargo sinceros o verídicos y que por otra parte, persistáis en rechazar mi doctrina, muy piadosa por el contrario, y que estoy en condiciones, yo, de confirmar irrefutablemente con los testimonios de la Ley, de los Profetas y del Nuevo Testamento.
Que el enemigo de la verdad se calle pues, y que no ose más ni hablar, ni
pronunciar las proposiciones suscritas (que no es capaz de defender).
Otros argumentos contra los Garatistas
Propongo contra los Garatistas los argumentos siguientes: Afirman que el Diablo, al principio del mundo, corrompió los cuatro elementos del Señor verdadero Dios: el cielo, la tierra, el agua y el fuego. Si esto que creen es verdadero -como lo enseñan y lo predican muy a menudo a sus fieles-, haría esta pregunta a los Garatistas: que me digan primero, si esta corrupción de los elementos del verdadero Señor Dios, hecha por el Diablo, fue en sí misma buena y santa, o, si al contrario, fue mala y de la nada. Si me responden: fue buena y santa, yo lo niego. Si esto fuera verdad, su creencia en efecto, estaría sin fundamento; enseñan un error al sostener que el Diablo corrompió los cuatro elementos del verdadero Dios. Ya que esto no pudo ocurrir: una buena y santa obra nunca hubiera corrompido los santos elementos del verdadero Dios. Si se admite lo que precede, es necesario que los Garatistas admitan también que la creación del hombre y de la mujer, hecha, -creen ellos- por el Diablo, en el origen del mundo, y que ha dado nacimiento a todos los cuerpos visibles, fue igualmente buena y santa. Así pues, todo esto topa con su fe, ya que sostienen y predican que la unión carnal del hombre y de la mujer es un mal y no está de acuerdo con la voluntad de Dios. ¿Por qué entonces rechazan, también la carne, los huevos y el queso, sacados de muy santos elementos, si es cierto que la corrupción -o creación- hecha por el Diablo, fue, en un principio, buena y santa? De esto se deduce que no es ciertamente difícil refutar una teoría semejante.
Si por el contrario me contestan: "Esta corrupción -o modificación- llevada a cabo por el Diablo en los muy santos elementos del verdadero Señor Dios, fue mala, toda de la nada, y contraria a los intereses de Dios" -y es, sin duda alguna, lo que ellos creen y proclaman, efectivamente- afirmo la falsedad de su afirmación. Les pregunto, en efecto: esta corrupción vana y maligna de los cuatro elementos -admitiendo que haya sido producida por el Diablo- ¿tiene lugar por voluntad del Padre muy Santo, o absolutamente en contra de su voluntad? Si me contestan: "La corrupción de los santos elementos tuvo lugar por voluntad del Señor, ya que nosotros no creemos que el Diablo hubiera podido corromper los santos elementos contra la voluntad de Dios", afirmo la falsedad de su tesis. Ya que implicaría que Dios tuvo una voluntad maligna, al haber querido que una corrupción maligna, toda de la nada, afectase a sus santos elementos de la manera que se dice. Y si me responden: "La voluntad de Dios fue buena y santa al haber querido que sus elementos se corrompieran, ya que, como consecuencia de esta corrupción -o creación- instauró su reino, con la unión del hombre y de la mujer", deben admitir, por esto mismo y necesariamente, que la unión carnal de los sexos es perfectamente buena y santa, si es por medio de ella, -y no de otra manera- como Dios tuvo la intención de restaurar su reino, al hacer descender almas nuevas en los cuerpos. Pero, si esto es así, los Garatistas no deberían condenar la obra de la carne, con motivo de la cual son creadas estas nuevas almas, pero la condenan cada día. Si, finalmente dicen: "Creemos indudablemente, que esta corrupción -o modificación- se ha efectuado en los santos elementos contra la voluntad de Dios", entonces deben admitir necesariamente que existe otro principio, el del mal, capaz de corromper los cuatro elementos del Creador santo, aún en contra de su voluntad. Pues la corrupción no hubiera podido producirse si no hubiera habido más que un principio principal, o si el Diablo no hubiera sido creado por el Señor verdadero Dios; el Diablo no hubiera podido, en efecto, violar la naturaleza de los santos elementos, contra la voluntad de su Amo. En conclusión: es cierto que existen dos principios de las cosas, el uno bueno, el otro malo; y este último es la causa de la corrupción de los santos elementos y, también de todo mal, y los Garatistas son prisioneros, una vez más, de sus razonamientos falaces.
Quizás, sin embargo, exclamarán de nuevo: "la corrupción de los santos elementos, dirán, no tuvo lugar ni por la voluntad del Señor ni contra su voluntad, sino con su permiso, y porque él la toleró". Preguntamos a los Garatistas: Este permiso, esta tolerancia, que dio lugar a la corrupción de los santos elementos ¿fue buena y santa, o mala y toda nada? Si nos contestan: "Este permiso fue bueno y santo", se dedue necesariamente que los elementos no fueron corrompidos del todo ya que no hubieran podido serlo -buenos como eran- por el hecho de esta tolerancia de por sí buena y santa. De aquí, la creación del hombre y de la mujer, obra del Diablo, según su propia creencia, sería buena y santa también: lo cual se opone absolutamente a su fe. Pero si nos contestan por el contrario: "Este permiso dado por Dios fue malo y vano" -y es cierto que lo fue-, entonces, este Dios que habría dado también una autorización muy maligna y toda nada sería él mismo la causa de este mal, según lo que dijo el Apóstol: "Merecen la muerte no solamente aquellos que hacen estas cosas, sino también aquellos que aprueban a los que las hacen" (Ro. I, 32). Es imposible pensar de esta manera refiriéndonos al verdadero Dios. Por lo tanto es preciso admitir necesariamente que existe un principio del Mal, que hace que el verdadero Dios deba tolerar y sufrir la corrupción, muy maligna y toda nada, que tiene lugar en sus elementos muy toda nada, que tiene lugar en sus elementos muy santos, absolutamente contra su voluntad. Este Dios verdadero nunca habría, por sí mismo, en esencia y directamente, causado esta corrupción.
Así, y de todas formas (cualquiera que sea su respuesta), los Garatistas
están encerrados en sus propias contradicciones.
VI
De la ignorancia de muchos
Como mucha gente, envueltos en las tinieblas de la ignorancia, afirman que todos los hombres, tanto los que son salvados, como los que no lo serán nunca, han tenido "el poder" de ser salvados y "hubieran podido" lograr su salvación, deseo refutar con argumentos totalmente verídicos, su opinión tan vana. Pregunto en primer lugar a los ignorantes que respondan a esta cuestión: ¿Podemos hacer, en un momento determinado, lo que no hemos hecho, lo que no se hace, lo que no se hará nunca? Si contestan: no, admiten que es imposible que lo que no puede tener lugar en ningún tiempo tenga lugar un día.
Entonces les propongo esto: He aquí un hombre que no hizo nunca el bien para poder ser salvado, que tampoco lo ha hecho en la actualidad y que no lo hará nunca. Según lo que acabamos de decir, es imposible que jamás, haya podido hacer el bien para ser salvado; luego el poder de salvación no estuvo nunca en él, y no tuvo nunca el libre albedrío gracias al cual hubiera sido salvado, ya que el poder de salvación no estuvo nunca en él. Según la opinión de los ignorantes, debe ser juzgado por Dios, pero, ¿sobre qué lo juzgará Dios, si no tuvo jamás la posibilidad de salvación, ni el poder de hacer el bien para ser salvado como acabamos de admitir? Vemos así cuán frágil es la teoría de aquellos que pretenden que todos los hombres, los que son salvados y los que no lo serán nunca, han recibido la salvación en potencia, y hubieran podido ser salvados, como se ha dicho más arriba.
Pero los ignorantes pueden responderme: este hombre hubiera podido hacer el bien, si hubiera querido, aunque no lo haya hecho, no lo haga hoy y no deba hacerlo nunca; únicamente no ha querido. Y es precisamente esto, en efecto, lo que dicen los ignorantes. Al igual que hice en cuanto al "poder", ahora les interrogo acerca de la voluntad. Por ejemplo, un hombre que no tuvo nunca la buena voluntad -la de hacer el bien con vistas a obtener su salvación-, que no la tiene tampoco hoy y que no la tendrá jamás. Que me digan si alguna vez este hombre ha estado "en potencia" de tener la buena voluntad en consecuencia de la cual hubiera sido salvado. Si me contestan: no, porque no ha demostrado nunca esta voluntad y no la mostrará jamás, como se ha dicho anteriormente acerca del poder, y como es la verdad, deben admitir, a la vez que, si no ha tenido nunca en potencia la buena voluntad que le hubiera permitido salvarse, sin duda alguna no ha tenido nunca tampoco el poder de hacer su salvación, ya que, sin buena voluntad, nadie puede ser salvado. Luego, no ha habido nunca en él ni la posibilidad de querer el bien ni la posibilidad de hacer el bien para ser salvado.
Siempre de la misma manera, les interroga acerca del conocimiento. He aquí un hombre que no ha tenido nunca la facultad de discernir el bien del mal, lo verdadero de la falso, facultad que hubiera podido salvarlo; no la tiene actualmente y no la tendrá jamás. Y sin ninguna duda, son numerosos, en el mundo, los que están en ese caso. Si los ignorantes me conceden, como lo han hecho con el poder y con la voluntad, que nunca ha tenido y que no tendrá jamás esta ciencia del bien y del mal gracias a la que hubiera podido salvarse, deben reconocer también que jamás ha estado en poder de tenerla. Por consiguiente, nunca ha tenido el poder de ser salvado porque sin discernimiento, nadie puede serlo. Así pues, según lo que está establecido anteriormente, no ha habido nunca en este hombre, ni la posibilidad de ser salvado, ni la posibilidad de querer y de conocer el bien de forma que fuera salvado, y por este razonamiento se encuentra eliminada la teoría de aquellos que piensan que Dios juzgará a los hombres sobre el libre poder (que tendrían) de discernir el bien del mal; y que aquellos que no serán salvados tienen, sin embargo, en ellos mismos, la salvación en potencia.
Y si, todos a la vez, los ignorantes exclaman:
"El hombre ha recibido ciertamente el poder de hacer lo que, sin embargo, no hace, no ha hecho y no hará nunca. Ha recibido ciertamente esta voluntad que no ha tenido, que no tiene y que no tendrá nunca; y también esta ciencia del bien y del mal, que no ha tenido, no tiene y no tendrá nunca", no puedo hacer otra cosa que decirles: Y bien, si es así, nada nos impide afirmar que se puede hacer de un macho cabrío un papa de la iglesia de Roma; ni cambiar todo lo imposible en posible. Con una manera de razonar semejante podemos atribuir perfectamen al hombre el deseo de arder en el fuego eterno, de sufrir todos los males o los peores tormentos; nada se opone a que se le dé la sabiduría perfecta del verdadero Dios, completa y absolutamente, tal como la posee él mismo... Pero, estas son palabras locas y vanas imaginaciones. Ya que, en verdad, si lo qu nunca ha sido, no es y no será nunca, "podía" llegar a serlo, y existía en potencia, absoluta y esencialmente, se deduciría, sin ninguna duda, que los ángeles y todos los santos "podrían" transformarse en demonios, y los demonios en ángeles de la gloria; que Cristo podría convertirse en el Diablo, y el Diablo en Cristo glorioso. Todos los "imposibles" podrían ser, todos existirían en potencia. Tendríamos que ser muy mentirosos para afirmar tal cosa y bien tontos para creerla.
Y he aquí la razón: es exacto que un hombre tiene en efecto el "poder" de
hacer lo que ha hecho, todo lo que hace, todo lo que hará en el futuro. Esto ha
estado o está ahora en potencia en él. Pero lo que no ha hecho, no hace, y no
hará nunca, no es "posible" que lo haga: de ninguna manera esto está -o ha
estado- potencialmente en él. Ya que lo que no pasa nunca a acto, no podemos
decir en buena lógica, que está de alguna manera en potencia.
Segunda apostilla
Para traer a la existencia de todos los seres que fueron, son o serán, pongo
únicamente dos condiciones como necesarias, a saber: la necesidad de ser y la
imposibilidad de no ser; y esto es cierto, al grado máximo en el caso del
pensamiento divino que conoce absolutamente desde la eternidad, todo el pasado,
todo el presente y todo el porvenir. Si Dios sabe, en efecto, que alguna cosa va
a ocurrir, antes de que sea, es imposible que no ocurra. Igualmente, no podría
saber que debe ocurrir, si fuera posible que no ocurriese nunca. Si -por
ejemplo- se sabe, cuando Pedro está aún vivo, que debe morir hoy, es preciso
necesariamente que muera hoy, ya que es imposible que esté en situación de morir
hoy y que no muera. Porque antes de que el no muera, actuaba ya en él la
necesidad de morir y la imposibilidad de no morir. Ha sido siempre por lo tanto
necesario que Pedro muera hoy e imposible que no muera hoy para aquel que conoce
absolutamente todas las razones que le hacen morir hoy.
Otro argumento (contra el libre albedrío)
Mucha gente cree que Dios ha creado a sus ángeles buenos y santos. ¿Sabía o
no sabía antes de que existiesen que llegarían a ser demonios? Si no lo sabía,
Dios no es perfecto, ya que no conoce todo el futuro. Pero ningún sabio creerá
posible esto. Dios sabía, pues, sin ninguna duda, antes ya de que lo fuesen, que
sus ángeles llegarían a ser demonios, porque el primer Hacedor es inteligencia
perfecta y conoce perfectamente lo que va a ocurrir en tanto es posible que ello
ocurra, como lo demuestra Aristóteles en el tercer libro de la Física, donde
dice que todas las cosas están presentes para el Primer Hacedor. Luego, una
necesidad de ser y una imposibilidad de no ser han determinado a los ángeles
antes de su creación. A partir de entonces, ha sido siempre imposible,
absolutamente, que no llegaran a ser demonios, sobre todo para la sabiduría de
Dios en quien todo lo que fue, es y será, queda eternamente presente, como
acabamos de decir. ¿Con qué argumentos y con qué atrevimiento, los ignorantes
pueden sostener que los mencionados ángeles habrían podido permanecer buenos y
santos eternamente, con su Señor, cuando esto había sido imposible en Dios que
conoce todas las cosas antes de que sean hechas, como dijo Susana en el libro de
Daniel: "Dios eterno, que penetráis lo más recóndito y que conocéis todas las
cosas, antes mismo de que sean hechas" (Da., XIII, 14). Debemos concluir de
ello, sin ninguna duda, que todo está creado necesariamente en el Primer
Hacedor. Las cosas que existen son las que han recibido de él el ser y la
potencia de ser, y al contrario, las cosas que no existen son las que no han
recibido el ser y no pueden de ninguna manera acceder al ser. Y esto destruye la
teoría de aquellos que sostuvieron que los ángeles habían tenido a la vez el
poder de pecar y el de no pecar.
El libre albedrío es irreconciliable con la creación de nuevas almas y con el
Juicio Final
A decir verdad, la teoría mencionada no podría, a mi parecer, concordar con las ideas de los que creen que únicamente hay un principio principial, y esto porque piensan que almas nuevas o espíritus on creados cada día, y que el Señor debe juzgar sobre aquello que harán según el libre albedrío, los buenos y los malos, los grandes y los pequeños. (Lo demuestro:) Que contesten a mi pregunta: ¿Serán las naciones, como creen ellos, reunidas ante Dios? Si esto es cierto, habrá allí una multitud innumerable de niños de todas las razas, de cuatro años o de menos de cuatro años, y también una enorme cantidad de mudos, de sordos, de simples de espíritu que no han tenido nunca la ocasión de hacer penitencia y que no han recibido nunca del Señor el mínimo poder para practicar la virtud, ni el menor conocimiento de lo que es el Bien. ¿Cómo -y por qué razón- el Señor Jesús podrá decirles: "Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Pues tuve hambre y me habéis dado de comer, tuve sed y me habéis dado de beber, etc." (Mt., XXV, 34-35), cuando no habrán tenido absolutamente nunca el poder de obrar de esta forma, cuando no habrán hecho nada parecido, y de esta manera las palabras de Cristo serían totalmente falsas al serles aplicadas? Nuestros adversarios dirán quizás: Serán condenados para toda la eternidad. Pero les responderé: Esto no puede ser según vuestra concepción del libre albedrío. ¿Cómo, efectivamente podría el Señor decirles: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que ha sido preparado para el Diablo y sus ángeles? Pues tuve hambre y no me habéis dado de comer, etc... (Mat., XXV, 41-42)". Podrían defenderse con razón invocando precisamente el libre albedrío: no pudimos hacer nada -dirían- de lo que esperábais de nosotros, porque no nos habíais dado, de ninguna manera, ni el poder de hacer el bien, ni el conocimiento del Bien. Y es así como la teoría del libre albedrío está contradicha por lo que piensan nuestros adversarios por otra parte.
He oído sostener otra teoría espantosa. Algunos de entre ellos creen que los
niños que mueran el mismo día de su nacimiento, y cuyas almas han sido -según
ellos- nuevamente creadas, serán condenadas a sufrir unos suplicios que durarán
eternamente, hasta el fin de los siglos y de los que no podrán librarse nunca.
Es verdaderamente una cosa chocante que se atrevan a enseñar que Cristo debe
venir a juzgar a los hombres sobre lo que hayan hecho por libre albedrío, cuando
es claro -como acabamos de mostrar- que no existe absolutamente en ellos el
libre albedrío.
VII
De la persecución sufrida por el pastor
"Porque está escrito: golpearé al pastor y las ovejas del rebaño serán
dispersadas" (Mt., XXVI, 31 ex Zaq., XIII, 7). Por pastor debemos entender
Cristo; por las ovejas del rebaño dispersadas, los discípulos. No es ciertamente
el verdadero Dios quien por sí mismo propia y directamente golpeó a su Hijo
Jesucristo pues si por sí mismo, propia y esencial-mente, hubiera perpetrado
este homicidio, nadie podría de ninguna manera acusar de ello a Pilatos y a los
Fariseos, quienes no habrían hecho con ello más que cumplir la voluntad de Dios
y, por el contrario habrían cometido un pecado resistiendo a la voluntad del
Señor. Debemos contestar a esta dificultad de la siguiente manera: Dios golpeó a
su Hijo al permitir a sus enemigos hacerle morir. Cosa que no hubieran podido
hacer nunca si el mismo Dios bueno no les hubiera concedido este poder. Es lo
que le dijo Cristo a Pilatos: "No tendrías ningún poder sobre mí si no te lo
hubieran dado de arriba" (Jn., XIX, 11). Dijo: dado (esto: hoc) y no dada
(protestas, femenino), como si quisiese significar aquí: "Esto, es el principio
maligno, por cuyo efecto Pilatos y los Fariseos, Judas y los demás, cometían
este homicidio". Y el verdadero Dios permitía este crimen porque no había un
medio mejor para librar a su pueblo del poder del enemigo. Lo dijo por boca de
Isaías: "Lo he golpeado por causa de los crímenes de mi pueblo" (Isa., LIII, 8).
Por esto fueron dispersados los discípulos, es decir, se separaron de Cristo,
según una voluntad que emanaba no del Bien sino del poder de los espíritus
malignos, como está escrito más adelante: "Entonces todos los discípulos le
abandonaron y huyeron" (Mt., XXVI, 56).
De la persecución sufrida por los profetas, Cristo, los apóstoles y los que
le siguen
A menudo, cuando yo recorría y leía los testimonios de las divinas
Escrituras, me pareció que en ellas se encontraba muchas veces referido que los
profetas, Cristo y los Apóstoles, habían sufrido muchos males al efectuar sus
obras de bondad para procurar a las almas el perdón y la salvación; muchas veces
afirmado que los fieles de Cristo, al final de los tiempos, deberán soportar
muchos escándalos y tribulaciones, persecuciones y suplicios, muchos
sufrimientos y la misma muerte, por parte de los pseudo-Cristos, de los falsos
profetas, de los malos y de los seductores; muchas veces recordado como deben
perdonar a los que les persiguen y les calumnian, rogar por ellos, hacerles el
bien, no resistirles por la violencia, como vemos que hacen únicamente los
verdaderos cristianos que cumplen las santas escrituras por su bien y por su
honor, mientras, que al contrario los malos y los pecadores las cumplen a la
vista de todos, para su desgracia, y con el fin de que sus pecados llenen
siempre la medida de los pecados de sus padres. Por esto es por lo que Pablo
dice en la segunda epístola a Timoteo: "Pues sabed que en posteriores días
vendrán tiempos peligrosos. Ya que habrá hombres egoístas, avaros, orgullosos,
soberbios, difamadores, desobedientes a sus padres y a sus madres, ingratos,
impíos, sin ternura para sus prójimos, sin fe, calumniadores, desenfrenados,
inhumanos, aborrecedores de los buenos, traidores, infatuados, temerarios, más
amantes de los placeres que de la voluntad de Dios; que tendrán la apariencia de
la piedad, pero que renunciarán a todo lo que tiene de sólido: Guardate de estas
personas" (2 Ti., III, 1-5). Y Cristo dice en el evangelio de Mateo: "Ya que se
levantará... los elegidos mismos" (Mt., XXII, 24, de surgent a electi). Y Pablo,
en la epístola a los Romanos: "Y como no han querido... sin misericordia" (Ro.,
I, 28-31), de Et sicut a misericordia). San Pero declara con la Epístola
segunda: "Asimismo ha habido también falsos profetas... no está dormida" (2 Pe.,
II, 1-3), de Fuerunt a dormitat). Y Pablo en la segunda epístola a Timoteo: "Mas
los hombres malos... ellos mismos seducidos" (2 Ti., III, 13) de Mali a errorem
alios mittentes). Y en los Hechos de los Apóstoles el mismo Pablo dice aún:
"Tened cuidado... velad recordando" (Hch., XX, 28-31, de Attendite a memoriam
retinentes).
De la persecución sufrida por los Profetas
Sobre las persecuciones sufridas por los Profetas, Cristo y los apóstoles,
encontramos miles de testimonios en las santas Escrituras: Pablo dice a los
Hebreos, al hablar de la persecución de los profetas: ¿Qué más podré decir?...
el cumplimiento de su felicidad" (Heb., XI, 32-40, de Quid adhuc dicam a
consumarentur ). Cristo se expresa así en el evangelio de San Mateo: "Es así
como persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros" (Mt., V, 12); y
San Esteban, en los Hechos de los Apóstoles: "Cabezas duras... y que no la
habéis guardado nada" (Hebr., VII, 51-53), de Dura cerveci a custodisitis "
Desgracia para vosotros... en el nombre del Señor" (Mt. XXIII, 29-39, de Vae
vobis a in nomine Domi-ni). Santiago dice finalmente en su epístola: "Tomad
ejemplo, hermanos míos... misericordia" (Snt., V, 10-11 de Exemplum a
miserator).
Pasión y persecución de Jesucristo
Sobre las tribulaciones, las persecuciones, la pasión y la muerte de Nuestro
Señor Jesucristo, que siguieron a aquellas padecidas por los profetas, como
acabamos de demostrar, encontramos en las santas Escrituras testimonios
edificantes. Leemos efectiva-mente en el Evangelio de San Mateo que cuando
Cristo no era más que un niño, un ángel le dijo a José: "Levántate, coge al
niño... muerte de Herodes" (Mt., II, 13-15 de Surge a Herodis obitum) En el
Evangelio de San Lucas está escrito de Jesucristo: "El padre y la madre... sean
descubiertas" (Lu., II, 32-35) de Et erat Joseph a cogitationes). Está escrito
también en el evangelio de San Mateo: "Así como Jesús... el tercer da (Mt., X,
17-19 de et Ascendens a resurget ). Y más lejos, en otro pasaje: "Sabéis que la
Pascua... crucificado" (Mt., XXVI, 2 de Scitis quod a crucifigatur). Cristo dijo
en el Evangelio de San Juan: "En verdad... del templo" (Jn., VII, 58-59, de amen
a templo). Leemos más lejos: "Los sumos sacerdotes... hacerle morir" (Jn., XI,
47-53) de collegerunt a interficerent eum). Leemos aún: "El mundo no sabría
odiaros... son malos" (Jn., VII, 7, de non potest a mala sunt). Y en otra parte:
" Lo que yo os pido... Aquel que me ha enviado" (Jn., XV, 17-21, de Haec mando a
qui misit ). San Juan dijo en el Apocalipsis: "Y el dragón se paró... librado"
(Apoc., XII, 4, de Et draco a devoraret). Y Santiago: "Habéis vivido...
resistencia" (Snt., V, 5-6, de Epulati a resistit vobis ). Y San Pedro en los
Hechos de los Apóstoles: "Oh Israelitas... que fue retenido allí" (Hch., II,
22-24, de Viri Israelite a ab eo ). Está aún dicho en los mismos Hechos: "Que
toda la casa de Israel... crucificado" (Hch., II, 36, de certissime a
crucifixistis ). Y en otra parte (por boca de San Pedro): "Israelitas, por
qué... desde el principio del mundo" (Hch., III, 12-21, de Viri Israelite a
prophetarum). Y también esta dicho en los Hechos: "Lo que habiendo oído... han
ordenado la ejecución (Hch., IV, 24-28, de Apostoli unanimiter a decreverun
fieri ). Y en otra parte: "Pedro y los Apóstoles... para hacerle morir" (Hch.,
V, 29-33, de respondens a interficeres ilos). Leemos aún lo siguiente: "Dios ha
hecho oir su palabra... la remisión de sus pecados" (Hch., X, 36-43, de Verbum
misit a credunt in eum). Podemos leer en otra parte: "Sois vosotros, hermanos
míos... el tercer día" (Hch., XIII, 26-30, de Viri fratres a tertia die ). San
Pedro dice en su primera epístola: "Ya que Jesucristo... voluntad de Dios" (Pe.,
IV, 1-2 de Christo igitur a voluntate Dei). Y San Marcos en el Evangelio:
"Habiendo tomado con él... tristeza mortal" (Mr., XIV, 33-34, de et assumpsit a
mortem). Y San Marcos en otro lugar: "A la hora sexta... abandonado?" (Mr., XV,
3334, de Facta es hora sexta, hasta dereliquisti ) San Marcos dice además:
"Entonces Jesús, habiendo lanzado un gran grito, entregó su espíritu" (Mr., XV,
37). Y San Mateo: "Al mismo tiempo crucificaron con él a dos ladrones, uno a su
derecha y el otro a su izquierda" (Mt., XXVII, 38). Y añade: "Pero Jesús
lanzando de nuevo un gran grito, entregó el espíritu" (Mt., XXVII, 50) San Lucas
cuenta aún esto: "Entonces Jesús lanzando un gran grito... expiró" (Lu., XIII,
46, de Et exclamans a expiravit).
De la tribulación de los santos
De la tribulación de los santos y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo,
hemos dado bastantes testimonios claros y hemos demostrado suficientemente cuan
manifiestas eran. Conviene sin embargo mencionar las tribulaciones, las
persecuciones y la muerte de los apóstoles y de sus sucesores, tal como las
sufrieron después de la muerte de Jesucristo; y decir también como supieron
soportarlas en su época, sin cesar de hacer el bien y de perdonar (a sus
enemigos), como vemos que hacen hoy día los verdaderos cristianos, esos mismos a
los que se llama "heréticos", como se les llamaba ya en tiempos de San Pablo.
Como dijo San Pablo en los Hechos de los Apóstoles: "Es cierto, y lo reconozco
delante vuestro, que siguiendo esta doctrina que ellos tratan de secta
perniciosa (de herejía), sirvo a Dios, mi Padre (Hch., XXIV, 14). Y dice aún:
"Porque lo que sabemos de esta secta es que se la combate por todas partes"
(Hch., XXVIII, 22). Es por esto por lo que Nuestro Señor Jesucristo, al anunciar
a sus discípulos las persecuciones venideras, dice en el evangelio de San Mateo:
"Bienaventurados aquellos que sufren persecución... antes de vosotros" (Mt., V,
10-12, de Beati a patiuntur). Y dice aún: "Os envio... sus criados" (Mt., X,
16-25, de Ecce ego a domesticos ejus). Cristo dice en otra parte, en el
Evangelio: "En verdad... no os hará feliz vuestra alegría" (Jn., XVI, 20-22) de
Amen a tollet a vobis). Y, en el Evangelio de San Mateo: "Tened cuidado... que
perserveraré hasta el final" (Mt., XXIV, 413 deVidete ne hasta salvus erit).
Leemos en el Apocalipsis: "El Diablo va a poner... la corona de la vida" (Apoc.,
II, 10, de Ecce missurus a coronam vitae ). En el evangelio de San Juan, Cristo
dice a sus discípulos: "Lo que yo os pido... aquél que me ha enviado" (Jn., XV,
7-21, de Haec manod a qui misit me)
Cómo han sufrido los santos
Está comprobado con suficiente claridad en las santas Escrituras -como acabamos de hacer ver- que Nuestro Señor Jesucristo ha anunciado y dicho él mismo a sus discípulos que deberían sufrir, en los tiempos venideros, tribulaciones, persecuciones y la misma muerte, a causa de su nombre. Vamos a demostrar ahora, como éstos sufrieron, en su época estos males tan numerosos, estas persecuciones, y hasta la muerte, a causa del nombre de nuestro Señor Jesucristo, como les había predicho él mismo en las sagradas Escrituras. Declara, en efecto, en el evangelio de Juan "Mas ahora vuelvo a ti... como tampoco yo soy del mundo" (Jn., XVII, 13-16, de Nunc autem a de mundo ). Y San Juan se expresa así en la primera epístola: "No os extrañéis... habito en la muerte" (1, Jn., III, 13-14, de Noliti mirare a diligimus fratres). Y San Pedro en la epístola primera: "Mis bienamados, cuando Dios... en las buenas obras" (1 Pe., IV, 12-19, de Carissine a in benefactis). En los Hechos de los Apóstoles, Pablo dice él mismo: "Para mí, yo creía... en las ciudades extranjeras" (Hch., XXVI, 9-11, de ego quidem a civitates ). San Pedro nos dice en la primera epístola: "Ya que lo que es agradable a Dios... el obispo de vuestras almas" (1 Pe., II, 19-25, de Haec est enim gratia a animarum vestrarum). Está escrito aún, en los Hechos de los Apóstoles: "Al mismo tiempo... y de la Samaria" (Hch., VIII, 1, de Facta est a praeter apostolos). Pablo dice a los Romanos: "Quien pues nos separará.... nuestro Señor" (Ro., VIII, 35-39, de Quis ego a domino nostro). Leemos en la primera epístola de San Pedro: "... después de haber estado un corto tiempo.... a descubierto" (1, Pe., I, 6-7 de Modicum nunc a Jhesu Christi). Y Pablo dice en los Hechos de los Apóstoles: "Hermanos míos... sobre la cara" (Hch., XXIII, 1-2, de Viri fratres a os ejus). Dice además en la primera epístola a los Corintios: "Hasta esta hora sufrimos... mis muy queridos hijos" (1 Co., III, 13-14 de usque in hanc horam a carissimos moneo). Está escrito en la primera epístola de San Pedro: "Y aquél que os dañará... nada turbados" (1 Pe., III, 13-14, de et quis est a conturbemini). Pablo al hablar de sí mismo, dice a los Corintios, en la primera epístola: "ya que yo soy el mínimo... la Iglesia de Dios" (1 Co. XV, 9, de ego enim a eclessiam dei). Y en la segunda a los Corintios: "Estamos presionados por todas partes.. en nuestra carne mortal" (2 Co, IV 8-11, de in omnibus a mortali ). El mismo apóstol dice a los Efesios: "Por lo demás, hermanos míos... con una contínua perseverancia" (Ef., VI, 10-18 de De cetero fratres a vigilantes). Y dijo además a los Corintios en la segunda: "Bendito sea el Dios... que hacéis por nosotros" (2 Co., I, 3-11, de benedictus a pro nobis). Pablo dijo también a los Gálatas: "En efecto, habéis sido sin duda... tradiciones de mis padres" (Gál., I, 13-14 de Audistis a traditionum ). Y nuevamente, dijo a los Corintios, en la segunda Epístola: "Mas para otra ventaja... sin que queme" (2 Co., IX, 21-29, de in quo quis a non uror). "De manera que nosotros mismos... los ministros de su poder" (2 Te., I, 4-7, de ita ut a de coelo). Dice también respecto a sí mismo en la primera epístola a Timoteo: "Doy gracias... no teniendo fe" (1, Ti., 12-13, de Gratias ago a incredulitate). Y el mismo Apóstol escribe a los Tesalonicenses en la primera: "Ya que, hermanos míos... hasta el final" (1, Te., II, 14-16, de vos autem a in finem). Y también les dice: "Y os enviamos... no fué inútil (1 Te., III, 2-5, de misimus a labor vester). Pablo escribe en la primera epístola a los Corintios: "Si no tuviéramos esperanza... de todos los hombres" (1 Co., XV 19, de in hac vita a hominibus). Y dice a los Filipenses: "No os dejéis intimidar... aún hoy día" (Fil., I, 28-30, de in nullo a de me). He aquí, como conclusión las palabras que Pablo dirige a Timoteo en la segunda epístola: "En cuanto a vosotros, ya sabéis cual es mi doctrina; cual es mi forma de vida; que fin me propongo; cual es mi fe; mi tolerancia, mi caridad y mi paciencia; las persecuciones y las aflicciones que he tenido que sufrir, y lo que me ha ocurrido en Antioquía, en Icona y en Listra; sabéis, digo, cuales son las persecuciones que he soportado, y como el Señor me ha sacado de todos los males.
De esta manera todos los que deseen vivir con piedad en Jesucristo serán perseguidos (2, Ti., III, 10-12).
Este libro está acabado: ¡Demos gracias a Cristo!
Rituales
Cátaros
I
1. El servicio
Hemos venido ante Dios y delante vuestro y delante de la Orden de la Santa Iglesia, para recibir el servicio, y perdón y penitencia de todos nuestros pecados, que hemos hecho, o dicho, o pensado, u obrado desde nuestro nacimiento hasta ahora, y pedimos misericordia a Dios y a vosotros para que roguéis por nosotros al padre Santo que nos perdone.
Adoremos a Dios y manifestemos todos nuestros pecados y nuestras numerosas y graves ofensas con respecto al Padre y al Hijo y al honorable Espíritu Santo y a los honorables santos Evangelios, y a los honorables Apóstoles, por la oración y por la fe, y por la salvación de todos los leales y gloriosos cristianos, y de los bienaventurados antepasados que duermen (en sus tumbas) y de los hermanos que nos rodean, y delante vuestro, santo Señor, para que nos perdonéis todo aquello en lo que hemos pecado. Benedicite parcite nobis.
Ya que numerosos son nuestros pecados con los que hemos ofendido al Señor cada día, el día y la noche, en palabra y obra, y según el pensamiento, con voluntad y sin voluntad, y más por nuestra voluntad que los espíritus malignos ponen en nosotros, en la carne con la que estamos vestidos. Benedicite parcite nobis.
Como nos enseña la sagrada palabra de Dios, los Santos Apóstoles y nuestros hermanos espirituales nos anuncian que reprimamos todo deseo carnal y toda villanía, y que hagamos la voluntad de Dios, el Perfecto Bien cumplido; pero nosotros, servidores perezosos, no solamente no hacemos la voluntad de Dios como sería conveniente sino que cumplimos con los deseos de la carne y las inquietudes del mundo, a pesar de que dañamos a nuestros espíritus. Benedicite parcite nobis.
Vamos con la gente del mundo y nos quedamos con ellos hablamos y comemos, y pecamos en muchas cosas, a pesar de que dañamos a nuestros hermanos y a nuestros espíritus. Benedicite parcite nobis.
Con nuestra lengua caemos en palabras ociosas, en vanas habladurías, en risas, en burlas y malicias, en detrimento de hermanos y hermanas, de los cuales hermanos y hermanos no somos dignos de juzgar ni de condenar las ofensas: entre los cristianos somos pecadores. Benedicite parcite nobis.
El "servicio" que recibimos, no lo guardamos como sería conveniente, ni el ayuno, ni la oración: transgredimos nuestros días, prevaricamos nuestras horas; mientras estamos en la santa oración nuestro sentido se vuelve hacia los deseos carnales, hacia las inquietudes mundanas, a pesar de que, a esta hora, apenas saben que cosa ofrecemos al padre de los justos. Benedicite parcite nobis.
Oh, vos, santo y buen Señor, todas estas cosas que nos pasan, a nuestros sentidos y a nuestro pensamiento, te las confesamos, santo Señor, y toda la multitud de nuestros pecados la depositamos en la misericordia de Dios y en la santa oración y en el santo evangelio; pues numerosos son nuestros peca-dos. Benedicite parcite nobis.
Oh Señor, juzga y condena los vicios de la carne, no tengas piedad de la
carne nacida de la corrupción, pero ten piedad del espíritu puesto en prisión, y
administramos días y horas de oraciones y de predicaciones, como es costumbre en
los buenos cristianos, para que no seamos ni juzgados ni condenados el día del
juicio como los traidores. Benedicite parcite nobis.
2. Tradición de la santa oración.
Si un "creyente" está haciendo abstinencia y si los "cristianos" están de acuerdo para dedicarle la oración, que se laven las manos, y los creyentes, si los hay, igualmente. Y después que el primero de los "hombres-buenos", aquel que sigue al Anciano, haga tres reverencias al Anciano y después que prepare una mesa y que haga otras tres reverencias; después que ponga un mantel sobre la mesa y haga tres reverencias más ; que ponga el libro sobre el mantel y después que diga: Benedicite parcite nobis. Seguidamente que el creyente haga su melhorier (o melioramentum) y tome el libro de la mano del anciano. Y el anciano debe amonestarle y predicarle con testimonios apropiados. Y si el creyente se llama Pedro, por ejemplo que le diga así:
"Pedr debes comprender que, cuando estáis delante de la Iglesia de Dios, estás delante del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ya que la Iglesia significa asamblea, y allí donde están los verdaderos cristianos, está el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo, como las divinas Escrituras los demuestran. Ya que Cristo ha dicho en el Evangelio de San Mateo: (XVIII, 20): "Porque donde se encuentren dos o tres reunidos en mí nombre, yo estoy entre ellos". Y en el evangelio de San Juan (XIV, 23) dice: "Si alguien me ama, guardará mi palabra, y el Padre le amará, y nos acercaremos a él y habitaremos con él". Y San Pablo dice en la segunda a los Corintios (VI, 16-18): "Sois el templo de Dios vivo como dijo Dios en boca de Isaías: ya que yo habitaré en ellos, e iré, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por esta razón salid de entre ellos, y separaros de ellos dice el Señor. Y no tocaréis las cosas impuras , y os acogeré. Seré para vosotros un Padre, y vosotros seréis para mi unos hijos y unas hijas dice el Señor Dios Todopoderoso". Y en otro lugar (2 Co., XIII, 3) dice: "Buscad la prueba de que Cristo habla en mí". Y en la primera epístola a Timoteo (III, 14 y 15) dice: "Escribo estas cosas, esperando llegar a ti pronto. Pero si tardo, sepas de que manera es necesario que te comportes en la casa del Señor, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad". Y él mismo dijo a los Hebreos (III, 6) "Pero Cristo es como un hijo en su casa, y nosotros, somos su casa". Que el espíritu de Dios está con los fieles de Jesucristo, Cristo lo demuestra en el evangelio de San Juan (XIV, 15-18): "Si me amáis guardad mis mandamientos. Y rogaré al Padre, y él os dará otro consolador que esté con vosotros eternamente, el espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir, ya que no le ve ni le conoce, pero vosotros, lo conoceréis, ya que habitará con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros". Y en el Evangelio de San Mateo (XXVIII, 20) dice: "He aquí que estoy con vosotros para siempre asta la consumación de los siglos". Y San Pablo dice en la primera epístola a los Corintios (III, 16-17): "¿No sabéis que estáis en el templo del Dios vivo y que el espíritu de Dios está con vosotros? Pero si alguno corrompe el templo de Dios, Dios lo destruirá. Ya que el templo de Dios es santo, y este templo sois vosotros". Y San Juan dice en la epístola (1, IV, 13). "En esto sabemos que habitamos en él, y él en nosotros, porque nos ha dado parte de su espíritu". Y San Pablo dice a los Gálatas (IV, 6): "Porque sois hijo de Dios, Dios ha enviado al Espíritu de su Hijo en vuestro corazón, gritando: ¡Padre, Padre!" Por esto es preciso entender que al presentaros entre los hijos de Jesucristo, confirmáis la fe y la predicación de la Iglesia de Dios, según dan a entender las divinas Escrituras. Ya que el pueblo de Dios se separó antaño de su Señor Dios. Y ha abandonado el consejo y la voluntad de su santo Padre, por seguir los engaños de los malignos espíritus por el hecho de su sumisión a su voluntad. Y por estas razones y por muchas otras, se puede saber que el Padre Santo quiere tener piedad de su pueblo, y recibirle en la paz y en la concordia, por el advenimiento de su Hijo Jesucristo. Esta es la causa por la que estáis aquí delante de los discípulos de Jesucristo, en este lugar donde habitan espiritual-mente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como se ha demostrado más arriba, para que podáis recibir esta santa oración que el Señor Jesucristo ha dado a sus discípulos, de manera que vuestras oraciones y vuestras plegarias sean acogidas por nuestro Padre Santo. Por esto debéis comprender, si queréis recibir esta santa oración (el Pater Noster) que es necesario que os arrepintáis de todos vuestros pecados y perdonéis a todos los hombres. Ya que Nuestro Señor Jesucristo dice (Mt., VI, 15): "Si no perdonáis a los hombres sus pecados, vuestro Padre celestial no os perdonará vuestros propios pecados" Conviene que os propongáis guardar esta santa oración en vuestro corazón todo el tiempo de vuestra vida, si Diosos da la gracia de recibirla, según la costumbre de la Iglesia de Dios, con castidad y con verdad, y con todas las demás buenas virtudes que Dios tendrá a bien daros. Por esto rogamos al buen Señor que ha dado a los discípulos de Jesucristo el poder de recibir esta santa oración con firmeza, que os de, él mismo, a vosotros también, la gracia de recibirla con firmeza y en su honor y en el de vuestra salvación. Parcite nobis".
Y después, que el Anciano diga la oración y que el creyente la siga. A
continuación el Anciano dirá: "Os dedicamos esta santa oración, para que la
recibáis de Dios, y de nosotros, y de la Iglesia, y que tengáis poder para
decirla en todos los momentos de vuestra vida, de día y de noche, solo o en
compañía, y que nunca bebáis ni comáis sin decir antes esta oración. Y si
faltáis, será necesario que hagáis penitencia" Y el creyente debe decir: "La
recibo de Dios, de vos y de la Iglesia". Y después que haga su melhorier, y que
dé gracias; y después que los cristianos hagan una doble con veniae (peticiones
de gracia y de perdón), y el creyente después de ellos.
3. Recepción de la Consolación
(Consolamentum o bautismo espiritual)
Y si debe ser consolado en el momento, que haga su melhorier (su veneración) y que tome el libro de la mano del anciano. Este debe amonestarle y predicarle con testimonios convenientes y con unas palabras que convengan a una "Consolación". Que le hable de la siguiente manera:
"Pedro, ¿quieres recibir el bautismo espiritual por el que es dado el Espíritu Santo en la Iglesia de Dios, con la santa oración, como la imposición de las manos de los "hombres-buenos"?. De este bautismo Nuestro Señor Jesucristo dice en el evangelio de San Mateo (XXVIII, 19-20), a sus discípulos: "Id e instruid a todas las naciones, bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñadles a guardar todas las cosas que os he mandado. Y he aquí que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo". Y en el evangelio de San Marcos (XVI, 15), dice "Id por tdo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura. Aquel que crea y sea bautizado será salvado, pero el que no crea será condenado". Dice a Nicodemo en el evangelio de San Juan (III, 5) "En verdad, en verdad os digo: ningún hombre entrará en el reino de Dios, si no vuelve a nacer por el agua y por el Santo Espíritu". Y Juan Bautista ha hablado de este bautismo cuando dice (Jn., I, 26-27 y Mt., III, 11): "Es verdad que yo bautizo con agua; pero aquel que vendrá después de mí es más fuerte que yo: yo no soy digno de abrochar las correas de sus zapatos. Os bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego". Y Jesucristo dice en los Hechos de los Apóstoles (I, 5): "Pues Juan, ciertamente, ha bautizado con el agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo". Jesucristo hizo este santo bautismo de la imposición de las manos según lo que cuenta San Lucas, y dijo que sus amigos lo harían como cuenta San Marcos (XVI, 18): "Impondrán las manos sobre los enfermos, y los enfermos sanarán" Ananías (Hch., IX, 17-18) hizo este bautismo a San Pablo cuando se convirtió. Y después Pablo y Bernabé lo hicieron en muchos lugares. Y San Pedro y San Juan lo hicieron con los Samaritanos. Ya que San Lucas lo dice así en los Hechos de los Apóstoles (VIII, 14-17): "Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén supieron que los de Samaria habían recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, habiendo llegado, rogaron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos. Entonces ponían las manos sobre ellos y recibían el Espíritu Santo".
Este santo bautismo por el que el Espíritu Santo era dado ha sido mantenido por la Iglesia de Dios desde los Apóstoles hasta nuestro días, y se trans-mitió de "hombres-buenos", en "hombres-buenos" hasta aquí, y lo hará hasta el final del mundo. Y debéis comprender qué poder le fue dado a la Iglesia de Dios para atar y desatar, para perdonar los pecados y para retenerlos, como dice Cristo en el evangelio de San Juan (XX, 2123): "Como el Padre me ha enviado, del mismo modo yo os mando. Cuando acabó de decir estas cosas, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a aquellos que les perdonéis los pecados les serán perdonados y aquellos que se los retengáis, les serán retenidos". Y en el evangelio de San Mateo le dice a Simón Pedro (XVI, 18-19): "Digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra, será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo". Dice a sus discípulos en otra parte (Mt., XVIII, 18-20): "En verdad os digo, lo que atáreis en la tierra, será atado en el cielo y lo que desatáreis en la tierra, será desatado en el cielo. Y de nuevo os lo digo en verdad: si dos de vosotros se reunen en la tierra, todo aquello, sea lo que sea, que pidan, les será concedido por mi Padre que está en los cielos. Pues donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy entre ellos". Y en otra parte (Mt., X, 8), dice: "Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, purificad a los leprosos, ahuyentad a los demonios". Y en el evangelio de San Marcos (XVI, 17-18) dice: "Y estas señales seguirán a los que creyeren: en mi nombre ahuyentarán a los demonios, hablarán nuevas lenguas, retirarán a las serpientes y si beben algún brebaje mortal, no les causará ningún daño. Pondrán las manos sobre los enfermos y serán curados". Dice además en el evangelio de San Lucas (X, 19): "He aquí que os he dado el poder de caminar sobre las serpientes y los escorpiones, y sobre toda la fuerza del Enemigo, y nada os dañará".
Si queréis recibir este poder y fortaleza, es preciso que guardéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo Testamento según vuestro poder. Y sabed que ha mandado que el hombre no cometa ni adulterio, ni homicidio, ni mentira, que no jure ningún juramento, que no robe ni desole, que no haga al prójimo lo que no quiera que se haga con él, y que e hombre perdone a quien le haya hecho daño, que ame a sus enemigos, y rece por sus calumniadores y por sus acusadores y los bendiga. Si se le pega en una mejilla, que tienda la otra, y si se le roba la túnica, que de también el manto; que no juzgue ni condene, y muchos otros mandamientos que son mandados por el Señor a su Iglesia. Es preciso igualmente que odiéis a este mundo y a sus obras, así como a todas sus cosas. Ya que San Juan dice en la epístola (1, II, 15-17): "Oh bienamados míos, no queráis amar al mundo, ni aquellas cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, la Caridad del Padre, no está en él. Ya que todo lo que existe en el mundo es codicia de la carne, codicia de los ojos y orgullo de la vida, que no es del Padre, sino del mundo; y el mundo pasará así como su codicia, pero aquel que cumple la voluntad de Dios vive eternamente". Y Cristo dice a las naciones (Jn., VII, 7): "El mundo no puede odiaros, pero me odia, porque yo llevo testimonio de él, que sus obras son malas". Está escrito en el libro de Salomón (Ec., I, 14): "He visto todas las cosas que se hacen bajo el sol, y he aquí que todas ellas son vanidades y tormentos de espíritu". Y Judas, hermano de Santiago dice para enseñanza nuestra en la epístola (ver. 23): "Odiad este vestido mancillado que es carnal". Por estos testimonios y por muchos otros, es preciso que observéis los mandamientos de Dios y que odiéis este mundo. Y si lo hacéis bien hasta el final tenemos la esperanza que vuestra alma tendrá la vida eterna".
Que el creyente diga entonces: "Tengo esta voluntad, rogad a Dios para que me
dé fuerza". Y después que el primero de los "buenos-hombre" haga, con el
creyente, su veneración al Anciano, y que diga: Parcite nobis. Buenos
cristianos, os rogamos por el amor de Dios, que deis a nuestro amigo, aquí
presente, este bien que Dios os ha dado. Seguidamente el creyente debe hacer su
veneración y decir: "Parcite nobis. Por todos los pecados que yo haya podido
hacer, o decir, o pensar, u obrar, pido perdón a Dios, a la Iglesia ya todos
vosotros". Que los cristianos digan entonces: "Por Dios y por nosotros y por la
iglesia que sean perdonados, y rogamos al Señor que os perdone". Después de esto
deben consolarle. Que el Anciano tome el libro (de los evangelios) y se lo ponga
sobre la cabeza, y los demás "buenos-hombres" todos la mano derecha y que digan
los parcias y tres adoremus, y después: Pater sancte, suscipe servum tuum in tua
justitia, et mitte gratiam tuam et spriritum sanctum tuum super eum. Que rueguen
a Dios con la oración, y el que lleve el servicio divino debe decir en voz baja
la "sesena" y cuando la sesena esté dicha, debe decir tres veces Adoremus y la
oración una vez en voz alta, y luego el evangelio (de Juan). Y cuando se acabe
el evangelio, deben decir tres Adoremus y la gratia y las partias. Seguidamente
deben darse la paz (besarse) entre ellos y con el libro. Si hay "creyentes" que
se den también la paz, y que las "creyentes", si las hay, se den la paz entre
ellas con el libro. Seguidamente rueguen a Dios con doble (oración) y con veniæ
(peticiones de gracia) y la ceremonia ha terminado.
4. Diversas reglas concernientes a la oración y la conducta a seguir en
ciertas circunstancias.
La misión de celebrar "doble" y de decir la oración no debe estar confiada a un hombre seglar.
Si los cristianos van a un lugar peligroso, que rueguen a Dios con gratia. Y si alguien va a caballo, que celebre "doble" (oración). Y debe decir una oración al entrar en un barco o en una ciudad, o al pasar sobre una tabla o un puente peligroso. Si los cristianos encuentran a un hombre con el que les sea preciso hablar mientras estén rezando, si ya han dicho ocho oraciones, éstas pueden ser tomadas por "simples" y si han dicho dieciséis pueden ser tomadas por "dobles". Y si encuentran algún bien en su camino, que no lo toquen si no saben que pueden devolverlo (es decir a quien podrían devolverlo). Pero si ven que ha pasado gente antes que ellos, a quien la cosa puede ser devuelta, que la tomen y la devuelvan si pueden. Y si no pueden, que l pongan de nuevo en este lugar. Y si encuentran a una bestia o pájaro cogido o cogida, que no se inquieten. Si el cristiano quiere beber durante el día, que haya rogado al Señor dos o más veces después de comer. Si después de la "doble" de la noche beben, que hagan otra "doble". Si hay creyentes, que se queden de pie cuando digan la oración para beber. Si un cristiano ora a Dios con cristianas, que dirija siempre la oración. Si un creyente, a quien haya sido entregada la oración, está con cristianas, que se vaya a otra parte y que la haga solo.
Si los cristianos a los que esté confiado el ministerio de la iglesia reciben un mensaje de un creyente enfermo, deben acudir a él, y deben pre-guntar en secreto como se ha portado con respecto a la iglesia desde que ha recibido la fe, si no hay ninguna duda respecto a la iglesia o algún error del que se le pueda acusar. Y si debe algo y puede pagar, debe hacerlo. Si no quiere hacerlo, no debe ser recibido. Ya que si se ruega al Señor por un hombre falso y desleal, esta plegaria no puede ser prove-chosa. Sin embargo, si no puede pagar no debe ser rechazado.
Y los cristianos deben enseñarle la abstinencia y las costumbres de la Iglesia. Luego deben pregun-tarle, en el caso que fuera recibido, si está dispuesto, de corazón, a observarlas. Y él no debe prometerlo si no se siente firmemente resuelto. Ya que San Juan dice que los mentirosos estarán en un estanque de fuego y azufre (Apoc., XXI, 8). Si dice que se siente bastante firme para sufrir todo esto (es decir, la abstinencia), y si los cristianos están de acuerdo para recibirle, deben imponerle la abstinencia de la manera siguiente: Deben preguntarle si tendrá el valor de no mentir, de no jurar; si sabrá guardarse de quebrantar los demás mandamientos de Dios, y si se siente dispuesto a observar las costumbres de la Iglesia y los mandamientos de Dios, y a mantener su corazón y sus bienes, tal como los tiene, o como los tendrá en el porvenir, al gusto de Dios y de la Iglesia y al servicio de los cristianos y de las cristanas, siempre, de hoy en adelante, tanto como pueda. Si dice que sí, deben responder: "Os imponemos (vos cargam) esta abstinencia para que la recibáis de Dios y de nosotros y de la Iglesia, y para que la observéis mientras viváis; si la observáis bien, con las demás prescripciones que tenéis que seguir, tenemos la esperanza que vuestra alma tendrá la vida (eterna)". Y debe responder: "La recibo de Dios y de vosotros y de la Iglesia".
Seguidamente deben preguntarle si quiere recibir la oración. Si dice que sí, que le revistan con una camisa y pantalón, si se puede, y que le hagan quedar sobre su asiento si puede levantar las manos. Que pongan un mantel, o un trapo delante de él sobre la cama. Y sobre este trapo, el libro, y que digan una vez Benedicite y tres veces Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum. El enfermo debe tomar el libro de la mano del Anciano. Si puede esperar, el que ejerza el ministerio debe amonestarle y predicarle con testimonios convenientes. Seguidamente debe preguntarle, a propósito de la promesa que ha hecho, si tiene la resolución de observarla y de mantenerla como ha convenido. Si dice que sí, que (los cristianos) se la hagan confirmar. Después deben leerle la oración y él debe seguirla. El Anciano le dirá, entonces: "Es ésta la oración que Jesucristo ha traído a este mundo, y la ha enseñado a los "buenos-hombres". No comáis ni bebáis nada sin antes haber dicho esta oración. Y si lleváis a ello negligencia, será preciso que hagáis penitencia". Y él, debe decir: "La recibo de Dios, de vosotros y de la Iglesia". Entonces, que le saluden como cuando uno se despide de una mujer. Después deben rogar al Señor con doble y veniæ y volver a poner el libro ante él. El enfermo debe decir tres ve-ces: Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum. Seguidamente, tomará el libro de la mano del Ancia-no, y el Anciano le amonestará con testimonios y con palabras tales que convengan a la Consolación (Consolamentum). El Anciano debe preguntarle si tiene en el corazón la intención de guardar y observar su promesa, tal cual la ha hecho, y se la hará confirmar.
Después el Anciano debe tomar el libro, y el enfermo inclinarse y decir: "Parcite nobis. Por todos los pecados que he cometido, o dicho, o pensado, pido perdón a la Iglesia, a Dios y a vosotros". Los cristianos deben decir: "Por Dios y por nosotros y por la Iglesia que os sean perdonados, y rogamos a Dios que os perdone". Entonces deben consolarle poniéndole las manos y el libro en la cabeza, y decir: Benedicite, parcite nobis, amen; fiat nobis secundum verbum tuum. Pater et filius et spritum sanctus parcat vobis omnia pecata vestra. Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum tres veces, y después: Pater sancte, suscipe servum tuum super eum. Y si es una mujer, deben decir: Pater sancte, suscipe ancillam tuam in tua justitia, et mitte gratiam tuam et spiritum sanctum tuum super eam. Y después de rezar a Dios con la oración, deben decir en voz baja la "sesena". Y cuando la sesena sea dicha, deben decir tres veces: Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum, y la oración una vez en voz alta. Y después que le saluden como a un hombre. Seguidamente "se darán la paz" entre ellos y con el libro. Y si hay "creyentes" o mujeres creyentes, deben darse la paz y los cristianos deben pedir el saludo y devolverlo.
Si el enfermo muere y les deja o les dona alguna cosa, no deben retenerla
para ellos ni apropiársela, sino deben ponerla a disposición de la Orden y rogar
para que se hagan consolar de nuevo lo más pronto que pueda; pero él, que siga,
sobre este punto, su voluntad.
II
1. Tradición de la Santa Oración
Predicación del Ordenado (falta el principio)
"... aquellos que son dulces y humildes se regocijarán cada vez más en el
Señor, los pobres encontrarán en el santo de Israel un arrebato de alegría
porque aquél que les oprimía ha sido destruido, porque el Burlador ya no existe
y porque ha eliminado de encima de la tierra a aquellos que velaban para hacer
el mal, aquellos que hacían pecar a los hombres con sus palabras, que endían
trampas a los que les reprendían en la asamblea" (Isa, XXIX, 19-21).
Compasión de Dios para su pueblo
Y así, por estos testimonios y por muchos otros, se da a entender que el
Padre Santo quiere tener piedad de su pueblo, y recibirle en su paz y en su
concordia por medio del advenimiento de su hijo Jesucristo. Esta el la causa por
la que estáis aquí, en medio de los discípulos de Jesucristo, donde el Padre el
Hijo y el Espíritu Santo habitan espiritualmente, como se os ha dicho más
arriba, con el fin de que podáis recibir esta santa oración que vuestro Señor ha
dado él mismo a sus discípulos, de manera que vuestras peticiones y vuestras
plegarias sean acogidas por nuestro Padre muy santo, como lo dijo David: "Que mi
plegaria se eleve hacia vos como el humo del incienso" (Ps., CXL, 2).
Recepción de la Santa oración (el Pater u Oración dominical)
Por esto debéis comprender como debéis recibir esta oración santa, es decir el Pater noster. Ciertamente, es breve, pero contiene grandes cosas. Es preciso pues que aquel que debe decir el "Padre Nuestro" lo honre con buenas obras. Hijo quiere decir: Amor de Padre. Por esto aquel que desee heredar como hijo debe separarse absolutamente de las malas obras. "Padre Nuestro": Estas dos palabras están en vocativo. Es como si dijera: Oh Padre de solamente aquello que deban ser salvados. "Que estás en los cielos", es decir: "Vos que habitáis en los santos o incluso en las virtudes celestes" Quizás se ha creído que había también que decir "Padre nuestro que estás en los cielos" para distinguirlo del padre del Diablo, que es mentiroso y padre de los malvados, es decir de aquellos que no pueden de ningún modo beneficiarse de la compasión (divina), que les salvaría. Es por esto, pues, por lo que decimos: Padre Nuestro "Santificado sea tu nombre": por nombre de Dios se entiende la ley de Cristo. Es como si se dijera: "que vuestra ley se afirme en vuestro pueblo". "Venga a nos el tu reino": por reino de Dios debemos entender el Cristo. En el Evangelio, Cristo dice, en eecto: "He aquí que desde ahora el reino de Dios está entre vosotros" (Lu., XVII, 21). Pero por reino de Dios podemos entender también: "el pueblo de Dios que debe ser salvado". Es como si dijera: "Señor conduce a tu pueblo fuera de la tierra del enemigo". Por esto el profeta Joel se expresa así: "Los sacerdotes y los ministros del Señor, posternados entre el vestíbulo y el altar, romperán en lágrimas y dirán: Perdonad, Señor, perdonad a vuestro pueblo y no dejéis perder vuestra herencia en el oprobio exponiéndola a los insultos de las naciones (Sufriréis cuando los extranjeros) digan de nosotros. ¿donde está su Dios?". (Joe., II, 17). Es por esto por lo que todos los días los cristianos ruegan a su Padre muy piadoso por la salvación del pueblo de Dios. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo: esto significa: que sea cumplida vuestra voluntad en este pueblo ligado a la naturaleza terrestre como está y tal como está cumplida en el reino de arriba o en Cristo que ha dicho: "no he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me ha enviado, la voluntad de mi Padre" (Jn., VI, 38). Pan nuestro supersustancial: por "pan supersustancial" entendemos la ley de Cristo dada a todos los pueblos. Es preciso, pues que creamos que es de este pan del que quiere hablar Isaías, cuando dice: "En aquel tiempo siete mujeres tomarán a un hombre y le dirán: nos alimentaremos nosotras mismas y conservaremos nosotras mismas nuestros vestidos: (quered) únicamente que llevemos vuestro nombre" (Isa., IV, 1). David dice también: "He sido herido como la hierba (por el ardor del sol) y mi corazón se ha secado porque ha olvidado comer mi pan" (Sal., CI, 5). Está escrito en el libro de la Sabiduría: " Pero habéis dado, al contrario el alimento de los ángeles a vuestro pueblo, les habéis hecho llover del cielo un pan preparado sin ningún trabajo, que encerraba en él todo lo que hay de delicioso y todo lo que pueda ser agradable al paladar. Y la sustancia de vuestra criatu-ra hacía ver cuán grande es vuestra dulzura hacia vuestros hijos, ya que acomodándose a la voluntad de cada uno de ellos se cambiaba en aquello que les gustaba" (Sab., XVI, 20-23). Y por Isaías el Señor dijo: "Compartid vuestro pan con aquel que tenga hambre, y haced entrar en vuestra casa a los pobres que no saben donde ir. Cuando veáis un hombre desnudo, vestidlo y no despreciéis vuestra propia carne" (Isa., LVIII, 7). Es de este pan, se cree, del que habla Jeremías en sus Lamentaciones: "Los pequeños han pedido pan, y no había nadie para dárselo" (Lam., IV, 4). Y Cristo en el Evangelio de Juan dice a los Judíos: "En verdad, en verdad os digo, Moisés no os ha dado el pan del cielo, sino ha sido mi Padre quien os ha dado el verdadero pan del cielo. Pues el pan de Dios es aquel que viene del cielo y que da la vida al mundo. (Jn., VI, 32-33). Y de nuevo: "Yo soy el pan de la vida" (es decir: soy yo quien tengo misión de vida); "quien cree en mí no tendrá jamás sed, quien cree en mí no tendrá jamás hambre" (Jn., VI, 35). Y además: "En verdad, en verdad os digo: el que cree en mi tendrá la vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y están muertos. Pero he aquí el pan que ha descendido de los cielos. Si alguien come de este pan -es decir: si alguien observa mis preceptos- vivirá eternamente, y el pan que le daré es mi carne (que debo dar) para la vida al mundo" (Jn., VI, 47-56) es decir : del pueblo. "Los Judíos disputaban entre ellos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?". Esto quiere decir que la cuestión de cómo Cristo podía imponer sus preceptos se debatía entre el pueblo judío: ignoraban, en efecto, la Divinidad del Hijo de Dios. Entonces Jesús les dijo: "En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del hijo del hombre" -es decir: si no observáis los preceptos del Hijos de Dios-" y si no bebéis su sangre "-es decir: si no recibís el sentido espiritual del Nuevo Testamento-, "no tendréis la vida. Aquel que coma mi carne y beba mi sangre tendrá la vida eterna; y lo resucitaré el último día. Ya que mi carne es verdadera carne y mi sangre es verdadera bebida" (Jn., VI, 53-56). En otra parte Cristo dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado para que lleve a término su obra". (Jn., IV, 34); y además: "Aquel que coma mi carne y beba mi sangre habita en mí, y yo habito en él" (Jn., VI, 56). Seguramente los sacerdotes mentirosos no comen la carne de Nuestro Señor Jesucristo, ni beben ciertamente su sangre, porque no habitan en Nuestro Señor Jesucristo. Por esto el bienaventurado Juan dice en su epístola primera: "Pero si alguno pone en práctica su palabra, el amor de Dios es perfecto en él; es por esto por lo que reconocemos que somos en Dios. Aquel que dice que habita en Jesucristo debe caminar, él mismo, como Jesucristo ha caminado" (1, Jn., II, 5-6).
También es de este Pan del que, según nuestra de, se escribe, en el evangelio de San Mateo: "Mientras cenaban, Jesús tomó el pan"; es decir: los preceptos espirituales de la Ley y los profetas, "lo bendijo" es decir: los alabó y los confirmó, "lo partió": es decir, los explicó espiritualmente, "y lo dio a sus discípulos", es decir se los mostró para que los observasen espiritualmente. "Y les dijo: Tomad, -es decir: predicadlos- y comed -es decir a todo el mundo- Por esto fue dicho al bienaventurado Juan Evangelista: "Toma el libro y cómelo, etc... entonces (el ángel) me dijo: es preciso que profetices todavía ante las naciones, ante los hombres de diversas lenguas y ante varios reyes" (Apoc., X, 9-11). "Este es mi cuerpo": el Señor dice aquí, hablando del pan: este es mi cuerpo. Más arriba había dicho: "Y el pan que les daré, es mi carne (que debo dar) para la vida del mundo". (Mt., XXVI, 26). Estos son, en realidad los Mandamientos de la Ley de los Profetas entendidos en su sentido espiritual que creemos, según nuestra fe, que designó con las siguiente palabras: "Este es mi cuerpo" o "ésta es mi sangre" como para decir: es en ellos en quien estoy, es en ellos en los que habito. Por esto el Apóstol dice en la Primera a ls Corintios: "El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunicación de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es participación en el cuerpo del Señor? Porque este pan es único, siendo muchos no somos más que un solo cuerpo, ya que participamos todos de este mismo pan y de ese mismo cáliz" (1 Co., X, 16-17). Y esto significa: participamos, con el mismo sentido espiritual de la Ley, de los Profetas y del Nuevo Testamento. Otro testimonio: "Pues es el Señor de quien he aprendido lo que os he enseñado también, que es que el Señor Jesús, la misma noche que debía ser entregado para morir, tomó el pan, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: "Tomad y comed, éste es mi cuerpo, que va ser entregado por vosotros". Esto significa: Estos preceptos espirituales de las antiguas Escrituras son mi cuerpo: es por vosotros por quienes serán entregados (transmitidos) al pueblo, "Haced esto en memoria mía. Igualmente, después de haber cenado; tomó la copa y dijo: Esta copa es la nueva alianza (sellada) por mi sangre; haced esto en mi memoria, cada vez que bebáis" (1 Co., XI, 23-25). "Es del pan supersustancial del que se trata aquí".
Siguen a continuación las palabras: Danos hoy: es decir, en este tiempo de gracia o durante nuestro paso por esta vida temporal, danos vuestra fuerza (virtutem) con el fin de que nosotros podamos cumplir la ley de vuestro hijo Jesucristo.
Y perdónanos nuestras deudas: es decir: no nos imputéis los pecados que hayamos cometido en el pasado, a nosotros que queremos, a partir de ahora, observar los mandamientos de vuestro hijo.
Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: es decir: como perdonamos a aquellos que nos persiguen y que nos hacen daño.
Y no nos dejes caer en la tentación: es decir, no permitáis por más tiempo que seamos inducidos a la tentación, ahora que deseamos seguir vuestra ley. Hay, en verdad, una tentación carnal, y una tentación diabólica. La tentación diabólica es aquélla que procede del corazón, por sugestión del diablo, como el error, los pensamientos de iniquidad, el odio y otras cosas parecidas. La tentación carnal es aquélla que resulta de la naturaleza humana, como el hambre, la sed, el frío y todas las demás cosas de este estilo: no podemos evitarlo. Por esto el Apóstol dice en la primera epístola a los Corintios: "Que ninguna tentación os coja, a menos que sea humana. Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras propias fuerzas; pero, permitiendo la tentación, os facilitará como salir de ella, incluso con ventajas, de forma que tendréis la fuerza para resistir estas pruebas" (1, Co., X, 13).
Más líbranos del mal, es decir: del Diablo, que es el tentador de los fieles, y de sus obras.
Ya que a vos pertenece el reino -se dice que esta palabra (y las siguientes) se encuentran en los libros griegos y hebreos- Esto equivale a decir: la razón por la cual debéis hacer por nosotros lo que os pedimos, es que somos vuestro pueblo.
Y el poder: es preciso entender, Vos tenéis el poder de salvarnos.
Y la gloria: es decir, a vos alabanza y honor, cuando hacéis esto por vuestro pueblo.
Por los siglos: es decir, en las criaturas celestes.
Amén significa: sin desfallecimientos (sine defectu).
Es por lo que (después de haber oído estas explicaciones y estos testimonios) debéis comprender, si queréis recibir esta oración, que es importante que os arrepintáis de todos vuestros pecados y que perdonéis a todos los hombres. ¿ No es verdad que Cristo dijo en el evangelio (Mt., VI, 15; Marc., XI, 30): "Si no perdonáis a los hombre (los pecados que hubieren cometido), vuestro Padre celeste no os perdonará tampoco vuestros pecados?" Y es importante también que os propongáis, en vuestro corazón, retener esta santa oración toda vuestra vida, si Dios os da la gracia de recibirla, según la costumbre de la Iglesia de Dios, con sumisión y castidad y con todas las otras buenas virtudes que Dios quiera daros. Es por esta razón por la que rogamos al buen Dios que ha dado a los discípulos de Jesucristo el poder de recibir esta oración con constancia, que os dé también la fuerza de recibirla con la misma firmeza, en su honor y por vuestra salvación. Parcite nobis.
Luego, cuando el Ordenado tome el libro de la mano del creyente y diga: "Juan
(suponiendo que se llame así), ¿tienes la voluntad de recibir esta santa oración
como se os ha dicho (que era preciso recibirla), y retenerla durante toda
vuestra vida con castidad, veracidad y humildad, y con todas las otras buenas
virtudes que Dios haya querido daros?" el creyente debe responder: "Sí, tengo
esta voluntad. Rogad al Padre santo que me dé él mismo esta fuerza". El Ordenado
dirá luego: "Que Dios os dé la gracia de recibirla en su honor y para vuestra
salvación".
El Ministerio. Papel del "Ordenado"
Después, que el Ordenado dijo al creyente: "Decid la oración conmigo, palabra por palabra, y decid el perdonum como lo diga aquel (que está a mi lado) y el creyente deberá decirlo como lo haya dicho el que esté al lado del Ordenado. A continuación el Ordenado se pondrá a recitar el perdonum. Seguidamente dirá la oración como es costumbre: Una vez acabada esta oración, al igual que la gratia, el creyente, haciendo reverencia (con genuflexión), deberá decir: Benedicite parcite nobis, amen. Fiat nobis, Domine secundum verbum tuum, Bendícenos, perdónanos amén. ¡Que nos sea hecho según tu palabra! El Ordenado debe decir entonces: "Pater et filius et spiritus sanctus dimittat vobis omnia peccata vestra. (Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tengan piedad de todos vuestros pecados) y el creyente se levantará. El Ordenado le dirá: "Por Dios, por nosotros, por la Iglesia, por su Orden santo, sus preceptos y sus discípulos santos, tened el poder de decir esta oración antes de beber o comer, de noche o de día, solo o en compañía de otras personas como es costumbre en la Iglesia de Jesucristo. No debéis ni comer ni beber sin haber dicho esta oración. Si ocurriera que os olvidarais -cosa que haréis saber al Ordenado de la Iglesia, tan pronto como podáis-, sufriréis por ello la penitencia que os quiera imponer. Que el Seo verdadero Dios os dé la gracia de observarlo (la práctica de la oración) en su honor y para vuestra salvación". El creyente hará entonces tres reverencias diciendo: Benedicite, Benedicite, Benedicite, parcite nobis. Dominus deus tribuat vobis bonam mercedem de illo bono quod fecistis mihi amore dei. (Que el Señor Dios os de la recompensa de este bien que me habéis hecho por el amor de Dios).
Luego, si el creyente no debe ser consolado (este día) conviene que reciba el
servicio y que "dé la paz".
2. Recepción del Consolamentum
Si el creyente debe ser consolado inmediatamente después de haber recibido la oración, debe venir con el Anciano de su residencia. Deben hacer tres reverencias ante el Ordenado y rezar para el bien del creyente. Hecho esto, el Ordenado, los cristianos, y las cristianas deben rogar al Señor con siete oraciones para que el Ordenado sea escuchado. Después de esto el Ordenado debe decir: "Hermanos y hermanas, si he dicho o he hecho alguna cosa contra Dios y mi salvación, rogad al Señor Dios a fin que me perdone" Y el Anciano que está al lado del Ordenado dirá: "Que el Padre santo, justo, verídico y misericordioso, que tiene el poder, en el cielo y en la tierra, de perdonar los pecados, os reponga y perdone todos vuestros pecados en este mundo y os tanga misericordia en el mundo futuro". El Ordenado debe decir en este momento: "Amén. Fiat nobis, domine, secundum verbum tuum". Cristianos y cristianas harán entonces tres reverencias diciendo: "Benedicite, benedicite, benedicite, parcite nobis. Si hemos dicho u hecho alguna cosa contra Dios y nuestra salvación rogad al Dios de misericordia que nos perdone. Benedicite, parcite nobis". Y que el Ordenado responda: "Padre Santo, justo, verídico y misericordioso, etcétera..., como se ha dicho antes.
De la recepción del libro
Hecho esto, el Ordenado debe disponer de una bandeja (en forma de disco) delante de él. El creyente se presentará al Ordenado y recibirá el libro de sus manos, haciendo tres reverencias, como hemos dicho más arriba quehabía hecho para la oración. El Ordenado dirá seguidamente: "Juan (por ejemplo), ¿tienes la voluntad de recibir el bautismo espiritual de Jesucristo y el perdón de vuestros pecados, gracias a la intercesión de los buenos cristianos, con la imposición de las manos, y de conservarlo durante toda la vida con castidad, humildad y con todas las demás virtudes que Dios haya querido daros?" El creyente responderá: "Sí, tengo la voluntad. Rogad a Dios que me dé esta fuerza". El Ordenado debe decir entonces: "Que Dios os dé la gracia, la Consolación para su honor y para vuestra salvación".
Predicación del Ordenado
Luego el Ordenado se pondrá a predicar en estos términos, si le gusta el creyente:
"Oh Juan, debéis comprender que en este momento, venís delante de Dios por segunda vez, delante de Cristo y del Espíritu Santo puesto que ya estáis delante de la Iglesia de Dios, y esto se os ha sido demostrado más arriba por las Escrituras. Debéis comprender que estáis aquí para recibir el perdón de vuestros pecados, gracias a las oraciones de los buenos cristianos, y por la imposición de las manos. Es este el bautismo espiritual de Jesucristo y el bautismo del Espíritu Santo, como lo ha dicho Juan Bautista: "yo os bautizo en el agua (para llevaros) a la penitencia; pero aquél que vendrá después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno de llevar sus sandalias; es él el que os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt., III, 11). Y esto significa que el mismo Cristo, os llevará y os purificará en entendimiento espiritual y en buenas obras. Por este bautismo debemos entender el renacimiento espiritual del que Cristo habló a Nicodemo: "Si un hombre no renace del agua y del espíritu santo, no puede entrar en el reino de Dios" (Jn., III, 5). Bautismo quiere decir: lavado y superbautismo (supertinctio). De donde debemos deducir que Cristo no ha venido para lavar las manchas de la carne, sino para purificar de su suciedad las almas de Dios creadas por Dios, que han sido mancilladas por el contacto de los espíritus malignos. Como dijo el Señor por boca del profeta Baruc en Israel: "Escucha, Israel, los mandamientos de la vida; pon el oído para aprender lo que es la prudencia. ¿De dónde viene, oh, Israel, que estéis presente en el país de vuestros enemigos, que languidezcáis en una tierra extranjera, que os manchéis con los muertos y que seáis mirados como los que bajan sobre la tierra? Es porque habéis dejado la fuente de la sabiduría. Porque si hubierais caminado por la vía de Dios, seguramente habríais vivido en la eterna paz" (Bar., III, 9). David dijo igualmente: "Oh Dios, las naciones han entrado en vuestra hacienda y han manchado vuestro santo templo; han convertido a Jerusalén en una cabaña que sirve para guardar frutos" (Sal., LXXVIII, 1).
El pueblo de Dios ha sido pues profanado por la sociedad de los espíritus malignos. Por este motivo el Padre muy santo ha querido lavar a su pueblo de la mancha de los pecados por el bautismo de su santo Hijo Jesucristo, como el bienaventurado Apóstol dijo a los Efesios: "Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres como Jesucristo ha amado a la Iglesia y se ha dejado matar por ella; con el fin de santificarla, purificándola por medio del agua donde ha sido lavada, y por la palabra de vida; para hacerla comparecer ante él llena de gloria, sin mancha, sin arrugas, sin ningún defecto; y con el fin de volverla santa e irreprensible" (Ef., V, 25-27).
Y de esta manera, con la venida de Nuestro Señor Jesucristo, por el poder de nuestro Padre muy santo, los discípulos de Jesucristo fueron purificados con el bautismo de las manchas de sus pecados. Recibieron del Señor -como él mismo las había recibido de su Padre muy santo- la virtud y el poder de purificar también a otros pecadores con el bautismo de Jesucristo. Encontraremos, en efecto, en el evangelio del bienaventurado Juan, que el Señor Jesucristo dijo a sus discípulos, después de su resurrección: "Al igual que mi Padre me ha enviado, yo os envío a vosotros". Habiendo dicho, esto sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a aquellos a quien vosotros perdonárais, y serán retenidos a los quienes vosotros los retengáis" (Jn., XX, 21-23). En el evangelio de Mateo, Cristo dice a sus discípulos: "Os lo digo en verdad, todo aquello que atéis en la tierra será atado en el cielo, y todo aquello que desatéis en la tierra será también desatado en el cielo y os digo también que si dos de vosotros se juntan en la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre que está en los Cielos" (Mt., XVIII, 18-19). Y también: "¿Que dicen del Hijo del hombre? Le respondieron: los unos dicen que tu eres Juan Bautista, los otros Elías; los otros Jeremías o alguno de los profetas. Jesús les dijo: y vosotros, ¿quién decís que soy? Simón Pedro, tomando la palabra, le dijo: tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo. Jesús le contesto: Bienaventurado Simón, hijo de Juan, porque no son la carne ni la sangre las que te han revelado esto sino mi Padre que está en el cielo. Y yo os digo que tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Os daré también las llaves del reino de los cielos ("a ti, Pedro", significa "a todos vosotros"), y todo aquello que atares en la tierra será también atado en el cielo y todo lo que desates sobre la tierra también será desatado en el cielo" (Mt., VI, 13-19). Dijo además a sus discípulos: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todas las criaturas. Aquel que crea y sea bautizado, será salvado: pero aquel que no crea, será condenado. He aquí los milagros que harán aquellos que hayan recibido la fe: ahuyentarán a los demonios en mi nombre; hablarán nuevas lenguas; dominarán a las serpientes; si beben algún brebaje mortal, no les hará ningún daño; y con la imposición de sus manos, curarán a los enfermos" (Mr., XVI, 15-18). Dijo en otra parte: "Entonces, los once discípulos se fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús les había mandado encontrarse. Al verle allí, le adoraron; algunos, sin embargo, tuvieron alguna dda. Pero Jesús acercándose les habló así: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id pues a instruid a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu Santo; enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he enseñado. Y tened por seguro que yo mismo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos" (Mt., XVIII, 16-20).
Ningún hombre sensato podrá creer que la Iglesia de Jesucristo haga este bautismo de imposición de manos sin autoridades escriturarias evidentes, ni presumir que la Iglesia de Dios haga esta consagración (ordinamentum) como consecuencia de una atrevida conjura de los discípulos o por humana adivinación, o por alguna otra inspiración desconocida e invisible de los espíritus. Fué realmente (visibiliter) como los discípulos de Jesucristo siguieron al Señor y vivieron con él, y como recibieron de él el poder de bautizar y de perdonar los pecados como lo hacen ahora los verdaderos cristianos que, en tanto que herederos de los discípulos, han recibido por grados (gradatim) el poder de la Iglesia de Dios ha hacer realmente (visibiliter) este bautismo con la imposición de las manos, y de perdonar los pecados. Vemos aquí, con evidencia, por las escrituras del Nuevo Testamento, que los discípulos de Jesucristo, después de su Ascensión, practicaron realmente este ministerio: esto se ve claramente en las Escrituras. Está escrito en efecto, en los Hechos de los Apóstoles: "Los apóstoles, habiendo sabido que los habitantes de Samaria habían recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan que, habiendo llegado, rogaron por ellos, a fin de que recibiesen al Espíritu Santo. Ya que aún no había descendido sobre ellos sino únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces, les impusieron sus manos y recibieron el Espíritu Santo" (Hch., VIII, 14-17 ). Está dicho además: "Mientras que Apolo estaba en Corintio, Pablo, después de haber recorrido otras provincias de Asia, llegó a Efeso, y al encontrar a algunos discípulos, les dijo:" ¿Habéis recibido el Espíritu Santo después de haber abrazado la fe (después de que os habéis convertido en "creyentes" (credentes)? Le respondieron: No hemos ni siquiera oído decir que existía el Espíritu Santo -¿Qué bautismo, les dijo, habéis pues recibido?- Le respondieron: el bautismo de Juan. Entonces Pablo les dijo: Es verdad que Juan ha bautizado al pueblo con el bautismo de la penitencia, diciendo al pueblo que debía creer en aquél que iba a venir después de él, es decir, Jesús. Habiendo oído esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Después de que Pablo les hubo impuesto las manos, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, y hablaron diversas lenguas, y profetizaron. Eran en total doce hombres" (Hch., XIX, 1-7). En los mismos hechos, Cristo dice a Ananías: "Levántate y ve a la calle llamada Derecha, y busca en la casa de Judas a uno llamado Saúl de Tarso, que está rezando. (Y al mismo tiempo Saúl tenía una visión en la que) veía a un hombre llamado Ananías que entraba y le imponía las manos con el fin de que recobrase la vista, etc... Ananías se fue pues, y habiendo entrado en la casa (dónde estaba Saúl), le impuso las manos, y le dijo: "Saúl, hermano mío, el Señor Jesús, que se os ha aparecido en el camino por el que venías, me ha enviado, con el fin de que recobres la vista, y que os llenéis de Espíritu Santo. Inmediatamente cayeron de su ojos como unas escamas, y recobró la vista; y habiéndose levantado, fue bautizado. Después de haber comido, recuperó enseguida fuerzas". (Hch., XIX, 11-19). Y en otro lugar aún: "Luego, se encontró que el padre de Publius estaba en la cama, enfermo con fiebre y disentería: Pablo fue a verlo, y habiendo rezado, le impuso las manos y le curó" (Hch., XXVIII, 8). El Apóstol dijo a Timoteo: "Es por lo que yo os advierto que reaniméis la gracia de Dios que habéis recibido con la imposición de mis manos" (1, Ti., V, 22). Y de nuevo: "No os apresuréis a imponer las manos a nadie, y no os hagáis partícipes de los pecados de los demás". Y el mismo apóstol, e la epístola a los Hebreos habla de "la doctrina que se refiere a las (diversas clases de) bautismos y también de imposición de manos" (Heb., VI, 2).
Es de este bautismo del que creemos que el bienaventurado Pedro habló también en su primera epístola cuando dice: ". En el tiempo de Noé mientras se construía el arca, en la que pocas personas -a saber: ocho solamente- fueron salvadas del agua. Figura a la que responde hoy día el bautismo que no consiste en purificar la carne de sus manchas, (exteriores), sino en donde uno se compromete a conservar su conciencia pura para Dios, y que nos salva por la resurrección de Jesucristo" (1, Pe., III, 20). Pero aquí es preciso pararse un poco a considerar que aquellos que fueron salvados en el arca de Noé, según lo que cuenta el Antiguo Testamento, no fueron salvados del todo (bene salvati), a lo que parece, ya que encontramos enseguida que Noé salió del Arca de este Dios con hijos, mujeres y animales, que plantó una viña, bebió vino puro, se emborrachó y mostró, al caer, su torpeza. Maldijo a su hijo Canaan, que había sido uno de los salvados del arca, diciendo: ¡Que Canaan sea maldito! ¡Que sea respecto a sus hermanos, el esclavo de los esclavos!" (Gé., IX, 25). Sabemos también por el Antiguo Testamento, que aquellos que salieron de este arca, y sus herederos, cometieron numerosos pecados y crímenes los más innobles; y que después padecieron las más grandes penurias y excesivos ultrajes, de manera que se mataban los unos a los otros. Debemos pensar, según todo esto, que el bienaventurado Pedro no ha querido hablar en absoluto del Noe del Antiguo Testamento, ni de su arca, sino del Arca del Testamento que hizo el Señor para la salvación de su pueblo, y de la que el Apóstol habló en los siguientes términos, al dirigirse a los Hebreos: "Fué por la fe por la que Noé, habiendo sido divinamente advertido de lo que no se veía aún, y habiendo sido penetrado de temor, construyó el arca para salvar a su familia, y que al construirla condenó al mundo y se convirtió en heredero d la justicia (que nace) de esta fe" (Heb., XI, 7). Jesús, hijo de Syrach, nos dice igualmente: "Noé fue encontrado, justo y perfecto, y y se transformó en los tiempos de la cólera, en reconciliación de los hombres. Es por lo que Dios se reservó en la tierra algunos hombres, cuando llegó el diluvio. Fue el depositario de la alianza hecha con el mundo con el fin de que en el porvenir toda carne no pudiera ser más exterminada por el diluvio" (Ec., XLIV, 17-19). Y es de este Noé del que debemos creer que el bienaventurado Pedro se acordó en la segunda epístola: "Dios no ha conser-vado nada del mundo antiguo, sino que únicamente ha salvado a siete personas con Noé, predicador de la justicia, haciendo que las aguas del diluvio fundieran sobre el mundo de los malvados". (Pe., II, 5). Lo que aquí encontramos expresado, es que el Padre Santo ha dado la ley del Antiguo Testamento a su pueblo; que todos aquellos que entraron en este arca, es decir, aquellos que observaron este Testamento, serán salvados; y que, igualmente fueron salvados todos los que entren en el arca del Nuevo Testamento y la habiten.
Según esto, sabemos que el bienaventurado Pedro puede haber dicho: "Pero
ahora un bautismo de forma parecida nos salva" (1, Pe., III, 21). Quería
expresar la idea siguiente: "Al igual que fueron salvados éstos por esta
ordenación (per ordinamentum illud), igualmente los cristianos sólo pueden ser
salvados por el bautismo de Jesucristo, parecido de forma. Lo que dijo el
profeta David concuerda con esta interpretación: "Sin embargo Dios que es
nuestro rey desde hace tantos siglos ha realizado nuestra salvación en medio de
la tierra" (Sal., LXXIII, 12); al igual que lo que dijo Isaías: "La siega ha
pasado, el verano se ha acabado y no nos hemos salvado" (Jer., VIII, 20). El
Apóstol, al hablar de Cristo, dijo también a los Hebreos: "Porque era muy
conveniente que Dios, para quien y por quien son todas las cosas, y que quería
llevar a la gloria a sus hijos en gran número, elevara por sus sufrimientos al
cúmulo del honor a aquel que debía ser el artífice de su salvación" (Heb., II,
10). Y Pedro: "No es la purificación de las manchas del cuerpo lo que nos salva,
sino el compromiso de conservar nuestra conciencia para Dios" (1, Pe., III, 21):
lo que equivale a decir: "No podemos salvarnos mas que con este bautismo: no es
la acción de la Iglesia la que nos salva, sino el compromiso de conservar
nuestra conciencia pura, compromiso que se hace delante de Dios con los
ministros de Dios como intermediarios. Pablo se expresa así en la primera
epístola a los Corintios: "Os voy a mostrar una vía mucho más excelente". Aún
cuando hable todas las lenguas de los hombres y de los mismos ángeles, si no
tengo caridad sólo soy como una campana sonando y un címbalo que repica. Y aún
cuando tuviera el don de la profecía, y penetrara todos los misterios y poseyera
todas las ciencias; cuando tenga toda la fe posible hasta poder transportar las
montañas: si no tengo caridad, no soy nada. Y aún cuando distribuya todos mis
bienes para alimentar a los pobres, y cuando entregue mi cuerpo para ser
quemado, si no tengo caridad, todo esto no me sirve de nada" (1, Co., XII, 31 a
XIII, 3). Entended: todo esto no me sirve de nada, si no tengo el bautismo del
espíritu de la caridad. De todos estos testimonios es preciso sacar en
conclusión que los verdaderos cristianos, instruídos por la primera Iglesia,
ejercen, (legítimamente) y realmente este ministerio de la imposición de las
manos, sin el cual, es seguro según nosotros que nadie puede ser salvado.
Recepción del bautismo espiritual
Es por este motivo por el que debéis comprender la razón por la que habéis venido ante la Iglesia de Jesucristo: es para recibir este santo bautismo de la imposición de las manos y para recibir el perdón de vuestros pecados, pero también para contraer el compromiso de una buena conciencia que vaya hacia Dios por mediación de los buenos cristianos. Es por esto por lo que debéis comprender asimismo que al igual que estáis temporalmente delante de la Iglesia de Dios, donde habita espiritualmente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, igualmente debéis estar espiritual-mente, con vuestra alma, ante Dios, ante Cristo y el Espíritu Santo, preparado a recibir esta santa Ordenación de Jesucristo. Y al igual que habéis recibido en vuestras manos el libro donde están escrito los preceptos, los consejos y las advertencias de Cristo así debereis recibir la Ley de Cristo en las obras de vuestra alma, para observarla durante toda la vida como está escrito: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y con todo tu espíritu; y a tu prójimo como a ti mismo" (Lu., X, 27).
Debéis comprender también que es preciso amar a Dios con verdad, dulzura, humildad, misericordia y castidad, y con todas las buenas virtudes ya que está escrito: "La castidad acerca al hombre a Dios pero la corrupción le aleja". Y además: "Castidad y virginidad son muy próximas al estado angélico". Salomón dijo también: "La pureza acerca mucho a Dios" (Sab., VI, 20).
También debéis comprender que es necesario que seáis fieles y leales en las cosas temporales y en las espirituales, porque si no sois fieles en las temporales, no creeríamos que pudiérais serlo en las espirituales; no creeríamos que pudiérais ser salva-dos. Ya que el Apóstol dijo: "... aquellos que roban (el bien ajeno) no serán de ningún modo los herederos del reino de Dios" (1, Co., VI, 10). Es preciso que hagáis tambén el voto y promesa a Dios de que nunca cometeréis homicidio ni adulterio, ni robo, de manera pública o privada, que no juzguéis voluntariamente en ninguna ocasión, ni la vida ni la muerte, pues David dijo: "Pagaré mis votos a Dios delante de todo su pueblo. Es una cosa preciosa ante los ojos de Dios la muerte de sus santos" (Sal., CXVI, 13-15). Debéis hacer aún a Dios el voto de que jamás consciente y voluntariamente comeréis queso, leche, huevo, ni carne de pájaro, de reptil o de animal, prohibida por la Iglesia de Dios.
Igualmente, será necesario que, por la justicia de Cristo, soportéis hambre, sed, escándalos, persecución y muerte; y que soportéis todo esto por amor de Dios y por vuestra salvación.
Igualmente, debéis obedecer a Dios y a la Iglesia, según vuestro poder, según la voluntad de Dios y de su Iglesia y no debéis abandonar nunca este don, si Dios os da la gracia de recibirlo, sea lo que fuere lo que pueda ocurriros. Ya que el Apóstol lo dijo a los Hebreos: "Respecto a nosotros, debemos tener cuidado de no retirarnos porque esto sería nuestra ruina, sino conservarnos firmes en la fe para la salvación de nuestras almas" (Heb., X, 39); y dijo también en la segunda epístola a Timoteo: "Quienquiera que esté comprometido en el servicio de Dios, debe evitar el embarazo de los asuntos de la vida, con el fin de complacer a aquel que le enroló" (2, Ti, II, 4). Leemos también en el evangelio de Lucas: "Quien habiendo puesto la mano en el arado mire atrás, no es digno del reino de Dios" (Lu., IX, 62). Jesús, hijo de Syrach, nos dice: "Si aquel que se lava después de haber tocado a un muerto, lo toca de nuevo, ¿de qué le sirve haberse lavado? Igualmente si un hombre ayuna después de haber cometido pecados y los comete de nuevo, ¿qué gana con haberse afligido y humillado? y ¿quién acogerá su plegaria?" (Ec., XXXIV, 30-31). Y el bienaventurado Pedro en su segunda epístola: "Si después de haberse retirado de las corrupciones del mundo por el conocimiento de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, se dejan vencer y se comprometen de nuevo, su último estado es peor que el primero. Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia, que volverse atrás después de haberlo conocido, y abandonar la ley santa que les ha sido dada. Pero les ocurrió lo que dice un proverbio verdadero: el perro vuelve a lo que ha vomitado, y el cerdo (después de haber sido) lavado, va al fango para revolcarse de nuevo en él" (2 Pe., II, 20-22).
Es por esto por lo que debéis comprender que, si acabáis de recibir este don de Dios, será importante que lo conservéis toda vuestra vida con pureza de corazón y espíritu.
Sin embago, que nadie vaya a creer que, por este bautismo que creéis recibir, debáis despreciar el otro bautismo y vuestro primer estado de cristiano, y todo aquello que hayáis podido hacer o decir de bueno hasta ahora, sino que debéis comprender que es necesario recibir esta santa ordenación de Cristo para suplir lo que os faltaba para vuestra salvación.
En fin, que el Señor verdadero Dios, os de la gracia de recibir este bien
para su gloria y para vuestra salvación. Parcite nobis.
El servicio de la consolación
El Ordenado tomará entonces el libro de las manos del creyente y le dirá: "Juan (suponiendo que se llame así), ¿tenéis la voluntad de recibir este santo bautismo de Jesucristo, en la forma en la que se os ha recordado que ha sido dado, y de guardarlo toda la vida, con pureza de corazón y de espíritu, y de no faltar jamás a este compromiso por el motivo que sea?". Y Juan debe responder: "Sí, la tengo; rogad por mí al buen Dios a fin de que me dé su Gracia". El Ordenado debe decirle a continuación: "Que el verdadero Señor Dios os dé la gracia de recibir este don para su gloria y vuestra salvación". Que el creyente se levante, y haga una reverencia delante del Ordenado, y repita lo que le haya dicho el Anciano situado cerca del Ordenado, a saber: "He venido ante Dios, ante vos, ante la Iglesia y ante vuestro Santo Orden para recibir misericordia y perdón de todos mis pecados, que fueron cometidos o perpetrados en mí desde tal fecha hasta hoy. Rogad a Dios por mí a fin de que me perdone. Benedicite parcite nobis. El Ordenado deberá responderle: "En nombre de Dios, en nuestro nombre, en nombre de la Iglesia, de su santo Orden, de sus santos preceptos y de sus discípulos, recibid perdón y misericordia por todos los pecados cometidos y perpetrados desde tal fecha hasta hoy. Que el Señor Dios de misericordia os perdone y os conduzca a la vida eterna". El creyente debe decir: "Amén, que nos sea hecho, Señor, según tu palabra". Después, habiéndose levantado, pondrá las manos sobre la mesa, delante del Ordenado. El Ordenado le pondrá entonces el libro sobre la cabeza, y todos los demás cristianos y miembros del Orden, presentes en la ceremonia, impondrán sobre él sus manos derechas. El Ordenado dirá en este momento: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"; y aquel que se encuentre cerca de él, dirá: "Amen" y todos los demás también, en voz alta. El Ordenado pronunciará entonces las siguientes palabras: "Benedicite Parcite nobis, amen. Fiat nobis, Domine, secundum verbum tuum, pater et filius et spiritus sanctus dimittat vobis et parcat onmia peccata vestra. Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum, adoremus patrem et filium et spiritum sanctum; adoremus patrem er filium et spiritum sanctum: Pater sancte, justus et verax et misericors, dimitte servo tuo, recipe eum in tua justitia. Pater noster qui es in caelis, santificatur nomen tuum", etcétera. Después de lo cual el Ordenado debe decir cinco oraciones en alta voz (vociferando) y tres veces: "Adoremus", aún otra oración y tres veces: "Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum". Después leerá el evangelio (de San Juan): "in principio erat verbum" etc. Una vez terminada esta lectura, dirá tres veces: "Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum, y una vez la oración. Finalmente debe decir tres veces Adoremus y que formule en voz alta el gratias.
El cristiano besará el libro y hará tres reverencias diciendo: "Benedicite, benedicite, benedicite, parcite nobis; deus reddat vobis bonam mercedem de illo bono quod mihi fecistis amore dei".
Entonces los miembros del Orden, los cristianos y las cristianas recibirán los servicios según la costumbre de la Iglesia.
Todos los buenos cristianos ruegan a Dios por el que ha escrito estos
tratados (rationes).
FIN