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PRESENTACIÓN HISTÓRICA

Los primeros habitantes originarios de la actual Navarra, fueron los llamados vascones, un pueblo guerrero en permanente conflicto con sus vecinos. Los romanos consiguieron controlar la zona, siendo fundada la ciudad de Pompaelo (Pamplona) por Cneo Pompeyo Magno en el año 74 a. C. Tras la ocupación de ésta por los visigodos en 468, a lo largo del tiempo los vascones consiguieron consolidar primero, y expandir después, un territorio marcado por la amenaza franca del norte y la árabe procedente del sur. En el siglo VI habían comenzado su proceso de cristianización, afirmándose Pamplona como una plaza fortificada importante. Sin embargo, los musulmanes ocupan la citada ciudad entre 716 y 719, como inicio de su importante presencia en la zona, puesta de relieve en la fundación de Tudela por el enviado del emir cordobés Amrus Ibn Yusuf en 802.

 

          En 778, Carlomagno, de regreso de su campaña en Zaragoza arrasa la ciudad, pero en el puerto de Ibañeta su sobrino Roldán, al frente de sus tropas, fue objeto de la venganza vascona y derrotado en la batalla de Roncesvalles (quince de agosto del mismo año), de la que nos queda un muy conocido representante de la literatura altomedieval: la Chanson de Roland. El monasterio que se levantará en este lugar, merced a la peregrinación jacobea, será el más importante del Occidente del siglo XIII.

 

          Para defenderse de ambos frentes, las distintas tribus se unieron,  escogiendo en 810 a Iñigo I Arista (Ennec Aritza), como el primer rey del territorio, y principio de su dinastía (también denominada Íñiguez), quien reinará hasta 852, gracias a la alianza con la familia mora Banu Casi de Tudela frente al poder de Córdoba. No obstante, esto no impidió que en 842 las tropas de Abd al-Rahmán II saquearan la capital y gran parte del reino.

 

          En el año 905 una nueva dinastía emparentada con la anterior y originaria de Sangüesa tomará el control del territorio: los Jimena, con Sancho Garcés I el Grande (905-925) al frente del reino de Pamplona. Coaligado con el monarca asturleonés Ordoño II sufrieron la derrota de Valdejunquera (920) frente a Abd al-Rahmán III, y tras la conquista de éstos de Nájera, Tudela, Valtierra y Viguera en 923 una nueva aceifa de aquél arrasó Pamplona. Pese a estos contratiempos, el reino se verá consolidado territorial y políticamente gracias a la política matrimonial con castellanos y aragoneses. 

 

          Durante el reinado de su nieto, Sancho Garcés II Abarca (970-994), se fundará el monasterio de San Millán de la Cogolla.

 

          Con el  quinto rey de esta dinastía, Sancho Garcés III el Mayor (1000-1035), este reino, ya «de Navarra», alcanzará la hegemonía peninsular hasta el punto de que su titular será considerado el primer Rex Hispaniorum al controlar casi todo el norte peninsular. Empieza el esplendor del Camino de Santiago, al servicio del cual este monarca facilita el asentamiento de nuevos pobladores francos (Fuero de Estella) y el paso de peregrinos (puente de Puente la Reina). Enterrado en el monasterio de Oña, en su testamento declaraba que su hijo García Sánchez recibiera Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, además de parte de La Rioja y Castilla; Fernando la mayoría de Castilla y un trozo de Leon (el titular de este reino, Alfonso V, era vasallo por su matrimonio con la tía de éstos, Urraca); a Gonzalo  le correspondieron los condados de Sobrarbe y Ribagorza. Finalmente  su bastardo Ramiro obtuvo el condado de Aragón y, a la postre, los territorios del anterior cuando fue asesinado por Ramonet de Gascuña, vasallo de Gonzalo. Pese al poderío alcanzado, el querer beneficiar por igual a sus hijos supuso que a su muerte se iniciaran las disputas entre los hermanos resolviéndose con la primacía territorial y política de los reinos de Castilla y Aragón en detrimento del de Navarra, especialmente a raíz del fratricidio de Sancho IV en Peñalén en 1076, despeñado en la conjura de sus hermanos Ramón Garcés y Ermesinda.

 

          Fue precisamente el testamento de Alfonso I el Batallador (1104-1134) de Aragón (y la mayor parte de Navarra), legando su reino a templarios, hospitalarios y sepulcristas, el que desencadenó que los nobles navarros escogieran un nuevo rey para su territorio: García Ramírez IV el Restaurador (1134-1150), nieto del Cid Campeador. Su hijo, Sancho VI el Sabio (1150-1194), hizo lo que pudo en política  exterior resistiendo las permanentes tensiones con Castilla. En el interior de su reino, sin embargo, se ganó su pelativo al fomentar los estudios entre el clero y la nobleza, proteger las Artes, rebajar los impuestos e introducir la indisolubilidad matrimonial. Su hija Berenguela casó en Chipre con Ricardo Corazón de León el doce de mayo de 1191. Su sucesor, Sancho VII el Fuerte (1194-1234), que consiguió al fin la consideración oficial de rey por el papa Celestino III, alcanzó la concordia política con su rival Alfonso VIII de Castilla (1158-1214) en Guadalajara en 1207 y con Pedro II el Católico (1196-1213) en Monteagudo el año siguiente. Para ello fue preciso que los tres reinos, además de verse enfrentados entre sí, implicaran a ingleses, franceses y almohades. La amenaza de éstos últimos llevó a que junto a cruzados llegados del resto de Europa y las órdenes militares peninsulares lograran la victoria frente al califa Abu abd Allah Muhammad al-NasirMiramamolín para los cristianos—,  en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa (Jaén, 12/7/1212), donde el rey navarro obtuvo las cadenas para el escudo de su reino y el apelativo para él.

 

          Sin descendencia, disgustado con su sobrino Teobaldo de Champaña, y queriendo evitar que Navarra cayera bajo influencia francesa, firmó en Tudela un pacto de prohijamiento con Jaime I el Conquistador (2/2/1231) por el cual ambos se designaban mutuamente herederos del otro reino, circunstancia claramente beneficiosa para el aragonés, de veinticuatro años, frente al navarro, con setenta y dos. A la muerte de éste (Tudela, 7/4/1234), incomprensiblemente Jaime I no reclamó sus derechos, lo cual aprovechó Teobaldo para entronizar su dinastía extranjera, la de Champaña, privándose definitivamente a Navarra de la expansión peninsular.

 

          Iniciada por Teobaldo I el Trovador (1234-1253) —participante en la Sexta Cruzada—, se mantuvo alejado de los intereses de su nuevo reino.

 

          Teobaldo II el Joven (1253-1270) consiguió de Alfonso X el Sabio (1252-1284) en 1256 las plazas de San Sebastián y Fuenterrabía con carácter vitalicio a cambio de su vasallaje. Murió en Trápani en 1270 de regreso de la Octava Cruzada, capitaneada por Luis IX de Francia, de quien era yerno.

 

          Las aspiraciones de distanciamiento de Francia de su hermano Enrique I el Gordo (1270-1274) no se hicieron realidad, pues sólo le sobrevivió su hija Juana, que aunque se convirtió en Juana I (1274-1305), su matrimonio con el rey francés Felipe IV el Hermoso (1285-1314) en 1284 puso el reino en manos de tan codicioso monarca Capeto y ligó definitivamente el destino navarro al trono del país vecino.

 

          Navarra llegó a convertirse en una senescalía francesa, y esta disolución de su independencia generó la revuelta de la Navarrería (1276), en Pamplona, aplastada por los galos.

 

          El hijo de estos últimos, Luis I el Hutín o el Pendenciero (1289-1316) no sólo era controlado por su padre, sino que su repetida ausencia del reino generó tal desconfianza y malestar que los cargos importantes tuvieron que ser desempeñados por franceses que gozaran de su crédito. Tras la novelesca muerte de Felipe IV en 1314 tras la supuesta maldición del último maestre templario Jacobo de Molay, reinará en Francia como Luis X, olvidando Navarra en manos de gobernadores. Su hija Juana, que por las leyes navarras abolidas le hubiera correspondido el trono, fue apartada de él por el Código de los Salios (la Ley Sálica), vigente en Francia, con lo que el reino fue a parar a su tío Felipe I el Largo (V de Francia) (1316-1322). A su muerte sin hijos le sucedió su hermano Carlos I de Navarra el Calvo (IV de Francia) (1322-1328). Juana y su esposo Felipe de Evreux (primo de Felipe el Largo) siguieron reclamando su derecho al trono con el apoyo de las Cortes, aunque no lo lograrían hasta la muerte de Carlos I al tampoco dejar descendencia masculina (Juana II, 1328-1349). No fue fácil el tránsito porque Felipe VI de Valois pretendió hacerse con el reino. Se produjeron graves disturbios, siendo los judíos las principales víctimas. Felipe VI, a punto de iniciarse la Guerra de los Cien Años (1337-1453), aceptó a cambio de la cesión de Champaña por parte del consorte Felipe III.

 

          El cinco de marzo de 1328 la Casa de Evreux se entronizaba en la catedral de Pamplona. Carlos II el Malo (1349-1387) dotó a su reino de una óptima organización administrativa, creando la Cámara de Comptos en 1365, aún vigente como Tribunal de Cuentas (su edificio en Pamplona es una de las escasas muestras de gótico civil que se conservan). Obsesionado por conseguir una salida al mar participó con actitud variable en las guerras entre Pedro I de Castilla el Cruel (1350-1369) y Pedro IV de Aragón el Ceremonioso (1336-1387), tiempos convulsos en los que tomó parte Enrique de Trastámara,  futuro Enrique II el de las Mercedes (1369-1379).

 

          Habrá que esperar a que su hijo, el honesto, negociador y culto Carlos III el Noble (1387-1425) pacificara e hiciera prosperar el reino. Con el Privilegio de la Unión (8/9/1423) unificó los tres burgos de Pamplona (Navarrería, San Cernín y San Nicolás) acabando con sus interminables disputas y unificando a Pamplona como ciudad, aunque fijó su residencia en Olite, cuyo fastuoso castillo terminó al estilo de los palacios franceses donde se había educado. Su hermoso sepulcro se puede contemplar en el centro de la catedral de Pamplona, junto a su esposa Leonor de Trastámara.

 

          Pese a que le correspondía reinar a su nieto Carlos, príncipe de Viana (1441-1461), a la muerte de Blanca de Navarra (1425-1441) su esposo Juan II de Aragón (1458-1479), que actuaba como regente, hizo valer sus derechos, con lo que se inició un grave conflicto armado entre beaumonteses —partidarios del primero—, y agramonteses —defensores del segundo—, en el que se involucró Castilla y Cataluña.

 

          La última de las dinastías que reinará Navarra será la de Foix, introducida por el matrimonio de Gastón IV, conde de Foix con la fugaz reina Leonor (1479), hija de Juan II de Aragón y hermana del príncipe Carlos. Su nieto, el también breve Francisco I, el Febo (1479-1483) será el primer representante, y su hermana Catalina de Foix (1483-1518) la segunda y última, con el apoyo de los agramonteses para más señas.

 

          Aunque la guerra no podrá darse por concluida hasta 1529 debido a la intervención francesa, el día de Santiago apóstol de 1512 el segundo duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo, al frente de las tropas de Fernando II el Católico (1479-1516) y con el apoyo de los beaumonteses, entraba en Pamplona, para hacerse a continuación con el control del desahuciado reino, que pasará a incorporarse a la corona de Castilla (1515), aunque conservando sus fueros y leyes. Como recoge el acta de Cortes, los reyes de Castilla lo serán también de los navarros «por siempre jamás».